El pianista y compositor panameño Danilo Pérez, una de las grandes figuras del jazz mundial, se presentará en Bebop Club, en formato solopiano. Serán cuatro conciertos durante dos noches, el martes 1 y el miércoles 2 de octubre a las 20 y 22.30 hs.
Nacido en el corazón de Panamá, Danilo Pérez creció rodeado de sonidos, diálogos y ritmos que lo guiaron hacia una verdad: la música no solo conecta notas; conecta personas, culturas, emociones. Pérez es pianista, compositor, educador y activista social que ha sabido canalizar la esencia de su tierra, pero también de sus pasiones, para transformarlas en algo único. Es un creador de puentes entre géneros.
“No se trata solo de tocar”, ha dicho en varias ocasiones, “sino de escuchar, de sentir”. Su música vibra con esa mezcla orgánica de los sonidos de su tierra natal y las influencias que ha recolectado a lo largo de los años. Jazz, bolero, son, mejorana, cumbia, blues, todos los géneros se encuentran en un abrazo que desafía el tiempo y el espacio.
La crítica lo señala como uno de los artistas más creativos de la música contemporánea y él responde con piezas que son un mapa de su viaje: desde los ecos de la costa panameña hasta los clubs de jazz de Nueva York, desde los ritmos africanos que laten en la memoria del Caribe hasta la profundidad de los acordes impresionistas europeos.
Su educación formal comenzó en el Conservatorio Nacional de Panamá, un espacio en el que la música clásica fue su primera gran maestra. Allí, los días eran largos, las partituras extensas, y los sonidos de Bach, Beethoven y Debussy llenaban los pasillos. Pero la raíz panameña siempre estaba ahí, latiendo.
Entonces llegó el jazz, y la brújula giró hacia Boston: ingresó al Berklee College of Music, uno de los epicentros más prestigiosos de la música contemporánea. La entrada a un mundo de libertad creativa, de búsqueda constante. Fue allí donde descubrió que el jazz no era solo un género, sino un lenguaje con el que podía dialogar con otros mundos, otras culturas. Que cada acorde era una invitación a explorar, a romper fronteras.
Todavía estudiante, ya tocaba con algunos de los más grandes: el cantante Jon Hendricks; el trompetista Terence Blanchard y un maestro latino como Paquito D’Rivera. Danilo ya era un joven maestro, un prodigio. Y lo sabían. Su piano se convertía en una extensión de sí mismo, sus dedos en un lenguaje que fluía, conversaba y respondía a cada músico con el que compartía escenario. Un pianista que desde muy joven sabía escuchar, y escuchar, en el mundo del jazz, lo es todo.
La ciudad de Boston lo hizo suyo por un tiempo, pero el jazz lo llevó aún más lejos. Nueva York, París, Montreal: escenarios donde el músico panameño entendió que la educación nunca termina. Que cada nota tocada junto a artistas como Dizzy Gillespie, Tito Puente, Jack DeJohnette, y muchos otros, era un paso más en su viaje. Su música comenzó a respirar con la fuerza de todas esas experiencias, absorbiendo los matices del jazz, pero también los ritmos de la cumbia, el bolero, la mejorana panameña, hasta transformarse en algo nuevo y único.
Cuando subió al escenario con la Orquesta de las Naciones Unidas de Dizzy Gillespie, la crítica no dejó de hablar de aquel joven pianista que parecía bailar con el teclado. Las notas salían de sus manos como si tuvieran vida propia, improvisando, explorando, trazando puentes entre ritmos africanos, sones caribeños y el lenguaje intrincado del jazz.
En 2001, se unió a una de las agrupaciones más influyentes de la música contemporánea: el cuarteto de Wayne Shorter. Y junto al saxofonista, el bajista John Patitucci y el baterista Brian Blade, se entregó a la experimentación total. Cada pieza era un diálogo vivo, un viaje impredecible en el que el piano panameño encontraba su lugar entre notas que parecían desafiar la gravedad.
Emanon, la esperada grabación del cuarteto lanzada por Blue Note Records en 2018, fue una prueba contundente de su poder como grupo. La crítica la alabó, y el Grammy al Mejor Álbum Instrumental de Jazz en 2019 confirmó lo que todos sabían: que aquel cuarteto era una fuerza única, y que el pianista panameño era una pieza fundamental en esa maquinaria de sonidos.
Sin embargo, su carrera como solista no se quedó en segundo plano. Desde 1993, ha lanzado doce álbumes, cada uno una exploración distinta de su propio sonido, una forma de retomar sus raíces y transformarlas. Panamonk (1996), su homenaje a Thelonious Monk, fue elegido por la revista DownBeat como uno de los discos más importantes en la historia del piano jazz. Central Avenue (1998), marcó un hito: una grabación en la que el blues y el jazz se fusionan con la mejorana panameña, un estilo de canto folclórico que lleva la esencia de su país natal. La revista Time lo nombró como una de las 10 mejores grabaciones de todos los géneros ese año, reconociendo la capacidad del músico de navegar entre géneros y reinventar sonidos.
Durante todos estos años, el pianista panameño no ha dejado de cruzar caminos con los grandes. Ha girado con Wynton Marsalis, intercambiado solos con Joe Lovano, construido puentes con la vibra de Tom Harrell, y creado paisajes sonoros junto a Gary Burton y Roy Haynes. Su carrera ha sido una danza constante entre colaboraciones y exploración personal, siempre con la vista puesta en lo que la música puede hacer: conectar, comunicar, transformar.
[Fotos: Tito Herrera; EFE/ Bienvenido Velasco/Archivo]