Pedro Olalla: “Nuestros sistemas utilizan el prestigio de la democracia para maquillar lo que son: oligarquías encubiertas”

El escritor helenista nacido en España y radicado en Grecia desde 1994 dice que aunque haya “ganado mucho terreno la superficialidad y el egoísmo” en el mundo, persiste una “actitud humanista”

Pedro Olalla: “Nuestros sistemas utilizan el prestigio de la democracia para maquillar lo que son: oligarquías encubiertas” (Foto: Matias Arbotto)

Pedro Olalla nació del lado equivocado de España: en Oviedo, a pocos kilómetros del Atlántico, mirando hacia América. Del otro lado, a su espalda, estaba el Mar Mediterráneo, y más allá, a lo lejos, Grecia, donde vive. Pese al malentendido geográfico, aquel país histórico lo sedujo y acabó fijando allí su residencia, en 1994, a los 28 años; y nunca más se fue. “No tengo nada que ver con Grecia por vía familiar: no tengo antepasados griegos ni una relación consanguínea que me llevara a interesarme por todos estos temas. Yo nací en un sitio aparentemente muy alejado y, sin embargo, creo que para un occidental interesado por cualquier campo de la cultura, de la ciencia, del conocimiento, Grecia está siempre en el horizonte. Uno siempre acaba encontrándose con Grecia”, dice.

Hay mucha gente en el hall del Hotel Intercontinental. Tintineo de copas, charlas en voz alta. Olalla bebe su agua gasificada y habla suave, sosegado, imperturbable. “Desde las primeras páginas de los manuales asta la profundización en cualquier campo, lo griego forma parte de nuestro imaginario colectivo. La cultura griega no es una cultura exótica para un occidental, es como si habláramos de la cultura china, japonesa, india, egipcia, de la Mesopotamia o de otras culturas del pasado. En ese sentido, la cultura griega no es una cultura ajena, es nuestra propia cultura desde una perspectiva diacrónica e histórica que viene de tiempos muy remotos hasta hoy. Y ese es el interés que a mí me movió a acercarme a todo esto. Un interés puramente intelectual o cultural”, asegura.

En principio, Olalla es escritor: publicó más de treinta libros. Algunos son Atlas Mitológico de Grecia, Historia menor de Grecia, Grecia en el aire, De senectute politica: carta sin respuesta a Cicerón y Palabras del Egeo. También es traductor: Nikos Kazantzakis y Menis Koumandareas, entre tantos y tantos. Además es profesor: más de veinte años ejerciendo la docencia en lugares como el Instituto Cervantes de Atenas, el Parlamento Griego y la Universidad de Atenas. Incluso incursionó en la fotografía y en el cine. Por todo esto obtuvo varias distinciones, como el título de Embajador del Helenismo por el Estado griego, el de Caballero de la Orden del Mérito Civil por el Estado español, y el de Ciudadano Honorario en tres ciudades de Grecia: Clítor, Isla de Quíos e Islas Enusas.

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Grecia en el aire

Por Pedro Olalla

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—La idea de democracia construida en la Antigua Grecia ha sido siempre muy fuerte y ha prevalecido, pero ¿qué pasa cuando irrumpe el capitalismo? Hoy en día, y esta es una opinión personal, en ese matrimonio entre la democracia y el capitalismo, el que domina, el que somete, es el capitalismo. ¿Qué pasó? ¿Se ha desdibujado la democracia?

—La democracia en un sentido griego, y en un sentido ateniense, que es la que mejor conocemos pero no era la única democracia -había sistemas democráticos en cientos de polis griegas que por desgracia conocemos con mucho menor detalle-, perseguía unos objetivos muy claros: la identificación máxima entre los gobernantes y los gobernados. Que no hubiese un vacío, una brecha entre los gobernantes y los gobernados. Que fuesen los mismos ciudadanos como portadores activos, responsables y conscientes de la esencia política de la sociedad los que se gobernaran a sí mismos. Ese era el objetivo fundamental. En ese objetivo estaba también la búsqueda del interés común y del bien común. Y que ese interés común fuera constantemente definido, refrendado y defendido por el conjunto de los ciudadanos. Estaba también la idea de que la democracia debe ser entendida como un sistema para luchar contra la ley del más fuerte. ¿Para qué? Para combatir el egoísmo. Para impedir que aquel que tiene la fuerza natural, que puede venir por su linaje, por su poder económico, por su poder militar, etcétera, estuviera limitada por el poder político. Que hubiese una confianza y un consenso en el poder político para que pudiera actuar como elemento corrector frente a otras desigualdades derivadas de la posesión de bienes, del poderío, de la sangre o de las armas. Esa es la voluntad que persigue el sistema democrático ateniense y el sistema democrático antiguo. Lógicamente, eso dista mucho lo que son las democracias actuales. Si nos atenemos simplemente a esto último, vemos que hoy el proceso es casi absolutamente inverso. No tenemos un poder político fuerte que pueda servir de límite a las libertades del poder económico para que pueda darse la justicia, sino que lo que tenemos es un poder económico que busca todos los mecanismos posibles para convertirse en un poder de iure para transmutar su poder económico en un poder político, para utilizar la política para la salvaguarda de sus propios intereses y no para la consecución del interés común. Eso es diametralmente opuesto a la democracia ateniense y a la política como arte de organizar las sociedades.

Muchos de sus libros se encuentran publicados por el sello Acantilado (Foto: Matias Arbotto)

—¿Cómo se produce ese cambio conceptual de rumbo, por qué?

—Porque nuestras democracias actuales son, en gran medida, mucho más herederas del republicanismo romano, que es otra forma de entender la política, una forma representativa, patricia. Una forma en la que determinadas clases ganan determinadas parcelas de poder frente al absolutismo de un poder monárquico tradicional o único pero las utilizan igualmente para la salvaguarda de sus intereses y son fundamentalmente las clases económicamente poderosas. Somos más herederos de esa tradición en la que el ciudadano no es el que gobierna y el que juzga, como decía Aristóteles, sino es más bien el beneficiario de una serie de derechos políticos y sociales que se le reconocen, pero no es el portavoz activo y responsable de la esencia política de la sociedad. Y hemos retomado el término democracia para denominar a nuestros regímenes políticos. Hoy en día todos son democracias, sin embargo ninguna democracia de las actuales se aviene al ideario y a la definición de esos principios básicos de identificación entre gobernantes y gobernados y de ejercicio directo del poder político que tenían las democracias antiguas. En ese sentido, podríamos decir que nuestros sistemas utilizan el nombre, el prestigio histórico y el consenso universal de la democracia para justificar y maquillar o generar aquiescencia de sistemas que en realidad son oligarquías encubiertas.

—En los últimos años parece haber un renovado interés por la Antigua Grecia, sobre todo de producciones audiovisuales. ¿Qué posibilidades y qué riesgos ves en esa relectura que hace nuestra época?

—El interés por lo clásico, y en parte por lo griego, es una constante en la cultura universal. No es una moda. Ha ido generando toda una tradición muy fértil y ha tenido sus momentos, sus curvas, sus valles, sus fluctuaciones, pero nunca ha sido algo sujeto particularmente a la moda; es más bien una constante. En ese sentido, creo que seguimos inmersos en esa constante, no estamos inventando nada nuevo. Al volver sobre las referencias griegas lo hacemos de una manera también acorde a nuestros modelos estéticos, de consumo, artísticos y de todos los órdenes. Es decir, hacemos una relectura de todo ese material que en otros tiempos inspiró otros tipos de creación artística y que hoy inspira cosas distintas. En ese sentido, no me parece nada reprobable ni nada que sea distinto a lo que se haya hecho en otras épocas. Lo que sí puede pasar es que la manera en que se haga y sobre todo la actitud en general de la sociedad pueda convertir este proceso de inspiración y de homenaje en frivolización y superficialidad. Eso es lo que podemos observar en muchos casos. Por un lado, me parece bien que se siga mirando hacia lo antiguo desde todos los ángulos y para inspirarse, pero debemos ser respetuosos también con eso. Lo interesante es llegar a tener una buena utilización de todo ese tesoro que tenemos en común, de todo ese mundo de referencias. No limitarnos, por ejemplo, a buscar recetas para la felicidad en una serie de citas de libros de la antigüedad o simplemente buscar imágenes para ilustrar determinadas creaciones modernas, sino ir un poco más allá y ser capaces de profundizar y de mantener las actitudes que ellos mantuvieron. Es decir, más que sus resultados, más que la reutilización de sus conclusiones, me parece interesante mantener su actitud de búsqueda de libertad, de honestidad y de respeto por la verdad.

Para Olalla, la Antigua Grecia "es una de las herencias más fecundas y más positivas que puede exhibir la civilización occidental"

“Hubo un momento en que decidí profundizar in situ”, dice. Si Grecia está “presente en los mitos, en la poesía y en las artes plásticas”, y uno lee, observa, estudia, y lo hace con frecuencia y rigurosidad, ¿cuál es el siguiente paso? “Quise trasladarme a esos mismos escenarios para estar en contacto con el teatro donde ocurrieron todos esos hechos históricos, los escenarios de todos esos mitos, estar en contacto con la lengua, con los hablantes, con las fuentes documentales antiguas, con la bibliografía moderna, estar en contacto con sus autores y formar parte de ese presente, participar y, en la medida de lo posible, contribuir humildemente al conocimiento de todo esto en el futuro. Creo que eso es lo único que me puede diferenciar de cualquier otro amante de la cultura griega“, dice.

A mediados de los noventa, cuando Olalla llegó, Grecia era un país que vivía con euforia el proyecto colectivo de la Unión Europea. En sus palabras, era “un país más parecido a los demás” hasta que “cayó en desgracia”. Estamos hablando de la gran crisis de deuda que se desató en 2009: “Hubo una operación de descrédito que se le hizo desde los propios países de la Unión Europea que pensábamos que iban a ser nuestros aliados. Luego no fue solo Grecia, también los llamados PIGS (acrónimo peyorativo en inglés de Portugal, Italia, Grecia y España), y ese descrédito desproporcionado afectó su situación. Desgraciadamente va a llevar tiempo quitárselo de encima. Pero antes, cuando yo llegué, era un país eufórico, un campo de posibilidades donde la política y los temas sociales tenían peso e importancia”.

Este autor helenista, mientras se formaba en un país desbordado culturalmente de riqueza, experimentaba de primera mano, “y como víctima, como damnificado, todas esas políticas”. El estudio no quedó en segundo plano, sino que se cohesionó a la agónica actualidad. “Al lado de la gravedad de todo lo que estaba sucediendo, lo que hacía me parecía una frivolidad. Por eso me surgió esta vocación por rastrear la presencia de toda la tradición antigua. Entonces me metí escribí Grecia en el aire, que reúne pensamiento filosófico y político sobre la deontología de la democracia y de la política, una obra fundamentalmente ética que se pregunta por el escenario de todos esos valores de los que nos sentíamos herederos y continuadores, que estaban siendo convertidos en su tumba”, explica.

"La cultura griega no es una cultura ajena, es nuestra propia cultura desde una perspectiva diacrónica e histórica"

—Compartimos una tragedia económica: la crisis que provocó la deuda. Son latitudes completamente diferentes, pero hay algo ahí que nos une.

—Crisis que tenemos, porque creo que en ninguno de los dos casos se puede dar por terminada. Es más, en el caso de Grecia, la deuda externa, que al parecer fue lo que puso en marcha todos estos procesos supuestamente de rescate y de medidas de austeridad, etcétera, no ha hecho más que crecer desde el primer momento. Cuando se metió a Grecia en los procesos de rescate en mayo del 2010 la deuda representaba el 129% del PIB de entonces. Cuando se decidió en 2018 sacar ya por fin a Grecia a los mercados, esa deuda externa superaba el 230% del PIB de ese momento, que había descendido un 25%, cosa que no suele suceder más que en casos ya de catástrofe de guerra o humanitaria. Y eso, pese a todos los sacrificios materiales y humanos que se llevaron a cabo a lo largo de esa década y media. Con lo cual no creo que podamos dar el proceso por terminado ni por cerrado. Seguimos estando controlados por las agencias de calificación, por los planes semestrales. Seguimos pagando la deuda, seguimos abundando en las mismas recetas y en las mismas direcciones. Ya ni siquiera se habla de ello. En este sentido, el caso de Argentina, que ha tenido amplia experiencia en esta dirección, y el caso de Grecia son como vidas paralelas. Quizás haya una un elemento diferenciador en este proceso, que es que en el caso de Grecia la intervención de los Estados a través de la deuda con el Fondo Monetario Internacional y todos estos organismos internacionales ha dejado amplia experiencia ya en más de la mitad de los países del mundo. No es una cuestión ni de Argentina ni de Grecia en exclusiva. Pero en el caso de Grecia el rasgo más singular es que ese tipo de procesos, que ya tienen tanta tradición en otras latitudes, se da por vez primera dentro de las fronteras de la Unión Europea, y en concreto dentro del espacio euro, lo que le da un carácter especial, porque el Estado en cuestión está privado de la posibilidad de hacer política monetaria con su moneda. Es una deuda denominada en euros, que a estos efectos es como si fuera una divisa que no puede controlar y que representa una pérdida de soberanía. Por lo demás, yo creo que si trasladamos los parámetros a nivel social y a nivel de impacto en todos los órdenes pues son muy comparables.

—Si tuvieras que mencionar algunos de los impactos que tuvo todo ese proceso de crisis en la vida de los griegos, ¿cuáles serían?

—A lo largo de todos estos años hemos tenido el mayor plan de privatizaciones del mundo. Hemos tenido todos los ministerios intervenidos. Se han ido recortando todo tipo de prestaciones y de derechos, incluso contra el propio derecho originario de la Unión Europea, contra acuerdos internacionales o contra lo que podríamos considerar ya un acervo conseguido en materia de derechos individuales, laborales, de pensiones, de todo orden. En los años más duros se ha llegado a alcanzar un 45% de recorte de media en las pensiones: un crimen de lesa humanidad. En los en los salarios se ha alcanzado recortes del 35%. Ha habido un ascenso de la mortalidad infantil de un 40%. Ha habido más de de 300.000 empresas cerradas, más de 1 millón de parados y una tasa de suicidios de casi dos suicidios al día durante muchos años. Incluso ha habido un descenso de la población en unas cifras importantes en más de 150.000 personas, que eso parece que es un efecto secundario casi imperceptible a lo largo de una década y que se nos pasa desapercibidos. Es como si hubiera desaparecido del mapa una ciudad de 150.000 habitantes. Todas estas cosas han dejado una impronta muy, muy grande en la sociedad griega y que tiende a diluirse en esas responsabilidades colectivas, de que ‘son procesos casi naturales’, como si no tuviera que ver con las decisiones políticas, cuando en realidad sabemos que lo que se está haciendo es garantizar el cobro de los acreedores sacrificando la supervivencia de los deudores. Ha sido repetidamente probado que puede ser calificado como deuda odiosa, una deuda contraída contra los intereses de la nación y que podría ser reclamada ante tribunales internacionales. Esto no lo digo yo, lo dice el propio informe que el parlamento griego encargó en un momento dado a Éric Toussaint y a una comisión de expertos en deuda pública y llegaron a esas conclusiones. Hay incluso una resolución de la Asamblea de las Naciones Unidas en este sentido, calificando de deuda odiosa, demostrando que va contra el derecho internacional y contra el propio derecho originario de la Unión Europea. Es decir, todo se traduce en un largo proceso de extorsión y saqueo en nombre de una controvertida deuda y en un proceso que yo calificaría de connivencia entre las élites políticas nacionales y los acreedores internacionales para salvaguardar sus propios intereses y para hacerse con los recursos del propio país.

"Ha ganado mucho terreno la superficialidad y el egoísmo", dice Olalla; sin embargo asegura que hay "una actitud humanista" que persiste

—Mencionaste Grecia en el aire. En ese libro decís que Grecia es una patria del espíritu. ¿Por qué esa definición?

—El espíritu es algo inmaterial, es algo elevado precisamente de lo material. Cuando hablo de Grecia en el aire, de esa Grecia flotante, de esa Grecia como patria del espíritu, me estoy refiriendo a una Grecia que no es la del territorio, no es la cultura exclusiva de un pueblo que vive en un lugar concreto y en unas coordenadas, sino que es el fruto de toda una tradición emanada de ese lugar y de las mentes más denodadas, más valientes, más positivas que lo cultivaron. Hablo de una herencia universal que flota por encima de los territorios y de las circunstancias históricas en un flujo, por así decirlo, que ha ido inspirando cantidad de cosas a lo largo de la historia y que se ha ido enriqueciendo con el aporte de muchos espíritus que contactaron con todo eso. Eso ha ido conformando también nuestro devenir de una manera muy profunda. Creo que esta herencia, esta actitud, esta tradición, este cultivo que llamamos el espíritu griego o el espíritu humanista es una de las cosas más presentables que podemos exhibir como civilización occidental. Una actitud que ha sido de resistencia y no propiciada desde las instituciones oficiales, que no ha sido un plan de Estado. Ha sido siempre algo marginal, algo que incluso le ha costado la vida a muchos de sus defensores, pero que hizo que dieran un paso hacia aquello que consideraban bueno, aunque su victoria en ocasiones no fuera más que una victoria moral. Yo creo que es una de las herencias más fecundas y más positivas que puede exhibir la civilización occidental frente a otras que son de un signo mucho más negativo, porque hemos sido una civilización muy depredadora frente a otros pueblos y frente a los recursos de la humanidad en su conjunto. Hemos sido supremacistas en muchas ocasiones, por ejemplo.

—¿Creés que hoy en día falta un poco de esa heroicidad, de esa actitud moral comprometida?

—No diría que falta. Podría parecer que sí, porque comparativamente ha ganado mucho terreno la superficialidad y el egoísmo. Pero no creo que falte esa actitud; ha existido siempre y tampoco falta en este contexto. Quizás quede más desfigurada o pase más desapercibida. En medio de tanta superficialidad o de tanta indiferencia hoy hay representantes muy valiosos y muy dignos de esa actitud. Nos los encontramos constantemente. Es una actitud humanista, a favor la utilización de nuestra voluntad de forma consciente y de forma solidaria. Sí me parece que ha sido siempre una actitud minoritaria y no ha sido nunca algo de los muchos.

[Fotos: Matias Arbotto]

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