Desde la Grecia clásica las preguntas se mantienen, las respuestas se renuevan: ¿Qué es considerado arte? y ¿qué define a un artista y a una obra de arte?
En su ensayo Lo estético es político, la filósofa y académica argentina Esther Díaz (Ituzaingó, Buenos Aires, 1939) propone recorrer el largo camino a través de cómo el pensamiento ingresó en el debate y el capitalismo terminó reconfigurando hasta llevarlo a su “época póstuma”.
Antes de ingresar a la actualidad, la del mundo del arte contemporáneo, Díaz toma como base el momento en que el debate se inició con los cuestionamientos sobre la relación entre el arte y la naturaleza, de la mano de Platón y Aristóteles, dos filósofos esenciales.
Platón percibía el arte como una forma de recrear la realidad y lo dividía entre artes manuales e intelectuales, destacando que la belleza era un ideal inalcanzable, mientras que Aristóteles lo identificaba como un estado del alma vinculado a la verdad, y lo diferenciaba de la ciencia y la filosofía por que tenía la capacidad de transformar la realidad mediante técnicas específicas.
Sin embargo, esta concepción evolucionó hacia un territorio menos estático, en el que el arte no sólo imita, sino que también concibe y crea, y otorga una impronta única a los objetos y genera experiencias estéticas singulares.
Para la autora de Crítica al falsacionismo, Buenos Aires, una mirada filosófica y Filósofa Punk, entre otros, el arte, en sus múltiples formas, sigue siendo una manifestación de la habilidad técnica, de esa tejné de la que hablaban los griegos, más allá de las escuelas o corrientes artísticas y asegura que la creación ya no solo depende del talento innato, sino también de su dominio de diversas técnicas para lograr resultados estéticos que conecten con los conceptos y la percepción sensorial del público.
Plantea entonces que la relación entre la percepción sensorial y los conceptos se fortalecen como un punto de consenso en el ámbito artístico, ya que permite que las obras trasciendan su forma física para evocar emociones y pensamientos en el espectador. Pero, ¿cómo se produjo este cambio?
“Entre fines del siglo XIX y principios del XX surgen obras que subvierten los cánones de belleza históricos. Las vanguardias artísticas, la crítica a los academicismos y las transgresiones de distintas proveniencias innovaron los cánones estéticos. No hay criterios igualadores respecto de que el arte sea belleza u horror o desequilibrio. Se discute si el arte debe ser bello o si su única función es transgredir, conmocionar, sorprender”, escribe.
Con el tiempo, con las vanguardias de por medio y sobre todo después del 9/11, el arte ingresó en el ámbito empresarial, donde el mercado determina el valor financiero de las obras y, en consecuencia, posee una profunda influencia en el gusto estético predominante.
En simultáneo, quizá a modo de respuesta, surgen nuevos movimientos independientes que eligen la libertad creativa, alejándose de las imposiciones del mercado. Entre los ejemplos, cita a la surcoreana Anicka Yi, cuya obra ilustra la tapa del ensayo, quien propone un enfoque innovador que combina elementos estéticos y epistemológicos al trabajar en colaboración con científicos de diversas disciplinas para crear obras que no solo se ven, sino que también se sienten, se huelen y se escuchan.
En ese sentido, sus trabajos desafían las convenciones tradicionales al incorporar materiales orgánicos e inorgánicos, como células vivas y materiales degradables, que interactúan con elementos como el óleo y la digitalidad. Este enfoque nómada del arte, que se transforma y evoluciona con el tiempo, es un ejemplo de cómo el arte contemporáneo está redefiniendo sus límites.
Entonces, el arte nómade, asegura, comenzó a desarrollarse desde finales del siglo XIX y principios del XX, cuando las vanguardias artísticas comenzaron a desafiar los cánones estéticos tradicionales, introduciendo nuevas formas de expresión que no necesariamente buscan la belleza, sino que también pueden desobedecer esos valores estéticos previos y generar una reacción del público. Así, la autora, coloca a una parte del arte contemporáneo como una continuación posible de aquellas vanguardias.
Esther Diaz utiliza el concepto de “época póstuma” para describir entonces la contemporaneidad, que se caracteriza por la aceleración, la hiperconectividad y la inseguridad, y que en el arte se aleja de las formas armónicas de la primera modernidad y de las extravagancias vanguardistas, continuando su evolución a través de diversas técnicas, ya sean sonoras, plásticas, espaciales, simbólicas, representativas o abstractas, y que pueden ser analógicas o digitales.
En Lo estético es político se plantea que el arte contemporáneo sigue siendo un campo en constante cambio, influenciado por las corrientes y escuelas, pero siempre manteniendo su esencia como tejné. Y justamente este dinamismo refleja la complejidad de la época, donde se convierte en un medio para explorar y expresar la diversidad de la experiencia humana.
Además, como campo dinámico, combina talento, técnica y percepción sensorial que generan que los artistas puedan transformar sus visiones en realidades tangibles que resuenan con el público de maneras profundas y variadas.