Después del exitoso paso por el Festival de Tribeca, donde obtuvo el premio al mejor guión, llegó a los cines argentinos la película El aroma del pasto recién cortado, dirigida por Celina Murga. La trama sigue a dos profesores universitarios, Pablo y Natalia, quienes, a pesar de no interactuar entre sí, enfrentan crisis personales y románticas bastante similares. Es una película que, a través de dos historias paralelas, invita al espectador a reflexionar sobre las crisis personales y conyugales desde una perspectiva honesta y empática. Su enfoque en los detalles cotidianos.
Natalia, interpretada por Marina de Tavira, y Pablo, encarnado por Joaquín Furriel, son profesionales casados, cada uno con dos hijos. Ambos personajes encuentran consuelo en romances secretos con sus estudiantes, lo que inevitablemente traerá consecuencias. “La película muestra cómo, a pesar de no conocerse, sus vidas siguen caminos paralelos”, destaca la directora.
Celina Murga explora con detalle la insatisfacción conyugal y la crisis de mediana edad. El aroma... no es una película de grandes giros dramáticos, sino de cambios graduales. Los protagonistas intentan continuamente cambiar el curso de sus vidas, incluso con pequeños gestos, reflejando así sus luchas internas. La directora junto a los guionistas Juan Villegas, Lucía Osorio y Gabriela Larralde, ha construido un guion que aborda temas profundos desde una perspectiva contemporánea y no moralista.
La caracterización de los personajes se ha hecho con gracia y empatía, tratando de acercar al espectador a las realidades emocionales de los protagonistas. Esto se logra también a través de gestos y diálogos minuciosamente planeados. La película también ilumina la distancia emocional y física entre los personajes y sus parejas. Los diálogos son agudos y cada escena está cuidadosamente construida para demostrar lo que está debajo de la superficie.
El aroma del pasto recién cortado se convierte así en un estudio meticuloso sobre la infidelidad, las expectativas de género y la búsqueda de la felicidad en medio de la insatisfacción diaria, todo ello ambientado en un contexto que refleja las experiencias de muchos en la sociedad contemporánea.
La película es una coproducción internacional entre la Argentina, Uruguay, México, Estados Unidos y Alemania. Allí resalta un nombre y apellido: Martin Scorsese, quien se desempeñó como productor ejecutivo. Scorsese ha sido un mentor importante para Murga desde 2008, cuando la realizadora entrerriana fue elegida para formar parte del programa Rolex Mentor and Protégé Arts Initiative.
“Queríamos reflejar la lucha interna y lo que está bien o mal para los personajes”, explica Murga a Infobae Cultura durante una entrevista en la que detalló el proceso de creación de la película, la escritura del guion, las implicancias morales de la historia, la recepción de la película hasta el momento y, por supuesto, lo que significó para ella la presencia cercana e implicada de Martin Scorsese, nada menos. Alguien que, según Murga, apoyó en todo momento “sin imponer su visión”. “Siempre me ha alentado a desarrollar mi propio camino, ayudándome a encontrar y fortalecer mi voz como cineasta-”, revela.
—¿Cómo surgió la idea para la película?
—Nació en 2017. Trabajamos mucho en el guion, y en 2020 íbamos a comenzar el rodaje, pero la pandemia lo frenó. En ese momento, había un fuerte debate sobre el aborto legal y el feminismo, lo que generó una polarización en la sociedad respecto a temas de género. Nos planteamos preguntas sobre los roles de poder: ¿son los hombres buenos o malos solo por ser hombres? ¿Y las mujeres? Queríamos reflexionar sobre los roles dentro de una pareja y una familia en crisis, así como también en el contexto institucional, mostrando cómo se juzga a hombres y mujeres. La película propone un “juego de espejos” en el que los personajes enfrentan situaciones similares, pero reaccionan de manera diferente. La intención es que el espectador se vea reflejado en ellos y cuestione sus propios prejuicios: ¿Cómo juzgo a una mujer o a un hombre en estas situaciones?.
—¿Fue un desafío de crear historias paralelas que se reflejan entre sí y mantener la atención del espectador?
—El proceso fue largo y complejo. El guión se trabajó entre 2017 y 2022, agregando capas que pasaron de un enfoque de género a una exploración más profunda de la crisis familiar y de pareja. El reto principal fue lograr que ese “juego de espejos” entre los personajes no se impusiera sobre ellos, ya que lo más importante es que el espectador conecte emocionalmente con lo que viven. Buscamos un equilibrio entre presentar una reflexión sobre los roles de género y desarrollar personajes con los que el público se pueda identificar. Durante el rodaje y la postproducción, especialmente en el montaje, seguimos ajustando para contar esta dualidad de la manera más efectiva, reinventando la película a través de las imágenes y sonidos capturados.
—En la película, no se juzga a los personajes ni se evalúa qué está bien o mal.
—Es algo que valoro mucho tanto en el cine como en la vida. No me interesa hacer películas que dicten lo correcto o lo incorrecto. Me considero una persona vulnerable, y eso se refleja en mi forma de construir personajes. Me atrae mostrar seres humanos complejos, que atraviesan conflictos emocionales y situaciones ambiguas, sin etiquetarlos como buenos o malos. Prefiero crear personajes que exploren su humanidad, sin juicios, permitiendo que el espectador se reconozca en ellos y en sus emociones.
—¿Cómo fue el proceso de escritura del guión, en el que participaron cuatro personas en distintas etapas?
—La idea inicial fue de Juan Villegas y mía. Juan es también productor y coguionista de la película. Luego se sumó Lucía Osorio, que nos acompañó en la primera etapa, y en el último año y medio se unió Gabriela Larralde, con quien trabajé directamente. Me encanta escribir en equipo porque el diálogo genera una sinergia positiva. Las formas de trabajo eran variadas: muchas conversaciones sobre los personajes y las escenas, y a veces nos dividíamos las escenas que más nos motivaban a cada una. Luego, compartíamos lo escrito, ajustando y mejorando en conjunto. El proceso fue muy orgánico y colaborativo, más que programado, logrando un equilibrio entre nuestras ideas y estilos.
—Recibieron el premio al Mejor Guión en el Festival de Tribeca ¿Cómo lo viviste?
—No esperábamos ganar. Fue una sorpresa muy linda. La primera proyección fue muy emocionante; estaban los actores, Scorsese, los productores, y fuimos una gran delegación. La película es una coproducción entre cinco países, lo que permitió sumar energías y talentos de muchos lados. Aunque está ambientada en una Argentina muy específica, descubrimos que su historia es universal y conecta con el público en cualquier lugar. Fue increíble ver esa reacción.
—¿Cómo fue volver a trabajar con Scorsese?
—Mi relación con él comenzó en 2008, cuando lo conocí a través de la beca de maestro y discípulo de la Fundación Rolex. En ese momento, estaba escribiendo La tercera orilla y él me daba feedback sobre el guion y los personajes. Fui parte del rodaje de La Isla Siniestra, y siempre se mostró muy generoso y atento a nuestras necesidades, ofreciendo su apoyo sin imponer su visión. Aunque nuestras formas de hacer cine son muy diferentes, me eligió por mi voz propia y pasión por narrar. Lo que nos une es el amor por el cine, y siempre me ha alentado a desarrollar mi propio camino, ayudándome a encontrar y fortalecer mi voz como cineasta.
—¿Ya tenías en mente a los protagonistas antes de filmar?
—Fue un proceso muy lindo. Ya conocía a Alfonso Tort y somos amigos desde hace tiempo. Primero elegimos a Joaquín y Marina, lo cual fue un gran lujo. Ambos se sintieron muy conectados con el guion y los personajes, apreciando la honestidad y la profundidad emocional de los conflictos. Después de definir a los protagonistas, buscamos complementar esas parejas con actores que aportaran lo necesario para construir la dinámica única de cada una. Quedé muy contenta con Alfonso y Romina como secundarios, ya que sumaron una dimensión espectacular a las parejas, que aunque similares, tienen matices muy distintos.
—Es una película que genera muchos debates, ¿cómo vivieron esa respuesta?
—Lo más emocionante fue ver cómo la película despertaba debates, incluso antes de terminarla. La mostramos a amigos y conocidos para ver cómo la percibían, y enseguida surgieron discusiones. La película plantea un “espejo de género”, especialmente en torno a la infidelidad, y eso activa una lectura moral en el espectador. La gente empieza a cuestionarse por qué juzga de manera diferente a un hombre y a una mujer en situaciones similares. Esa es la mayor virtud de la película: invita al espectador a reflexionar y ser parte activa de la historia, algo que siempre fue parte de nuestra intención desde el inicio del proyecto.
—Es un momento muy difícil para el cine argentino. ¿Cómo vivís esta situación?
—Me siento muy privilegiada por estrenar una película en este contexto tan complicado. El cine argentino ha sido muy valorado internacionalmente durante los últimos 20 años, y eso no es solo por talento, sino por políticas públicas que lo han apoyado. Yo misma soy producto de una ley de cine que funcionaba, de un INCAA que impulsaba el desarrollo de nuevas generaciones de cineastas, actores, técnicos y demás. Es preocupante ver cómo el INCAA ha sido reducido y desfinanciado. Muchos de los países que admiramos, como España o Francia, también apoyan fuertemente a su cine a través de subsidios estatales.
Si no se invierte en las nuevas generaciones, no surgirán grandes directores, y los privados no suelen apostar por quienes recién empiezan. Un ejemplo claro es España, que ha fortalecido su cine con apoyo estatal, y ahora vive un auge. No se trata solo de quién financia una película, sino de todo el ecosistema que forma a los profesionales. Es crucial revitalizar el apoyo estatal para que el cine argentino no desaparezca.