Sueño que estoy desnuda

Tal vez lo que pasó con Gisèle Pelicot tenga algo que ver con ese sueño en que estamos sin ropa en la calle. O con “lo siniestro” como lo explica Sigmund Freud

Sigmund Freud y Gisele Pelicot. (Getty Images/ AFP)

¡Hola! Desde ya te pido disculpas si ya te saturó el caso Pelicot: esto recién empieza y en mi cabeza —y la de muchos alrededor— el tema no para de dar vueltas.

Ya sabés: Gisèle Pelicot es una mujer francesa que hoy tiene 72 años y que en 2020 se enteró de que Dominique, el hombre de su vida, el padre de sus hijos, su marido, la había drogado, violado y hecho violar por otras decenas de hombres, durante diez años. Así nomás.

Como el tema pega, recibí —y agradezco— muchos mails en respuesta al newsletter anterior. Todos de mujeres, para mi sorpresa. ¿Cómo les está afectando esta brutalidad a los varones?

Gisèle Pelicot, vivir en la pesadilla. (EFE)

Pero, en fin, lo que hablé en terapia no lo voy a contar acá. Pero sí algo que pensé. Es esto.

Pensé que la historia de Gisèle Pelicot se parecía a ese sueño en que una se encuentra, de pronto, desnuda por la calle, desnuda en un aeropuerto, desnuda en una clase. Pero al revés. Cuando vos te soñás desnuda, desnudo, vivís la angustia de sentirte expuesto, como un ahogo. Entonces te despertás y ah, qué alivio, era un sueño, ya está, a tomar café con leche. Gisèle, en cambio, estaba dormida y cuando se despertó, ay, estaba desnuda delante de todo el mundo y no hay alivio: está desnuda y violada para siempre. Eso es lo real. Y la felicidad que creía tener, el sueño.

El de estar desnudo es un sueño típico, de esos que casi todo el mundo alguna vez tuvo. Un tipo de sueño, diría. Los detalles son aleatorios: qué calle, qué clase, adonde ibas. O tal vez los detalles sean lo propio, lo de cada uno, dentro de este sueño genérico. Pero seguro que lo reconocés.

A veces, en ese sueño los demás se dan cuenta. En general no, pero no importa, una sabe que está con todo al aire, que tiene que salir de esa situación y… no puede.

Sigmund Freud (Library of Congress/Corbis/VCG via Getty Images)

Sigmund Freud, que obviamente pensó en estas cosas, dice que cuando el que anda en cueros no siente vergüenza no le interesa el caso. “Pero cuando nos interesa es cuando trae consigo tales sentimientos y queremos huir o escondernos, siendo entonces atacados por aquella singular parálisis que nos impide realizar movimiento alguno, dejándonos impotentes para poner término a la penosa situación en que nos hallamos”.

No podemos taparnos ni escaparnos. “No creo muy aventurado suponer que la inmensa mayoría de mis lectores conoce por su experiencia onírica esta desagradable situación”, dice Freud en La interpretación de los sueños.

Freud describe algo más, que quienes ya soñamos algo así sabemos, los demás, en el sueño, suelen ser desconocidos. Y nadie parece alterarse, ni siquiera notar que estamos desnudos. Lo que, esto digo yo, da más desasosiego aún.

¿Por qué los demás no se alteran por nuestra desnudez en el sueño? Freud cree que es porque se está realizando allí algún deseo. Eso es lo que está bien de lo que parece mal.

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La interpretación de los sueños

Por Sigmund Freud

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Pero, en definitiva, Freud analiza que estos sueños están basados en un recuerdo de la primera infancia. “Sólo en esta edad hubo una época en la que fuimos vistos desnudos, tanto por nuestros familiares como por personas extrañas —visitantes, criadas, etc.—, sin que ello nos causara vergüenza ninguna”. Toda esa gente que ni te mira, dice, tiene que ver con aquella persona “familiar y única, a la que siendo niño dedicó su desnudez, en sus exhibiciones infantiles”.

Es más largo y, claro, nos fuimos por las ramas.

Pensando en Freud y en los Pelicot me acordé de otro texto del psicoanalista, Lo siniestro. No me digas que este caso no lo es, que todo lo que allí pasó no es algo siniestro. Pero ¿de qué estamos hablando? Freud empieza analizando la palabra “siniestro”, que en alemán se dice “unheimlich”. Es un adjetivo —heimlich— con un prefijo de negación —un—. ¿Qué es, entonces, heimlich? Freud indaga mucho y encuentra una serie de acepciones, pero digamos que “heimlich” refiere a lo familiar, lo hogareño, lo íntimo. Esas cosas más bien cálidas.

Dominique Pelicot, siniestro. (REUTERS/ZZIIGG)

Ahora bien, Freud encuentra que también “heimlich” quiere decir “Secreto, oculto, de modo que otros no puedan advertirlo”, lo que ya se va poniendo menos cómodo. Hacer algo “heimlich”, dice, puede ser hacerlo a espaldas del otro.

Lo “unheimlich”, lo siniestro, entonces puede ser algo que no es hogareño pero también, escribe Freud, “Se denomina UNHEIMLICH todo lo que, debiendo permanecer secreto, oculto… no obstante, se ha manifestado”.

En pocas palabras, lo “unheimlich”, lo siniestro no es algo nuevo sino algo que era familiar y se vuelve extraño. Como cuando llegamos muy tarde de la calle, abrimos la puerta, la casa oscura se ilumina a medias con la luz del pasillo y nuestros muebles proyectan sombras amenazadoras.

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Lo siniestro

Por Sigmund Freud

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Lo siniestro no es un virus que te ataca; es el cáncer, es decir sos vos mismo, tus células transformadas en otras y vueltas contra vos. No es un desconocido que te espera en un zaguán oscuro para asaltarte: es el hombre al que le hiciste la comida y le dijiste “querido”, convertido en el que te duerme, te viola, te entrega, te filma. Siniestro.

Este lunes —justo— se cumplirán 85 años de la muerte de Freud, que nos sigue explicando tantas cosas. Una buena parte de sus títulos se puede descargar gratuitamente desde este enlace.

Mis subrayados

De “La interpretación de los sueños

1. Pero cuando nos interesa es cuando trae consigo tales sentimientos y queremos huir o escondernos, siendo entonces atacados por aquella singular parálisis que nos impide realizar movimiento alguno, dejándonos impotentes para poner término a la penosa situación en que nos hallamos.

2. Lo esencial en él es la penosa sensación —del carácter de la vergüenza— de que nos es imposible ocultar nuestra desnudez, o, como generalmente deseamos, emprender una precipitada fuga. No creo muy aventurado suponer que la inmensa mayoría de mis lectores conoce por su experiencia onírica esta desagradable situación.

3. El avergonzado embarazo del sujeto y la indiferencia de los demás constituyen una de aquellas contradicciones tan frecuentes en el fenómeno onírico. A la sensación del sujeto correspondería, lógicamente, que los demás personajes le contemplasen con asombro, se burlaran de él o se indignasen a su vista. Esta desagradable actitud de los espectadores ha quedado, a mi juicio, suprimida por la realización de deseos.

4. Los contextos en que tales sueños aparecen incluidos en mi análisis de sujetos neuróticos demuestran, sin lugar a duda alguna, que se hallan basados en un recuerdo de nuestra más temprana infancia.

5. Cuando, en la edad adulta, volvemos la vista atrás se nos aparece esta época infantil en la que nada nos avergonzaba como un Paraíso.

De “Lo siniestro

1. E. Jentsch destacó, como caso por excelencia de lo siniestro, la «duda de que un ser aparentemente animado, sea en efecto viviente; y a la inversa: de que un objeto sin vida esté en alguna forma animado».

2. Esto último, lo siniestro, no sería realmente nada nuevo, sino más bien algo que siempre fue familiar a la vida psíquica y que sólo se tornó extraño mediante el proceso de su represión.

3. El axioma de que todos los hombres son mortales aparece, es verdad, en los textos de lógica, como ejemplo por exce­lencia de un aserto general, pero no convence a nadie, y nuestro inconsciente sigue resistiéndose, hoy como antes, a asimilar la idea de nuestra propia mor­talidad.

4. Dado que casi todos seguimos pensando al respecto igual que los sal­vajes, no nos extrañe que el primitivo temor ante los muertos conserve su poder entre nosotros y esté presto a manifestarse frente a cualquier cosa que lo evoque.

5. Lo siniestro se da, frecuente y fácilmente, cuando se desvanecen los límites entre fantasía y realidad; cuando lo que habíamos tenido por fantástico aparece ante nosotros como real.

6. De modo que también en este caso lo unheimlich es lo que otrora fue heimisch, lo hogareño, lo familiar desde mucho tiempo atrás. El pre­fijo negativo «un-» («in-»), antepuesto a esta palabra, es, en cambio, el signo de la represión.

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