Alejo Schapire: “Criticar las políticas israelíes no te hace antisemita, pero si creés que de 200 países hay uno solo que no debe existir...”

El escritor argentino radicado en Francia acaba de publicar “El secuestro de Occidente” y conversó con Infobae Cultura sobre los efectos de la masacre del 7 de octubre, el antisemitismo, el wokismo y cómo “la izquierda se ha convertido en el caballo de Troya del islamismo radical”

Alejo Schapire acaba de publicar "El secuestro de Occidente" (Foto: Hugo Passarello Luna)

“Dejé de ser de izquierda porque el piso se movió debajo mío, no porque yo me haya trasladado”. Desde Francia, donde reside, Alejo Schapire habla por teléfono con Infobae Cultura. Llegó en 1995 y nunca más se fue: “Me fui quedando, aunque nunca lo decidí”. Es periodista especializado en cultura y política exterior. Escribió La traición progresista y ahora, su novedad editorial se titula El secuestro de Occidente. Nació en Buenos Aires en 1973 y en una familia de clase media. Su padre fue un reconocido editor vinculado a la izquierda, que heredó su editorial de su abuelo, que era comunista. Schapire se llamaba. “Publicó muy buena literatura, muchos refugiados que huían del franquismo. Los libros se siguen consiguiendo en librerías de viejo”, dice Alejo. Sus padres tuvieron también una librería en la calle Uruguay durante muchos años. No era fácil dedicarse a los libros de izquierda en aquella época: “le valió una estadía en la cárcel perseguido por la Triple A”.

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El secuestro de Occidente

Por Alejo Schapire

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“Me ponen en el Liceo Francés porque mi papá había ido al viejo colegio francés y pensaban que, si tenían que huir del país, la red del liceo me hubiese permitido seguir mi escolaridad en cualquier parte”, cuenta. Cursó el CBC de Filosofía y Letras pero terminó en TEA estudiando periodismo. Cuando le surgió la posibilidad de seguir estudiando en Francia, no lo dudó. En Argentina estaba acababa de ganar Menem: “Me parecía que todo lo que venía era una pesadilla”. Trabajó de corresponsal (“Siempre me vi como alguien de izquierda, vinculado a todo lo que es esa familia intelectual: lo lo que leí, mis convicciones y demás. Y el primer lugar adonde mandé un currículum fue Página/12 y el primer lugar donde publiqué y tuve la letra impresa fue en el suplemento de Cultura”) pero con el fin del 1 a 1 tuvo que buscar otra cosa y ahí empezó a trabajar en la Radio Pública Francesa, y ahí sigue hasta el día de hoy.

Publicado hace apenas un par de días por el sello Libros del Zorzal, El secuestro de Occidente continúa los argumentos de su libro anterior, La traición progresista, donde ya decía que Israel era “una obsesión progresista”. Acá asegura que con el fin de la Guerra Fría, “los ideólogos de izquierda mudaron sus teatros de operaciones de las fábricas y sectores rurales a la academia” y “reformularon allí sus doctrinas reclutando nuevos adeptos en los bancos de las universidades, en particular en las más elitistas, que educan a los poderosos del mañana”. También asegura que se cambió “la lucha de clases por la lucha de razas y sexos” y que “el nuevo marco ideológico que combate la universalidad de la condición humana ha creado categorías inmutables y raciales sobre quién es por definición víctima y quién es victimario. Además, habla de “liberar a Occidente de las garras de sus secuestradores: la asociación entre la nueva izquierda autoritaria y el islamismo”.

“El secuestro de Occidente” (Libros del Zorzal) de Alejo Schapire

—¿Qué era el progresismo en el tiempo previo a irte a Francia, y qué era la izquierda?

—Yo me nutrí de todas las corrientes intelectuales que van por la emancipación, por mayor igualdad, por el antirracismo, por el combate de los derechos de las víctimas, tanto del sistema capitalista como del imperialismo, del colonialismo. Y me sentía muy a gusto en eso, que eran fines de los 80, principios de los 90, donde la izquierda era sinónimo de irreverencia, de cultura, de tratar de buscar alternativas al mundo donde el único horizonte capitalista era el consumo. Era una sensibilidad de izquierda en el sentido más amplio, sin ser partidista. Siempre votaba por la izquierda y siempre me reconocía en los reclamos históricos de la izquierda cuando eran sinónimo de mayor libertad de expresión y defensa de los que menos tienen.

—¿Y el multiculturalismo? Ese es un prisma que atraviesa todo el libro: la idea de convivir con otras culturas. ¿Qué es lo que se rompe en ese horizonte y cuándo?

—Me encantaba y era un gran defensor y en alguna medida lo soy. Si entendemos por multiculturalismo a gente que viene de distintos horizontes, con distintas experiencias, sensibilidades, se mezcla y construya una sociedad culturalmente más rica... me parece fantástico. En los hechos, algunos componentes de ese multiculturalismo no querían mezclarse: pensaban que la cultura del país donde llegaban era decadente, que existían contenciosos históricos muy fuertes por la historia colonial francesa. Y cuando empieza el ascenso dela islamización, cuando fracasan los nacionalismos árabes y aparece esta fiebre por la radicalización islamista que hace que el triunfo del Estado Islámico el 11 de septiembre con Al-Qaeda y todo eso, cuando hay una revolución dentro del mundo islámico, la perspectiva de una mezcla empieza a chocar con una realidad mucho más fuerte: que hay gente que tiene otro modo de vida, que piensa que el occidental es nefasto y que las mujeres tienen que comportarse de cierta manera, que la sexualidad tiene que vivirse de tal manera.

Yo era de los que se reía de la teoría del choque de civilizaciones, me parecía una especie de paranoia. Pero cuando vos ves que efectivamente hay alumnos a los que no se les puede enseñar el Holocausto en Francia porque, te hablo de antes del 7 de octubre, dicen es lo mismo que les hacen a los palestinos, cuando ves que las caricaturas de Mahoma terminan con un profesor decapitado, cuando ves los reclamos por terminar con el modelo laico francés de separar la esfera religiosa y la pública, es que hay una avanzada del integrismo cada vez mayor. Hay que ser extremadamente ingenuo para seguir soñando con una mezcla que solo queremos algunos. Y entonces ahí, en la realidad, empieza a revelarse que el modelo de asimilación, integración y convivencia entra en crisis. La Argentina es un éxito de asimilación perfecto: llegás de otro país, hablás el idioma y ya sos uno más que hincha por el equipo nacional. Eso es la asimilación. Pero acá empezó a fracasar: empezabas a tener a nuevas generaciones que estaban mucho más radicalizadas religiosamente que sus propios padres y abuelos, empezabas a tener barrios enteros donde ya la policía dejaba de entrar, los maestros empezaban a autocensurarse porque no podían enseñar evolución, no podían enseñar el Holocausto, no podían tratar el tema de la libertad de expresión, de la homosexualidad. Y ahí te das cuenta de los límites que se encontraban dentro de una sociedad abierta, con gente que tiene convicciones muy fuertes y chocan, quieras o no, con los valores de vivir juntos.

Partidarios iraníes de Hezbollah ondean banderas palestinas durante una celebración de los ataques de Hamas contra Israel. En Teherán, Irán, 7 de octubre de 2023 (EFE/EPA/ABEDIN TAHERKENAREH)

—Esa radicalización está presente, pero no es el mundo árabe completo, ¿no?

—No, no lo es. Y es muy difícil establecer cuál es el porcentaje radicalizado, cuál es el que simplemente demuestra simpatías y cuál es el que se opone. Lo que sí sabemos es que desde el 7 de octubre en todo Occidente los ataques antisemitas han explotado. Y eso no es el hecho de un puñado. Sabemos que en muchos países musulmanes el 7 de octubre fue celebrado. Sabemos que fueron miembros de Hamas los que entraron en los kibutz, pero también fueron civiles, y fueron civiles los que recibieron a los secuestrados en Gaza escupiéndolos y apaleándolos. Sabemos que muchísimas opiniones públicas en occidentales con una demografía fuertemente islámica tienen que ajustar su política exterior a esta situación.

Es muy difícil saber cuál es el porcentaje de una parte que responde al fanatismo y cuál parte considera que son unos excesos que han hecho. No tenemos más nada que ver con una veintena de países islámicos, que tiene el tipo de regímenes que tienen, y el lugar que ocupa la religión, donde no hay separación con el Estado, y sabemos de la suerte de las mujeres, de los homosexuales, de las minorías religiosas. Ahí no podemos decir simplemente que son un grupo de loquitos fanáticos. Hay una doctrina y una cosmovisión que hace que la gente tenga una visión del mundo que no es, desgraciadamente, la que a todos nos gustaría. Sería todo mucho más fácil si fuese un puñado de loquitos que ha secuestrado a millones de personas. Desgraciadamente es más complicado que eso y no es tan difícil establecer una línea para decir “estos son los problemáticos y el resto es gente sensata, simplemente que no llega al poder”.

—El 7 de octubre cambió todo. La situación es compleja y a la vez muy sensible. ¿Qué lectura tenés de la reacción militar de Netanyahu, matando a una cantidad escalofriante de civiles palestinos?

—Tenés razón, es extremadamente complejo y yo no tengo la solución. Es horrible la cantidad de muertos. Eso es un espanto. Nadie puede alegrarse de que mujeres y niños mueran, tengan hambre y estén pasando lo que están pasando desde hace un año. Ahora, el 6 de octubre había un alto el fuego. El 7 de octubre Hamas llevó a cabo un plan que llevó meses de preparación. ¿Con qué sentido? Impedir la normalización de las relaciones entre Israel y Arabia Saudita. Hamas consideró que corrían peligro de quedarse fuera de la mesa de conversación y decidieron sabotear de la manera más salvaje y pornográfica. Porque lo que hicieron lo hicieron con júbilo. Es decir, las masacres, violaciones, mutilaciones se filmaron en vivo. Los nazis trataron de ocultar lo que hacían, hicieron lo imposible para borrar los rastros. Esta gente festejaba y lo difundía a todo el mundo. El plan de Hamas contemplaba que Israel no podría haber reaccionado de otra manera. Era extremadamente previsible. Secuestran a muchísima gente, matan a muchísimas otras. ¿Cuáles son las posibilidades para Israel? No pueden permitir que el 7 de octubre, que fue el peor pogromo desde la Segunda Guerra Mundial, vuelva a repetirse. No pueden tener a alguien que haga eso del otro lado de la frontera. Y ningún país lo permitiría; ninguno.

Hamas lo hizo deliberadamente, sabiendo exactamente lo que iba a pasar. Es el cálculo. Ellos pueden ser muy racionales en los cálculos, pero el objetivo es extender la guerra lo máximo posible y hacer que se involucren todos los vecinos en una guerra generalizada. Pero además hay una obsesión con este territorio del tamaño de una estampilla, que es la única democracia en esa parte del mundo, para considerarla como lo peor del mundo, cuando representa el único lugar donde podés tener una gay pride, el único lugar donde podés convivir con gente de otra religión sin que sea un problema. ¿Cómo se llega a calificar a Israel de esa manera? Porque hay una versión de la izquierda autoritaria, eso que se ha dado en llamar el wokismo, que considera que el mundo puede definirse entre oprimidos y opresores en función del color de piel, donde hay un determinismo que dice: ‘si vos naciste blanco estás del lado de los culpables y si naciste de los no blancos, estás en el lugar de los oprimidos’. Y en esa dicotomía decidieron que los judíos, como la visión que tienen de los campus universitarios estadounidenses donde se parecen a Woody Allen, los judíos son los blancos del asunto.

"Los nazis trataron de ocultar lo que hacían, hicieron lo imposible para borrar los rastros. Esta gente (Hamas) festejaba y lo difundía a todo el mundo" (Foto: Hugo Passarello Luna)

—¿Ves ahí antisemitismo? Porque muchas veces, quizás en la mayoría de las veces, y en el caso puntual de este conflicto, lo que aparece es una defensa al pueblo palestino y una crítica a la política militar de Israel. Y enseguida aparece la carta del antisemitismo. Te lo pregunto con total franqueza.

—La sociedad israelí, que es una sociedad democrática, tiene adentro los mayores críticos del gobierno de Israel. De hecho, acordate de las manifestaciones contra Netanyahu, que eran multitudinarias. Existe una crítica, que es súper saludable, y eso no convierte a esa gente en antisemita. Podés criticar y podés decir muchísimas cosas sobre las políticas israelíes: eso no te convierte en un antisemita. Pero si considerás que de todos los países del mundo, de los casi 200 países que hay, hay uno solo que hay que cuestionarse su legitimidad para existir... Porque nadie dice: “Rusia no tiene que existir porque Putin es un dictador sanguinario”. Nadie dice: “Siria no tiene que existir porque Bashar El Assad es un sanguinario”. Y cuando vemos cómo se comportan países como Irán con los derechos humanos, cuando vemos cómo se comportan países como China con los derechos humanos, o Arabia Saudita, ¿por qué no vemos manifestaciones de la izquierda delante de las embajadas? Al contrario, vemos que grupos de izquierda impiden manifestaciones, como ha ocurrido en la Argentina delante de la embajada de Irán. ¿Por qué ocurre eso?

El antisemitismo reside en esa excepcionalidad y esa doble vara para juzgar a Israel con respecto a los demás países que hacen cosas muchísimo peores. Obviamente, se puede criticar a Netanyahu sin ser antisemita. Ahora, si vos me decís que ese país no tiene la legitimidad para existir y me decís que “del río al mar” tiene que haber una Palestina libre y no me decís qué vas a hacer con los judíos que viven en el medio, sabiendo que eso significa la destrucción de esos judíos, y si me decís que el tiempo que se pasa en la militancia por el tema palestino es proporcional a los males del mundo, esa obsesión con el tema israelí que es muy llamativa. De hecho, se traduce en una explosión de los ataques contra los judíos en todo el mundo. Lo que no ocurre con los chinos, que pueden hacer cualquier disparate y nadie va a atacar al chino de la esquina. Yo vivo en un una ciudad donde si vos tenés un turbante en la cabeza nadie te va a hacer nada. Si vos sos una mujer que lleva el velo islámico, nadie te va a hacer nada en ningún barrio. Ahora, si vos llevás kipá en la calle, corrés el riesgo de pasarla muy mal. Mucha gente ha sido agredida, y es por esa obsesión con el tema judío.

—En el libro hablás de que hoy hay un valor en ser víctimas, y que todos quieren serlo. Decís que “cuanto más taras acumula una persona, más oprimida es”.

—Hay unas olimpiadas de la victimización. Vivimos en una época obsesionada con los superhéroes, pero en la que todo el mundo trata de decir que es más víctima que el otro. Cuando digo que hay una verdadera revolución cultural, no estoy exagerando. Esto tiene que ver con que yo critico mucho más a la izquierda que la derecha. Yo considero que dejé de ser de izquierda porque el piso se movió debajo mío, no porque yo me haya trasladado. Y eso no me convirtió en un tradicionalista ni en un religioso. Soy una persona atea, soy una persona que piensa que la gente tiene que vivir la sexualidad como se le cante el culo, si es consensuado entre adultos. Que no hay que perseguir a nadie por su color de piel. Lo que es el viejo liberalismo: nadie tiene que ser juzgado por sus orígenes. Pero esta mentalidad vino a rehabilitar una mirada racialista del mundo. Pasamos del sueño de Martin Luther King de una igualdad donde no importaba tu color de piel a tener que mirar obsesivamente el color de piel para ver quién es más víctima que el otro, quién tiene más el derecho a la palabra. Y esto sí me ocupa más de la izquierda que de la derecha, porque la izquierda ha triunfado, se ha permeado a través de todo el sistema institucional de la educación y la cultura. Es facilísimo abrir Netflix y ves todos los remakes que tienen que ser de cierta manera. Lo ves en los Oscar, que tiene que haber cierta representatividad. Me parece un disparate hablar de raza, pero en Estados Unidos eso es súper normal y el problema es que lo han exportado. Hablemos de imperialismo cultural. Lo han exportado y pretenden aplicarlo en todo el mundo. Y después tenés al Washington Post diciendo que es un escándalo que no hay más negros en la Selección Argentina, como si todo fuese un catálogo de Netflix. El tema de la diversidad es una trampa conceptual. ¿De qué hablan cuando hablan de diversidad? Hablan del nivel de melanina en la piel y de cómo prefieren coger.

Fotografía de archivo de una marcha en favor de Palestina llevada a cabo en Madrid (Foto: EFE/ Víctor Lerena)

—Dejame plantearlo al revés. Cuando decís que “la izquierda ha permeado...”, yo lo que veo es que son las grandes corporaciones, como Netflix, las que han usado algunas banderas de la izquierda para lavar su imagen y volverse más amigables, para que no se las cuestione por lo que son: gigantescas corporaciones. Cuando se hace pinkwashing, por ejemplo. Pero al fin de cuentas siguen creciendo mientras el trabajo se precariza cada vez más y nadie discute la renta.

—Cuando se cayó el muro de Berlín Este y desapareció el otro modelo posible frente al capitalismo, cuando dejó de haber una opción armada, cuando perdió poder de fuego ese bloque soviético en el que mucha gente de izquierda se identificaba, cuando triunfan en los 80 las políticas liberales, el realismo, el thatcherismo y la izquierda tiene que reformularse y entra en crisis... bueno, cuando se cae el muro de Berlín la gente corre para un solo lado. Quedó tan evidente que la receta comunista había fracasado, que la izquierda necesitaba revitalizarse. ¿Y entonces qué es lo que hace? Se transforma: abandona la economía, que era el eje central de esta visión marxista de la revolución, donde el sujeto principal era el trabajador, el explotado, el campesino, y se traslada de las fábricas y del campo a las universidades. Va a revitalizarse con la lucha por los derechos civiles, que está muy bien: efectivamente había un racismo, un machismo y un montón de cosas que estaban mal y que había que ocuparse. Pero con el paso del tiempo, en las últimas décadas se han dedicado a lo que llaman las identity politics. Han abandonado la economía como principal eje, ya no creen más en la revolución, pero siguen odiando el capitalismo. Entienden que la receta comunista no funciona, entonces no insisten con eso, por eso se dedican a hacer la justicia social, no a través de las transformaciones económicas, sino a la exigencia de igualdad y diversidad.

El sujeto ya no es más el obrero, el sujeto es el racializado. Entonces le dejan el obrero a la extrema derecha: en Francia va a ser el Frente Nacional, en Estados Unidos va a ser Trump. Los trabajadores blancos ya no se sienten representados por una izquierda que tiene un nuevo electorado. ¿Cuál es el nuevo electorado de la izquierda? Jóvenes urbanos universitarios y la gente de origen inmigrante. Y dan por perdida a la clase trabajadora tradicional. Se concentran en este nuevo discurso de las minorías. ¿Qué es lo que pasa en el mundo de la empresa que vos me decís? Cuando empiezan con la corrección política, las empresas dicen: “ok, tenemos esta gente que antes nos armaba quilombo con huelgas y pedía mejoras salariales, ahora nos piden que llamemos a las cosas de otra manera, que alteremos el lenguaje para ser más inclusivos”. Es una linda operación de marketing. Una cosa cosmética.

—Ese amplio espectro internacional que llamás izquierda, ¿se siente a gusto con esa cosa cosmética?

Es una izquierda que se lleva muy bien con el capitalismo. Es patente en Francia, con la izquierda radical de Mélenchon, lo mismo con Podemos y Sumar en España. En las elecciones europeas, la cuestión palestina era lo principal como argumento político, porque se dirigen a la gente politizada de las universidades y a la gente de origen inmigrante que consideran que es un nuevo electorado y un nuevo sujeto revolucionario. La confrontación de Occidente ya no es más con el bloque soviético, sino es con autoritarismos y con el desafío del integrismo islámico, sobre todo desde el 11 de septiembre. Y dentro de esa manera de ver el mundo, esta nueva izquierda considera que ese pujante integrismo islámico encarnado por racializados, es una respuesta legítima al capitalismo blanco, opresor y neocolonialista en que Israel es visto como la punta de lanza. Ahí es más complicado, porque va mucho más allá de la corrección política: vamos hacia una auténtica visión del mundo binaria, una dicotomía en donde vos separás a la gente en función del color de piel y la religión que profesa. Quedan, además, muchos vicios de la vieja izquierda, que eran las cosas estalinistas. Hoy lo llamamos cancelación, antes eran purgas. Hoy hablamos de talleres de sensibilización para gente que ha dicho cosas incorrectas, antes tenías lugares de reeducación donde la gente tenía que admitir su culpa con respecto a los valores de la Revolución. Una de las cosas en las que yo no me reconozco más en la izquierda es el gusto por la censura. Cuando yo era joven y me sentía de izquierda, la censura era la cosa que hacían los fachos, donde la normatividad venía de la derecha tradicional eclesiástica. Hoy lo que tenés es un nuevo establishment que, más allá de Elon Musk, que es una excepción, las tech, Google, Netflix, todas las grandes empresas son super woke. Ese es el nuevo establishment que es compatible con el capitalismo. Es un problema que la izquierda haya abandonado a la clase trabajadora para dedicarse a otras cosas.

"Pasamos del sueño de Martin Luther King de una igualdad donde no importaba tu color de piel a tener que mirar obsesivamente el color de piel para ver quién es más víctima" (Foto: Hugo Passarello Luna)

—Acá la izquierda, sabrás, tiene un frente. Pero también está el peronismo, más específicamente el kirchnerismo, que de alguna manera se apropió de esa palabra, de esa bandera.

—Bueno, esa es la cuestión histórica. El peronismo fagocitó a la izquierda. El peronismo es algo bastante inexplicable para un extranjero porque adentro tenés a gente de la derecha radical y a gente de la izquierda radical. Es un problema de taxonomía. En Europa, en Francia en particular, donde nace esta forma de dividir el espectro político, las cosas entran en casilleros muy precisos. Viene desde la extrema izquierda o izquierda radical, donde se encuentran los partidos que no son de gobierno hasta ahora, lo que se parecen a la izquierda argentina, los anticapitalistas, los identitarios de izquierda que están completamente obsesionados con la raza, y tenés los restos de la socialdemocracia, que eran la izquierda de gobierno o aceptable. Eso en Argentina no existe porque el peronismo enrareció completamente la política. Tal vez el radicalismo en algún momento encarnó esa socialdemocracia con Alfonsín, pero después se enrareció todo y tenés agentes políticos que son muy difíciles de explicar para el extranjero.

La Argentina fue muy vanguardista en esta nueva izquierda autoritaria. Cuando tenés a Hebe de Bonafini, que se supone que es la campeona de los derechos humanos festejando los atentados del 11 de septiembre ahí tenés el germen ideológico del islamoizquierdismo que considera que el Islam radical es un aliado de los defensores de los derechos humanos contra el peor de los cucos que es el imperialismo estadounidense. Y ahí es donde está el problema, que después lo vamos a volver a encontrar en D’Elía, aliado con Irán, o vamos a encontrar en Maduro, aliado con Irán. Antes existían experimentos: los Montoneros entrenándose en el Líbano. Este es el tercermundismo que soñaba con una gran familia de las víctimas luchando con el único antiimperialismo malo. Porque evidentemente nunca hablan de imperialismo cuando hablan de China o de Rusia.

—Muchas posiciones que exponés en el libro, leídas de forma rápida, se tocan con las de Agustín Laje, un bestselller reivindicado por el presidente Milei. ¿Lo leíste? ¿Lo escuchaste? ¿Qué opinas de sus posturas?

—Sinceramente no lo leí. Lo que yo te puedo decir es lo siguiente: si bien combato el wokismo porque pienso que es una nueva versión del racismo, pienso que el antisemitismo es la forma de racismo que está haciendo más daño hoy, estadísticamente probado en Europa. El 54% de los ataques racistas en Francia en el último año fueron hechos contra judíos. Los judíos representan menos del 1% de la población de Francia. Estos ataques los hace gente que está convencida que los está haciendo en nombre del antirracismo. Por eso estoy cuestionando muy duramente a la izquierda, porque pienso que se ha convertido en el caballo de Troya del islamismo radical y está poniendo en riesgo a la sociedad abierta. No soy inocente; sé que hay una derecha identitaria, que hay una extrema derecha en la que no me reconozco para nada. Considero que soy un feminista, en el sentido de que quiero vivir en un mundo donde las mujeres decidan qué hacer con su vida sin rendir cuentas a nadie. Soy alguien que no quiere volver a los valores tradicionales religiosos. Me considero una persona universalista, abierta, y quiero salvar las cosas que ha puesto en peligro la izquierda. Quiero salvar el humor, quiero salvar la duda. Quiero salvar la creación artística libre, que se ve amenazada, ya sea por la autocensura o por estos nuevos dogmáticos que te dicen cómo tenés que pensar.

Javier Milei y Agustín Laje durante la presentación del libro "La batalla cultural" en la Feria del Libro de Buenos Aires 2022 (Foto: Luciano González)

Entiendo que me estás preguntando si yo me ubico en quienes combaten el feminismo: no, yo simplemente quiero un feminismo que salga de la trampa identitaria, de la guerra de la hipocresía. Ese feminismo que, por ejemplo, cuando se trata de acusar renuncia a la presunción de inocencia, y cuando ve involucrado a uno de los suyos, como el presidente Alberto Fernández, dice que el “yo te creo, hermana” era de mentirita. Es decir, yo me considero feminista, estoy a favor de la sociedad abierta y estoy en contra. Y esto me parece lo fundamental de lo que se llama la tenaza identitaria. Estoy tanto en contra de la izquierda identitaria como de la derecha identitaria. Yo no quiero un populista autoritario. Yo me considero un republicano. Creo en la separación de poderes. Creo en una sociedad civil que lucha por la igualdad. Y no ofrezco a cambio modelos mojigatos, añejos y que buscan rehabilitar el lema de “familia, tradición, propiedad” y todo eso. Aparte, no me interesa estar en ningún campo. Mi renuncia al campo progresista no me ha convertido en un derechista y sé que sería mucho más fácil para mí inscribirme en ese campo, porque es mucho más fácil estar acompañado cuando están todo el tiempo puteándote.

—Antes de terminar hablemos de Milei: no hay dudas que es una reacción al progresismo. Pero luego de la declamación, de los gritos, de las puteadas, tuvo que gobernar. La pregunta es si puede institucionalizar lo reaccionario, si se puede realizar una gestión antiprogresista. que no sea solamente destructiva.

—Sí, por supuesto. Y hay gente que lo ha entendido perfectamente y lo ha capitalizado. El primero es Trump, que se dio cuenta de que había una nueva hegemonía cultural de la izquierda. Trump le ha robado la rebeldía a la izquierda, que era uno de sus viejos valores, diciendo “fuck your feelings” y comportándose como un punk que dice cosas incorrectas, estúpidas muchas veces, pero sabiendo que hay una energía ahí que ha revitalizado completamente a su campo. Es lo que ha hecho Meloni en Italia. Eso es lo que ha entendido perfectamente Milei: esto que se ha dado en llamar batalla cultural y que podía ser muy redituable entenderla y explotarla. Milei entendió que, más allá de lo que muchos creían y por eso creó una sorpresa, había una mayoría silenciosa que estaba harta de todas estas pelotudeces. Y lo supo canalizar muy bien.

Pero Milei, Trump, Meloni, Orbán no son equivalentes, son distintos tipos de populismos. Tienen cosas en común, un estilo, muchas veces autoritario, con poco respeto por las instituciones que juzgan, no creen en la intermediación, ya sea institucional, pero tampoco de la prensa. Y en el caso de Milei, tiene el culo entre dos sillas: por un lado se dice libertario, pero al mismo tiempo en todos los temas de sociedad, como el aborto, está en una perspectiva mucho más conservadora. Esa perspectiva puede verse en la elección de Villarruel como su vice. Él tiene una visión completamente economicista; en esto se parece a los marxistas que consideran que la economía es la llave de todo. Y al mismo tiempo es un conservador, aunque en su propia vida, como Trump, no lo sea. Es decir, no son ejemplos de este role models, como dicen, de lo que es una vida cristiana. Pero mucha gente dice “este es el tipo que está haciendo rabiar a los progres de mierda” y lo vota con satisfacción, como una especie de venganza.

—El tema es que ocurrirá después, porque por ahora no parece salirse del libreto del ajuste y el recorte.

—Pienso que Milei es, en gran medida, una consecuencia del kirchnerismo. Es una especie de revés de la moneda. Uno no se explica sin lo otro. El problema que tiene Milei es que, como no tiene un apoyo de legisladores ni de gobernadores, necesita el de la opinión pública, que es su único capital. Y la única manera de conservar ese capital en el tiempo es polarizando: necesita de esa fiebre para que cada quien se pare del lado de la grieta que le corresponde y le siga dando el impulso que tiene porque no tiene los demás motores. Un país, en el estado en que lo ha dejado el kirchnerismo, tampoco es fácil construir con los niveles de pobreza, de destrucción de todo el tejido, de los niveles de corrupción. Evidentemente va a tener que demostrar que su receta funciona porque van a haber elecciones el año que viene y ahí ese es el momento donde la gente va a decir: “sí, es muy lindo que digas cosas que hacen calentar al resto, pero yo necesito pagar el alquiler”.