“El Señor de los Temblores” es una efigie en la que se ve una versión de Jesús en la cruz, que comenzó a ser venerada a partir de que se consideró que disminuyó los estragos de un gran terremoto en 1650 en Cusco. Es una muestra del sincretismo que sucedió en el Imperio Inca tras la conquista española.
En 1970, un cuadro con esa imagen comenzó a resquebrajarse y reveló un hallazgo inesperado: detrás había otra imagen, un retrato de cuerpo completo de Manuela Tupa Amaro de 1777, se cree que descendiente del linaje de los Incas de Vilcabamba, lo sucesores de Atahualpa, madre de José Gabriel Condorcanqui (Tupac Amaru II), líder de la Gran Rebelión de 1780, el precedente de las guerras de independencia que sucederían en el continente a inicios del siglo XIX.
“Es un cuadro que resume el destino de todas esas élites indígenas que las autoridades españolas habían aceptado. Luego de la Rebelión comenzaron a sospechar que esa memoria de los Incas, esa idea de haber perdido la soberanía del Reino, se mantenía vigente y era peligrosa, por lo que ordenaron la desaparición y destrucción de la mayor parte de obras que fueran parte de la cultura visual local. Esta es el único retrato propiamente dicho que queda de una noble indígena colonial”, dijo Ricardo Kusunoki, uno de los curadores de Los incas. Más allá de un imperio, la muestra que se presenta en Fundación Proa.
La fantástica exposición -que reúne 138 piezas entre cerámicas, objetos líticos, metales, textiles y pinturas, algunas de las cuales nunca antes se habían mostrado- desafía las narrativas predominantes sobre una de las civilizaciones más fascinantes de la América prehispánica, a través de una perspectiva interdisciplinaria que abarca arqueología, historia, lingüística, arte y diseño.
La muestra, que cuenta con la producción del Museo de Arte de Lima (MALI) y es curada por Kusunoki, Cecilia Pardo y Julio Rucabado, se inscribe en la tradición de Proa en la difusión de los pueblos originarios del continente, habiendo realizado en el pasado muestras sobre las civilización olmeca, la del Golfo de México, además de los aborígenes del Gran Chaco, los pampas y sus textiles, la platería mapuche y los caminos sagrados de los habitantes nativos de la Argentina.
En ese sentido, la exhibición, una de las más destacadas del año en el país, incluye ejemplos notables de indumentaria, objetos de uso cotidiano como los queros, figuras talladas utilizadas en ofrendas y rituales religiosos, y los famosos quipus, un sistema contable único compuesto por hilos y nudos, por nombrar algunos de los tesoros.
El curador Rucabado sostuvo que se busca poner en conflicto la imagen que se ha conocido de los Incas, “principalmente por las crónicas que dejaron los españoles” y que “gracias a la arqueología se ha podido complementar una visión mucho más integrada y se sabe mucho más de quiénes fueron”.
Así, la través de las salas los visitantes pueden explorar los orígenes del Tahuantinsuyo, su expansión en la región y la complejidad de su organización sociopolítica como de sus creencias, y la construcción de una identidad tras la conquista.
El Tahuantinsuyo, que en quechua significa “las cuatro partes”, alcanzó su apogeo hacia el siglo XV y su influencia se extendió por los actuales territorios de Perú, Bolivia, Ecuador, Chile, Colombia y Argentina. La civilización se destacó por su meticulosa organización bajo una estructura social, política y económica avanzada, además de ser grandes arquitectos e ingenieros. Entre sus logros más notables se encuentra la red de caminos Qhapaq Ñan, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
El recorrido comienza con un video que introduce en lo que sucedía en el sur andino en el área de Cusco desde tiempos anteriores a los Incas y que permite entender el ascenso de Pachacutec, el primer emperador, y las dos generaciones más que gobernaron. “Este proceso comenzó 400 años antes cuando los Wari, que fue un imperio importante también y que en un momento deja el Cusco, donde se habían implantado por 200 años, y que habían reordenado a las comunidades locales”, dijo Rucabado durante un recorrido de prensa.
Y agregó: “Hay un momento en que ese imperio se desvanece y lo que queda son muchas comunidades de agricultores, de pastores y una de ellas, a la que conoce como coscos, van a organizarse y a tomar poder mediante alianzas matrimoniales, ofreciendo su valentía para defender a los vecinos más débiles. La élite masculina será lo que finalmente llamamos incas”.
Destacó, entonces, cómo la arqueología desmintió al mito fundacional en el que Manco Cápac y Mama Ocllo “fueron creados por el sol en el lago Titicaca y luego caminaron hasta llegar a un valle muy fértil, donde había gente a la que civilizaron”.
Así, la propuesta se organiza en cuatro espacios temáticos bien diferenciados. En la Sala 1 se va desde los orígenes y formación del Tahuantinsuyo en un un largo proceso de desarrollo de poblaciones locales antes del ascenso del imperio, mientras que en la Sala 2 se abordan temas como la organización y administración imperial, la producción de la tierra, la identidad a través del vestido, los rituales y ofrendas.
Cecilia Pardo explicó las complejidades para construir una relato cabal sobre el imperio debido a tres factores: “Si bien la arqueología entró en diálogo con la historia, que son los documentos escritos, a estos hay que abordar con mucha sutileza, porque en muchos casos son recuentos personales y sesgados. En segundo lugar, a partir del siglo XVI muchas de las piezas salieron fuera del área andina y por eso museos en Europa y Estados Unidos albergan grandes colecciones. Y, en tercer lugar, a diferencia de otras culturas que los precedieron, como los Moche o los Nasca, el lenguaje visual es principalmente geométrico y casi abstracto”.
La administración del Tahuantinsuyo se basó en un sistema organizado para controlar los recursos y la población, con alrededor de 80 provincias o huamani, cada una con unas 20.000 a 30.000 familias que aportaban trabajo como tributo. Este sistema permitió la realización de grandes obras públicas y proyectos agrícolas, supervisados por funcionarios del estado.
Pero esa organización no era nada sencilla y allí tuvo una importancia fundamental el quipu: “Este sistema de cuerdas anudadas poseen mucha información, que contenían información no sólo numérica, sino que registraban información narrativa como historias, poemas, genealogías y que los investigadores siguen estudiando. En algún momento, entre el 1400 y 1450, los Incas lo empiezan a difundir y por eso empezaron a ser capaces de controlar un territorio y grandes poblaciones”.
“Esta tecnología es importantísima porque registraba producción, almacenamiento, consumo, traslado de un lugar a otro. Varios investigadores en los últimos 40 años han expandido el conocimiento gracias a los que sobrevivieron en la época del virreinato, ya que se siguieron utilizando hasta el momento en que se prohibieron y luego rebrotaron en el siglo XVIII hasta que en el XIX comenzó a dejarse de lado. Ahora sabemos que los quipus también registran información de otro modo. Por ejemplo, a través de los colores, la torsión de las cuerdas, el modo en que se adhiere a la cuerda principal”, sumó Pardo.
También se ingresa en la inteligencia para “generar agricultura en zonas donde es muy difícil establecer campos de cultivo, que aprendieron de sociedades anteriores, a través de las terrazas agrícolas a los andenes” en zonas más templadas donde se sembraba maíz, “que no solo sirvió de alimento, sino también para producir la chicha fermentada, que hasta hoy se consume y que era una bebida ceremonial de gran importancia”.
En este espacio también se presentan cómo manifestaban a través lo material su relación con lo sobrenatural, con una concepción de “lo sagrado” y “la energía que lo mueve todo”: “Lo que para nosotros son objetos, para los incas eran cuerpos animados, no representaba algo. El arte no es representativo, como lo es un paisaje, sino que materializa una esencia con poder”.
Por ejemplo, unas pequeñas conopas de llamas con un hueco en la parte del lomo en la que se dejaban ofrendas, ya que la consideraban “una suerte de divinidad doméstica para pedir salud para el ganado” o una “buena cosecha de maíz”, como se observa en otra pieza que reproduce una mazorca.
También piezas que refieren a las ceremonias en que algunos elegidos se vestían como pájaros para danzar cuando moría el Inca o chuspas, las bolsitas heredadas de los Wari, para poder guardar las hojas de coca y las herramientas de oro y plata que utilizaban para activar el alcaloide de la hoja, como prendas masculinas y otros componentes del ajuar cotidiano.
Uno de los “principales conjuntos de esta exposición”, relataron, son unas figuras en miniatura que se incluían en los entierros humanos que se realizaban como ofrenda, como los que se encuentran en el Museo de Arqueología de Alta Montaña de Salta, que hospeda a los niños del Llullaillaco.
“Era una ofrenda que se practicaba por los jefes de diferentes provincias para agradecer o celebrar algún momento en el año o el ciclo agrícola, alguna batalla y que permitía consolidar las redes políticas entre el Cusco y las provincias. Era la mayor ofrenda que un padre podía dar, un curaca (jefe de varias familias). Se sabe que eran niños o niñas de entre ocho y 14 años, hijos de las familias de la élite, que iban caminando hasta Cusco, los llevaban a una plaza especial en donde habían unas grandes huacas que representaban al Creador, Viracocha, a Inti, el sol; Illapa, Quilla, la Luna. Los chicos daban vueltas alrededor de estos ídolos y después comenzaban a peregrinar a los lugares sagrados para regresar cada uno a su pueblo, donde sus padres les hacían la gran fiesta porque era algo muy especial. Terminaba en el sacrificio que ya sabemos”, dijo Rucabado.
La Sala 3 se centra en paisaje, arquitectura y territorio. Allí aparecen vasijas que dan cuenta de las construcciones, hogares y templos, por ejemplo, más allá del Machu Picchu.
“Los incas, además, construyeron sobre caminos anteriores una de las redes más importantes del continente, la Qhapaq Ñan, que conectó al Imperio de norte a sur y de oeste a este. Esta red permitió a las élites comunicarse, pero también controlar a la población, el capital de trabajo y mandar a levantar las diferentes construcciones. Además, gracias a eso, todos los recursos del mar, por ejemplo, llegaban a Cusco en muy poco tiempo. Entonces, esa integración logró que el Tahuantinsuyo se estableciera en menos de 150 años”.
Justamente a través de estas conexiones pueden observarse toda una serie de cerámicas figurativas, que resalta cómo la tradición inca terminó mezclándose con otras culturas a medida que el Imperio avanzaba.
“Muchas de las piezas no son necesariamente figurativas, a pesar de que sí encontramos el pato, el cangrejo, la concha de Spondylus, el puma, incluso algunos seres humanos, pero estamos hablando ya de la interacción y el control de los caminos que tenía el Tahuantinsuyo”. La mayoría, explicaron, no son piezas realizadas en el Cusco, sino “estilo híbridos con los Chimú”.
También se encuentra un espacio separado con un video que introduce la presencia inca en el actual territorio argentino, con fotografías y piezas de cerámica halladas.
“De acuerdo con todo el equipo del MALI, decidimos dar cuenta de esta presencia argentina y coincidimos en organizar una sala especial, señalando el aporte pero sin entorpecer el relato peruano. Es por eso que el video fue la herramienta elegida para mostrar la amplitud de los sitios, el paisaje, los restos arqueológicos y los objetos encontrados”, sostuvo Adriana Rosenberg, directora de Fundación Proa.
Y agregó: “Estas urbanizaciones cuentan con lo que se denomina Museo de Sitio, en el que se exhiben las piezas resultado de las excavaciones. Nuestro objetivo fue respetar la curaduría original y, sin entorpecer, sumar la presencia de la cultura inca en nuestro país. Lo audiovisual permite acercarnos a los escenarios naturales y recorrer los paisajes. Las voces de los directores de los museos e investigadores fortalecieron la presencia y el conocimiento de la historia de las culturas prehispánicas”.
En la Sala 4, “Un punto de quiebre”, se presentan obras relacionadas con el período colonial desde la llegada de Francisco Pizarro y sus tropas en 1532, en las que la implantación de lenguajes y técnicas artísticas occidentales que generaron una tensión entre la ruptura y la continuidad con el pasado.
En estas piezas, que incluyen cerámica, platería, óleos y textiles, se observa como la memoria de los Incas permaneció vigente durante el periodo colonial, pero como a su vez se crearon una serie de ficciones para crear una idea de persistencia.
“Hay un periodo de transición, entre 1532 y 1580, en los que el inca comienza a asumir técnicas modernas, como el vidriado en las cerámicas, y donde también otros objetos presentan un universo visual completamente distinto”, dijo Kusunoki sobre cerámicas y óleos, donde la figuración de imágenes mitológicas y religiosas de Europa se hacen presente.
En ese sentido, esa ficción propuso “pensar a los Incas como los antiguos reyes del Perú y que esta unidad territorial, que surgió con la conquista española, se imaginara como uno de esos reinos que forman parte del Imperio español” y así “el Inca se convierte en el símbolo de toda la sociedad colonial, aunque parezca paradójico, en esa reinvención del pasado en el que es parte esencial”.
En anónimos de la escuela cuzqueña como Procesión del Corpus Christi en el Cusco (ca. 1750 – 1770) o Santiago Matamoros y la toma de Cajamarca (ca. 1730 – 1750) se puede observar este sincretismo en el que lo originario y lo católico conviven en el mismo plano como parte de una unidad.
“No fue una lucha diametral entre europeos y locales, porque en realidad hubo una colaboración de muchos grupos étnicos, voluntaria y forzada, en ese proceso de violencia de la conquista, ya que para poder crear esa nueva sociedad la negociación fue crucial. Los incas se convierten en un símbolo para toda la sociedad, en un símbolo de legitimación política”, finalizó Kusunoki.
*”Los incas. Más allá de un imperio”, en Fundación Proa, Av. Pedro de Mendoza 1929 (La Boca), hasta enero 2025. De miércoles a domingo, de 11 a 19 hrs. Admisión: hasta las 18 hs. Lunes y martes cerrado. Entrada general $4000; docentes-estudiantes-jubilados $2000; menores de 12 años y discapacitados sin cargo. Miércoles, entrada gratuita.
Fotos: Gentileza Fundación Proa