Fui, vi y escribí: Cien veces gracias

Más Beatles, una vegetariana Nobel, nuevos caballos y las ideas de siempre en este artículo que reproduce el newsletter de Cultura: lecturas, cine, teatro, arte, música e historias que despiertan entusiasmo y, por qué no, fascinación o perplejidad

"Mujeres en la ventana, de Bartolomé Murillo.

Hola, ahí.

Pienso que vas a coincidir conmigo en que hay algo pleno de potencia en algunos números, una relevancia simbólica que produce efectos en lo real. Y es que las cifras pueden ser conmovedoras y abrasivas al mismo tiempo. Pueden estremecer y también asustar.

Este que estás leyendo es el envío número 100 de Fui, vi y escribí y me veo obligada a decirte que me impresiona mucho haber llegado hasta acá, con tantos temas, recomendaciones y miradas sobre diferentes fenómenos del arte, la cultura, la política y también la vida.

Es por eso que, antes de arrancar con un correo con temas de coyuntura pero también de más largo plazo, hoy quiero darte las gracias por acompañarme, por leer semana a semana estas botellas al mar que son mis textos pero también por el modo en que desde un comienzo me hiciste saber que estabas ahí. Son tus correos y tus mensajes en las redes el espejo necesario y estimulante que me permite seguir pensando y escribiendo esta forma amistosa de la correspondencia.

Por todo eso, cien veces gracias.

La llegada de los Beatles a Estados Unidos, por primera vez. Esta es una de las imágenes de "Beatles 64", la película documental producida por Scorsese que se estrenará a fines de noviembre.

Beatles hasta el fin

El último envío fue el disparador de correos muy conmovedores. Somos muchos quienes venimos teniendo “toda una vida con Paul” porque somos aquellos que ya tenemos muchos años sobre la Tierra pero también nuestros hijos y algunos nietos que heredaron la pasión y la beatlemanía.

Muchos me contaron con emoción y en detalle con quién fueron a ver y escuchar el concierto de McCartney en River. Otros -estoy segura- lloraron mientras me escribían que por primera vez habían ido a ver a Paul sin la compañía de los conciertos anteriores y de toda la vida, mientras algunos lectores -varios muy jóvenes- se propusieron contarme cómo había nacido su amor por los Beatles y por McCartney. Leer cada uno de esos mensajes fue como sentirme parte de un abrazo colectivo, un contacto muy cercano a través de la letra, una forma de comunión cada vez más inusual en un mundo que es pura virtualidad.

Mientras escribo, leo que a fines de noviembre Disney+ va a estrenar un documental que recorre lo que fue el primer viaje de The Beatles a los Estados Unidos. La película se llama Beatles 64, fue dirigida por David Tedeschi y producida por Martin Scorsese (de paso, si no viste el documental que Scorsese hizo sobre George Harrison salí corriendo a buscarlo) e incluirá imágenes inéditas de la banda, filmadas por los documentalistas Albert y David Maysles y restauradas en Nueva Zelanda.

La actuación en vivo en el primer concierto del Washington DC Coliseum y las tres apariciones que hicieron en el show televisivo de Ed Sullivan también fueron recuperadas y procesadas con nuevas tecnologías para el documental.

The Beatles, con Ed Sullivan.

La primera presentación en el programa de Sullivan ocurrió el 9 de febrero de 1964, dos días después de que los fab four llegaran al Aeropuerto John F. Kennedy -donde los esperaban unas cuatro mil personas y doscientos periodistas-, y fue seguida por 73 millones de espectadores, algo así como el 40% de los habitantes de ese país por entonces. Dos semanas antes de su arribo se había lanzado en Estados Unidos con mucho éxito el simple “I Wanna Hold your Hand”. Los Beatles regresaron a ese país en agosto de ese mismo año y en febrero del año siguiente.

En 1995, la única vez que con W. visitamos el entonces Museo de la Radio y la TV de Nueva York (actualmente The Paley Center For Media), cuando nos preguntaron qué queríamos ver pedimos justamente ese primer programa de los Beatles en lo de Ed Sullivan. Así de obvios y fans fuimos.

Leo en el anuncio que a la música y las imágenes que componen Beatles 64 se suman nuevas entrevistas que les hicieron para el documental a Paul McCartney y Ringo Starr, y también a fans -tal vez, entre ellas, algunas de las chicas que los recibían a los gritos en el aeropuerto o en los estadios- y cuyas vidas, dicen las agencias, “fueron transformadas por la música” de los británicos.

Como mi vida y como la tuya.

"La vegetariana", de Han Kang, en su primera edición en español (Bajo la luna) y la edición de Penguin.

Una vegetariana diferente

Ya a esta altura hace una semana que sabemos quién ganó el Nobel de Literatura. Es una mujer, es joven para el promedio de los galardonados anteriores, es coreana. Leí hace varios años, gracias a la insistencia de mi amiga Lucila, una de las novelas de Han Kang, la más conocida, La vegetariana.

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La vegetariana

Por Han Kang

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Después de leer esa novela perturbadora, sumé una reseña a una nota acerca de diferentes libros que tratan sobre los vínculos familiares. Como no cambié mi manera de ver el libro ni el modo de narrar de la escritora, reproduzco con ligerísmas variantes mi comentario de entonces:

Yeonghye es o parece ser una mujer normal (“ningún atractivo en especial ni defecto en particular”, dirá -falto de gentileza- su marido) hasta el día que, luego de repetidas pesadillas que la atormentan, resuelve dejar de comer carne. “Me llenó la nariz el olor a perro que las semillas de perilla no lograban tapar. Recuerdo sus ojos reflejándose en la sopa, los ojos con los que me miraba cuando vomitaba sangre con espuma”.

Su marido -y junto a él, los lectores- asiste con perplejidad a la transformación de su joven esposa, que una noche se levanta y comienza a tirar los alimentos que hay en su heladera. Yeonghye ya no soporta la carne, todo lo vinculado a ella le parece “espeluznante, sucio, terrible y cruel”. Lo que comienza como un cambio de dieta o de conducta irá convirtiéndose en un viaje hacia la mayor oscuridad y todas las microviolencias que pasaron por la vida de la mujer irán aflorando de manera brutal. Tragedia moderna que alberga todas las crueldades, Yeonghye quiere desaparecer o, mejor, busca dejar de ser humana y convertirse en un árbol.

La Nobel surcoreana Han Kang, en una imagen de 2023.(EFE/Alejandro García)

La novela de Han Kang, escrita en 2007, ahora está publicada por Penguin pero fue traducida por primera vez al español en Argentina por la editorial Bajo la luna en 2012 y recién en 2015 tuvo su traducción al inglés, un trabajo que recibió el prestigioso premio Man Booker al año siguiente. En 2017 el sello independiente español Rata publicó el libro y lo hizo utilizando la misma traducción argentina de Sun-Me Yoon (quien además fue la persona que le acercó la propuesta a Bajo la Luna).

Es muy interesante el itinerario de esta novela ya que el paso del tiempo, con la lucha por los derechos de las mujeres como tópico internacional y con el crecimiento exponencial de personas que deciden eliminar todo tipo de carne en sus dietas, le terminó dando a la novela nuevos y fascinantes sentidos en estos años, a lo que ahora se suma la entrega del Nobel, claro.

Pero además de ser una historia atrapante en su excentricidad y dramatismo, La vegetariana es además muy atractiva en su construcción. Dividida en tres partes con puntos de vista diferentes y que podrían, incluso, leerse por separado, la cuestión familiar aparece como dominante en la dramática situación de Yeonghye. La historia con su marido, la violencia de su padre y el vínculo perverso con su cuñado artista son centrales pero es la relación con su hermana mayor, In-hye, lo que termina siendo sustancial. Ese vínculo, ese cuidado amoroso de una hermana por encima de cualquier situación accidental, revitaliza el concepto de “sororidad”.

“Al otro lado del vidrio del parabrisas de la ambulancia, se despliega el frondoso bosque de verano. Bajo el sol que ha salido a la tarde, todas las hojas de los árboles mojadas por la lluvia brillan intensamente como si hubieran nacido de nuevo. Ella acomoda los cabellos aún empapados de Yeonghye detrás de las orejas. Como le había dicho Heeju, su cuerpo no pesaba nada. La piel, cubierta de un fino vello como los bebés, era blanca y suave. Mientras le enjabonaba la espalda, en donde le sobresalían cada una de sus vértebras, se acuerda de las innumerables veces que se bañó con ella cuando eran niñas, limpiándole la espalda y lavándole los cabellos”.

La vegetariana es una novela distinta, por momentos extraña, siempre dolorosa. Habla de una cultura diferente pero de una sensibilidad humana idéntica. Es una lectura cruda, poderosa e inolvidable.

"Yo lo que sé", de Kathryn Scanlan (Fiordo).

Caballos, de nuevo

Cuando semanas atrás escribí sobre la película El Jockey, de Luis Ortega, y sobre el libro ¿Por qué son tan lindos los caballos?, de Julieta Correa, de alguna manera sabía que me estaba olvidando de mencionar un libro reciente. Y lo sabía porque me lo habían recomendado mucho y lo tenía en una de esas mesas de Libros para ser leídos pronto” que pueblan mi casa y de las que te hablé alguna vez (o algunas veces).

Pues bien, afortunadamente lo leí esta semana.

El libro se llama Yo sé lo que sé (Kick the Latch, en inglés) y está escrito en primera persona. Su autora es la estadounidense Kathryn Scanlan, tiene 43 años, y si tenemos que pensar en su género, podríamos llamarlo novela de no ficción o simplemente novela (hoy todo lo que es híbrido o que, aun siendo no ficción, no cabe en la mirada clásica es catalogado como novela) pero podríamos también definirlo como “memorias”, aunque deberíamos aclarar que la escritora narra las memorias de otro. De otra, en realidad.

Se trata de un libro breve, que cuenta la historia de Sonia, una entrenadora de caballos ya retirada, de poco más de 60 años y nacida en Iowa, al igual que la autora del libro. Scanlan llegó a esa historia a través de algunas entrevistas con Sonia -fue la madre de la escritora quien las presentó- y lo que deslumbra en su libro es el trabajo de montaje literario, la reconstrucción de una voz, el sonido de una vida que se cuenta como historia oral en suspiros.

"La cuidadora de caballos", de Piotr Michalowski.

Son doce capítulos compuestos por fragmentos (suspiros) breves, algunos brevísimos y un epílogo. Los títulos parecen versos escapados de algunos poemas, al estilo Lydia Davis (quien, dicho sea de paso, hizo un gran elogio de este libro, publicado en la Argentina por Fiordo). Lo que hay en Yo sé lo que sé es pura belleza comprimida en la que caben el dolor, el amor, el desamparo, la crueldad y la violencia en la vida de una mujer que nació con una malformación, que siente que fue criada por uno de sus caballos y que vivió siempre cerca de sus animales favoritos en studs, hipódromos y carreras.

Es un libro que, a la vez, habla sobre el amor a los animales pero también sobre el maltrato al que se los somete cuando detrás hay un negocio y una mafia. Hay adicciones, accidentes, violaciones. Todo se mira con cierta distancia. No faltan palabras y no sobra ninguna.

En una entrevista con el diario El País, Kathryn Scanlan contó que los textos, escritos en primera persona, “son bloques sueltos con sus palabras, viñetas que armé moviendo la información, las palabras de Sonia. Cuando tuve todos los textos los imprimí y coloqué en el suelo para buscar la afinidad entre ellos y ordenarlos”.

Van algunas frases que marqué en mi ejemplar:

Sobre Rowdy, su caballo: “Siempre me miraba, y yo siempre le devolvía la mirada. Si tus padres se llevan mal, si discuten, si hay una situación de maltrato, tienes a tu caballo. Cuando las cosas andaban mal, yo me iba con el caballo y el caballo siempre mejoraba todo. Por eso siempre digo que fue mi caballo el que me crió”.

“El caballo de un jockey se asustó, salió corriendo, rompió las vallas de afuera y embistió contra una hilera de árboles. Ingresan al jockey en el hospital y el médico pregunta: ¿Cuándo fue de cuerpo por última vez? Un segundo antes de golpearme contra el primer árbol, dice el jockey”.

“Siempre hay caballos enigmáticos. (...) Los mejores entrenadores trabajan con lo que quiere hacer el caballo”.

"Caballos azules", de Franz Marc.

“Pasas horas y horas con un caballo: te enamoras de él. Los caballos dejan el corazón en la pista por ti. Te das cuenta cuando están doloridos”.

“Se portaban como vaqueros. Yo les caía bien, pero no dejaba de ser una entrenadora mujer. Todo lo tenía que hacer el doble de bien”.

“Las leyes se relajan cuando uno transporta millones de dólares en carne de caballo”.

“Dicen que uno nunca se saca las carreras de la sangre. Sigo soñando con ellas casi todas las noches”.

La vida de Sonia resulta apasionante para el lector por el modo en que Scanlan eligió disponer narrativamente de los materiales, la estrategia literaria elegida para llevar esa vida al formato libro. Es decir, la manera en que eligió contar como algo extraordinario una vida que de otro modo hubiera seguido en sordina, como la enorme mayoría de las vidas humanas.

"Best Buddies", de Keith Haring (1990).

Cómo frenar la deshumanización

Leo mucho acerca de lo que está ocurriendo en Medio Oriente. Lo hago siempre con regularidad pero se convirtió en una práctica diaria a partir de la masacre del 7 de octubre en el sur de Israel y la brutal respuesta del gobierno de Netanyahu en Gaza, a lo que se sumó luego el enfrentamiento con Hezbollah, en el norte.

Leo las noticias, las columnas de opinión; advierto la perplejidad del resto del mundo ante las guerras que cuestan vidas y calidad de vida. Advierto también el costo en términos de imagen en la opinión pública que estas guerras desatan no solo para Israel sino para los judíos de todo el mundo, algo que sucede por ignorancia, por ceguera y también por antisemitismo.

No todos los israelíes están de acuerdo con el gobierno de Netanyahu. No todos los judíos están de acuerdo con las acciones del gobierno israelí. Desaprobar las políticas y estrategias militares del gobierno israelí no implica de ninguna manera restarle responsabilidad al terrorismo de Hamas sino creer que a los fundamentalismos no se los derrota con un fundamentalismo de otro signo.

Entre todo lo que estuve leyendo, destaco una entrevista de la BBC a un filósofo judío estadounidense, David Livingstone Smith, profesor de la Universidad de Nueva Inglaterra y autor de varios libros, entre ellos Less than Human y Making Monsters. El título de la nota me llamó la atención: “Cuando tratas con ‘monstruos’, no hay piedad ni reglas: la tarea es destruirlos. Me temo que esto es lo que vemos en la retórica exterminacionista en Medio Oriente”. Y ahí me sumergí.

Livingstone es experto en el tema de la deshumanización, un concepto sobre el que escribí en uno de los envíos, meses atrás. El filósofo y académico explica en qué consiste la práctica de restarle humanidad al otro, sobre todo cuando hay de por medio conflictos religiosos o raciales (recuerda, por ejemplo, lo sucedido con los japoneses en Estados Unidos, luego de la Segunda Guerra Mundial) y aplica esta forma de pensamiento para entender la actualidad bélica en Medio Oriente pero también en la guerra en Ucrania (en ambos bandos) y lo extiende a los mensajes del expresidente Donald Trump, candidato republicano que busca regresar a la Casa Blanca.

Desde países como Argentina, podríamos pensar también que esa idea de deshumanizar y convertir a los otros en monstruos o en especies diferentes a las que hay que eliminar no nos es ajena.

"Amistad", de Jef Leempoels (1896) Museo Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires.

Dice Livingstone:

“Cuando un grupo de gente concibe a otro como infrahumano, se crea una situación muy peligrosa, porque podemos tratar a criaturas menos humanas de forma muy diferente a como nos sentimos obligados a tratar a los miembros de nuestra propia especie.

Los insectos pueden ser exterminados, pisados, aplastados. Nadie siente mucha compasión por un gusano. Así que, si se consigue inculcar en la mente de la población que esos otros son infrahumanos, se pueden permitir terribles actos de violencia.

Los monstruos no son reales. Son encarnaciones ficticias del mal. Y cuando empiezas a considerar a un grupo de personas como encarnaciones del mal, tienes una situación muy peligrosa y destructiva. Lo hemos visto una y otra vez históricamente. Cuando tratas con ‘monstruos’, no hay piedad, no hay reglas: la tarea es destruirlos por completo”.

Exterminar a un monstruo resulta así mucho menos costoso en materia de valores y hasta necesario en términos de supervivencia, si se lo compara con matar a un humano. Asistimos a una era de la deshumanización de la que todos formamos parte. Cada vez nos resistimos menos a esa idea que integra el catálogo de la nueva conducta siglo XXI y que es alentada por algoritmos pero también por seres humanos que solo entienden la lógica de “son ellos o somos nosotros”.

Esto escribí a comienzos de abril de este año:

“Nunca como ahora tuvimos como humanidad más acceso a la información ni más posibilidades y plataformas para debatir sobre todos los temas. Sin embargo, lo que debería habernos enriquecido en materia de pensamiento se congeló en la estrechez del binarismo. Estamos acá o estamos allá, no hay matices. Todos pensamos que la razón está de nuestro lado y a nadie le importa -ni le parece necesario- profundizar en el intercambio de ideas.

No recuerdo haber vivido antes momentos de tanta precariedad en la discusión pública. Tampoco recuerdo haber experimentado la hostilidad, el desprecio y el maltrato con los que nos dirigimos unos a otros en las redes, en los medios y en la vida real”.

"El hombre gris baila", de George Grosz.

Reproduzco por último un fragmento muy revelador de la respuesta que le da Livingstone al periodista Gerardo Lissardy cuando le consulta qué se puede hacer para detener y revertir este proceso de deshumanización.

“Si miramos históricamente, todo el mundo tiene las manos manchadas de sangre. Las naciones nacen en la violencia. Es falso que haya algún grupo religioso que haya sido universalmente tolerante y generoso con los demás, a pesar de que se diga lo contrario.

Y es muy importante que la gente sea educada en los actos de atrocidad que su propio grupo ha cometido históricamente, porque eso introduce una medida de humildad. Enseña a la gente: ‘Dios mío, somos capaces de hacer estas cosas; no son sólo los otros, somos nosotros. Así que tenemos que tener cuidado’.

Otro elemento educativo importante es comprender cómo y por qué todos somos capaces de deshumanizar a los demás y entender las formas específicas de propaganda que son tan poderosas para conseguir que pensemos que los demás son menos que humanos”.

"Las amigas", de Angel Della Valle.

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Me despido por hoy, contándote que las imágenes que acompañan este envío son las tapas de los libros mencionados, una foto de los Beatles a su llegada a Estados Unidos en 1964 y también cuadros de Bartolomé Murillo, Keith Haring, Leempoels, Della Valle, Grosz y Piotr Michalowski.

Te recuerdo mi mail por si te dan ganas de mandarme un mensaje: es hpomeraniec@infobae.com. Espero que tengas una buena semana y que, si las cosas no están del todo bien, igualmente consigas encontrar algunos momentos de amor, belleza y felicidad. Ese es mi mayor deseo en este envío de celebración.

Hasta la próxima.

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