Al principio solo había un montón de niebla, pero una sola idea en el fondo, bien al fondo: un acto de violencia física puede cambiarle la vida a alguien. Cuando lo violento aparece las cosas cambian, la relación con el mundo se distorsiona porque hay un puente que se rompe (tal vez definitivamente). Es la pérdida de la inocencia en muchos niveles de comprensión. ¿Cómo darle forma narrativa a eso?
Rejas
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Creo que el mayor problema es ese, el de descubrir qué hay detrás de todo ese caos con el que viene acompañada una idea y encontrar cuál es su forma real, su esencia de honestidad, tanto musical como de estructura y arquitectura. Me parece que gran parte del trabajo de escribir no es, justamente, frente al word, muchas veces simplemente es pensar en lo que se está queriendo contar. Pueden ser días, meses o años (me ha pasado), pero gran parte del acto de escribir es esperar una señal que te indique una suerte de camino hacia dónde seguir.
Por ese entonces yo vivía en San Francisco Solano, partido de Quilmes, provincia de Buenos Aires. Era un barrio donde, en esa época (entre 2010-2011), la inseguridad era cosa de todos los días. Una tensión constante a la que muchos se acostumbran (para que se comprenda bien de qué hablo recomiendo el ensayo Cómo hacen los pobres para sobrevivir de Javier Auyero y Sofía Servián, que publicó Siglo XXI). Yo nunca pude generar costumbre con eso. Y esa era una realidad (la inseguridad desmedida) que estaba empezando a afectarme. Me costaba dormir, me costaba relacionarme con los vecinos, me costaba estar bien de ánimo, me costaba salir de noche, me costaba escribir.
Fue por esos días en los que alguien, mientras hacíamos la cola en la fiambrería, me comentó algo que había pasado en un barrio vecino: entraron a robar a la casa de alguien y ese alguien se enteró quiénes habían sido y fue a buscarlos para matarlos (no sé si lo logró o no). Lo recuerdo ahora y me doy cuenta de que esas eran historias que escuchaba seguido: de duelos entre tipos todo el tiempo y en cualquier lugar, pero esa me llegó por algún motivo que no alcanzo a entender. Hay algo ahí de la violencia exacerbada y la representación de la masculinidad (hoy gracias a los movimientos feministas es posible comprenderlo) que se relaciona de manera directa. Pareciera que para ciertas cosmovisiones, ser varón es “demostrar” que sos varón, medirte con un otro, vencerlo, ejercer sometimiento y humillar.
Una de esas relaciones fuertes entre varones es la del hijo con su padre (o viceversa). Creo que ahí se juntaron dos cosas: la historia que me contaron en la fiambrería y pensar qué pasa si un hijo le pierde el respeto a su papá. Acá debería contar que yo soy hijo de madre soltera y nunca en mi vida tuve esa figura, la del padre, erigiéndose como modelo para copiar o rechazar. Pero siempre sentí curiosidad por esos vínculos filiales que a mí no me tocaron. Ese fue el inicio de lo que luego terminó siendo Rejas. Que en muchos sentidos, meterme en ese universo de la ficción, me salvó la vida. Porque estar frente a un texto de largo aliento es una forma de irte a vivir ahí y relacionarse de otra manera con el día a día de la vida real.
Como a todo el mundo, siempre me interesaron el funcionamiento de las familias, sus reglas internas, sus modos de sobrevivir o de reinventarse. Y por otro lado, nunca había escrito algo donde una familia fuese la protagonista. Eso me pareció una suerte de desafío, pero fue apareciendo a medida que más pensaba en esta historia. Puedo estar muchísimo tiempo “mirando” mi historia en la cabeza antes de escribir una sola palabra. El goce de resistir la tentación de escribir lo primero que se me venga a la cabeza es fundamental para mí. Necesito que la historia me habite porque deseo encontrar cuál es la partitura y el ritmo de lo que quiero contar. En esas dos cosas se juega mucho del destino del texto. Entonces, apareció la familia de Rejas como una suerte de sinfonía donde la diversidad de voces debería ser trabajado paraque el texto se equilibre.
Creo que el concepto de “la reja” llegó del cielo luego de pensar en la forma en que el afuera se mete con insistencia en el adentro de un hogar (tal vez también tenga que ver con la idea de biopolítica de Foucault que estaba estudiando por entonces, pero no lo quiero asegurar). Digo “hogar” y no “casa” porque considero que esa es la palabra que define lo que todos queremos conseguir: un espacio propio donde nuestra vida tenga real sentido. De ahí a considerar que además es “un refugio” del mundo hay un solo paso.
De esta manera, “la reja” haría que “el hogar” de esta familia se volviera inexpugnable, se convirtiera en una mónada a la que nadie más pudiese ingresar. Considero que narrativamente necesitás algo material en donde poner todos los elementos simbólicos del texto. Que luego se relacionan con el tema a trabajar. Por lo tanto, esos elementos, en mi caso la reja, sirven para pensar todo lo que sucede desde varios niveles de sentido. Sumar caminos de lecturas siempre me parece lo más atractivo. Será porque me gusta la poesía por encima de cualquier otra cosa. En cualquier caso, ahí se dispuso bien lo que iba a utilizar para poder contar la historia: la familia, el vínculo entre varones, la seguridad/inseguridad, la relación con el barrio en el que se vive.
La escritura del texto fue, digamos, rápida luego de todo el tiempo que me tomé en pensarlo y en esperar a que apareciera bien la historia, los personajes, las palabras. Me parece que esa negación frente a la desesperación (“lo escribo en seguida por miedo a que se pierda la idea”) aporta cierta maduración que me gusta, me seduce, porque es ahí donde te das cuenta que la escritura es sobre todo una relación con el tiempo que hay que aprender a transitar. Por supuesto que fueron apareciendo cosas y situaciones que no había considerado ni anticipado en absoluto. Y esa es otra de las cosas que me gustan de poder escribir cada tanto: aprovechar lo inesperado, disfrutar de la improvisación, ir armando con lo que te tira “el calor del momento”, saber que el presente es lo único que existe, en definitiva.
Rejas tuvo su circulación (lo que cual agradezco infinito porque siempre se escribe en soledad y rodeado de fantasmas con el secreto anhelo de poder conectar con alguien en algún momento futuro) y siempre me hablaban de dos cosas que yo no tuve en cuenta: el conurbano y la destrucción del matrimonio. Estas lecturas siempre me parecieron reveladoras porque hay una parte ante la cual uno está ciego cuando se escribe. Uno es su primer lector, pero no es el mejor lector de lo que escribe. Siempre leemos mejor con los demás, con los otros, los otros pueden alumbrar mejor que uno lo propio. Así que empecé a preguntarme realmente qué había escrito. Y todavía no lo sé. Lo que sí me hicieron notar estas lecturas es que la realidad de la inseguridad en ciertos lugares del conurbano sigue igual o incluso recrudeció con las crisis económicas que se fueron profundizando.
En este momento histórico, donde el Estado lleva adelante políticas económicas destructivas y criminales para las mayorías, es muy probables que algo de lo que se cuenta en Rejas siga sucediendo. No es ninguna buena noticia eso. Por otra parte, es un lugar común, pero todo hay que decirlo: toda escritura es política incluso cuando más se quiera escaparse de eso. Por lo tanto, Rejas es una historia en la que intenté poner en el papel algo de mi realidad, de mis fantasías y de mis mayores miedos.
Y muchos de esos miedos tienen que ver con los distintos gobiernos y sus medidas económicas, sociales, políticas. No sé si lo logré. Lo que estoy seguro es que Rejas me permitió escribir mucho de lo que vino después en materia de ficción. También se escribe para aprender a escribir, para descubrir si es posible ponerle palabras a lo que imaginamos. Y cuando se termina un libro se empieza todo de nuevo. Así es desde siempre en la literatura: no hay certezas, no hay atajos, no hay buen final. Pero además hay posibilidad de continuar. Nevermind: hay que seguir.