- A mí me gustan que los tipos sean un poquito “fisicudos”.
- Al menos en una coincidimos, Andrea, -le dije
- Pero viste lo sexy que es Mauricio Dayub. -agregó ella.
- ¿Te parece?, -le pregunté.
Y sus gestos fueron entonces todos los gestos posibles. Niní en “Se nos fue redepente”, China en la carroza y, sobre todo, Andrea, siempre Andrea cada vez que la vi arriba de un escenario. Nos reímos a las carcajadas haciendo temblar las mesitas del café del teatro el Círculo de Rosario y ella terminó ahogándose con ese tono que el pucho y la macchietta teatral le habían dado.
Extraordinaria actriz, fuera de lo ordinario, capaz de haberse parado en un teatro de cualquier parte del mundo y generar la misma falta de aire que provoca la admiración repentina. Polifacética al punto de hacer rimar a Shakespeare con un tango canyengue pisando miles de hojas secas en el escenario del Bernardino Rivadavia (todavía no era Negro Fontanarrosa), recitando aquella memorable noche de verano, u homenajeando a Libertad Leblanc y la Coca Sarli con sus entrañables compañeras reunidas en un vagón de tren o riéndose en cabaret con Concha del Río. Y en todo, en cada cosa que esperábamos de ella.
“¿No vas a volver con ‘El discurso’?”, le insistía, esperando escachar ese monólogo de una inescrupulosa candidata política, ignorante y desfachatada, tan oportuna para estos tiempos.
“No sé de quién me hablas”, me dijo un compañero de redacción cuando solté el teléfono con horror al leer la noticia de su muerte. Pensé un momento, pienso ahora mismo mientras escribo, y sólo puedo decirles a todos, a vos que me lees también, ¡qué enorme pena que no hayan conocido a Andrea Fiorino! Lo siento por ustedes. El universo no fue justo y los privó de una parte de su belleza.
Lo siento por si no la conocen. Y, otra vez, tropiezo con ese horrible capricho del idioma que me obliga a fijar la ausencia en tiempo pasado porque un ser admirable se ha muerto. De verdad, lo siento.
Porque hubieran conocido a una mujer que creía que la vida era crear y animarse a espacios desconocidos. Alguien que brindaba su humor y su arte para juntar a distintos, diversos, opuestos. Una mujer que sostenía que el teatro era algo más que un espectáculo: ella lo entendía a eso, pero le suman el disfrute de la ceremonia que junta el erotismo por lo desconocido con el placer de lo vivido.
Murió en Rosario una actriz fundamental. Muy joven. Murió Andrea Fiorino. La ciudad la está homenajeando. El país debería hacerlo aunque no la haya conocido, con toda injusticia. Todos deberíamos detenernos para tributarle un aplauso de agradecimiento. Es que no abundan los seres extraordinarios. Mala jugada la de la muerte.