A finales del siglo XV, Leonardo da Vinci (1452-1519) era considerado un genio de la ingeniería más que un maestro de la pintura. Afincado en Milán, trabajaba para el duque Ludovico Sforza, para quien realizaba planos urbanos, organizaba fiestas, banquetes y, de vez en cuando, retratos de cortesanos y familiares, a veces a pedido, a veces como instrumento de las relaciones políticas de su jefe.
Había llegado a la ciudad desde Florencia, con 30 años ya, formado como artista en el taller de Andrea del Verrocchio, donde después de un año de limpiar pinceles fue instruido en química, metalurgia, el trabajo del cuero y yeso, así como en mecánica, carpintería y en técnicas artísticas como el dibujo, la pintura y la escultura sobre mármol y bronce.
En su haber tenía pocas obras: La Anunciación -aún se debate si es propia o realizada a cuatro manos con Verrochio (1472-75)- en la que ya se observa que había refinado la técnica del sfumato como nadie, la Madona Benois (1478-82), el Retrato de Ginebra de Benci -también con opiniones divididas sobre su realizador- (1476) y La Virgen del clavel (1478 - 1480), el primer encargo que recibe en el ‘76. En Milán, su obra pictórica más significativa es el famoso fresco de La última cena (1494-1498) en el convento dominico de Santa Maria delle Grazie.
Llegaba a la gran metrópolis de región de Lombardía luego de haber sido acusado y absuelto de sodomía junto a tres hombres y con el ego algo herido, debido a que el papa Sixto IV no lo había elegido para decorar la Capilla Sixtina, lugar que ocuparon, entre otros, Pietro Perugino, Sandro Botticelli, Domenico Ghirlandaio y Cosimo Rosselli.
Sin dudas, la vida y la obra de Leonardo es una de las más estudiadas, documentadas y sigue despertando pasiones. Por lo que en 2009, el mundo del arte se conmovió cuando un equipo de científicos descubrió algo inesperado en una pintura desconocida, un detalle solo observable bajo los ojos de la tecnología, y que podría cambiar la historia o, por lo menos, el legado de uno de los más grandes creadores de la humanidad: una huella dactilar.
Sin embargo, a pesar del apoyo y las pruebas presentadas por catedráticos y expertos sobre la autoría del polímata florentino, la pieza -que recibió una valuación superior a los USD 160 millones- hoy conocida como La Bella Principessa sigue despertando suspicacias.
Y es que si vamos al caso más famoso relacionado a una obra atribuida a Leonardo, Salvator Mundi, redescubierta en 2005, vendida por más USD 450 millones, siendo la obra más cara de la historia, continúa aún bajo sospecha sobre si realmente fue realizada por el italiano o, más bien, la atribución danzó alrededor de los deseos de unos cuantos.
Artista, anatomista, arquitecto, paleontólogo, botánico, científico, escritor, escultor, filósofo, ingeniero, inventor, músico, poeta y urbanista, la figura de da Vinci permanece vigente a más de 500 años de su muerte, en Amboise, Francia. Por eso, cada tema relacionado a él no sólo cuenta con una gran serie de expertos, en un combate de egos y saberes para demostrar quién es el más da vinciano de todos, y el caso de La Bella Principessa no es diferente.
En la década de 1490 -la obra está datada alrededor de 1495-6-, una joven con traje y peinado de moda quedó inmortalizada en un retrato sobre vitela, un tipo de pergamino fabricado a partir de la piel de becerros recién nacidos o muertos, que poseen una durabilidad extraordinaria.
La muchacha aparece de perfil, vestida con los elaborados atuendos y peinados que caracterizaban la moda de la corte de finales del siglo XV. Este retrato se destaca también por su contexto histórico, ya que se considera que podría ser Bianca Sforza, prometida al poderoso noble Galeazzo Sanseverino, e hija ilegítima (pero reconocida) de Ludovico Sforza y que fue realizado como símbolo del enlace matrimonial, en un gesto político y estratégico del poder de la época. Pero, aquí también hay objeciones y a ellas llegaremos.
Por siglos nada se supo sobre la obra, ni mucho menos se especulaba con que Leonardo alguna vez había realizado un retrato de Bianca, por lo que cuando apareció en el mapa fue atribuida a la Escuela Alemana de principios del siglo XIX. La fecha incluso siquiera la colocaba cercana a aquel momento crucial de la historia de la pintura occidental.
Así salió a subasta en Christie’s de Nueva York el 30 de enero de 1998, donde se especificaba que era un dibujo en técnica mixta con pluma y tinta marrón con tiza roja, negra y blanca, de 33 por 23,9 centímetros, colocado sobre una tabla de roble.
La procedencia moderna del dibujo sólo se conoce a partir de 1955, aunque recién fue documentada en 1998, otro de los puntos débiles para la atribución. Su dueña, cuando salió a la venta pública, era Jeanne Marchig, quien la había heredado de su marido Giannino Marchig, un restaurador de arte, tras su muerte en 1983.
La historia de esta ilustración sugiere que formó parte de la Sforziada, una obra de Giovanni Simonetta dedicada a Francisco Sforza, gobernante de Milán y fundador de la dinastía, cuya tercera edición, de 1490, fue escrita en italiano en vez de latín como las anteriores y de la que sobreviven cuatro ejemplares, una de ellas en Varsovia, de la cual habría sido arrancada durante un proceso de reencuadernación hacia finales del siglo XVIII o principios del XIX.
Tras la subasta, Jeanne recibió, impuestos más, impuestos menos, 21.850 dólares, pasó luego a formar propiedad de la galerista de Nueva York Kate Ganz, quien a su vez lo vendió por una cifra similar en 2007 al coleccionista Peter Silverman y aquí es cuando todo comienza a cambiar.
Silverman, por supuesto, se convierte en el gran promotor de que la obra es un Leonardo. Cuando vio la obra por primera vez, dijo, sospechó que podría ser de una época más antigua, incluso hasta del Renacimiento, y para ver qué tan atrás podía ir en su datación comenzó a convocar a especialistas.
El camino de la atribución
En escena ingresó Martin Kemp, uno de los más reconocidos expertos en Leonardo, quien publicó más de una decena de obras en torno al genio como sobre el arte durante el Renacimiento y cuyas investigaciones dieron como resultado la destacada exposición Leonardo da Vinci en la Hayward Gallery de Londres en 1989 y que fue creador del proyecto Universal Leonardo que se desarrolla en Europa desde 2006.
Kemp y Pascal Cotte, ingeniero óptico e inventor de la primera cámara multiespectral de alta definición, co-escribieron La Bella Principessa: La Historia de la Nueva Obra Maestra de Leonardo da Vinci (2010), de donde el retrato toma el nombre actual.
En 2004, Cotte analizó con su invento de 240 megapíxeles cada pigmento de La Gioconda y en 2007 a La dama con armiño, mientras que entre 2005 y 2009, su empresa Lumière Technology escaneó multiespectralmente a Rubens, Gericault, Delacroix, Rembrandt, Chagall, Van Gogh entre más de 1500 obras de arte de colecciones públicas y privadas. Así, mientras Kemp aportó la teoría, Cotte la tecnología para demostrar que La Bella Principessa, era en realidad un da Vinci.
En ese 2010, la obra tuvo su primera presentación como un Leonardo en una exposición en Eriksberg, Gotemburgo (Suecia), donde recibió una cotización superior a 160 millones de dólares. Dos años después, Silverman defendió la conexión con Leonardo en su libro Leonardo’s Lost Princess: One Man’s Quest to Authenticate an Unknown Portrait by Leonardo da Vinci y, aunque recibió una oferta de 80 millones de dólares por el vitelo, la rechazó, mientras que Kemp confirmó la identidad de la muchacha en La Bella Principessa di Leonardo da Vinci. Ritratto di Bianca Sforza.
Para llegar a la identificación, Kemp realizó un proceso de eliminación entre las jóvenes mujeres de la dinastía Sforza, aunque los caminos para constatar la identidad eran limitados ya que Bianca falleció pocos meses después de su matrimonio debido a un problema estomacal, posiblemente un embarazo ectópico.
Por su parte, la historiadora del arte y experta independiente afincada en Milán Cristina Geddo, especializada en alumnos y seguidores de Leonardo, quien realizó el estudio inicial del dibujo, atribuyó la obra al florentino basándose en consideraciones estilísticas, la alta calidad de la ejecución y el sombreado zurdo característico del maestro. Además, destacó el uso de pasteles, una técnica que Leonardo aprendió en Milán entre 1494 y 1499 de parte del artista francés Jean Perréal, pionero en Italia, a quien hace referencia en el Codex Atlanticus.
El peinado de la modelo, conocido como “coazzone”, también era característico de la moda de la época, lo que refuerza la atribución a Leonardo según Geddo. Otros expertos reconocieron la autenticidad de la obra, incluyendo a Carlo Pedretti (profesor emérito de historia del arte y titular de la Cátedra Armand Hammer en la Universidad de California, Los Ángeles), Nicholas Turner (excurador en el Museo Británico y en el Museo J. Paul Getty), Alessandro Vezzosi (director del Museo Ideale Leonardo da Vinci en Vinci, Italia), y Mina Gregori (profesora emérita en la Universidad de Florencia). También la historiadora en vestimenta, Elizabetta Gnignera, apoyó firmemente esta atribución en su libro La Bella Svelata, donde estudió una amplia gama de ropajes y peinados de la época comparados con los del retrato.
A pesar del entusiasmo de los expertos, la autoría de la pintura no ha sido universalmente aceptada. En 2011, la Galería Nacional de Londres decidió no incluir “La Bella Principessa” en la primera gran retrospectiva de Leonardo, bajo el argumento de que las pruebas no eran lo suficientemente convincentes. En contraste, sí se aceptó entonces a la polémica Salvator Mundi, otra obra cuya atribución a Leonardo sigue siendo debatida.
La controversia de Salvator Mundi
Datada alrededor del año 1500, el Salvator Mundi fue descubierto en 2005 en un estado muy deteriorado durante una venta inmobiliaria en Nueva Orleans por un consorcio de distribuidores de arte. Para empezar, éste Leonardo se encontraba en EE.UU. por alguna razón desconocida. “Demasiado bueno para ser verdad”, dijo el reconocido crítico de arte estadounidense Jerry Saltz, quien no tiene dudas de que todo es un bluff.
El consorcio, que incluía a Robert Simon, un especialista en maestros antiguos, invirtió en su restauración, llevada a cabo por Dianne Dwyer Modestini de la Universidad de Nueva York, quien la repintó en un 90 por ciento para darle la apariencia actual.
Atribuido a Bernardino Luini y Giovanni Antonio Boltraffio, ambos discípulos de Leonardo, la pieza terminó siendo un original en un debate a puertas cerradas entre un grupo de especialistas, que no realizaron estudios científicos. Entre ellos, Kemp, quien sostuvo: “Por muy hábiles que pudieran haber sido los seguidores e imitadores de Leonardo, ninguno de ellos se metió en tales ámbitos de especulación filosófica y sutil. No podemos dudar razonablemente de que aquí estamos en presencia del pintor de Vinci”.
Varios rasgos llevaron a la atribución positiva: los pentimenti y el panel de nogal sobre los que se ejecutó, que coinciden con otras creaciones del artista florentino, la manera en que se reubicó del pulgar derecho y la ejecución detallada de las manos -Da Vinci disecaba extremidades humanas para estudiarlas y aplicar su conocimiento anatómico- y el uso del sfumato en el rostro logrado en parte manipulando la pintura con el talón de la mano. Además, la manera en que se trataron los anillos de cabello y el nudo a través de la estola también se consideran indicativos de su estilo.
Además, entre los elementos que respaldan este consenso académico, destaca la relación estrecha entre la pintura y dos dibujos preparatorios del castillo de Windsor, que también se atribuyen a Leonardo, que muestran una clara coherencia en técnica y composición, sugiriendo una mano común detrás de todas ellas. Por otro lado, la pintura guarda una notable correspondencia con la composición del “Salvator Mundi” documentada en un grabado de Wenceslaus Hollar de 1650, un punto crucial para los expertos en la materia.
La superioridad evidente de la pintura respecto a más de veinte versiones conocidas de la misma composición es otro elemento significativo que los especialistas tomaron en cuenta. Así, los académicos también han enfatizado que la inspección técnica y visual de la obra ha permitido identificar características estilísticas y materiales que son consistentes con las técnicas conocidas de Leonardo.
La obra fue incluida originalmente en la muestra de la National Gallery de Londres de 2011 Leonardo da Vinci: Pintor en la Corte de Milán, por lo que nadie se sorprendió cuando en 2013 el marchante suizo Yves Bouvier la adquirió por 75 millones de dólares.
Bouvier, entonces presidente de Natural Le Coultre -una empresa internacional especializada en el transporte, almacenamiento en zonas aduaneras fantasmas y conservación de obras de arte y artículos de lujo- la vendió posteriormente al oligarca ruso Dmitry Rybolovlev, propietario de una de las compañías industriales con mayor crecimiento tras la caída de la U.R.S.S., quien pagó USD 127,5 millones.
La venta luego devino en un largo juicio ya que Rybolovlev acusó a Bouvier -investigado a la vez por la justicia por evasión fiscal en una cifra que ronda los 100 millones de euros- de inflar el costo para obtener mayores beneficios, pero la causa se cerró finales de 2023 tras un arreglo.
Ya en la subasta de 2017, la obra atribuida a Leonardo alcanzó el récord mundial de 450.312.500 USD y si bien el comprador permaneció a priori en el anonimato, se afirma que la adquirió el príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salmán, y que se encuentra a bordo del yate de lujo Serene, aunque se anunció que se mostraría al público este año en un nuevo museo en el país asiático, había comentado Kemp -casi un vocero ya- en una entrevista.
“Hay un consenso extraordinario de que es un Leonardo. Este es el cuadro maestro más importante que se ha vendido en subasta en mi vida”, dijo el antiguo co-presidente de las pinturas maestras antiguas en Christie’ s, Nicholas Hall.
En 2019, el gobierno saudí solicitó exhibir el Salvator Mundi junto a La Gioconda en el Museo del Louvre para validar su autenticidad, una propuesta que fue rechazada por el presidente francés Emmanuel Macron, por lo que la pieza fue retirada de la mega exhibición por los 500 años del italiano, la exposición temporal más visitada en la historia del museo parisino.
Todas las polémicas en torno a la obra pueden observarse en el documental The Lost Leonardo (2021), en el que Andreas Koefoed explora la influencia de la pintura en los múltiples intereses personales y geopolíticos, y se revela a través de testimonios y entrevistas los vínculos entre la casa de subastas de Nueva York, Kemp, el rol del suizo Bouvier en su recotización de mercado, Rybolovlev, el museo Louvre de París y su compra por el príncipe jeque árabe.
La huella perdida
En 2015, Shaun Greenhalgh, un reconocido falsificador de arte, declaró en sus memorias A Forger’s Tale que había falsificado la pintura en 1978, utilizando como modelo a una joven cajera del supermercado donde trabajaba. Greenhalgh afirmó haber usado un documento de 1587 como soporte, para dar a la pintura una apariencia antigua.
No obstante, Kemp y otros expertos refutaron la alegación de Greenhalgh, señalando que nuevas pruebas dataron los pigmentos de “La bella principessa” en más de 250 años de antigüedad, lo cual hace imposible que haya sido creada en el siglo XX.
Toda la evidencia teórica fue reforzada cuando las imágenes multiespectrales por el escaneo realizado por Lumière Technology de las capas de pigmento revelaron huellas dactilares compatibles con otras obras de Leonardo, como explicó Peter Paul Biro, experto en arte forense, a Seattle Times, quien la cotejó con la impresión digital presente en la obra inacabada San Jerónimo en el desierto, datada cerca de 1482.
Sin embargo, en 2010, el periodista David Grann publicó un artículo en The New Yorker que implicaba a Biro en una serie de pinturas falsificadas atribuidas a Jackson Pollock, y si bien el juez del caso determinó que el artículo contenía hasta ocho afirmaciones que podrían considerarse difamatorias, el caso fue desestimado debido a un tecnicismo, argumentando que Biro era una figura pública con un propósito limitado. La decisión fue respaldada posteriormente por un tribunal de apelaciones.
La querella se reanudó en 2018 cuando The New Yorker republicó el artículo original. Biro volvió a demandar a la revista, esta vez por la republicación del contenido potencialmente difamatorio. El caso aún se encuentra en litigio, a la espera de una resolución.
Biro, señalado como analista de arte en lugar de “autenticador,” ha continuado su práctica de análisis de obras de arte, algo que ha hecho durante más de 40 años. La escéptica acogida de su prueba de la huella digital se reflejó cuando la edición italiana revisada del libro de Kemp y Cotte dejó de citar esta evidencia, y tampoco se mencionó en publicaciones posteriores. Kemp volvió a escribir sobre el tema en su investigación Viviendo con Leonardo.
La autoría de La bella principessa continúa despertando debates en el mundo del arte. Mientras algunos siguen convencidos de su autenticidad y su conexión con Leonardo, otros permanecen escépticos. Lo que es claro es que la pintura ha capturado la imaginación de coleccionistas, historiadores y científicos, convirtiéndola en un enigma fascinante. ¿Será cuestión de tiempo para que reaparezca en el mercado de las subastas?