El Festival Internacional de Buenos Aires (FIBA) se ha consolidado como uno de los eventos más esperados del calendario cultural de la ciudad. Desde su creación en 1997, ha sabido captar la atención del público local e internacional con una programación diversa que abarca desde las artes escénicas tradicionales hasta propuestas innovadoras que exploran nuevos lenguajes y formatos. La edición de 2024, que comenzó el 18 de octubre, no es la excepción, con una oferta que incluye 250 eventos a cargo de más de 1.000 artistas de Argentina y del mundo, distribuidos en múltiples sedes a lo largo de la ciudad.
En esta edición, se destaca la presencia de proyectos internacionales como El río de Alemania, y las producciones italianas Muerte en Venecia y Forma Mentis, en el marco de la “Ventana Italia”, que explora el diálogo artístico entre ambos países. La apertura del festival, con actividades descentralizadas en distintos barrios de Buenos Aires, reforzó la idea de que el arte debe ser accesible para todos los públicos, y que la ciudad misma se convierte en un gran escenario.
Federico Irazábal, director artístico del FIBA desde 2016, es una figura clave en la evolución del festival. Su formación en artes escénicas y su experiencia como curador y crítico le han permitido aportar una visión renovada y global, posicionando al FIBA como una plataforma de vanguardia.
En esta entrevista con Infobae Cultura, Irazábal cuenta sobre los desafíos y satisfacciones de dirigir uno de los eventos culturales más importantes de la región, y cómo ha logrado que el FIBA se mantenga a la vanguardia en un mundo donde las artes escénicas están en constante transformación.
—El FIBA está cerca de cumplir 30 años. ¿Por qué es esencial seguir impulsando este tipo de festivales, que conectan obras internacionales con el público local, incluyendo a quienes tal vez se acercan por primera vez al teatro?
—En casi 30 años, el FIBA ha sido la principal puerta de entrada para que grandes compañías internacionales de artes escénicas lleguen a Buenos Aires. Como mencionabas, es una oportunidad única para que el público local acceda a producciones extranjeras que, de otra manera, serían difíciles de ver. No vivimos en Europa, donde es fácil trasladarse entre países para asistir a festivales. En nuestra región, las opciones son limitadas, y el FIBA cubre esa necesidad. El FIBA crea un espacio donde se conecta la escena local con las tendencias internacionales, fomentando el diálogo entre artistas locales y extranjeros. Al mismo tiempo, es una plataforma para que nuestros creadores sean vistos por programadores internacionales, facilitando que su trabajo también viaje a otros escenarios del mundo.
—Pocos saben que el FIBA también incluye un mercado para artistas y proyectos. ¿Cómo ha sido el desarrollo de esta iniciativa y cuál es su impacto?
—El mercado es relativamente nuevo en comparación con el FIBA, que comenzó en 1997. Lo fortalecimos a partir de 2015, cuando empezó a crecer de manera significativa, y en 2017 se consolidó aún más. Hoy, estamos orgullosos de haber logrado que muchos artistas y proyectos argentinos se posicionen internacionalmente. En las artes escénicas, los procesos son largos. A veces, un programador puede interesarse en una obra, pero su presentación en el extranjero puede demorar uno o dos años, o incluso se pueden generar residencias y colaboraciones a largo plazo. Por eso, más que promover solo las obras, buscamos conectar poéticas, lenguajes y artistas, lo que tiene un impacto duradero.
Aunque el público generalmente no lo ve, este mercado tiene un efecto directo en la oferta teatral local. Cuando los artistas regresan de sus experiencias en el exterior, traen consigo nuevas ideas y perspectivas. Esto enriquece las propuestas que el público de Buenos Aires puede disfrutar, especialmente en el circuito independiente. Apostar por la internacionalización del talento no solo beneficia a los artistas, sino que también mejora la experiencia teatral del público, que es siempre nuestro principal objetivo.
—No solo es que los artistas regresan con nuevas experiencias, sino que esas experiencias generan mucho trabajo ¿Cómo influye esto en la industria cultural?
—Exactamente, es toda una maquinaria. En esta edición del FIBA, por ejemplo, participan mil artistas: directores, dramaturgos, iluminadores, sonidistas, músicos, bailarines. Pero detrás de ellos, hay carpinteros, electricistas, personal de restaurantes, hoteles, y muchos otros que también forman parte de esta industria. El teatro no solo mueve bienes simbólicos, sino también una economía concreta.
—¿Cómo organizaste la programación de este año, considerando que es un año de crisis, y que para los artistas europeos puede ser muy costoso venir a la Argentina?
—Sabíamos que iba a ser un año difícil para todo el sector, pero era importante seguir apostando por el festival, ya que invertir en cultura es necesario y beneficia tanto a los habitantes de Buenos Aires como a los visitantes. Traer proyectos internacionales siempre es complicado, debido a las trabas burocráticas que conocemos bien. Sin el apoyo del Ministerio de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires y organismos internacionales, sería imposible. Un buen ejemplo es el puente cultural entre Barcelona y Buenos Aires, un proyecto de cogestión entre instituciones argentinas y organismos en Barcelona que facilita el intercambio entre artistas catalanes y argentinos. Este modelo de cooperación se extiende a toda la programación, con el apoyo de embajadas y organizaciones culturales como el Goethe-Institut, el Instituto Italiano de Cultura y el Centro Cultural Coreano.
—¿Qué novedades presenta el festival este año?
—Este festival originalmente estaba planificado para febrero de 2024, pero debido al cambio de gestión, decidimos volver a las fechas tradicionales de septiembre y octubre. Parte de la programación ya estaba avanzada, pero las nuevas autoridades agregaron su impronta, como el uso de salas oficiales más grandes, como el Teatro Regio y la Martín Coronado, que permiten obras con mayor complejidad escénica y más artistas en escena. Otra novedad importante son los proyectos “site-specific”, como El río, donde los espectadores navegan para ver la obra, o La memoria futura en el Parque de la Memoria. Estas experiencias ofrecen un lenguaje teatral único y diferente, aunque limitadas a pocos espectadores debido a las características del espacio.
El río fue un gran éxito, pero con una demanda que no pudimos satisfacer completamente debido a las limitaciones logísticas de los barcos. Sin embargo, fue una experiencia extraordinaria, permitiendo a los espectadores ver la ciudad desde una nueva perspectiva y conectar con el agua, un tema histórico en Buenos Aires. Por otro lado, experiencias como las obras en un albergue transitorio exploran arquitecturas singulares y juegan con la teatralidad vinculada a lo erótico y a cuestiones sociales como el poder y la inequidad.
—En relación a la experiencia de “El río”, ¿cómo se adaptó esa obra, que se ha presentado en distintas partes del mundo, al espacio específico del Riachuelo?
—En el caso de El río, aplicamos dos conceptos que usamos mucho en FIBA: el site specific y el teatro en formato. En lugar de comprar una obra, compramos una idea que se adapta al entorno. Con Clément Layes, el artista detrás del proyecto, la idea central era concientizar sobre la problemática del agua, algo muy presente en Europa pero menos en Argentina. Empezamos explorando cómo navegar el Riachuelo de manera segura y tuvimos que ajustar el proyecto a las normativas locales.
En cuanto a la dramaturgia, involucramos a Andrea, una experta que ha trabajado más de 20 años en el Riachuelo, y la conectamos con una dramaturga uruguaya y la compañía alemana. Juntos escribieron un texto que narra la historia del río y las experiencias de sus habitantes, el cual es interpretado por Ingrid Pelicori durante la navegación, ofreciendo al espectador una inmersión de 45 minutos en este contexto único.
—¿Cómo es la relación del FIBA con los vecinos de los distintos barrios de la ciudad, considerando que el festival abarca variadas zonas y barrios de la Ciudad?
—El FIBA siempre trabaja en comunidad y busca descentralizarse, llevando proyectos a diferentes barrios y espacios como los teatros El Plata, el Gran Rivadavia o el 25 de Mayo. Nunca hacemos el festival de espaldas a los vecinos. Por ejemplo, no hubiéramos entrado al Riachuelo sin consultar a quienes lo habitan, ya que tienen un fuerte sentido de pertenencia. En barrios como Villa Urquiza, los vecinos se involucran activamente en el Centro Cultural 25 de Mayo, por lo que siempre buscamos que los proyectos respeten y se alineen con lo que los vecinos sienten y piensan sobre sus espacios.
—Después de la pandemia, el público siguió apostando por el teatro, incluso en tiempos de incertidumbre económica. ¿Cómo ves esa conexión, especialmente con el FIBA?
—Estamos muy contentos. Este fin de semana tuvimos el Teatro Coliseo lleno con una obra de danza italiana y música de Vivaldi, lo que fue un gran éxito. En el Anfiteatro del Parque Centenario también hubo mucha gente. Aunque es un año difícil para las familias, Buenos Aires tiene una fuerte conexión con la cultura. Para quienes no pueden pagar entradas, tenemos 40 proyectos gratuitos, muchos de los cuales están agotados, como ocurrió con la obra de Pablo Rottemberg en el Teatro 25 de Mayo. Esto demuestra el gran apoyo que los artistas locales reciben de su ciudad.
—En un contexto de crisis económica y social, ¿qué crees que la cultura puede aportar tanto al público como a los artistas?
—La cultura puede ayudar a reconstruir el tejido social, algo que necesitamos en un mundo dividido y lleno de violencia. No se trata solo de Argentina; es una crisis global. Las artes vivas, como el teatro, permiten el encuentro entre personas con diferencias, fomentando el diálogo y la colectividad. En lugar de quedarnos aislados en nuestras casas, al asistir a una obra compartimos emociones con otros, lo que ayuda a reconectar. Las obras del FIBA buscan justamente eso: unir extremos, abordar temas como la crisis europea, el medio ambiente o la dictadura militar, y generar reflexión en un espacio común. En un mundo cada vez más crispado, las artes pueden frenar esa violencia y fomentar la interacción social desde el respeto a las diferencias.
—En la actualidad, las redes sociales segmentan la información que recibimos, mostrándonos solo lo que creen que nos interesa. ¿Cómo influye esto en la experiencia de asistir a un festival como el FIBA, donde la gente a veces se sorprende al ver obras que no conocía?
—Asistir al FIBA permite salir de la zona de confort. El festival presenta proyectos que no solo dialogan con la cultura argentina, sino que también la desafían al incorporar tradiciones de otros lugares. Al interactuar con estas nuevas expresiones artísticas, como la fusión de la danza vasca y el flamenco en un proyecto contemporáneo, los espectadores pueden descubrir perspectivas que no habían considerado. El FIBA ofrece la oportunidad de conectar con lo diverso y abrirse al diálogo con lo diferente, rompiendo así el ciclo repetitivo que imponen los algoritmos en las redes sociales.
*El FIBA continúa hasta el 27 de octubre. La programación se puede chequear en el sitio web oficial del festival.
[Fotos: Prensa FIBA]