Byung-Chul Han sorprende con un mensaje positivo: “Recuperar una vida en la que vivir sea más que sobrevivir”

Infobae Cultura publica un fragmento de “El espíritu de la esperanza”, un libro donde el filósofo surcoreano propone abandonar el miedo y el resentimiento, verdaderas amenazas para la democracia

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Byung-Chul Han sorprende con un
Byung-Chul Han sorprende con un libro lleno de esperanza: pide “recuperar una vida en la que vivir sea más que sobrevivir”

Es uno de los filósofos más influyentes y respetados del momento. Todos lo conocen. Byung-Chul Han, nacido en Seúl, Corea del Sur, y formado en Berlín, Alemania, presentada una mirada profundamente crítica sobre el capitalismo, puntualmente al régimen neoliberal dominante, generalmente oscura y negativa, pero esta vez, en su nuevo libro, hay otra cosa. Ya su título dice mucho: El espíritu de la esperanza, que acaba de publicar en Argentina el sello Manantial.

Los escenarios apocalípticos son diversos y contundentes: guerras, migraciones masivas, atentados, catástrofes climáticas, crisis, pandemias. Hay una inminente amenaza de hundimiento y extinción. En este asfixiante panorama, ¿qué lugar ocupa la esperanza? ”Nos abre tiempos futuros y espacios inéditos, en los que entramos soñando”, se lee en la contratapa. “Posibilita nuevos acontecimientos precisamente cuando más imposibles parecerían”.

En este libro, Byung-Chul Han “emprende no ya un viraje, sino una verdadera superación hacia una alentadora visión del hombre. En el espíritu humano anida la capacidad de hacer fecundo lo más yermo. Precisamente en los escenarios más desoladores el espíritu es capaz de remover ese viento que nos trae aires de esperanza”. A continuación, Infobae Cultura publica un fragmento exclusivo de El espíritu de la esperanza:

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La sociedad del cansancio

Por Byung-Chul Han

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Merodea el fantasma del miedo. Permanentemente nos vemos abocados a escenarios apocalípticos como la pandemia, la guerra mundial o las catástrofes climáticas: desastres que continuamente nos hacen pensar en el fin del mundo o en el final de la civilización humana. En 2023, el Doomsday Clock o Reloj del Apocalipsis indicaba que faltaban noventa segundos para la medianoche. Dicen que su minutero jamás había estado tan cerca de las doce.

Parece que los apocalipsis están de moda. Se venden ya como si fueran mercancía: Apocalypses sell, «los apocalipsis venden». Y no solo en la vida real, sino que también en la literatura y en el cine se respira un ambiente de fin del mundo. Por ejemplo, en su narración El silencio, Don DeLillo cuenta la historia de un apagón total. Numerosas obras literarias nos hablan también de ascensos de temperatura y de subidas del nivel del mar. La ficción climática se ha implantado ya como un nuevo género literario. Otro ejemplo: la novela de T. C. Boyle Un amigo de la tierra nos narra un cambio climático de dimensiones apocalípticas.

Estamos padeciendo una crisis múltiple. Miramos angustiados a un futuro tétrico. Hemos perdido la esperanza. Pasamos de una crisis a la siguiente, de una catástrofe a la siguiente, de un problema al siguiente. De tantos problemas por resolver y de tantas crisis por gestionar, la vida se ha reducido a una supervivencia. La jadeante sociedad de la supervivencia se parece a un enfermo que trata por todos los medios de escapar de una muerte que se avecina. En una situación así, solo la esperanza nos permitiría recuperar una vida en la que vivir sea más que sobrevivir. Ella despliega todo un horizonte de sentido, capaz de reanimar y alentar a la vida. Ella nos regala el futuro.

“El espíritu de la esperanza”
“El espíritu de la esperanza” (Manantial) de Byung-Chul Han

Se ha difundido un clima de miedo que mata todo germen de esperanza. El miedo crea un ambiente depresivo. Los sentimientos de angustia y resentimiento empujan a la gente a adherirse a los populismos de derechas. Atizan el odio. Acarrean pérdida de solidaridad, de cordialidad y de empatía. El aumento del miedo y del resentimiento provoca el embrutecimiento de toda la sociedad y, en definitiva, acaba siendo una amenaza para la democracia. Con razón decía el presidente estadounidense saliente Barack Obama en su discurso de despedida: «Democracy can buckle when we give in to fear» («La democracia puede derrumbarse si cedemos ante el miedo»). La democracia es incompatible con el miedo. Solo prospera en una atmósfera de reconciliación y diálogo. Quien absolutiza su opinión y no escucha a los demás ha dejado de ser un ciudadano.

El miedo ha sido desde siempre un excelente instrumento de dominio. Vuelve a las personas dóciles y fáciles de extorsionar. En un clima de angustia las personas no se atreven a expresar libremente su opinión, por miedo a la represión. Los discursos de odio y los linchamientos digitales, que claramente atizan el odio, impiden que las opiniones puedan expresarse libremente. Hoy ya nos da miedo hasta pensar. Se diría que hemos perdido el valor de pensar. Y, sin embargo, es el pensamiento, cuando se hace empático, el que nos abre las puertas de lo totalmente distinto. Cuando impera el miedo las diferencias no se atreven a mostrarse, de modo que solo se produce una prosecución de lo igual. Se impone el conformismo. El miedo nos cierra las puertas a lo distinto. Lo distinto es inasequible a la lógica de la eficiencia y la productividad, que es una lógica de lo igual.

Algunos de los libros de
Algunos de los libros de Byung-Chul Han que han influido en la forma de pensar la contemporaneidad

Donde hay miedo es imposible la libertad. Miedo y libertad son incompatibles. El miedo puede transformar una sociedad entera en una cárcel, puede ponerla en cuarentena. El miedo solo instala señales de advertencia. La esperanza, en cambio, va dejando indicadores y señalizadores de caminos. La esperanza es la única que nos hace ponernos en camino. Nos brinda sentido y orientación, mientras que el miedo imposibilita la marcha.

Hoy no solo tenemos miedo de los virus y las guerras. También el miedo climático inquieta a la gente. Los activistas climáticos confiesan tener «miedo al futuro». El miedo les roba el futuro. No hay duda de que hay motivos para tener «miedo climático». Eso es innegable. Pero lo verdaderamente preocupante es la propagación del clima de miedo. El problema no es el miedo a la pandemia, sino la pandemia de miedo. Las cosas que se hacen por miedo no son acciones abiertas al futuro. Las acciones necesitan un horizonte de sentido. Deben ser narrables. La esperanza es elocuente. Narra. Por el contrario, el miedo es negado para el lenguaje, es incapaz de narrar.

Angustia (en medio alto alemán angest, en antiguo alto alemán angust) significa originalmente, igual que en latín, «angostura». Al constreñir y bloquear la visión, la angustia sofoca toda amplitud, toda perspectiva. Quien se angustia se siente acorralado. La angustia conlleva la sensación de aprisionamiento y encerramiento. Cuando estamos angustiados el mundo se nos antoja una cárcel. Tenemos cerradas todas las puertas que nos sacarían al aire libre. La angustia impide el futuro cerrándonos las puertas a lo posible, a lo nuevo.

Ya por la etimología del término, la esperanza es opuesta al miedo. El diccionario etimológico de Friedrich Kluge explica así la voz hoffen, «esperar»: «Cuando uno quiere ver más lejos o trata de ver mejor, se estira hacia delante». Por tanto, esperanza significa «mirar a lo lejos, mirar al futuro». La esperanza nos abre los ojos a lo venidero. El verbo verhoffen, «tomar el viento», tiene aún el sentido original de esperar, hoffen. En la jerga de caza significa «indagar o rastrear por el viento la caza», es decir, detenerse para escuchar, para acechar, para olfatear. Por eso, se dice «el perro toma el viento». Quien espera «toma el viento», es decir, mira dónde ponerse y qué dirección tomar.

La esperanza más íntima nace de la desesperación más profunda. Cuanto más profunda sea la desesperación, más fuerte será la esperanza. No es casualidad que, en la mitología griega, Elpis, la diosa de la esperanza, sea hija de Nix, la diosa de la noche. Los hermanos de Elpis son Tártaro y Érebo (los dioses de las tinieblas y las sombras), y su hermana es Eris. Elpis y Eris son familia. La esperanza es una figura dialéctica. La negatividad de la desesperación es constitutiva de la esperanza. También san Pablo subraya que la negatividad es inherente a la esperanza:

Nos gloriamos incluso de los sufrimientos, porque sabemos que el sufrimiento da firmeza para soportar, y esa firmeza nos permite ser aprobados por Dios, y el ser aprobados por Dios nos llena de esperanza. Una esperanza que no defrauda.

Desesperación y esperanza son como valle y montaña. La negatividad de la desesperación es inherente a la esperanza. Así explica Nietzsche la relación dialéctica entre esperanza y desesperación:

La esperanza es un arco iris desplegándose sobre el manantial de la vida que se precipita en vertiginosa cascada; un arco iris cien veces engullido por el espumaje y otras tantas veces rehecho de nuevo, y que con tierna y bella audacia despunta sobre el torrente, ahí donde su rugido es más salvaje y peligroso.

No hay descripción más certera de la esperanza. Posee una tierna y bella audacia. Quien tiene esperanza obra con audacia y no se deja confundir por los rigores y las crudezas de la vida. Al mismo tiempo, la esperanza tiene algo de contemplativo. Se estira hacia delante y aguza el oído. Tiene la ternura de la receptividad, que le da belleza y encanto.

No es lo mismo pensar con esperanza que ser optimista. A diferencia de la esperanza, el optimismo carece de toda negatividad. Desconoce la duda y la desesperación. Su naturaleza es la pura positividad. El optimista está convencido de que las cosas acabarán saliendo bien. Vive en un tiempo cerrado. Desconoce el futuro como campo abierto a las posibilidades. Nada acontece para él. Nada lo sorprende. Le parece que tiene el futuro a su entera disposición. Sin embargo, al verdadero futuro es inherente la indisponibilidad. El optimista nunca otea una lejanía indisponible. No cuenta con lo inesperado ni con lo imprevisible.

A diferencia del optimismo, que no carece de nada ni está camino de ningún sitio, la esperanza supone un movimiento de búsqueda. Es un intento de encontrar asidero y rumbo. Quizá sea precisamente por eso que nos lanza hacia lo desconocido, hacia lo intransitado, hacia lo abierto, hacia lo que todavía no es, porque no se queda en lo sido ni en lo que ya es. Pone rumbo a lo que aún está por nacer. Sale en busca de lo nuevo, de lo totalmente distinto, de lo que jamás ha existido.

El optimismo no hace falta conquistarlo. Se tiene sin más como algo obvio, igual que uno tiene su talla corporal o un rasgo personal invariable: «[El optimista] está encadenado a su jovialidad como el galeote a su remo: una perspectiva nada halagüeña».5 El optimista no necesita razonar su actitud. En cambio, la esperanza no la hay sin más como algo obvio. Nace. Muchas veces hay que suscitarla y concitarla expresamente. A diferencia del optimismo, falto de toda resolución, la esperanza activa se caracteriza por su entusiasmo. El optimista no actúa de propio. Toda acción conlleva un riesgo. Pero el optimista no arriesga nada.

En el fondo, el pesimismo no se diferencia tanto del optimismo. En realidad, es su reflejo inverso. También el pesimista vive en un tiempo cerrado. Está encerrado en la «cárcel del tiempo». El pesimista no se aviene a nada y rechaza todo cambio, sin abrirse a nuevos mundos posibles. Es tan testarudo como el optimista. Tanto el optimista como el pesimista son ciegos para las posibilidades. Nada saben de eventos que puedan dar un giro sorprendente al curso de los acontecimientos. Carecen de imaginación para lo nuevo y son incapaces de apasionarse con lo que jamás había existido. En cambio, quien tiene esperanza apuesta por las posibilidades que nos sacarían de «lo que no debería existir». La esperanza nos permite escapar de la cárcel del tiempo cerrado.

Hay que distinguir también la esperanza del «pensamiento positivo» y de la «psicología positiva». La psicología positiva se desliga de la psicología del sufrimiento y trata de ocuparse exclusivamente del bienestar y de la dicha. Si a uno lo atormentan pensamientos negativos, lo que tiene que hacer es cambiarlos en el acto por otros positivos. La psicología positiva tiene como objetivo hacer que la dicha sea mayor.

Los aspectos negativos de la vida se obvian por completo. Esa psicología nos presenta el mundo como unos grandes almacenes en los que nos suministran cuanto pedimos.

Byung-Chul Han
Byung-Chul Han

Según la psicología positiva, cada uno es el único responsable de su propia felicidad. El culto a la positividad hace que las personas a las que les va mal se culpen a sí mismas, en lugar de responsabilizar de su sufrimiento a la sociedad. Se reprime la conciencia de que el sufrimiento siempre se transmite socialmente. La psicología positiva psicologiza y privatiza el sufrimiento, mientras que deja intacto el complejo de cegamiento social que lo causa. El culto a la positividad aísla a las personas, las vuelve egoístas y suprime la empatía, porque a las personas ya no les interesa el sufrimiento ajeno. Cada uno se ocupa solo de sí mismo, de su felicidad, de su propio bienestar. En el régimen neoliberal, el culto a la positividad hace que la sociedad se vuelva insolidaria. A diferencia del pensamiento positivo, la esperanza no le da la espalda a las negatividades de la vida. Las tiene presentes. Además, no aísla a las personas, sino que las vincula y reconcilia. El sujeto de la esperanza es un nosotros.

En la Epístola a los Romanos leemos:

«Ahora bien, si lo que se espera ya está a la vista, entonces no es esperanza, porque ¿para qué esperar lo que ya se está viendo?».8 La modalidad temporal de la esperanza es el todavía no. Ella está abierta a lo venidero, a lo que aún no es. Es una actitud espiritual, un temple anímico que nos eleva por encima de lo ya dado, de lo que ya existe. Según Gabriel Marcel, la esperanza está trenzada «en el tejido de una experiencia en curso», metida en una «aventura que aún no ha terminado». Esperar significa «conceder un crédito a la realidad», tener fe en ella, dejarla que se preñe de futuro. La esperanza nos hace creer en el futuro. El miedo, en cambio, nos hace perder toda nuestra fe y resta crédito a la realidad. Por eso, impide el futuro.

Siguiendo a Derrida, podemos distinguir dos formas de tiempo venidero: el futuro y el advenimiento. El futuro trae cosas que se producirán más tarde: mañana, el año que viene o cuando sea. El tiempo venidero como futuro se puede predecir, planear y calcular. De este modo, se puede administrar. En cambio, el tiempo venidero como advenimiento se refiere a acontecimientos que pueden irrumpir de forma totalmente imprevista. El advenimiento es inasequible a todo cálculo y planificación. Abre un campo de posibilidades indisponibles. Anuncia la venida de lo distinto, que no es predecible. Se caracteriza por su indisponibilidad.

Experiencias tales como una felicidad muy intensa o un amor apasionado tienen también su polo negativo. Ese polo negativo es el terreno en el que echan raíces y crecen. Sin hondura no hay elevación. El amor es también pasión. Por eso, Simone Weil erige el sufrimiento en condición de posibilidad del amor: «Solo a través del sufrimiento sentí la presencia de un amor análogo al que se lee en la sonrisa de un rostro amado».12 Sin negatividad es imposible la intensidad. Nuestra experiencia se ha atrofiado y se ha reducido al «me gusta», tan usado hoy en todas partes, pero totalmente carente de negatividad. El «me gusta» es la fórmula básica del consumo. Las negatividades y las intensidades no encajan con el consumo. También la esperanza es una intensidad. Viene a ser una plegaria interior del alma, una pasión que se suscita ante la negatividad de la desesperación.

La esperanza como pasión no es pasiva, sino que conlleva su propia firmeza. Viene a parecerse a aquel activo topo de la historia que, lleno de confianza, excava innumerables túneles en las tinieblas. En las Lecciones sobre la historia de la filosofía, Hegel compara el espíritu con este topo calzado con sus botas de siete leguas:

Pero el espíritu siempre avanza. Aunqua veces pareciera olvidado de sí mismo y perdido, en su interior [...] sigue trabajando, como dice Hamlet del espíritu de su padre: «Buen trabajo, viejo topo». Hasta que, una vez que se ha fortalecido, se desprende de la corteza terrestre que lo separaba de su sol, que en este caso es su concepto, y entonces esa corteza se cae y se rompe. Mientras el mundo antiguo aún se estaba desmoronando como un edificio muerto y carcomido, él ya se había calzado las botas de siete leguas, y ahora se nos presenta encarnando una nueva juventud.

El espíritu de la esperanza supone también un avance. Trabaja para avanzar en plenas tinieblas. Sin tinieblas no hay luz.

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