Aunque no lo formulemos de forma consciente, mientras avanzamos en la lectura de una novela, cada uno de sus muy diversos —y ojalá que numerosos— lectores vamos barajando paradigmas que nos sirvan para orientarnos en la aventura de la comprensión y asimilación de la obra. A veces el propio título del libro o la habitual nota de contraportada nos ofrecen un primer asidero: esta es una novela histórica o es policíaca, por ejemplo, y entramos en ella con esa perspectiva genérica que implica la conexión con un código conocido. Pero cuando no existen esas explícitas pertenencias genéricas, como ocurre con la novela Sapukái, de Guillermo Roz, mi necesidad lectora (y esta vez muy consciente) de ubicarla en su forma e intenciones, sufrió en el intento de clasificarla.
¿Novela social? ¿Novela de la tierra como algunos clásicos de la literatura latinoamericana? ¿Novela del realismo mágico o de lo real maravilloso por su despliegue de peculiaridades, traumas, percepciones de la realidad propias del llamado Nuevo Mundo? ¿O es simplemente una novela histórica o una ficción basada en hechos históricos y así todo quedaba más y mejor definido para cualquier intento de su comprensión?
Sapukái
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La virtud —la primera de las virtudes, debería advertir— de Sapukái, novela del escritor y periodista argentino Guillermo Roz, es que milita en todos esos territorios genéricos o conceptuales y no se aferra a ninguno de ellos: porque en su recorrido dramático hay contenido histórico verificable, incluso testimonial y de primera mano, junto a una evidente voluntad de denuncia social, además de una revelación de peculiares realidades físicas y humanas del continente y, por si fuera poco, también el tributo a una abundante tradición literaria latinoamericana que recorre dos siglos de historia cultural como lo puede hacer evidente la presencia del conflicto entre lo que, mediado el siglo XIX, su compatriota Juan Domingo Sarmiento definió como la confrontación entre “civilización y barbarie”, y cien años después alimentaría la narrativa de las concepciones estéticas conocidas como lo real maravilloso americano (Alejo Carpentier, Miguel Ángel Asturias) y el realismo mágico (Juan Rulfo, Gabriel García Márquez).
Pero lo importante es que cada una de esas tendencias o intenciones o pertenencias, aun cuando nos permiten un mejor entendimiento de la obra, no son una camisa de fuerza para su autor. Por el contrario, cada afinidad con la tradición aquí está puesta por el narrador en función de la construcción de una trama que se mueve, gira, se revuelve y avanza desde una prehistoria del conflicto hacia la historia de los hechos y luego hacia una posthistoria, con lo que se marca un prolongado arco de reflexión sobre la gestación y desenlace de uno de los muchos episodios de expolio natural y humano que ha sufrido el continente latinoamericano. Y ese propósito está conseguido en esta novela con la benéfica libertad que nos ha concedido la llamada condición postmoderna que, tal vez, sea la pertenencia más ajustada desde la que podemos leer esta obra del narrador argentino.
Y es que, en la concepción de su novela, Guillermo Roz parte de la historia real de la empresa inglesa llamada La Forestal, que emprendió a principios del siglo pasado la explotación del tanino necesario para la curtimbre de pieles, una sustancia que es contenida en gran cantidad por el árbol conocido como quebracho. Y es la existencia del mayor bosque de quebrachos del mundo, que se encontraba en el norte argentino que linda con Paraguay, el que sirve entonces de marco principal para el conflicto histórico, social y económico real, verificable, a partir del cual el novelista desarrolla una ficción en la que es una empresa, también inglesa, llamada La Compañía, la que llega al remoto bosque de quebrachos para cambiar la vida de los habitantes de la región y hasta la naturaleza de la zona. Sin traicionar lo que podemos estimar como la verdad histórica, Guillermo Roz entra en este doloroso proceso con la perspectiva y las libertades inherentes a la novela como forma de escritura artística y comienza a dar forma a un mundo que veremos en la mayor parte del trayecto argumental desde la perspectiva de dos personajes ficticios y esencialmente opuestos: el joven indígena Sapukái (”le quema el sonido en los ojos” en lengua guaraní) y el emprendedor inglés Clive Thomas Gaskell. La confrontación que se creará entre estos dos personajes, antagonistas dramáticos, representantes de culturas, grupos sociales, posibilidades económicas contrastantes y diferentes será uno de los motores dramáticos que impulsan y definen el relato como lo que en esencia es: la colisión entre dos mundos (¿civilización y barbarie? ¿Europa y América?) o, en términos también universales y permanentes, entre explotadores y explotados.
El pico histórico real —y por supuesto que el clímax dramático de la novela— llegará con la explosión del antagonismo que se produce con la insurrección de los trabajadores nativos, sometidos a condiciones muy cercanas a la esclavitud, una cruenta protesta que será liderada por el joven Sapukái, movido por las propias características de su personalidad y también impulsado por la llegada de ideas de justicia social que, con la nueva circunstancia económica, arriban al remoto paraje argentino. Si el tramo argumental que precede la llegada de la revuelta obrera y su presumible represión permite al novelista moverse por un mundo en donde lo mágico, lo maravilloso, lo exótico y lo ficticio le conceden una amable libertad creativa, los acontecimientos violentos de la segunda mitad de la novela lo atan a un discurso cuyo desarrollo y desenlace intuimos, lo cual lo obliga a moverse por los márgenes de la historia para tratar de no adentrarse en caminos trillados por la vieja novela social. Para evitar ese riego, Guillermo Roz debe potenciar el papel activo de sus protagonistas, desde cuyas perspectivas veremos el fin de un ciclo económico, que es también histórico e, incluso, ecológico.
Pero todo el gran montaje argumental de la novela está apoyado en el hecho de que, lo que se leerá en las próximas páginas es, justamente, una novela y sirve para demostrar que con Sapukái su autor demuestra que es un autor en crecimiento profesional, capaz de vencer los paradigmas tradicionales y de convencer al lector con la habilidad literaria que despliega en esta historia triste y ejemplar de un pasado que bien puede ser un presente de cualquiera de nuestras repúblicas de Latinoamérica…
Con el joven Sapukái, el indómito Sapukái, y armados como él con un hacha, penetremos pues en el mundo mágico, maravilloso, trágico y visceral que nos entrega ahora Guillermo Roz y disfrutemos de su capacidad de apropiarse de la historia y convertirla en una notable creación novelesca.
Santa Cruz de Tenerife, 2024.
Fotos: Hoja de lata y EFE/ Antonio Lacerda.