“En el amor y en el juego hay una apuesta. Incierta, sin saber si habrá premio. Pero en la jugada se pone todo”, dice el protagonista de Todo por amor, pero no todo. Alguna vez, usted, querido lector, ¿se preguntó por qué de un tiempo a esta parte han crecido tanto las ludopatías? La respuesta es simple: es que en algún lugar hay que perderlo todo. Y cuando ese lugar ya no es el amor, cuando este ya no despierta la menor apuesta, solo queda el juego.
Todo por amor, pero no todo
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¿Será por eso que crecen furiosamente las apuestas online entre adolescentes, justo en aquellos que –como decía Freud– no tendrían que estar haciendo otra cosa que enamorarse? El amor parece haberse vuelto un artefacto del pasado. Ahora solo existen los vínculos, tratados con asepsia, con criterios de disminución de riesgos y daños (¡red flags por doquier!) y cada quien se volvió un poco una suerte de especialista y/o terapeuta vincular. Creo que enloquecimos.
Por eso un libro en cuyo título figure la palabra “amor” es un desafío y un llamado de atención. Los franceses dirían una boutade (algo así como una provocación). En otro pasaje de la novela, otro personaje conversa con una amiga y plantea: “¿Cómo distingo entre el deseo, profundo, indiscutible, y el antojo, el ‘me parece que tengo ganas, pero no sé’, el ‘tengo ganas, pero no me va la vida’…?”. Si yo estuviera en la novela, le diría: justamente tu deseo se reconoce en ese “pero” con el que vos misma no podés dejar de tropezar.
Pero yo no estoy ahí y la amiga, como si fuera una psicoanalista también, le responde con sus propias palabras: “Me va la vida”, indicándole que la pregunta ya incluía la respuesta. Sin embargo, ¿no parece de otra época, en estos tiempos líquidos e instrumentales, que alguien se haga cargo de la inquietud por aquello en que se le va la vida? Por favor, léase esta expresión con toda su fuerza: dejar la vida en algo.
El amor es para perderlo todo. En el amor perdemos tiempo y dinero, perdemos mucho más: una parte de nosotros mismos que, en la medida en que llega la eventual separación, se arranca de nosotros en la experiencia del duelo. Cuenta la anécdota que, hace muchos años, una mujer quiso tomar clases de escritura con Rodolfo Fogwill. Este habría dicho: “Pobrecita, ella cree que esto es para ganar y esto es para perder, para perderse…”.
Otra anécdota. Un reportaje al lingüista Roland Barthes, de su época tardía, cuando ya se había consagrado como un gran escritor (incluso best-seller) y se había alejado de la moda estructuralista de la Francia de mayo del ‘68. Allí dijo algo así: “Después de todo el ruido que hicimos, cuando necesitemos una ética vamos a tener que volver a Sartre”.
Luis Novaresio vuelve a Sartre. En su novela la presencia del existencialismo se da a través de la figura de una filósofa que dicta clases a las que asisten los personajes. De un modo sutil y preciso –que me recordó mi lectura temprana de El mundo de Sofía– de repente nos vemos con un telón de fondo que, a través de las vivencias de los diferentes personajes, habilitan una reflexión profunda: la pareja, ¿es un contrato? ¿Hasta dónde llegan los acuerdos y dónde comienza la clandestinidad? ¿Se puede amar a alguien y desear a otra persona?
Porque el amor no es la pareja. El protagonista de la novela (démosle su nombre: Uno) lo propone explícitamente en una sesión con su analista: no le molesta ver a su pareja con otro, sí la chance de ser dejado, porque el desamor no tiene remedio. El desamor confronta con el desamparo y aquí el analista se lo dice claramente a Uno: no nos vamos a enroscar con el discurso de la belleza hegemónica, con las explicaciones sociológicas y blablablá, acá se trata del deseo y del miedo, que se meten en el cuerpo.
Novaresio es valiente. No escribió una novela para los slogans de turno, el suyo no es otro de esos libros destinados a mostrar que todo “es una construcción social” –como se dice hoy. ¡El amor no es una construcción social! Decir esto sería un acto de mala fe. Aunque esté lleno de convenciones, de arreglos y trampas, de instituciones, etc., el amor es la sede de la ocasión de una experiencia única para el ser humano, una en la que se puede revelar a sí mismo como auténtico.
Claro, el amor del que nos habla la novela de Novaresio no es el amor romántico, ni el de las mariposas en la panza. Es el amor que nos compromete; es el amor en el que se trata de la alienación de la libertad –pero no según la fobia actual de la limitación, sino a partir de lo que etimológicamente significa alienarse, es decir, devenir otro. Por eso, el drama implícito que viven los personajes es de la renuncia. Ahora sí, hablemos de ellos.
Por un lado, tenemos a Uno, un hombre que ama a otro hombre, a uno que nunca va a renunciar a su deseo por una pareja. ¿Quiere decir eso que no ama a Uno? No. En todo caso, la cuestión es por qué para Uno el amor impone una renuncia, cuyo correlato es el temor al abandono. ¿Y si yo renunció y el otro no? Pero, ¿no es esta la astucia neurótica que hace algo para condicionar al otro a que haga lo mismo? La hipocresía de nuestros vínculos afectivos está llena de ese reproche mendaz que sermonea: “Yo nunca te hubiera hecho lo que vos me hiciste” y esconde que las inhibiciones de quien no lo hizo en la realidad… pero sí en todas las fantasías. ¿Es un compromiso honesto el que se basa en una prohibición auto-impuesta? No. El sujeto libre es otro, el sujeto amoroso, es aquel que elige la renuncia sin nostalgia por lo renunciado.
Sexo como represión
Después, una mujer: Ana. Exitosa, en un “buen matrimonio”, pero con un deseo sexual que la lleva a diversas fugas clandestinas. ¿Se puede salir de la disociación de refugiarse en un vínculo con el indicado (para sostenerse) como contrapunto para una vida que transcurre al margen, en una especie de fuera de tiempo y espacio? El sexo desenfrenado a veces es la mejor de las formas de represión sexual, es decir, aquella en que menos el sujeto se realiza como ser-para-la-sexualidad. Así como los existencialistas hablaban del ser-para-la-muerte, Novaresio hace una investigación de las distintas máscaras en que se auto-oculta la relación de cada quien con esa fuerza ciega que es la pulsión.
Luego, otra mujer: Eva. Una especie de tonta y resentida, que se ampara en el rol de “dejada” por su pareja. Hace muchos años, Borges (Graciela, por supuesto) afirmó que nadie deja si no lo dejaron antes. Con Eva podría construirse una especie de títere sartreano que en nuestro rioplatense podríamos llamar la “mosquita muerta” –así como Sartre hablaba del canalla (salopard). Dejaremos a Eva aquí, no sin antes decir que tiene que llegar al extremo de un pasaje al acto para asumir una vida de una vez por todas.
Estos personajes se reúnen en el Aux des Magots (que recuerda en su nombre el célebre café en que se reunían Sartre, Simone de Beauvoir y otros existencialistas), aquí la alusión es directa. Querido lector, ¿leyó alguna vez, o vio una puesta en escena, de la obra sartreana A puerta cerrada, esa en que se dice: “El infierno son los otros”? Novaresio escribió una suerte de homenaje en clave contemporánea. Mientras leía esta novela también recordaba otra gran novela, pero de Simone de Beauvoir: La invitada.
Ahora bien, ¿por qué Novaresio escribió una novela, algo que no necesita hacer? En un rodeo con un personaje, que lo recuerda, él mismo responde: es un periodista reconocido, es un gran entrevistador… ¿por qué alguien haría algo por fuera de lo que se espera de él? La respuesta es solo una, aunque se la puede decir de dos maneras: “Es un hombre de deseo”, diría un psicoanalista; “Es un hombre libre”, diría Sartre. En efecto, recuerdo unas palabras que el gran filósofo existencialista escribió a propósito de un homenaje: “Es bueno que cada tanto exista un hombre libre”. Es bueno que cada tanto Novaresio escriba una novela.
Uno en el diván
Pero esto no termina aquí, querido lector. Si este es el aspecto existencialista de Todo por amor, pero no todo, también quisiera desarrollar algo más sobre lo que propone a partir del psicoanálisis. En diferentes momentos de la novela, por ejemplo, Uno tiene sesiones con Gabriel y este es un guiño que no voy a dejar pasar. Intencionalmente, o no, esta novela es también una reflexión sobre aquello que más le importa a la práctica del psicoanálisis, esto es, la diferencia sexual, pero no desde el punto de vista de la identidad, sino por la relación con el amor, el deseo y el goce.
Por un lado, tenemos a Uno, quien claramente reconoce que el goce es algo distinto del amor y que el deseo también tiende a irse a otra parte, en fuga, ¿cómo dos hombres no van a estar de acuerdo en esto? Por eso Uno no le pide a su novio que renuncie a estar con otros, sí quisiera que hubiera ciertas condiciones. En ningún momento entre ellos se plantea un tipo de exclusividad que limite el deseo, solo se busca que el amor no se vuelva dañino. De esto es que habla Uno con su psicoanalista y con su amigo Felipe. Este último, por ejemplo, le dice a uno en un bar:
“Vos, Uno, te estoy preguntando, ¿qué querés? Cuando sepas eso, me llamás y nos sentamos a hacer la lista de lo que te bancás o no. Porque una cosa es que respetes lo que quiere el otro y otra, pero muy distinta, es dejarse engañar por eso que quiere el otro”. En este punto, la distinción es patente y Felipe quiere que su amigo no consienta algo que solo podría lastimarlo por no saber distinguir entre el deseo y el amor.
Otra es la posición de Ana, quien vive en lo oculto algo que jamás reconocería ante su marido. En efecto, cuando este se entera de que ella busca su goce en los cines porno, le dice “puta”. El varón insulta el goce femenino, cuando este no queda absorbido por el amor. Sin embargo, Ana ama a Héctor, sin que este amor funcione como un punto de detención para el deseo, ya no en fuga, sino dividido, duplicado.
De aquí creo que proviene una lectura que le puede dar un sentido estricto al título de la novela. Todo por amor, pero no todo es una fórmula que, del lado de Uno, se puede entender en términos de que el amor no se vuelva absoluto; del lado Ana, importa más el “no todo” (con el que Jacques Lacan caracterizaba lo propio de la sexualidad femenina) en la medida en que ninguna mujer está toda en el amor –aunque la dominación masculina haya querido hacer del amor un destino para las mujeres.
De esta última inclinación cultural se desprenden varios mitos, como por ejemplo el de que los varones son más infieles que las mujeres. Cualquier psicoanalista sabe que esto no es verdad. Por cierto, como bien lo demuestra el personaje de Ana, la mujer –lo sepa o no– es infiel por definición. Para no dar una justificación teórica, pensemos en la más simple de las constataciones clínicas: el varón nace y tiene una relación con un objeto primario único (la madre), mientras que la niña tiene dos objetos primarios (la madre y el padre). La mujer es infiel desde el comienzo.
Por esto Uno se hace preguntas por la monogamia que no se dan en Ana. Si el varón padece el conflicto entre el amor y el deseo, para la mujer la cuestión está en que su goce no está en un solo lugar. Dicho en términos psicoanalíticos, para el varón la cuestión del goce se resuelve con un referente (el falo, ¡uno al igual que Uno!), mientras que para la mujer se trata de una experiencia que no tiene localización precisa. Esto es algo que ya sabía Rabelais, cuando el siglo XVI dijo que “toda mujer, aunque estuviera en cierto modo satisfecha sexualmente por el hombre, siempre está como en otro lugar”. Lo interesante es que el escritor francés llama a esta actitud “poner los cuernos”.
Luis Novaresio escribió una novela existencialista y un ensayo de psicoanálisis. Esta es una novela sobre la libertad, el compromiso, la elección, la mala fe, pero también un ensayo sobre lo masculino y lo femenino, en tanto estas, independientemente de cualquier anatomía, son posiciones sexuadas. Por un lado, ilustra a la perfección la concepción sartreana del amor que, en El ser y la Nada, termina en la descripción del masoquismo; por otro lado, pone en palabras ese aforismo lacaniano que dice que el amor hace que el goce condescienda al deseo, pero no todo.
“Pero no todo” insiste Novaresio. Y con esto concluiré. A través del amor, Novaresio escribió también un elogio de la amistad. Uno, Ana, Eva, Lourdes, Gerardo, Felipe, son una hermosa red que se va construyendo en el decurso de estas páginas y, si bien la atención lectora está puesta principalmente en los dramas del amor, a un costado, como contención, se desarrolla ese otro modo de ser con otros, sin el cual la vida no tendría sentido. A un amigo no se lo juzga, no tenemos por qué entender sus decisiones, ni estar de acuerdo; a un amigo se lo ama y se lo elige en su libertad. Este es un libro sobre el amor y la amistad, es decir, sobre el prójimo, ese que está más cerca y no por eso deja de ser un extraño. Ese que nos invita a la relación con nuestra propia extrañeza.
Si el amor y la amistad no están para que nos sospechemos distintos de cómo creemos que somos, son pura franela. Luis Novaresio es un hombre libre, un hombre de deseo y, además, un amigo de sus amigos. Tiene sentido escuchar lo que tiene para decirnos.