En un mundo donde la belleza y la juventud son frecuentemente exaltadas, las mujeres enfrentan una doble carga: la presión social por mantener una imagen atractiva y la realidad laboral que muchas veces las margina al llegar a cierta edad. Este fenómeno se convierte en un obstáculo significativo en sus carreras, especialmente en sectores donde la apariencia es valorada por encima de las capacidades. La historia de Romina en Romina Smile, de Pablo Stigliani, se adentra en esta problemática, reflejando no solo sus luchas personales, sino también un contexto social que a menudo ignora el valor intrínseco de las mujeres más allá de su juventud y estética.
Protagonizada por Martina Gusmán y con las actuaciones de Miranda Castiglione, Rocío Pardo, Vladimir Durán y Román Almaraz, Romina Smile narra la historia una promotora que, tras más de 20 años en el oficio, enfrenta la precariedad laboral y la dificultad de reinsertarse en el mercado en una Buenos Aires en crisis. A punto de cumplir cuarenta años, Romina se ve obligada a abandonar su trabajo debido a la escasez de ofertas y los bajos salarios. La película refleja su lucha por sobrevivir en un entorno adverso y dominado por expectativas sociales y roles masculinos.
Con una estética que refleja su propia contención emocional, la narrativa destaca la presión de las expectativas sociales, especialmente en un contexto dominado por roles masculinos. Para mantener su hogar, Romina debe esconder su vulnerabilidad tras una máscara de fortaleza, reprimiendo sus emociones incluso en momentos críticos. La historia muestra a una mujer atrapada en un torbellino de responsabilidades, incapaz de permitirse el lujo de ser vulnerable. El ambiente nocturno en el que se desarrolla la trama sumerge al espectador en su mundo de manera auténtica. Es un relato sincero y sin juicios que nos permite conocer la vida de un personaje entrañable, destacándose por sus decisiones en la puesta en escena y la fotografía.
Su director, Pablo Stigliani es periodista y licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM). También estudió cine en la Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica (ENERC) del INCAA. Su trayectoria como director incluye las películas de ficción Bolishoping (2014) y Mario on Tour (2017), así como el documental Días de temporada (2020). Actualmente, Stigliani trabaja en su próximo proyecto, Burbuja, un documental sobre la boxeadora Karen “Burbuja” Carabajal, que volverá a pelear después de ser madre.
Martina Gusmán, protagonista de Romina Smile, dialogó con Infobae Cultura sobre su trabajo en la película de Stigliani, las cuestiones morales subyacentes en la historia, el rol de la mujer en la industria del espectáculo y sus sensaciones al interpretar un personaje que enfrenta un momento clave en su vida. “Es una crisis que todos enfrentamos en diferentes etapas, hombres y mujeres por igual. Es el momento en que nos damos cuenta de que la vida no es eterna, y nos preguntamos: ¿Qué quiero hacer con el tiempo que me queda?”, afirma la actriz y psicóloga.
—¿Cómo recibiste la propuesta y qué te llevó a aceptarla?
—Pablo me contactó directamente y me envió una sinopsis breve de la película. La temática me pareció muy interesante, así que cuando leí el guion, me encantó. Al principio, tuve dudas porque la película aborda una perspectiva femenina y me preguntaba cómo un director hombre manejaría eso. Sin embargo, después de hablar con él, me convenció su enfoque. La película trata sobre la cosificación de la mujer y cómo el cuerpo femenino, en cierta etapa, puede ser tanto una entrada al sistema como una razón para ser excluida. Me pareció fundamental dar visibilidad a estos temas y por eso decidí involucrarme.
—A diferencia de los hombres, para las mujeres la belleza puede jugar en contra, sin importar la profesión.
—Exacto. Además, el concepto de belleza es diferente para hombres y mujeres. Los hombres, con canas y señales de edad, suelen ser percibidos como más interesantes. En cambio, se espera que las mujeres mantengan una juventud eterna, donde la belleza y el cuerpo tienen un valor desproporcionado. Aunque algunas cosas han cambiado, especialmente desde el movimiento Me Too, sigue habiendo una visión patriarcal que define a la mujer en función de su apariencia. Esto refuerza roles tradicionales, incluso para mujeres que se consideran libres o rebeldes. Mientras al hombre se le pide poco más que ser un proveedor y padre presente, a la mujer se le exige ser buena madre, mantenerse joven y crecer profesionalmente, todo a la vez, lo cual es una presión enorme.
—Además, está la presión del sistema que obliga a muchas mujeres, como la protagonista, a trabajar sin la posibilidad de elegir.
—La película aborda de manera sutil esta falta de oportunidades. Me gusta cómo refleja el punto de vista del personaje, especialmente en ese momento crucial de su vida, cuando debe reinventarse. Es una crisis que todos enfrentamos en diferentes etapas, hombres y mujeres por igual. En el caso de Romina, el sistema la golpea con esta realidad. La película nos invita a reflexionar sobre estos temas, algunos más evidentes, otros más sutiles, pero todos relevantes.
—Esos cambios se reflejan claramente en su alter ego, esa compañera más joven que está comenzando.
—La dinámica con el personaje de Rocío refleja eso. Rocío es como un alter ego, un espejo de la protagonista cuando ella misma empezaba. A la vez, Rocío la impulsa a avanzar. Hay una especie de admiración de Rocío hacia ella, y Pablo, el director, juega con esta atracción entre ambas, pero desde diferentes perspectivas. Esto lleva a la protagonista a redescubrirse no solo en lo laboral, sino también como madre, en sus relaciones, su sexualidad y en cómo se posiciona en su vida. La película explora todas estas facetas.
—¿Cuánto de tu experiencia personal pudiste aportar al personaje?
—Mucho. Trabajamos intensamente, y aunque el director tenía ideas bastante definidas, yo también soy firme con mis propuestas. Tuvimos una colaboración interesante: él me escuchó mucho y me dio gran libertad, aunque también tenía muy claro lo que quería y por qué. Hubo un proceso fluido y armonioso, con mucho trabajo previo de guion, debate y ensayos. La película se centra en el punto de vista de Romina, pero cada personaje que aparece representa una faceta de su vida: madre, pareja, hija, etc. Ensayamos cada vínculo para mostrar todas estas capas del personaje sin ser demasiado explícitos. Fue un trabajo muy detallado y reflexivo.
—¿Cómo fue el rodaje y la sinergia con los otros actores, considerando que como protagonista estás casi siempre en cámara?
—Fue muy bien. Para mí, los ensayos previos son fundamentales. Me gusta llegar al set sintiendo que ya soy el personaje, que puedo adaptarme a cualquier cambio con naturalidad. Esto también aplica a las relaciones entre personajes. Por ejemplo, trabajé mucho en el vínculo con el actor que interpreta a mi hijo, ya que es esencial que su conexión esté bien establecida desde el inicio de la película. La complicidad en los momentos silenciosos y cotidianos era clave. Me sentí muy cómoda con todos, cada relación fue diferente, pero trabajar con Vladimir y Rocío fue realmente agradable.
—En la película no se impone una postura sobre qué está bien o mal, algo que en la vida real suele ser más explícito.
—La película no es explícita en ese sentido; en cambio, te lleva de manera pausada a través de la dignidad del personaje. Tiene un ritmo que respeta el tiempo necesario para que el personaje procese su situación, algo muy distinto al ritmo habitual del cine. Lo interesante es que no juzga, sino que valida las experiencias y deja espacio para que el espectador reflexione y saque sus propias conclusiones. Me gusta cuando una película me permite elegir lo que quiero pensar, sin imponer una dirección clara.
—¿Cómo ves el tema de la juventud y la belleza en la industria audiovisual hoy? Aunque el debate está abierto, parece que las redes sociales obligan a los artistas a autogestionarse y crear y mantener su imagen.
—Es muy difícil porque nuestra profesión depende mucho de la mirada del otro, ya sea de directores, productores, críticos o del público. Aunque ha habido cambios, sigue habiendo una diferencia notable entre hombres y mujeres en la industria. Por ejemplo, es común ver a actores mayores interpretando cualquier rango de edad, mientras que las actrices suelen ser emparejadas con hombres mucho mayores. Además, el inconsciente colectivo todavía impone ciertos roles. En España, por ejemplo, me encuentro con que muchos papeles requieren justificar que soy argentina, como si fuera un requisito. Aunque hay más conciencia, aún estamos lejos de que las representaciones sean más orgánicas y reflejen mejor la realidad.
—¿Qué te motiva al elegir un papel para interpretar?
—He construido un perfil como actriz social, y me siento cómoda con proyectos que abordan temas sociales y trascienden la pantalla. Me interesa participar en trabajos que promuevan la reflexión, el debate y la conciencia social. Esto ha sido cada vez más importante para mí. A medida que reflexionaba sobre mi vida y mi carrera a los 45 años, decidí darle más espacio a mi rol como psicóloga, que antes ejercía principalmente como voluntaria. Ahora dedico el 50% de mi tiempo a la psicología, con una consulta y pacientes especializados en trauma, y el otro 50% a la actuación. Me considero productora de mis propios proyectos, eligiendo cuidadosamente en qué quiero participar. Actualmente, estoy desarrollando proyectos con Pablo Trapero, mi pareja, y con una amiga productora española, y así equilibro mis dos pasiones.
—¿Cómo ves la situación actual del cine argentino? Cuando comenzaste tu carrera, había un boom de nuevos directores y propuestas.
—La situación es muy complicada, pero este año en San Sebastián fue interesante porque hubo un gran apoyo al cine argentino. Cada persona con la que hablaba mostraba una necesidad de expresarlo, lo que fue conmovedor. El cine argentino es muy potente, pero las dificultades del país lo hacen todo más complejo. Sin embargo, el arte siempre encuentra una forma de expresarse, y estoy segura de que seguiremos adelante, incluso así sea con un teléfono.