Eduardo Porretti: “A veces, en medio de este caos, solo nos queda la diplomacia”

El director de los “Cascos Blancos” de Cancillería vuelve a la ficción con su primera novela, “La forma exacta de Caracas”, sobre la mirada “introspectiva” de un cónsul argentino en la intensa Venezuela

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"A veces, en el medio de todo este caos y toda esta furia y todo este ruido, lo único que nos queda es la diplomacia" (Crédito: Twitter Eduardo Porretti)
"A veces, en el medio de todo este caos y toda esta furia y todo este ruido, lo único que nos queda es la diplomacia" (Crédito: Twitter Eduardo Porretti)

En julio de 2022, Eduardo Porretti dejó Venezuela y se instaló en Argentina. Todo empezó en 1990, cuando ingresó a la diplomacia argentina: vivió en Bogotá, en La Habana, en Nueva York y, hasta hace dos años, en Caracas, donde fue el Encargado de Negocios de la Embajada Argentina. Hoy forma parte de la Cancillería, es el director de la agencia “Cascos Blancos” y tiene rango de Embajador. “Mi trabajo consiste en la provisión de insumos y de expertos en situaciones de emergencia, que tienen que ver con desastres, pero también con emergencias complejas, tanto en Argentina como en el exterior. Ahora estamos desarrollando actividades en Ucrania y en Gaza”, cuenta en un soleado mediodía. Mientras habla por teléfono, mira por la ventana desde su oficina, en el sexto piso del edificio vidriado del Microcentro. Por las “restricciones presupuestarias” ha dejado de viajar con la frecuencia que lo hacía. Sigue aprovechando los ratos libres para escribir.

Su último libro, publicado hace apenas unos días, se titula La forma exacta de Caracas (Homo Sapiens): es su primera novela. Su extenso currículum —aquí resumido brutalmente— llega, al menos por ahora, hasta Caracas, donde es el actual encargado de negocios de la embajada argentina en Venezuela. En simultáneo, pulió una minuciosa relación con la literatura. No sólo como lector —además de libros, se dedicó a observar detenidamente cada rincón de la ciudad que habitaba—, también como escritor. Antes publicó los libros de cuentos Naturaleza Humana y Geografía Anímica, los ensayos La Nación elegida (sobre el rol de la religión en la política exterior de Estados Unidos) y La astucia de la pasión (un análisis sobre la obra de José Pablo Feinmann), y un híbrido, Señales lejanas, donde se mezcla la ficción y la crónica detallista. En ese último ya exploraba lo que vendrá en el actual: la mirada externa, entre el turista y el lugareño, la del cónsul.

Ernesto Pellegrini es el nombre del protagonista. Es un diplomático argentino en Venezuela que pertenece, como escribe Marcelo Scalona en el prólogo, a “una galería exquisita de cónsules argentinos en la literatura nacional”: “Zama, de Antonio Di Benedetto, por lenguaje, por sentido y por subjetividad. Pero también hay aspectos del embajador de Osvaldo Soriano (A sus plantas rendido un león), del propio Steven Radcliff (embajador poético de Estados Unidos en Mar del Plata, preso de amor en Prisión perpetua, de Piglia) y también de ese gran embajador santafesino en Francia, Juan José Saer, que abre con su cita este libro y del cual hay en esta novela un leve eco rítmico en su prosa”. Ernesto Pellegrini es metódico y eficaz, pero a veces, cuando tiene un libro en la mano, el mundo cambia. Mientras sigue una rutina esquemática, lee. Lee ciencia ficción, pero también lee a Perón. Los libros parpadean en esta novela preciosista de la diplomacia consuetudinaria.

"La forma exacta de Caracas", editada por Homo Sapiens
"La forma exacta de Caracas", editada por Homo Sapiens

—¿Es un autoficción? ¿Lo pensaste así? Porque el protagonista tiene muchas características del autor.

—Empecé a trabajar la temática hace un tiempo, desde el punto de vista de la ficción, desde el punto de vista del ensayo. He sido diplomático los últimos 32 años, pero durante muchos años mis intereses estuvieron, por lo menos los ficcionales o los de la cultura, no estuvieron necesariamente vinculados a mi trabajo. Y tengo la sensación, viendo los últimos debates que ha habido en Argentina, de que la gente no sabe lo que hace un diplomático o una diplomática, y hay una serie de nociones y estereotipos que son realmente muy alejados del trabajo cotidiano. Cuando presenté el libro anterior, Señales lejanas, tuve el prólogo y la participación en el lanzamiento, que fue en plena pandemia, de Martín Caparrós, que dijo que le había llamado mucho la atención, a él, que es un experto en crónica, ver algunas perspectivas que no son propias ni de los turistas, ni de los migrantes, ni de los periodistas, ni de los expertos: la mirada de un diplomático, que es, básicamente, un funcionario que va a un sitio a intentar adaptarse.

—Me acuerdo que en ese prólogo hablaba del no-lugar del diplomático respecto de cómo miraba el mundo.

—Sí, una mirada, una atalaya especial, para poder hacer interpretaciones sobre vivencias del lugar que está habitando. Seguí trabajando la cuestión del diplomático: escribí y publiqué en distintos medios, en Argentina y en el exterior, textos sobre los diplomáticos, sobre los procesos de toma de decisión, sobre la vida cotidiana. Ahí, en la pandemia, hice una novela breve en un par de semanas sobre cómo sería una semana clásica de trabajo de un diplomático. Eso es lo que es esta novela: un diplomático se levanta, se cambia, elige un traje, va a trabajar, mira la agenda, manda un cablegrama, se encuentra, hace negociaciones. Y elegí la figura del cónsul porque es de las más trabajadas en la larga serie de literatura sobre el diplomacia, porque tiene una vinculación mucho más terrenal. Todos los diplomáticos hacen trabajos consulares, pero no todos los diplomáticos van a la morgue o van al hospital o van a la cárcel. Eso hace que el cónsul tenga una conexión especial con el trabajo de la gente cuando se encuentra con argentinos en el exterior. La novela no habla necesariamente solo del trabajo consular, pero sí le pone al trabajo consular una serie de conexiones humanas que no es tan habitual en otras secciones. Está el agregado comercial o el experto o el consejero político o el embajador o la persona que lleva Cultura, todos tienen características de trabajo, pero el cónsul tiene estas cuestiones que te mencionaba.

—Pienso en la figura del diplomático como una clave para meterse en otro país sin meterse del todo y tratar de entender sociedades ajenas, entender la diferencia.

—Entender la diferencia. Un empático. Una persona que sabe idiomas, que sabe de derecho, que sabe de economía, que es un negociador, que hace un buen informe, un buen reporte de acción local. Pero básicamente es una persona, y esto es lo más importante, lo único importante, que sabe adaptarse a un medio distinto, que es algo que mucha gente no puede hacer, que es algo que a muchos migrantes le cuesta, que al piloto de una aerolínea le cuesta. Que pasa un par de días en una capital. Es muy difícil hacer una vida muy distinta, y a veces sutilmente distinta, porque muchas veces no es tan distinta, es el mismo idioma o las costumbres son parecidas, pero hay una serie de reglas no escritas en el país adonde uno está viviendo que hay que saber manejar. Y lo interesante es que, por más que uno haga una gran adaptación, nunca va a ser un lugareño: eso requiere otro tipo de de habilidades y sobre todo requiere que uno no tenga una fecha para volverse a su propio país. Es una profesión del siglo XX, del XIX, del XVIII, pero sobre todo es una profesión muy atada. Cablegrama, protocolos, prácticas, formalidades muy atadas y muy vinculadas con las tensiones, con la guerra.

—Además hay algo del hombre de Estado, que responde a su país, más allá de los gobiernos. Porque Pellegrini nunca interviene sensiblemente sobre lo que ve. Lo pienso también en relación a que hoy en día la política se ha vuelto muy emocional, muy del choque, muy del improperio.

—Pellegrini es un casi un héroe anodino, un hombre bastante prudente y cauto; el autor no necesariamente, pero sí el personaje. A mí me sirve para contar exactamente la sensación de ver asuntos y no siempre poder intervenir o tener que intervenir de manera diagonal o subrepticia o triangulada. El diplomático es por definición alguien bastante cauto, pero también tiene sus habilidades y puede operar sobre el terreno con la delicadeza del caso. En el prólogo, Marcelo Escalona, que es un crítico literario de altísimo nivel, dice que es una novela sobre la ausencia. Es una cosa que a mí no se me había ocurrido ni cuando la escribí ni cuando la leí. Un libro es un objeto que uno, como una canción, circula y cada uno hace una apropiación diferente. Lo que quise transmitir, que creo que en parte el libro transmite, es la mirada. Pellegrini está todo el tiempo mirando, todo el tiempo observando, todo el tiempo pensando.

Es una novela que hay mucha primera persona y también tercera, pero sobre todo mucha introspección. Hay mucho soliloquio. Él está mirando y pensando lo que ve y se piensa a sí mismo. Porque a veces los cristales oscuros no lo dejan ver del todo. Es una novela sobre la mirada, porque me quedó la cuestión planteada por Martín Caparrós sobre la mirada del diplomático. Una vez en mi casa, en Caracas, charlando con él, me dijo que hay una mirada que no había visto nunca. Él, que es un experto en crónica. Entonces yo dije acá hay algo en la mirada, en los ojos, en la forma de procesar las imágenes que están afuera de él. Y el libro es básicamente sobre eso.

(Crédito: Twitter Eduardo Porretti)
(Crédito: Twitter Eduardo Porretti)

Hijo de una madre telefonista y de un padre viajante de comercio, Eduardo Porretti nació en Paraná, Entre Ríos, en el año 1963. Se crio en Santa Fe, estudió en Rosario. Comenzó en Ciencia Política, después llegaron los posgrados, las maestrías, la vida académica. Y a la par, la literatura. Y ahora, una novela. “Nunca había escrito una novela. En realidad es una novela muy breve, una nouvelle, realmente muy cortita. Me siento más cómodo en formatos más breves, donde puedo trabajar mejor la prosa, donde puedo trabajar mejor la sintaxis. Las cosas que hago de largo aliento las prefiero hacer alrededor de los ensayos o en cuestiones académicas. En la ficción controlando me siento más cómodo con los relatos breves o, como este caso, una novela muy cortita. Acá me pareció que podía estirar el lenguaje y la prosa, sin perder el estilo, que es bastante quirúrgico”, cuenta. Quizás por ese afán, en La forma exacta de Caracas aparecen, justamente, libros, libros y libros.

“Además de ser un lector, Pellegrini tiene el objeto del libro como un talismán”, dice Porretti. “Cuando él está cenando solo, cuando está paseando, cuando se embarca en una lancha peligrosa, tiene un libro. Cuando va caminando y no sabe qué hacer, se aferra al libro que tiene en el bolsillo izquierdo. Es decir, el libro funciona para él como un talismán. Por eso digo que es un personaje del siglo XX. Como un creyente se aferra a la Biblia o como un marxista se aferra al Manifiesto Comunista, lo que hace es tomar textos de Piglia, de Saer, de los escritores que él envidia o admira, como una forma de tranquilidad. Si tiene ese objeto cerca para cenar o para pasear o para enfrentarse al mundo... es como si tuviera una guía. Funciona como lo que dice Piglia sobre Borges: que lo interesante ahí no es cuánta realidad hay en la ficción, sino cuánta ficción hay en la realidad. Pellegrini usa esos libros como un mapa para entender lo que le pasa”, agrega.

—Está muy presente Argentina. Pellegrini siempre lleva a su país con él. Lo lee a Perón, aparece leyendo cosas sobre Cafiero, escucha Spinetta. Hay ahí algo, que tiene que ver con la ausencia, pero también como una nostalgia en presente, ¿no?

—Sí, porque el diplomático es por definición un cosmopolita que llega a conformar lo que se denomina una comunidad epistémica, en el sentido que se lleva muy bien y entiende muy bien lo que le pasa a un diplomático senegalés o turco o alemán, porque es un trabajo muy parecido, pero tiene una marca identitaria. El diplomático es, aparentemente, una persona desanclada que evoluciona en las redes y en el mapa del mundo incorporando una serie de elementos en su sopa original. Pero en definitiva, el diplomático, ya sea el argentino, el alemán, el japonés, termina siendo, al final del día, una persona, un funcionario que, no solo representa a ese país, sino que ese país ni siquiera es exactamente así. Es decir, a veces los diplomáticos no representan a una Argentina imaginada. No digo una Argentina falsa, digo una Argentina imaginada: una Argentina que tienen en la cabeza, una Argentina que, probablemente, cuando vuelvan, ya no sea la misma.

"Lo único que tiene el diplomático es la moderación. Para escalar, para guapear, para hacer exageraciones, para generar provocaciones, para generar conflictos, hay otra gente que se dedica a eso
"Lo único que tiene el diplomático es la moderación. Para escalar, para guapear, para hacer exageraciones, para generar provocaciones, para generar conflictos, hay otra gente que se dedica a eso

—La última vez hablábamos de la Twitter diplomacia, de cómo cambió todo con las redes sociales. Pienso al diplomático como una figura estable, en el sentido de que proporciona estabilidad, tranquilidad, previsibilidad, en mundo que gira hacia el caos. Y el diplomático contrarresta ese caos. ¿Creés que es un poco así?

—Sí. Es una mirada inteligente y optimista. Y ojalá muchos tengan esa mirada sobre nuestra profesión. Uno podría coincidir con Shakespeare en su texto sobre Macbeth, con este ruido y esta furia irracional que circula por el mundo, el diplomático es una persona por definición moderada, que por definición se adapta a la mirada del otro, la comprende y entiende las limitaciones que tiene el otro para entregar una posición o para seguir una negociación. Y tiene una serie de intereses particulares en la construcción de escenarios de acercamiento y de generación de confianza: ese es el trabajo básico. Como si fuera un ingeniero que necesita operar sobre una mesa estable o un agricultor que necesita trabajar sobre una tierra que primero debe estar preparada. También es cierto que, a veces, en el medio de todo este caos y toda esta furia y todo este ruido, lo único que nos queda es la diplomacia, porque muchas veces los diplomáticos, como es el caso de Pellegrini, trabajan en lugares muy antipáticos, muy difíciles, con muchos problemas. Pienso en muchos diplomáticos, y en particular los diplomáticos y diplomáticas argentinas, que han sufrido situaciones dramáticas desde el punto de vista de la seguridad, enfermedades, no han tenido agua, no han tenido medicina, no han tenido energía eléctrica, no han tenido comida. La gente cree que los diplomáticos viven en fiestas palaciegas y eso es un error. Es un error realmente considerar que el diplomático es un privilegiado. Solo puede sostenerse con una falta de información o con una malicia muy importante.

—¿Un diplomático es un optimista?

—Un diplomático es un realista por definición, que sabe cuáles son las posibilidades que hay en el escenario. Más bien sabe que la construcción es muy lenta, un sendero que se va generando y se va ubicando de alguna manera en el futuro de la relación, ya sea bilateral o multilateral. El diplomático sabe que su país, incluso si es un país poderoso, por supuesto que en el caso de Argentina no lo es, tiene limitaciones y no puede hacer lo que quiera. Porque lo interesante del diplomático es que, por poderoso que sea su ejército o prestigioso que sea su país, siempre necesita del otro, y eso lo vuelve naturalmente humilde. Yo diría que no es ni pesimista ni optimista, sino que más bien es humilde. Me llama la atención cuando dicen que los diplomáticos son arrogantes y aburguesados y distantes. Es un tipo que trabaja todo el tiempo sobre la diferencia y en escenarios escarpados. En general, esa persona es un tipo humilde porque sabe que lo que puede hacer para mejorar es poco, entonces hace estrategias para tratar de que no escale y no empeore. El primer trabajo del diplomático es que la situación no empeore.

—¿Qué tan difícil es ser moderado y mantener el temple en un momento donde de repente aparecen acusaciones, discusiones ciegas, polarización, exacerbación?

—Es que el trabajo diplomático no tiene como elemento sustantivo o primordial o principal la moderación; prácticamente lo único que tiene es la moderación. Para escalar, para guapear, para hacer exageraciones, para generar provocaciones, para generar conflictos, hay otra gente que se dedica a eso. Nosotros somos diplomáticos para parar la guerra, no para generarla. No es que seamos timoratos ni cobardes, sabemos los costos y los riesgos de las bravuconadas. El trabajo nuestro es básicamente disminuir las posiciones radicales para tratar de moderarlas y también adaptarnos a situaciones muy difíciles y muy adversas. Tengo colegas que han trabajado en países en conflicto, que han rescatado rehenes, que han sufrido enfermedades, que han pasado momentos tremendos. Yo mismo he estado en países muy difíciles como Colombia, Cuba y Venezuela, he trabajado en África y en Asia, donde las situaciones eran muy precarias, con las situaciones de violencia, donde nuestra seguridad estaba amenazada. Entonces la moderación y la cautela son una respuesta automática. No es tanto inteligencia, sino más bien un acto de supervivencia.

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