En el nombre de la madre: una nueva literatura de hijas propone otro relato

Tres nuevos libros de 2024 exploran la maternidad desde el punto de vista de quienes crecieron a su amparo. Majo Moirón, Maia Debowicz y Julieta Correa plasman sus historias de ausencias y amor

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Majo Moirón, Maia Debowicz y Julieta Correa publicaron este año libros que abordan la maternidad desde el punto de vista de las hijas
Majo Moirón, Maia Debowicz y Julieta Correa publicaron este año libros que abordan la maternidad desde el punto de vista de las hijas

Madre no hay una sola, sin embargo, hay algo más universal que esa frase: todas y todos somos hijos. Todas y todos tenemos o tuvimos una madre. Somos hijos de una madre. Eso nos iguala, y a todas las que somos madres –por elección o no– nos uniforma, hemos sido atravesadas por esa marca, esa huella que ha dejado en nosotras. Que nos marca para siempre.

Desde hace un tiempo, desde que se han habilitado más abiertamente los estudios de género y a partir de las preguntas en torno a ser madre (o no), se abrieron las puertas para analizar el vínculo entre literatura y maternidad. Han proliferado cantidad de textos académicos, ensayos, podcasts, colecciones –una incluso se llama marca de nacimiento–, novelas, poemarios, talleres, encuentros, cuentas y newsletters que cruzan maternidad y literatura.

Dentro de ese universo que empezó a gestarse, de producciones de altísima calidad literaria, comenzaron a desprenderse otras constelaciones temáticas entre las que vale mencionar una que está en alza: las escrituras de las hijas.

Estos libros que comenzaron a aparecer como pequeñas boyas en un maremágnum inmenso de narrativas posibles, que van desde el relato de una hija hablando de su enfermedad y su madre peregrinando en busca de una cura en estado místico –Rally de santos, de Ángeles Alemandi (la parte maldita, 2020)–; pasando por el relato de una mujer que quiere ser madre y traza un puente con el suicidio de su madre –Negro casi azul, de Paula Mariasch (Vinilo, 2021), tema, este último, que retomará su hermana Marina en Efectos personales (emecé, 2022).

Historias íntimas exploran la maternidad desde la mirilla de las hijas
Historias íntimas exploran la maternidad desde la mirilla de las hijas

Y ahí se enciende una mecha, la que ilumina un tema del que poco se escribe (o no se hacía hasta ahora): la vida íntima de esas madres –ante todo mujeres sintientes, pensantes, amantes– desde la perspectiva de sus hijas. Tal vez no sea el tema central de la obra, sino un punto de partida, como sucede en la ópera prima de Milagros Pochat La luz se propaga en el vacío (Hexágono editoras, 2023) en el que se aborda la salud mental de su madre; o tal vez sea una excusa, un trampolín para dar cuenta de otros asuntos, pero ocupa gran parte de la estructura de estas obras, opera como armazón sobre lo que escribir el resto.

Sin embargo, llama la atención cómo en los últimos meses –junio, agosto y septiembre de 2024– se publicaron tres libros, tres historias de mujeres-madres que por diferentes circunstancias “no pueden” ejercer la maternidad –definitiva o temporalmente–. En los tres volúmenes, las madres son objeto de cuidado más que cuidadoras; la palabra constituye un punto focal y un sujeto –incluso en su uso– y la maternidad está puesta en jaque, es vista desde una perspectiva novedosa, poco esperable para los cánones “normales”.

Julieta Correa, Majo Moirón y Maia Debowicz  escribieron tres libros que evidencian madres que “no pueden” ejercer la maternidad
Julieta Correa, Majo Moirón y Maia Debowicz escribieron tres libros que evidencian madres que “no pueden” ejercer la maternidad

La fragilidad de mamá

En La lengua rota (Ediciones B, 2024), Majo Moirón construye una narradora de poco más de seis años que, sin comprender con claridad, descubre que su madre ha perdido la capacidad de hablar como consecuencia de una intervención quirúrgica sencilla que nada tenía que ver con el lenguaje ni el decir. Su madre padece una afasia –que claro está, la narradora, con sus pocos años, no puede nombrar ni describir–.

La inocencia de la protagonista-narradora deja en evidencia, por una parte, la necesidad que tiene de ser cuidada por su mamá y la propia imposibilidad de poner en palabras lo que sucede alrededor, y por otra, cómo su mundo se ve alterado ante un suceso que pareciera, por momentos, colocarla a un mismo nivel que aquella (Hasta hoy, quise creer que las mamás no lloraban, me siento chica para no creerlo más.).

Los demás personajes femeninos podrían configurarse, sin intención de las partes, como sucedáneos de esa madre que está, que quiere, pero no puede. La vulnerabilidad de esa mamá que se evoca como, hasta el incidente, presente es evidente y conmueve. Su familia la extraña y necesita, pero su propio sentir está imposibilitado de ser comprendido y percibido por su círculo familiar, incluso por los lectores. Literalmente está silenciado, callado, aunque latente. Lo que es palpable para el lector es su impotencia ante esa necesidad de expresarse sin poder lograrlo (Mamá levanta la cabeza , me mira fijo un rato y se pone a llorar haciendo ruido. [...] No sé si hice algo mal, si algo le duele, me pregunto dónde.).

Así y todo, de las tres historias, de las tres protagonistas, tal vez sea la más luminosa, la que, se intuye, podrá recuperar el habla y, a los ojos de los demás, su capacidad de maternar –que jamás perdió–.

En "La lengua rota", Majo Moirón señala la impotencia de la madre para expresarse
En "La lengua rota", Majo Moirón señala la impotencia de la madre para expresarse

Otras mamás

Maia Debowicz tiene conejos, y Los ruidos vienen de la cocina se basa en ese hecho real –y en otros– para contar la historia de una mujer joven que a partir del nacimiento de seis gazapos se plantea la maternidad. Como una suerte de juego de espejos, Flora, su protagonista, verá en She-Ra, la coneja polish y madre fértil, y Esther, su propia madre, diferentes modelos de madre, que oscilan entre lo ausente, lo tóxico, lo agobiante y la amorosa desmedida.

En el medio, Flora, en primera persona, relatará con un humor muy, muy ácido, resignación y lirismo lo expulsivo que es el amor de Esther (Nunca se sabe cuán lejos puede llegar una madre.). Observando a She-Ra esboza su historia, se posiciona como madre putativa de sus conejos, primero, y, en algún punto, de su madre, prodigándole algo de amor. Es una hija que cumple, incluso a pesar suyo.

En esta historia, a diferencia de la protagonista del libro de Moirón, Flora siente la ausencia de una madre amorosa genuinamente. Y va construyendo vínculos de hija con otras madres, una tía, una suegra, y de madre adoptiva, ella con sus conejos. Escribe y describe otras maternidades que van más allá de haberse engendrado o no en el propio vientre, e instala la pregunta del cuidado desde la madre y qué es ser madre (El amor es una decisión, no un instinto.).

Nuevamente la palabra cobra un significado muy potente en esta novela, a través de las imágenes que construye Maia, en las elecciones de las construcciones y selecciones discursivas de los personajes. Flora es una resiliente, una sobreviviente, como los gazapos de She-Ra, a pesar de su madre.

Maia Debowicz utiliza la historia real de sus conejos para explorar la maternidad en su obra "Los ruidos vienen de la cocina". La novela explora la ausencia de una madre amorosa y la búsqueda de nuevos vínculos maternales
Maia Debowicz utiliza la historia real de sus conejos para explorar la maternidad en su obra "Los ruidos vienen de la cocina". La novela explora la ausencia de una madre amorosa y la búsqueda de nuevos vínculos maternales

La pérdida

El último libro de esta selección arbitraria es la flamante novedad de la editorial Rosa Iceberg ¿Por qué son tan lindos los caballos?, de Julieta Correa. En este volumen tan único, el lugar de la madre, Sari, es el de una mamá que se fue, que sin quererlo se deterioró, se rompió. La misma estructura del libro da cuenta de ello: es un cuaderno de apuntes, un registro de momentos, tal vez, para no olvidar; fragmentos que exorcizan el dolor a través de la potencia y el amor.

Aquí también la palabra es poderosa, porque Julieta lo dice, porque Sari las va perdiendo, las quiebra, se pierden, se confunde, se confunden. El libro se hace cargo de esto y se construye deconstruido, con poemas de Sari, con diálogos breves, con juegos de palabras que remontan a un tiempo que no va a volver (Ahora se confunde las palabras. Las mezcla, dice la mitad de una y la mitad de otra.).

La Julieta Correa narradora toma las riendas, se hace cargo de la situación y de esa madre, y lo pone en palabras para sostenerla y sostenerse desde el momento que empieza a ver cómo Sari deja de ser la que era. Su escritura es dulce y amorosa, rescata lo que hubo e incluso lo que es, aun en los momentos en los que los diagnósticos son oscuros o confusos. Pero el diagnóstico no la define (Empezamos a conocernos de nuevo en una relación de madre e hijos pero al revés. La vestimos, le damos de comer, le agarramos la mano para cruzar la calle [...]).

Julieta Correa presenta "¿Por qué son tan lindos los caballos?", que se estructura como un cuaderno de apuntes lleno de momentos inolvidables, que exorcizan el dolor a través de la palabra poderosa y el amor incondicional
Julieta Correa presenta "¿Por qué son tan lindos los caballos?", que se estructura como un cuaderno de apuntes lleno de momentos inolvidables, que exorcizan el dolor a través de la palabra poderosa y el amor incondicional

A diferencia de la madre de La lengua rota, en ¿Por qué son tan lindos los caballos? el lector ya anticipa que Sari, esa madre divertida y amorosa, no va a volver, que el deterioro es irreversible, y acompaña a esa hija narradora en silencio. Aun así, la voz que narra conserva la ternura –y la cordura–, rescata los absurdos equívocos para atesorarlos, y sonríe con tristeza.

En estas lecturas, en estos libros, a pesar del dolor de las ausencias, de las pérdidas, de las madres que no pueden o de la que daña, hay una reivindicación del amor a pesar de eso. Las miradas de esas hijas son profundamente luminosas, son comprensivas, son voces regidas por la pulsión de vida, y se animan a desacralizar la maternidad para demostrar lo obvio, que las madres también son humanas.

[Fotos: Archivo Infobae; gentileza de las editoriales]

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