Una “aproximación a la intimidad” de Evo Morales: así es el nuevo libro de Martín Sivak

“Vértigos de lo inesperado” retrata al líder boliviano en el llano, del exilio a su regreso a la disputa política. Según su autor, es “un ensayo sobre el ejercicio del poder”. A continuación, Infobae Cultura publica un fragmento de esta novedad editorial de la semana

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"Vértigos de lo inesperado. Evo Morales: el poder, la caída y el reino", nuevo libro de Martín Sivak
"Vértigos de lo inesperado. Evo Morales: el poder, la caída y el reino", nuevo libro de Martín Sivak

El libro Vértigos de lo inesperado es, a su manera y con distintivos diferenciales de registro, una continuación de la saga Evo Morales que Martín Sivak inició con Jefazo en 2008. En realidad, la relación entre el expresidente boliviano y el periodista y escritor argentina había comenzado en el siglo pasado, con una entrevista realizada en 1995. Así lo cuenta el autor en el prólogo de Vértigos... y alude a un gracioso malentendido puede leerse en el fragmento que puede leerse debajo.

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Vértigos de lo inesperado

Por Martín Sivak

eBook

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La historia continuó. Luego de aquel primer encuentro -cuando Sivak era estudiante de Sociología y entusiasta corresponsal de un diario boliviano-, protagonista y cronista compartieron muchos momentos, públicos y privados, y el resultado fue aquel magnífico libro de 2008 que más que un perfil de un líder político, resultó una detallada crónica narrativa de un país del tercer mundo que asistía a la revolucionaria ascensión a la presidencia de un dirigente rural de raíces indígenas.

Razona Sivak en otro tramo del prólogo de Vértigos de lo inesperado: “En algún momento, pensé que Jefazo era una épica de la llegada a la presidencia y la mística de los primeros años de Evo Morales, y que Vértigos... sería un drama del derrumbe, las degradaciones y el despoder. Finalmente, resultó una aproximación a la intimidad, un ensayo sobre el ejercicio del poder, el relato de una megalomanía, de la obsesión por aferrarse a la jefatura del Estado y por recuperar en las presidenciales de 2025 todo lo que creía que le habían arrebatado”.

A continuación, Infobae Cultura publica un fragmento de esa “aproximación a la intimidad” del hombre que cambió la historia de Bolivia y se convirtió en símbolo de una nueva forma de hacer política en América latina.

Vértigos de lo inesperado (Fragmento)

Treinta años después

El día que conocí a Evo Morales, él pensó que yo trabajaba para la CIA.

Fue una mañana de agosto de 1995 en un aula de la sede de Filosofía y Letras en la calle Puan. Yo cursaba segundo año de Sociología en otra facultad de la Universidad de Buenos Aires y trabajaba de corresponsal para el diario boliviano Hoy. Por cada artículo que mandaba desde Buenos Aires recibía, desde La Paz, 50 dólares estadounidenses, que valían 50 pesos argentinos. Escribía sobre los migrantes bolivianos, sobre los futbolistas bolivianos en la Argentina, sobre la primera visita de los Rolling Stones; entrevisté a Los Enanitos Verdes por su hit “Lamento boliviano”, enviaba artículos sobre política argentina y sobre todo lo noticiable para el matutino paceño. Tenía 19 años y quería trabajar de periodista toda mi vida.

Evo tenía 34 años, era dirigente sindical y había viajado por primera vez en su vida a la ciudad de Buenos Aires para intervenir en un seminario de la revista América Libre. En Bolivia, el gobierno había decretado el estado de sitio y en el departamento de Cochabamba los cocaleros cortaban las rutas del Chapare, el territorio tropical y selvático donde se cultiva coca. En esa entrevista, Evo advirtió que los sindicatos chapareños podían armarse contra la política de erradicar los cultivos y la Guerra a las Drogas que Estados Unidos libraba a escala planetaria. A un año y medio de su alzamiento el 1º de enero de 1994 al sur de México, el zapatismo representaba, para la izquierda latinoamericana, la posibilidad de un cambio social.

Evo Morales, expresidente de Bolivia (EFE/ Luis Gandarillas)
Evo Morales, expresidente de Bolivia (EFE/ Luis Gandarillas)

En los dos días siguientes tomamos juntos el colectivo 132 y Evo conoció el centro de la ciudad de Buenos Aires, que en agosto de 1995 los argentinos seguíamos llamando Capital Federal. Caminamos por calles y avenidas, comimos pizza y continuamos la charla. Se quedó sin dinero —no había celulares y se había gastado los viáticos en locutorios desde donde seguía, vía telefónica, el conflicto en Cochabamba— y me pidió que le consiguiera libros sobre el zapatismo, como los exhibidos en los stands del seminario de América Libre.

Cuando nos separamos, se despidió con un bolivianismo que adopté con el tiempo:

—No te pierdas.

Durante las décadas de 1990 y 2000, Bolivia se convirtió en algo así como mi segunda vida, si eso pudiera existir.

Viajaba dos o tres veces al año para realizar entrevistas, visitar archivos, consultar hemerotecas y bibliotecas. Los dos primeros libros que publiqué fueron sobre dos militares expresidentes de Bolivia. Un general cochabambino de izquierda, Juan José Torres, y un general cruceño de derecha, Hugo Banzer. Venido del enclave más blancoide del Oriente boliviano, Banzer dio en La Paz el golpe que derrocó a Torres en 1971, y en 1976 mandó matar al expresidente en su exilio de Buenos Aires.

El asesinato de Juan José Torres nació de un conjunto de notas que había preparado para Hoy. El dueño del diario, Samuel Doria Medina, era un empresario cementero, varias veces candidato presidencial vencido o mecenas de candidaturas malogradas. Decidió no publicar mis notas sobre el magnicidio de Buenos Aires porque había trabado una alianza política con Banzer.

Mi primer libro fue presentado en 1997, en la misma semana de agosto en que Banzer se convirtió en el primer dictador latinoamericano en volver a la presidencia. Esta vez, por las urnas. Había ganado las elecciones del 1º de junio como candidato del partido Acción Democrática Nacionalista (ADN). Con solo el 22,6% de los votos, superó a cuatro rivales que habían conseguido menos de 20 puntos cada uno.

Un año más tarde, Baltasar Garzón ordenó desde Madrid la detención de Augusto Pinochet, que se encontraba en Londres. El magistrado del Juzgado Central de Instrucción n.º 5, de la Audiencia Nacional, había activado la jurisdicción extraterritorial de la Justicia española en materia de delitos imprescriptibles. El juez buscaba indagar al exdictador y senador vitalicio chileno por los crímenes de lesa humanidad en el marco de la alianza pactada entre las dictaduras del Cono Sur para coordinar la defensa militar, garantizar la seguridad nacional y compartir inteligencia.

En lo inmediato, el Plan Cóndor había sido una mutual cooperativa para reprimir a la oposición política armada y secuestrar y matar opositores, adversarios, disidentes y cualquier enemigo de las dictaduras aliadas. La causa judicial abierta por Garzón habilitaba la posibilidad de investigar delitos por los cuales Banzer nunca antes había sido procesado.

Martín Sivak, autor de "Vértigos de lo inesperado"
Martín Sivak, autor de "Vértigos de lo inesperado"

En la mañana del 26 de noviembre de 1998, Garzón me tomó declaración en su despacho de la calle Génova, de Madrid. También dieron su testimonio familiares de personas asesinadas o desaparecidas durante el llamado Banzerato (1971-1978). Pude aportar documentos y cintas nunca antes difundidas que confirmaban una evidencia que Banzer había negado hasta entonces: su participación en el Plan Cóndor.

Las pesquisas del juez Garzón tuvieron alto impacto en Bolivia. En una insólita conferencia de prensa, el presidente boliviano me señaló: “Está perturbando el proceso democrático en Bolivia”. Le contesté mediante una carta pública donde recapitulaba sumariamente todas las evidencias en su contra. Esa carta pertenece a un género del que ahora abomino: periodistas que establecen conversaciones de pares, de igual a igual, con jefes de Estado.

Ya me encontraba embarcado en escribir la biografía no autorizada de Banzer. Lo decidí la mañana paceña en que, desde uno de los balcones de la Cámara de Diputados, presencié en el Congreso la jura del exdictador como presidente constitucional. Fue un instante estremecedor, decisivo. Todavía hoy me pregunto el origen de mi obsesión y de mi ira.

El dictador elegido me insumió cuatro años. Para contrarrestarlo, los banzeristas encargaron a Alfonso Crespo la biografía autorizada. Banzer, el destino de un soldado fue impreso en Buenos Aires, en edición de autor, a principios de 1999. El 24 de marzo intenté cubrir la presentación de este libro oficial en el moderno hotel Radisson de La Paz, entonces propiedad de la secta Moon. El jefe de custodia de Banzer me impidió ingresar, a pesar de que estaba acreditado como periodista por la revista donde trabajaba:

—Usted no puede pasar porque va a arruinar el acto —dijo.

Me llevó a un salón contiguo para hacerme preguntas. ¿Cuándo llegó? ¿Dónde está viviendo? ¿Qué quiere? Rehusé responder el cuestionario extrajudicial y, cuando le pregunté las razones de su conducta, me volvió a sorprender:

—¿Vio lo que pasó en Paraguay?

El día anterior, en Asunción, un grupo de sicarios de una facción del gobernante Partido Colorado había asesinado en la calle a Luis María Argaña, vicepresidente de la república.

A continuación, les indicó a dos de sus hombres que me escoltaran por el ascensor de servicio hasta la salida del hotel. Un tercero, sin ningún disimulo, con una máquina vieja, sacó fotos con flash. Caminé indignado hasta la casa del dueño de la editorial que iba a publicar mi biografía no autorizada. Le conté lo sucedido a José Antonio Quiroga, gran amigo de todos estos años. Después llamé al entonces jefe de Redacción en un diario de La Paz. Me dijo que debíamos suspender la cena que habíamos acordado para esa noche:

—Hubo un atentado contra Banzer en el Radisson y me quedaré hasta el cierre.

Sentí mi respiración acelerarse. Recordé el cuestionario, la invitación a retirarme, la comparación con el asesinato de Argaña, el fotógrafo. Le relaté por teléfono lo que había pasado y me pidió que me quedara donde estaba; él iba a hablar con dos personas muy próximas a Banzer.

A los diez minutos llamó.

—Eres el principal sospechoso, me dijeron. Tienes que aislarte en una embajada o ir a la Embajada argentina. Son delirantes y te odian: son capaces de detenerte.

Evo Morales durante su primer discurso en la ONU como presidente de Bolivia, circa 2006
Evo Morales durante su primer discurso en la ONU como presidente de Bolivia, circa 2006

Lo llamé a Evo Morales, que ya era diputado nacional, y a Roberto Moscoso, presidente de la Comisión de Derechos Humanos del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR, segundo partido más votado en las presidenciales de junio). Me aconsejaron que, a primera hora de la mañana, fuera a la Embajada argentina para informar de la situación.

—Tranquilo, hermanito —me calmó Evo—, con las Federaciones del Trópico no te vamos a dejar solo.

Pasé la noche en vela y redacté una suerte de informe con los sucesos del día anterior. En la Embajada argentina, un funcionario me dijo que la embajadora Zelmira Mireya Emilse Regazzoli hablaría con el canciller de Banzer y me dio las garantías del caso para seguir trabajando los cinco días que quedaban hasta mi vuelo de regreso a Buenos Aires. Al salir compré los diarios. “Pequeña bomba explotó cerca del presidente Banzer”, tituló La Prensa. El explosivo detonó a 300 metros del Radisson y el gobierno informó que encontraron cartuchos de dinamita en uno de los baños del hotel. “Fue el chiste de alguna persona destinado a empañar el acto de presentación del libro”, declaró Guido Nayar, el ministro de gobierno.

Los chistes siguieron. Como en una película de espías clase B o C, dos personas y una camioneta empezaron a acompañarme esos días finales. O disimulaban mal o querían que lo supiera.

Tenía 23 años y fue la primera y tal vez la única vez que, por mi trabajo de periodista, sentí miedo. Pensé que podía pasar una temporada en Chonchocoro, una cárcel a casi 4000 metros sobre el nivel del mar. Imaginé, también, cosas peores. Pero la fijación con Banzer, que ocupó cada día durante siete años de mi vida, pudo más que cualquier otra cosa.

En agosto de 2000 viajé por un mes a La Paz y a Santa Cruz para terminar la investigación del libro. En La Paz me alojaba en Zona Sur, en la casa de Rodrigo Quiroga. Durante el período legislativo de 1979, su padre, el diputado socialista Marcelo Quiroga Santa Cruz, impulsó en el Congreso el juicio de responsabilidades por los siete años de dictadura de Banzer. Le costó la vida. Murió asesinado en 1980. El 17 de julio cayó la presidenta interina Lidia Gueiler: el general Luis García Meza lideró ese golpe de Estado apoyado por las Fuerzas Armadas, la dictadura argentina y el narco. La familia Quiroga me dio acceso a una habitación llena de documentos: materia prima para el juicio de responsabilidades y para mi libro.

El presidente de Bolivia, Hugo Banzer, le da la mano a Víctor Manuel Rocha, entonces embajador de Estados Unidos en Bolivia, el 3 de agosto de 2000 (Archivo/DM/JP/HB)
El presidente de Bolivia, Hugo Banzer, le da la mano a Víctor Manuel Rocha, entonces embajador de Estados Unidos en Bolivia, el 3 de agosto de 2000 (Archivo/DM/JP/HB)

Con una idea novelesca o romántica del periodismo, creía que mi misión en la vida era escribir sobre Banzer, sobre sus crímenes y sus venalidades. Imaginaba diálogos con el presidente y soñaba con él a menudo. Pude hablar con Banzer por única vez en Buenos Aires, el 10 de diciembre de 1999, en el cóctel que celebraba la asunción a la presidencia de su par argentino Fernando de la Rúa.

—Presidente, hace tres años que pido una entrevista con usted —le dije a Banzer al abordarlo en uno de los salones del Teatro Colón.

—¿Y para qué quiere hablar conmigo? —preguntó.

—Estoy escribiendo su biografía.

—Si usted no me conoce —contestó con sorpresa.

El edecán, única persona que acompañaba al presidente de Bolivia, cerró la posibilidad: “El General no lo va a atender”. Y nunca me atendió.

Entre enero y julio de 2001 redacté casi 400 páginas a una velocidad inusual para mis estándares: al biografiado le habían detectado un tumor en el pulmón y muy probablemente renunciaría ese mismo año a la presidencia. Casi en simultáneo, a mi madre se le declaró un cáncer en el mismo órgano. Me propuse terminar el libro antes de la fecha de muerte inminente. El dictador elegido está dedicado a ella.

Durante la presidencia de Banzer, Evo se convirtió en Enemigo Público Nº 1. Para dar cumplimiento aritmético al cometido sintetizado en el lema “Coca Cero”, Banzer se propuso erradicar la coca de las 47 000 hectáreas donde se cultivaba, y militarizó el Chapare con el apoyo abierto y enfático de Estados Unidos. Desde su banca, y en el territorio, Evo organizó la resistencia a la erradicación forzosa. Lo acusaron de narcotraficante, de ser el primer eslabón, el mejor aliado, el mayor canciller del narcotráfico; lo llevaron ante la Justicia con cargos de asesinato, de instigación al crimen, de alzamiento armado, de destruir bienes del Estado, de manejar borracho; se burlaron en público de que no supiera sumar, de cómo hablaba, de lo que decía cuando hablaba; le regalaron una Biblia y una Constitución para civilizarlo.

Evo denunció a Banzer por los crímenes de la dictadura, dijo que era el peor presidente de la historia de Bolivia y lo acusó de corrupción y de vínculos con el narcotráfico. “Si Banzer no quiere coca, habrá lucha armada”, declaró en octubre de 2000. Los diputados de ADN buscaron cómo expulsarlo del Congreso por desacato y sedición. “Muerte civil”, propuso el partido de Banzer.

El 23 de enero de 2002, Morales fue expulsado de su banca. Lo responsabilizaban por la muerte de dos agentes de policía durante los conflictos que siguieron al cierre del Mercado de hoja de coca en Sacaba, Cochabamba.

Acompañé a Evo durante la huelga de hambre que empezó en el Congreso. Dormía en un colchón maltrecho y, a su lado, una cartulina proponía el cierre del Poder Legislativo. Disminuido físicamente, sabía que su expulsión, de una institución desprestigiada y por obra de políticos desprestigiados, contribuiría a su primera campaña presidencial, que estaba por comenzar.

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