Danilo Pérez es un campeón mundial, como su compatriota Roberto Durán. Los dos tienen el poder en sus manos, al fin y al cabo. De eso se habla, entre sonrisas, apenas baja de un auto en pleno barrio de Palermo, un mediodía de primavera, dispuesto a dialogar con Infobae Cultura en la previa de sus cuatros shows solopiano, este martes y miércoles en Bebop Club. Un lujo de la cartelera musical de Buenos Aires: el músico panameño, tan amable y gentil como si no fuera quién es -una estrella mundial del jazz-, es un pianista notable, tan buen compositor como improvisador, un superdotado que fue educado desde los 3 años en la sensibilidad musical por su papá, Danilo Sr. Un hombre que se ha dado el lujo -y a estado a la altura, por cierto- de tocar con tantos grandes de la gran historia del jazz del siglo XX, sobre todo con Dizzy Gillespie y Wayne Shorter, de quienes habló y contó anécdotas en detalle.
Todo lo que transmite este hombre de 59 años, natural de Panamá City, residente y docente en la prestigiosa escuela de Berklee, en Boston, es cordialidad, simpleza y compromiso por la música y el poder transformador de los acordes y melodías que extrae de las teclas como pocos en el mundo. “Si tienes talento para tocar música, tienes que comprometerte con tu comunidad. Estar comprometido y no dejarte llevar hacia la caverna propia, eso que el capitalismo creó”, reflexiona en un momento de una larga charla en la que se habló de Bolívar y San Martín, de las historias con Dizzy y Wayne (”mi segundo padre”, confiesa), de su familia surcada por la música, de su compatriota y amigo Rubén Blades, del canal de Panamá y la huella cultural que atraviesa su pueblo la obra faraónica y más que nada, la compleja relación con Estados Unidos por su propiedad. Tantas cosas que no caben en un texto periodístico encuadrado en el rubro “entrevista con renombrado músico que viene a presentarse en Buenos Aires”.
—Empecemos hablando de Dizzy Gillespie, uno de los grandes-grandes de la historia del jazz. Tu tocaste con él, lo trataste... ¿Cómo era?
—Mira, Dizzy era una persona que en cualquier contexto que pudieras conversar con él, te iba a dar el 100%. No el 25%, el 100%. Es increíble porque mucha gente se confundía: él era muy cómico y tenía esa fama, pero yo tuve momentos muy íntimos de humanidad con él… Por ejemplo, esta es una historia que creo he contado muy pocas veces. Él me llevó para participar del rodaje de una película que se llamaba Winter en Lisbon, donde él actuaba y yo aparecía tocando junto a él. Yo me enfermé estando ahí en Portugal, comiendo, algo me cayó muy mal…. Me llevó al cuarto, yo estaba muy mal. Ahí le vi ese lado de familia, de querer que yo mejorara. Claro. En su cuarto preparó una pócima: un polvo de esto y una vaina de este y una baking soda (bicarbonato) y no sé qué... Esa vaina echó humo como si fuera una pócima secreta. Y me la dio. Fue una bomba, en tres horas ya estaba mejor. Lo que percibí fue que yo verdaderamente le importaba. O sea, él quería que yo estuviera mejor.
Era una persona muy sabia, muy sabia. Te confundía porque muchas veces hacía cosas de niño, travesuras como si fuera un niño. Y de repente, te sorprendía. Por ejemplo, una de las cosas que yo aprendí con él fue que la música es una de las mejores herramientas de diplomacia cultural, si no la mejor. Él decía: “La música es lo que va a mantenernos conectados como seres humanos”. La experiencia que se vive es única, decía. Es una plataforma para hacer todas las relaciones productivas.
Yo diría que era el embajador de América, con la idea muy clara de unir. Y él decía los latinoamericanos están aprendiendo más de nosotros que nosotros de ellos. La primera vez que toqué con él, yo estaba muy nervioso, pero lo estaba haciendo bien… Y él me dijo: “Sí, estuvo bien, pero el jazz te pregunta de dónde tu viene y quién eres”. Era muy joven y no la pillé. O sea que dentro de toda esa manera de ser, era muy serio. Y otro aprendizaje musical que tuve con él fue: yo le decía cómo tú sales con eso, con esas progresiones y esos sonidos. Él me dijo: “Pon la mano en el piano, toca el acorde, levanta cada dedo y escucha lo que estás haciendo”. Y yo que estaba esperando una respuesta misteriosa. Todo con él era curiosidad e imaginación.
—Tiempo después, tocaste con Wayne Shorter, otra leyenda. ¿Cómo te relacionaste con él? ¿Qué aprendiste en esos años?
—Llegué a Wayne por una recomendación de Terri Lyne Carrington, que es como una hermana para mí, una gran baterista que estuvo muchos años con él. Yo había grabado un proyecto que se llamaba Madre Tierra… Fue la primera vez que tocamos juntos. En el 2000 yo hago la audición en el disco. Ahí pasaron muchas historias increíbles. Yo siempre cuento esta anécdota porque fue mi primer encuentro musical con él y él dice: “Danilo, tienes que echarle agua a esos acordes”. Y yo decía ¿what? Yo toco el piano desde los 3 años, estudié en conservatorios… Nunca había visto un capítulo de “agua”. Llamé a un amigo mío: “¿Tú conoces algo de agua?” Estaba confundido y dándome cuenta que en esos niveles significaba “No la pillaste”. Entonces fui al cuarto del hotel y mirando un comercial de televisión, sale un una persona bañándose con jabón, acompañada de sonidos de peces Ahí lo entendí: quintas, intervalo, agua… En la audición del día siguiente, toqué estos acordes de “agua” y Shorter dijo: “Yeah! Ahora ese es un acorde de ‘agua’”. Luego hubo una pausa y dijo: “Pero el agua tiene que estar muy limpia, super limpia”. Lo hice también. Y bueno, ahí empezó el viaje. Increíble.
—Hablar de Wayne Shorter es también hablar de Miles Davis, porque tocaron juntos muchos años. ¿Te contó algo de él, lo viste alguna vez a Miles Davis?
—Si, lo conocí. Una vez vi cómo se le acercó a Dizzy y le dio un besito en la mano. Bajó la cabeza, lo cual era todo un mensaje.
Una de las cosas que Wayne compartió mucho con nosotros fue esa filosofía de hacer música, sobre todo la espontaneidad de las cosas, el momento, siempre estar creando. Wayne decía cosas como “hay que tocar como si estuvieras practicando, siempre en contacto con lo experimental”. Buscando, escuchando. Una de las cosas que te puedo decir de aquellas experiencias es… El primer día en la prueba de sonido, le dije: “Maestro, cuál es el repertorio que vamos a tocar?” Y me mira y me dice: “Danilo, no se puede ensayar lo desconocido”.
Es importante ponerle el contexto budista de Wayne. Es importante porque él tocaba la música con su filosofía, él practicaba la creatividad diariamente en todo lo que hacía. Es un compromiso, dejar que fluya, no? Porque cuando uno nace, por lo menos y es chico, es muy creativo. Y lo creativo tiene mucho que ver con la aventura, el juego. Él siempre nos estimulaba, diciendo “Toquemos como esos niños que están jugando y alguien le pregunta ¿qué están haciendo? Y los niños responden: “¡No sabemos!”
Una vez le pregunto: “Maestro, qué es lo que usted cree que necesito seguir mejorando?” Y él me dice: “Tienes que casarte”. Claro, yo lo acababa de conocer, era la segunda semana que estaba con él. Pensé, qué comentario inapropiado. Pero después me dí cuenta: él venía de la escuela de Miles, que era muy creativo. Él estaba hablando concretamente. Su preocupación conmigo era que “Danilo está preocupado por la música. Pero Danilo tiene que darse cuenta que él está listo, que la música es contar historias y necesita acumular más historias en su vida”. Y él decía que el coraje se practica en una relación. Y el compromiso. Yo en ese momento estaba separado con mi esposa. Y si no hubiera sido por Wayne, probablemente hoy no tendría la familia y la vida que tengo. Fíjate lo trascendente que fue para mí.
—Bueno, a primera vista te pueden decir “tú eres un privilegiado, Danilo”. Has tocado con estas personas. Pero en realidad lo tuviste como maestros de vida.
Sí. Wayne Shorter fue como un padre para mí. Teníamos esa relación. Cuando fuimos a Panamá la última vez, mi papá le comentó: “Yo me enteré que tú quieres ser su segundo papá, te doy permiso para eso”. Él sonrió...
—Leí una entrevista donde te preguntaban si eras compositor o improvisador. Tú tenías una definición singular para dar la respuesta.
—Si, yo lo llamo comprovisador. Porque en realidad estoy tratando de crear cosas espontáneamente. Es una mezcla de temas que yo sé, pero que siempre buscarle reimaginarlos frente de la gente. Estoy dando vueltas con qué tema empiezo, la energía del lugar, el piano… Siempre lo estoy buscando como una experiencia. Todo es una conversación. Quiero sentir la energía, que sea un momento mágico.
Yo estoy comprometido a traspasar esa experiencia que aprendimos con Wayne. Con John Pattitucci y Brian Slade… Que hagamos nuestro trabajo, que en el contexto que vivimos ahora mismo, la música, la creación y la experiencia sea algo que estemos practicando diariamente. Es nuestra responsabilidad, cada día más clara, es hacer ese ejercicio y tratar de darle a la gente, que se sienta parte de este proceso para que ese proceso lo puedan trasladar a todo lo que hacen en su vida.
[Fotos: Diego Barbatto]