Hace aproximadamente dos décadas, la artista Alicia Orlandi decidió aislarse del mundo artístico por razones que permanecen desconocidas. Este retiro, junto con otros conflictos internos de este mundillo, generaron que su obra, que ahora se considera un legado tras su fallecimiento hace dos años, pareciera haberse desvanecido de la memoria colectiva. Su nombre aparecía, sí, en los relatos de la época, era nombrada en libros; sin embargo, su trabajo era apreciado en el blanco y negro de los recortes periodísticos, a los que los investigadores y pintores abstractos y geométrico del país accedían por interés propio. Ya no más.
A lo largo de su carrera, Orlandi (Buenos Aires, 1937-2022) tuvo 22 muestras individuales y participó en 29 bienales internacionales, como las de Tokio, París y San Pablo. Fue distinguida con 30 premios: 1a Bienal de Puerto Rico (1971), Gran Premio Salón Nacional y 1er Premio Salón Municipal y sus obras se encuentran en más de 15 museos de Argentina, EE.UU., Perú, México, Inglaterra, India y Checoslovaquia, entre ellos, el MoMa de Nueva York.
Con la muestra Íntima Libertad, en la galería Roldán Moderno, esa ausencia comienza un camino de reconocimiento con la primera exposición que se realiza desde el 2000 en una galería privada, en la que se recorren 50 años de producción.
“A finales de los 50 fue una pionera en lo que sería la geometría para el arte argentino. Su obra es contemporánea a la de Ary Brizzi o Miguel Ángel Vidal, y si bien hay similitudes con ellos tiene una impronta muy personal. Entonces, buscamos reposicionar a un artista que estaba olvidada, que participó de un montón de muestras de mujeres de los 60, con Marta Minujín por ejemplo, y que era una referente”, sostiene Sebastian Boccazzi, director del espacio del barrio porteño de Retiro.
La galería dio un anticipo de este regreso, llevando una obra de la artista a la última edición de arteba, Continuidad-movimiento N°2, que fue adquirida para el acervo del Museo de Arte Contemporáneo de Buenos Aires (Macba) seleccionada por el fundador y presidente Aldo Rubino.
Orlandi comenzó su carrera a mediados de los 50, en un momento en el que, tras la aparición de Arte Concreto-Invención y el movimiento Madí una década antes, había un campo fértil para las indagaciones abstractas y más oportunidades para las mujeres artistas que comenzaron a emerger como Minujín, Josefina Robirosa, Sarah Grilo, Martha Peluffo, Noemí Gerstein y, desde París, Alicia Penalba.
Asistió a la secundaria en la Escuela Nacional Manuel Belgrano y a la Prilidiano Pueyrredón -hoy la UNA-, donde obtuvo el título de profesora nacional de dibujo, en un momento en que la aparición del Grupo Joven unos años antes y el pedido de reformas hacia una educación más moderna trastocaba la escena.
En la primera sala de Íntima Libertad se encuentran algunas de las primeras obras que se conservan de finales de eso años formativos, como Escritura Maya, donde se observa “una herencia más concretista de los años ‘40″, con referentes como Tomás Maldonado y los Madí.
“Además, se comienza a observar las tendencias más informalistas de finales de los ‘50, con una pintura cincelada, un poco más gestual, con los colores un poco más libres y una paleta yendo a los ocres”, explica a Infobae Cultura la investigadora Ayelén Pagnanelli, curadora de la exposición, especializada en cuestiones de género y sexualidad en los escenarios del arte abstracto argentino de mediados del siglo XX.
En 1959, obtuvo la primera mención en el extinto Premio De Ridder a la Joven Pintura Argentina y un año después el primer puesto del mismo galardón, pero en la categoría jóvenes grabadores, para comenzar así la década con una fuerte presencia en la escena porteña, siendo su debut en solitario en la icónica galería Lirolay en el ‘61 bajo la dirección de Germaine Derbecq.
“A lo largo de su producción trabaja sobre la grilla, con la retícula modernista y la experimentación tanto de los colores como con las formas. Entiende que hay mucho para jugar con el círculo, el semicírculo, los colores y los rectángulos. En sus obras parece preguntarse ‘¿qué sucede cuando se superponen esos colores, esas formas?’”, dice Pagnanelli.
En el ‘62 realiza un viaje a Perú que tendría influencia en su propuesta. Se “apropia de los lenguajes visuales prehispánicos andinos” y “a lo largo de su producción hay obras que hacen mucha referencia a los tejidos de pueblos originarios”, aunque la manera en que los incorporaba “es un poco un enigma”, debido a que no dejó anotaciones sobre ese proceso.
Aunque su mayor guía sería el húngaro Victor Vasarely, considerado el padre del op art: “No se sabe si tuvo contacto con Vasarely. Estuvo en el ‘67 en Bruselas y recorrió mucho Europa a partir de una beca del Gobierno de Bélgica, donde estudió grabado, por lo cual posiblemente se haya cruzado con obras. Hay escritos en los que mencionan a Vasarely casi como su maestro y, al menos, se inscribía en esa línea de investigaciones de la geometría”.
Ese mismo año alcanzó un hito importante cuando el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) adquirió tres de sus piezas, que fueron presentadas en una serie de exhibiciones a través de Estados Unidos.
Orlandi buscó un lenguaje en su abstracción, en el que tomó las referencias del op art, pero construyendo a través de una geometría sudamericana, donde también se observan elementos del GRAV (Garcia Rossi, Le Parc, Morellet, Sobrino, Stein, Yvaral).
“Ella no está como únicamente siguiendo un lineamiento europeo, sino que está apropiándose del lenguaje de las abstracciones sudamericanas, pero también investigaciones personales que ya realizó para generar un cuerpo de obras”, sostiene Pagnanello.
Durante los 70, consolidó su presencia tanto a nivel nacional como internacional, participando en bienales y recibiendo premios por su trabajo en grabado. Sus obras forman parte de importantes colecciones, incluyendo el mítico Instituto Di Tella, el Museo Nacional de Bellas Artes y el Museo Moderno, donde participó de varias muestras. Sin embargo, su carrera enfrentó desafíos durante la última dictadura cívico-militar en Argentina, cuando perdió sus cargos docentes tras haber organizado una exhibición de estudiantes y, según sus palabras, sus colegas direccionaron “el dedo para señalarla como prescindible”.
En la muestra se presentan también algunas piezas de su archivo personal, desde un libro sobre la Monocopia que escribió, fotos, escritos y una serie de folletos de cuando trabajó como diseñadora gráfica para una farmacéutica, en los que “que claramente está pensando su obra, ya que se observan esa grilla muy parecida a la serie de entonces”, creando un paralelismo entre “lo que ella estaba produciendo en su obra artística como en lo que hacía para vivir día a día”.
“En los 70, se orienta más hacia otro tipo de visión de los colores y las estructuras, incluso con trabajos más seriados”. En una de las piezas, Estructurapintura (1977) se observa “el módulo, con este cuadrado que va girando, pero que no es exactamente el mismo módulo, sino que va cambiando, lo va espejando, a veces achicando, agrandando, cambiando los colores y generando toda esta mega estructura que es romboidal sea un poco mágica porque uno no termina de saber lo que está sucediendo, qué es lo que hizo la artista”.
Durante esta época es perceptible un cambio en la materialidad, del óleo al acrílico que, considera la curadora, se produjo por “un tema de practicidad” que le permitió “trabajar con líneas más precisas”. En ese sentido, entre ambas décadas es notable cómo esa búsqueda cromática resalta en el lienzo y le otorga mayor o menor cuerpo a la pieza, dando en algunos casos la apariencia de ser un collage, donde la superposición no se esconde.
“En las obras de la primera sala, por ejemplo, se ven las capas y capas de materiales, una textura mucho más intensa, posiblemente trabajo de días y semanas sobre la misma obra para conseguir el color. También toda la estética más tarde hace que se vean como más industriales. Al final la mano del artista de alguna manera termina desapareciendo y en las otras se nota que estaba mucho más implicada”, explica sobre estas piezas donde lo romboidal y el uso de lo fluorescente, de los colores vibrantes, se vigoriza.
También en los 70 realiza la serie ‘Del espacio abierto’, de la que hay una sola obra en la expo, en la que “vuelve como a una grilla, pero sin tanto contenido, sin tantos juegos, y se concentra únicamente en la parte central de la obra, en formas que van como girando que generan una sensación de claustrofobia, una caída hacia algo”.
En la siguiente década recuperó sus puestos académicos y siguió participando en muchas exposiciones colectivas, pero llegado el nuevo milenio su nombre empieza a difuminarse. De los 80 pueden observarse obras como Vibratil (1982), entre otras en las lleva la cuestión de lo cinético al extremo, “porque cuesta quedarse mucho tiempo mirándola sin que sucedan cosas extrañas en nuestros ojos”. Además, se presentan una serie de grabados de la serie Kleiana de los ‘90.
No soy de aquí, ni soy de allá, cantaba Facundo Cabral, frase que se puede pensar sobre cómo la historiografía captó al legado del Orlandi sin ser necesariamente cierto, pero algo de esto hay, debido a que ser a pesar de una grabadora premiada y haber tenido una permanencia por casi medio siglo en la escena, su obra perdió visibilidad.
“Silvia Dolinko plantea en su historia del grabado en Argentina que en este campo fue excluida, pero también se ‘autoexcluyó’ por su faceta pictórica. Para ser grabador había que participar de ciertos espacios y conseguir ciertos reconocimientos y, al mismo tiempo, quizás eso invalidó que sea vista como una pintora, que pudiera ser reconocida como una artista que se movía en ambas disciplinas y eso que un montón de sus exhibiciones individuales, sobre todo en galerías comerciales, eran de pintura”.
Sobre la ausencia en sus años finales, Boccazzi comenta: “Durante el siglo XX tenía un gran reconocimiento y no sabemos por qué en los últimos 22 años decidió abrirse básicamente del medio, suponemos que será una decisión propia”. Y Pagananelli agrega: “Esta es la primera oportunidad para verla desde una muestra en una galería en el 2000. No tuvo tampoco mucho eco en exhibiciones colectivas ni fue incorporada en las regiones más generales de la historia del arte. Si bien ella falleció hace pocos años no tuvo más permanencia en el campo artístico argentino”. Ya no más.
*Íntima Libertad, de Alicia Orlandi, en la galería Roldán Moderno, Juncal 743, CABA. De lunes a viernes de 10.00 a 19.00 hs, hasta el 15 de noviembre. Entrada gratuita.