“Detrás del sol”: una madre desesperada, un hijo perdido y cómo escribir sobre el “apocalipsis” del delito

El escritor habla de su nueva novela publicada por Diotima, que “puede leerse como un manual de la debilidad humana”, donde merodean uniformados y delincuentes

“Detrás del sol” (Diotima) de Guillermo Fernández

Ya en el primer párrafo de Detrás del sol me propuse realizar un avance vertiginoso de aquello que después cobraría el nombre de trama. El deslizamiento a través de los enunciados, de las secuencias fue sólo ampliar el inicio. Creo que se escribe para confirmar lo que está previsto desde hace tiempo. La novela me impulsó a pensar lazos ominosos. Existe un ejercicio de madre que Inés lleva a la perfección: arma y desarma un bolso de ropa de la misma manera en que el cuerpo de su hijo se le vuelve menos visible, y poco tangible.

La sociedad también denomina familia al costado más siniestro de las relaciones humanas, a aquellas ligadas al poder. Se necesita, entonces, crear una ligazón para evitar que los intersticios no provoquen fisuras que derramen la fuerza contenida. Por eso, los hombres y mujeres uniformados requieren estar hilvanados en un interés común, más poderoso que el civil.

Escribir Detrás del sol consistió en desandar lo dado, lo admitido sin lugar a dudas o, también por qué no, lo impuesto como castigo por desobedecer. Sus personajes, con chapa identificatoria y arma permitida, deambulan por el mismo prontuario que los perseguidos. Se escabullen entre las fotografías y los expedientes que los sancionan.

De la misma manera, en que Inés merodea de noche para encontrar una filiación capturada, aquellos que manejan autos para iluminar la calle y dar con la cara de los prófugos, circulan por el mismo barrio, la novela agrupa para no permitir la fuga de los protagonistas. Las casas de los vecinos con las persianas entornadas permiten crear una “fuerza dramática” semejante a la del teatro: todos están entre bastidores a la espera de salir a escena.

Imaginé espacios colindantes: el Banco se asemeja a una unidad penitenciaria; aprisiona clientes y apila un dinero que convoca a la apropiación. En las entidades financieras hay estadísticas y datos contables; de alguna manera los billetes y la moneda son índices tangibles del poder humano. Las cantidades se contabilizan en formularios de doble entrada como los expedientes policiales que dan cuenta de los delitos.

Podría decir, sin temor a equívoco alguno, que en novela existe una contaminación incontrolable que se extiende por los episodios en forma de “contacto” arbitrario, como las erupciones en la piel que surgen sin poder detenerlas. El delito, que es un tópico detonante en Detrás del sol, simula ser como una mancha que se apodera en forma lenta por los distintos cuerpos de los personajes, que se desentienden de la profilaxis necesaria.

Guillermo Fernández nació en la Argentina, en 1951. Reside en CABA. Es Magister en Ciencias del Lenguaje

Tampoco se debe abandonar la idea religiosa de la falta de redención. Nadie deja de ser culpable: todos aproximan los cuerpos contagiados para buscar una salida. Siempre me interesé por los relatos bíblicos, en sus argumentos encuentro la idea de fatalidad que guía el horizonte humano desde el comienzo. Precisamente, Detrás del sol da por tierra la utopía del sufrimiento para poder alcanzar el paraíso y la salvación.

Me apasionó la idea de que sus protagonistas estuviesen cegados hacia un abismo común. Para llevar a cabo esta propuesta de un apocalipsis en un barrio del sur de la Ciudad de Buenos Aires, me concentré en recrear un “programa” de vida ordinario, el de los titulares de los diarios y el de los noticieros con los zócalos en rojo avizorando el peligro de habitar el mundo. Los jóvenes irrumpen en la vida “penalizada” sin pensar en los costos.

Habitar el mundo sin opción condiciona demasiado el lazo con el otro. Intenté plasmar en la escritura una sintaxis que estalle el renglón, de manera de marcar la posibilidad de que los párrafos se leyeran sin punto final, con un continuum que ahogue.

Muchos críticos se preguntan sobre si existe una necesidad estética en escribir lo cotidiano, en redactar la violencia. Pienso que el teatro clásico sometió al espectador a la peor tragedia: la de asistir a la incomodidad y al hecho de enfrentarse a lo que ya sabían. Los griegos denominaron “catarsis” a fenómeno de purga, al hecho de que el asistente al teatro de Epidauro no tuviese más remedio que “ver” para no desentenderse de la vida propia y de la de los demás. De esa manera, puedo enfatizar el hecho de que Detrás del sol escapa a la idea de enfocar lo meramente punitivo para abordar el significado del costo mortal de la salvación. Un poder asirse de una escalera empinada para llegar a la superficie.

Cuando finalicé la escritura de la novela, tuve la sensación de que mis personajes ascendían a lo menos deseado, a esos cargos con que se premian las buenas voluntades y a esos actos de compromiso con la autoridad que exhiben lo vulnerable.

Detrás del sol puede leerse como un manual de la debilidad humana, en los que los hombres se tambalean porque no pueden erguirse; ninguno puede mirar hacia atrás. Existe un pasado que los condena desde los primeros pasos. Hay seres predestinados a estar tipificados en conductas penales; hay otros, aquellos que sancionan, que ponen matasellos y perforan hojas para encarpetar que sonríen porque creen nacer con el gesto imparcial de lo venial.

La vida nos involucra a todos. Nunca nos desentiende del todo, ni siquiera cuando apagamos la pantalla de la televisión para ir a dormir.

Tratar de dilucidar estas cuestiones fue, de alguna manera, también construir Detrás del sol.

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