El 16 de febrero de 2024, Alexei Navalni, destacado opositor al gobierno ruso, falleció en la prisión IK-3 de Jarp, en Yamalia-Nenetsia, según informó el Servicio Federal Penitenciario de la Federación de Rusia. Conocido por su firme oposición al presidente Vladímir Putin, había sido encarcelado en varias ocasiones y sobrevivió a un intento de envenenamiento en 2020. Tres días después, su viuda, Yulia Navalnaya, en un video publicado en las redes sociales donde se la ve muy afectada, conteniendo las lágrimas, dijo: “Vladimir Putin mató a mi marido, Alexei Navalny. Putin mató al padre de mis hijos”.
Hoy, 22 de octubre, las librerías reciben su libro póstumo (el segundo después de Fuerzas opuestas, de 2016). El sello estadounidense Alfred A. Knopf acaba de publicar Patriota: memorias. En español, estará disponible el 30 de octubre; publica Península del Grupo Planeta. Navalny lo empezó a escribir en Alemania después de ser envenenado en agosto de 2020. Regresó a Rusia en febrero de 2021, después de haber escrito gran parte de sus memorias, y fue arrestado. Navalny fue condenado a 19 años en agosto de 2023 por cargos de extremismo. En febrero de 2024, murió en una colonia penal en el Ártico ruso.
El 17 de enero, por ejemplo, escribió esto: “La moraleja de esta historia es simple: el sistema penitenciario ruso, el Servicio Penitenciario Federal, está dirigido por una colección de pervertidos. Todo en su sistema tiene un giro enfermizo: las infames violaciones de la fregona, meter cosas en el ano de la gente, etc. A una persona mala pero sensata no se le ocurriría hacer tal cosa. Todo lo que lees sobre los horrores y crímenes fascistas de nuestro sistema carcelario es cierto. Solo hay que hacer una corrección: la realidad es aún peor”.
Navalni, nacido el 4 de junio de 1976 en Odintsovo, en el óblast de Moscú, fue un abogado y político que se destacó por su lucha contra la corrupción en Rusia. En 2011, fundó la Fundación Anticorrupción, una ONG dedicada a investigar funcionarios y empresas estatales rusas. Su activismo lo llevó a obtener el 27,24 % de los votos en las elecciones a la alcaldía de Moscú en 2013. El 20 de agosto de 2020, Navalni fue hospitalizado en estado grave en Omsk, Siberia, tras ser presuntamente envenenado. Posteriormente, fue trasladado a Berlín, donde el Hospital Charité confirmó que había sido intoxicado con un agente nervioso del grupo Novichok.
Tras salir del coma inducido permaneció en Alemania hasta su regreso a Rusia en enero de 2021, momento en el que fue arrestado por incumplir las condiciones de una condena previa. En enero de 2021, la Fundación Anticorrupción publicó una investigación sobre un supuesto palacio de Putin en Gelendzhik, que rápidamente se viralizó en YouTube. En marzo de 2022, fue condenado a nueve años de prisión por fraude y desacato, en un juicio que fue criticado internacionalmente. Navalni también fue un defensor de los derechos LGBTQ+, siendo el único líder político en Rusia que apoyó la legalización del matrimonio libre.
El 16 de febrero de 2024, el Servicio Penitenciario Federal anunció que Navalny había muerto en prisión en Yamalo-Nenets. Durante la fría mañana siberiana dio un paseo y comenzó a sentirse mal. Según los informes murió a las 14:17 horas. “Se llevaron a cabo todas las medidas de reanimación necesarias, pero no dieron resultados positivos... Los paramédicos confirmaron la muerte del convicto”, decía el comunicado de la prisión. Su cuerpo fue devuelto a su madre ocho días después. Para muchos, la muerte de Navalni en el “Lobo Polar”, como se conoce a esa cárcel, marcó el fin de una era de resistencia política en Rusia.
Los días de Navalny en la cárcel son muy duros. En un momento le exigen que continúe con los trabajos de fuerza pero él les dice que no puede, que le duele mucho la espalda. Los guardias le piden un certificado médico para que deje trabajar, él solicita la atención de un doctor; ellos le dicen que no tienen. “Damos vueltas en círculos”, escribe. Lee las cartas que le envía la gente, lee libros como 21 lecciones para el siglo XXI de Yuval Noah Harari. De pronto, mientras escribe sus diarios, imagina la muerte. “El autor del libro ha sido asesinado por un presidente malvado; ¿qué más podría pedir el departamento de marketing?”.
“Después de su muerte, según una encuesta realizada por el centro independiente Levada, sólo uno de cada diez rusos tenía una opinión favorable de Navalny. Puede que haya muerto por su país, pero en sus últimos años habló principalmente a un público internacional y a la historia”, escribió David Corteva en un artículo publicado ayer en The New York Times. “De todos modos, si hubiera vivido, tal vez hubiera salido de su cautiverio como un anciano. Como un Nelson Mandela eslavo, podría haberse convertido en el líder de una Rusia agotada por la guerra y la represión y lista para el cambio”, cierra la nota.
El 17 de enero, un mes antes de morir, escribe que “la mejor manera de elegir líderes es a través de elecciones honestas y libres. Todo el mundo necesita un sistema legal justo. La corrupción destruye el Estado. No debería haber censura. El futuro está en estos principios”. Sabe que, en lo inmediato, eso es imposible. Sin embargo, tarde o temprano, el gobierno actual de Rusia “se desmoronará y colapsará”, ya que “el Estado putinista no es sostenible”. “Un día, lo miraremos y no estará allí. La victoria es inevitable”, escribe. “Pero por ahora, no debemos rendirnos y debemos mantenernos firmes en nuestras creencias”.