Ha pasado medio siglo de un evento deportivo que, a su medida, paralizó al mundo: el combate entre George Foreman y Muhammad Ali por el título mundial de los pesos pesados, ocurrido en Kinshasa, capital de la República Democrática del Congo (entonces Zaire). No es objetivo de este texto detallar las incidencias de un combate de boxeo que estaba destinado a pasar a la historia y así fue. Pasó a la historia. Alí triunfó por knock out en el octavo round y recuperó el título mundial que le había sido quitado luego de la controversia judicial que envolvió su negativa a alistarse en el ejército de Estados Unidos en plena guerra de Vietnam. Si ya era grande, fue más grande luego de ese 30 de octubre de 1974 hasta convertirse en uno de los deportistas más relevantes de la historia del siglo XX, el siglo de la explosión del deporte profesional como uno de los entretenimientos más populares de la humanidad.
El aniversario redondo llama a reconsiderar y poner en valor el documental Cuando éramos reyes (When we were kings), ganador del premios Oscar 1997 en su correspondiente categoría y mucho más que eso, una pieza audiovisual de colección, capaz de capturar en su relato el clima de época, la significación de la figura de un deportista (Muhammad Ali) como líder social, la excentricidad de realizar un evento deportivo en el corazón del continente africano -en un país del tercer mundo- y a la par, celebrar un festival de música, un Woodstock afroamericano con las participaciones de James Brown, BB King, Bill Withers, The Spinners, Miriam Makeba y Celia Cruz entre otros.
Cuando éramos reyes no es una simple película. Es una cápsula del tiempo, un relato visual de un momento irrepetible donde Muhammad Ali, autoproclamado “el más grande de todos los tiempos”, era más que un boxeador: era una fuerza de la naturaleza, una explosión de carisma y desafío que, en 1996, rebotó en las pantallas de cine y volvió a hacerse sentir en todo el mundo con este documental de Leon Gast. Aquella madrugada de octubre de 1974 -la pelea se realizó a las 5 de la mañana de Zaire, para coincidir con el horario prime time en Estados Unidos-, mientras Ali se encontraba cara a cara con el invencible George Foreman, el mundo entero contenía la respiración.
Gast pasó 23 años recopilando escenas que mostrarían a un Ali en su apogeo. “Es el mejor momento de su carrera”, afirmó el realizador durante el Festival de Sundance, cuando presentó su documental. En la pantalla, Ali aparece sonriente y confiado, moviéndose por Zaire como si conociera cada rincón del país, como si los tambores de la jungla africana marcaran el ritmo de sus pasos. Con una seguridad desafiante, declara, “¡Soy el más hermoso!” y la audiencia enloquece. Cada frase, cada movimiento parece calculado para cautivar y, a la vez, desafiar.
La pelea fue solo el epicentro. A su alrededor, un festival de cultura afroamericana. Gast lo captura todo, desde la llegada de Foreman con su perro pastor alemán y sombrero vaquero, hasta el estruendo de la música en los días previos al combate. “Ese estadio era una bomba de tiempo”, recuerda Norman Mailer, otra de las estrellas que aparece con su testimonio en el documental. Mailer viajó a Zaire, presenció la pelea y de ahí escribió una magnífica crónica que luego habría de convertirse en el núcleo central de su libro La pelea (The Fight) de 1975.
Cuando Muhammad Ali y George Foreman pisaron Zaire, sabían que el mundo los observaba. La pelea del siglo no solo significaba una enorme bolsa (para la época) de 10 millones de dólares combinada, sino la oportunidad para que Ali, con 32 años, reclamara el trono que le habían arrebatado. Foreman, con apenas 26, llegaba como una fuerza imparable, el campeón reinante que aplastaba a sus rivales en dos asaltos. A su lado, hasta Mike Tyson habría parecido pequeño. Ali, quien había perdido su título y casi su carrera por rehusarse a ir a la guerra, estaba ansioso por vencer al único rival que faltaba en su lista. “No me importa lo que piense la gente. Estoy de vuelta para ser el mejor otra vez,” afirmaba mientras entrenaba, más fuerte y confiado que nunca.
Pero cuando, apenas días antes de la pelea, Foreman sufrió un corte sobre el ojo, el combate se pospuso por seis semanas. El presidente Mobutu Sese Seko ordenó que todos permanecieran en el país. Ni los boxeadores, ni la prensa, ni los fanáticos podían irse. Esa espera sofocante es capturada por Leon Gast de manera magistral. Foreman se mantenía en silencio, como un enigma, ajeno al furor. A veces ni siquiera respondía a las preguntas de los reporteros, sin mostrar una pizca de nervios. Ali, en cambio, se convirtió en una máquina de propaganda de un solo hombre. Lideraba a las multitudes en el canto que resonaría por toda Kinshasa: “¡Ali, bomaye!” (“Ali, mátalo”). Era su terreno, su gente; él entendía el momento y cómo volverlo en su favor.
Cuando éramos reyes va más allá de las bromas y los golpes de efecto. Gast, en su película, muestra cómo Ali nunca dejaba de recordar a todos el significado más amplio de esta pelea. Ante los periodistas y los zaireños que lo rodeaban, declaraba: “Los afroamericanos dejamos África como esclavos. Ahora regresamos como campeones”. La pelea se desarrolló como un símbolo de empoderamiento, y mientras Ali absorbía esa energía, Foreman permanecía impávido, como presintiendo el destino que lo esperaba en el cuadrilátero.
Fundamentales en el documental por su relato, George Plimpton y Norman Mailer recuerdan todavía el miedo que sintieron por Ali. Las probabilidades parecían en su contra. Foreman, que había noqueado a Frazier y a Norton en dos asaltos, llegaba a Zaire como un coloso. Lo único que Ali tenía, hasta para sus seguidores más leales, era su gran boca.
Para quienes vieron a Muhammad Ali en su esplendor, Cuando éramos reyes es como volver a una era de imposibles. Ali no era solo un atleta prodigioso; era un ícono, un embajador para los negros del mundo, y un espectáculo en sí mismo. Cada palabra que pronunciaba, cada paso de entrenamiento que Gast capturó en su cámara, reflejaba esa fusión única de talento y audacia.
Leon Gast ensambló un documental pulido hasta el detalle, y cada minuto es un deleite visual que respira energía y vida. Cuando éramos reyes hace que el espectador se sienta parte del entorno electrizante de Zaire, testigo de las gestas de ambos boxeadores y de un evento que, mucho más allá del boxeo, marcó un momento cultural y político inolvidable. Esa es la buena noticia ¿La mala? No está en las plataformas usuales de streaming, pero se sabe que -en el océano de Internet- el que busca encuentra.