¿Lo que para nosotros es aberrante está bien si lo hacen otros? El relativismo cultural, una de las luchas de Sebreli

Antropofagia, corte de clítoris, opresión de las mujeres, muerte a los viejos, castigo a los homosexuales, ¿son cuestiones que no son tan malas en ciertas culturas? De eso se ocupó el filósofo en un libro central

Se podría dar un vistazo a El asedio a la modernidad -una obra clave de Juan José Sebreli, el pensador que murió este viernes- citando algunas frases.

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El asedio a la modernidad

Por Juan José Sebreli

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Frases que explican, en pocas oraciones, algunos conceptos centrales que siguen siendo parte de la discusión política de hoy. Aquí van:

  • “El relativismo cultural significa imparcial tolerancia para el asesinado y el asesino, para el torturado y el torturador, para el oprimido y el opresor, para la víctima y el verdugo”
  • “La vuelta al origen es una utopía reaccionaria [...] el pensamiento arcaico puede ser todo lo auténtico que se quiera, pero el retorno a lo arcaico es inauténtico porque no podemos olvidar lo que ya sabemos”.
  • “Una de las contradicciones fundamentales del relativismo cultural consiste en que el respeto a las culturas ajenas, el reconocimiento del otro, lleva inevitablemente a admitir culturas que no reconocen ni respetan al otro”
  • “Los pueblos primitivos se afirman a sí mismos como los únicos válidos y se autodenominan con nombres que significan “los verdaderos” o “los buenos” o “los excelentes” o simplemente “los hombres”, y llaman a los demás con apelativos denigrantes tales como “mono de tierra” o “huevo de piojo”.”
  • “Es cierto que Occidente suele transgredir sus propios valores, más aún, nunca los ha cumplido plenamente. El racismo, la esclavitud, el clasismo, la desigualdad entre los sexos, la discriminación de minorías, el terrorismo de Estado, la tortura, el asesinato de masas, los sistemas totalitarios, los campos de concentración son, al fin, características del Occidente de los siglos XIX y XX. Pero la paradoja es que estas lacras sólo pueden ser combatidas en nombre de los propios valores de Occidente”

¿Se entiende? Publicado en 1991, este ensayo se paró frente nuevas corrientes filosóficas que pusieron en el centro al discurso y su análisis y, sobre todo, que mostraban que los particularismos de cada cultura podían hacer que cosas que nos resultaban intolerables fueran comprensibles. Ablación de clítoris, por ejemplo. Un espanto en Occidente... ¿una costumbre respetable en ciertos países africanos? Sacrificios humanos: “Todavía en los años treinta, según informes británicos, las sectas shivaítas ofrecían a la diosa Cali sacrificios humanos. Algunas de estas sectas, como los thugs, desechaban el derramamiento de sangre por razones rituales y ahorcaban a las víctimas”, escribe. Pero en ese contexto, ¿están bien?

La posmodernidad, venía a decir, dejaba a atrás valores centrales de la modernidad: el universalismo que suponía que todos los seres humanos son esencialmente iguales y que el bien y el mal no son relativos, no depende de la cultura. Y que lo que rige a la humanidad -o debería- es la razón y la idea de progreso. Que hay futuro y que el bien está por delante, no atrás.

Juan José Sebreli, un polemista. (Maximiliano Luna)

“La historia perdió el lugar de privilegio que tuvo en épocas anteriores, y fue sustituida, como ciencia piloto, por la antropología y la lingüística, y sobre todo por una antropología basada en la lingüística. Al mismo tiempo surgieron ciencias nuevas, la semiótica, la semiología, o seudociencias como la “gramatología” las cuales no se ocupan de ningún contenido, y se reducen tan sólo al “discurso” que es, según parece, de lo único que se puede hablar”, escribía.

Esa distinción sigue siendo parte fundamental de las discusiones políticas de hoy. ¿Una matanza es buena o mala según quien la haga? ¿La antropofagia, comer humanos, es una variante cultural?

Sebreli dice que no: “Comprender el significado que las costumbres de los antropófagos pueden tener no quiere decir de ningún modo que haya que aprobarlas. Ni siquiera se puede ser neutral, ya que justificar el sacrificio ritual significa adoptar el punto de vista del sacrificador, pero no el del sacrificado. Por muy rito sagrado que sea para determinadas culturas, la antropofagia y todo sacrificio humano es un crimen”.

Hay cuestiones de culturas tradicionales que Sebreli señala críticamente: “Entre los pueblos primitivos del África, el hijo no debe aspirar a nada mejor de lo que tuvo el padre. Entre los bantúes el que mejore su vivienda o lleve una vestimenta mejor es condenado a una multa o se convierte en objeto de burlas”, dice.

O, por ejemplo, dice, las leyes hinduistas: “ordenan que en su infancia una niña debe estar sometida a la voluntad del padre, en su juventud a la del marido y luego a la de sus hijos, por tanto nunca puede hacer su propia voluntad”. Y que allí “una ceremonia que costó mucho extirpar fue el sati, la incineración de la viuda junto al cadáver de su marido”.

Cuestiones sexuales, ni hablar: “Para el Mahatma Gandhi cualquier unión sexual es un crimen cuando está ausente el objetivo de la procreación; la adopción de métodos anticonceptivos da por resultado, según él, la imbecilidad y la postración nerviosa”, escribe.

Y también: “Uno de los aspectos que ha caracterizado a la sociedad moderna ha sido la lucha por la igualdad de derechos de los sexos, y contra toda forma de represión de la sexualidad. Fueron Inglaterra en el siglo XIX y Estados Unidos en el XX quienes encabezaron esta batalla por la liberación sexual. Los relativistas culturales, si son consecuentes, deben admitir que la emancipación de la mujer y la liberación sexual no son valores universales”.

Ciertos aspectos del hinduismo son criticados por Sebreli. (EFE/EPA/PIYAL ADHIKARIO)

O el trato a los mayores de edad: en algunas culturas lo llevan a morir al hielo, en otras, cuenta, los matan de un hachazo o incluso con una flecha en el corazón. ¿Cuestiones culturales a tener en cuenta?

En ese libro Sebreli hace un punto contra el indigenismo, la reivindicación de las civilizaciones originarias de América: “El trágico destino de los indios americanos no fue pues una excepcionalidad, ni debe interpretarse como una lucha racial; sufrieron la misma suerte que todas las clases sociales supervivientes de un sistema caduco violentamente destruido por el nuevo orden capitalista”, empieza diciendo. Y después afirma que los movimientos “nacionalistas y populistas que abundaron en América latina a partir de los años ‘30 y especialmente después de la Segunda Guerra Mundial” usaron a los indios como elementos de construcción nacional frente a los europeos.

¿Negó por eso la crueldad de la conquista? No, pero la puso en un marco de ideas que tiene que ver con no idealizar a los originarios: “Los españoles fueron responsables de genocidio en América, pero al mismo tiempo fueron los primeros con Bartolomé de las Casas y Francisco de Vitoria en reivindicar la condición humana de los indígenas, basándose en una doctrina occidental como el cristianismo”.

Sacrificios humanos entre los aztecas.

Porque, decía: “Ni los aztecas ni los incas tenían una filosofía de la vida capaz de defender sus propios derechos humanos. Los crueles sacrificios que infligían a sus semejantes, los desautorizaban para denunciar los crímenes de los españoles. Sólo Occidente estaba provisto de un corpus teórico como para combatir los más atroces crímenes y las peores aberraciones del propio Occidente”.

La difusión del indigenismo, dice, resultó en un fenómeno particular: como la Iglesia Católica cargaba con el peso de la conquista, muchos indígenas sin salir del cristianismo se volcaron hacia ciertos grupos protestantes: “Existen en la secta pentescostal, la más irracional y delirante de todas, elementos que armonizan bien con las religiones tradicionales indígenas, por ejemplo, el papel fundamental de la danza, el canto y aun el grito en las ceremonias”.

En definitiva, Sebreli levantaba, cuando eran cuestionados, los valores de Occidente, y los defendía como progresistas, aunque en nombre de ellos se haya hecho tanto el mal como el bien. En El asedio a la modernidad se propuseo defender “la tradición progresista occidental”, contra el pensamiento que se entendía como progresista en ese momento. Desde los valores de esa tradición progresista, sostiene, va a denunciar “el incumplimiento, la traición o la abjuración de los mismos”.

Es un libro largo, ameno, bien documentado, polémico. Ni Sebreli se hubiera imaginado cuán vigente iba a estar más de treinta años después.