En una tarde de 1989, mientras las protestas estudiantiles en la Plaza de Tiananmen ganaban fuerza, Liu Xiaobo se encontraba lejos de Beijing. Había estado en Nueva York, enseñando en la Universidad de Columbia. Sin embargo, al enterarse de lo que sucedía, tomó la decisión de regresar. Para cuando llegó, las manifestaciones se encontraban en su apogeo y la tensión en el aire era palpable.
Aunque al principio dudó en participar, Liu finalmente decidió unirse a la huelga de hambre de los estudiantes, afirmando que “Nosotros, los intelectuales, queremos influir a los estudiantes con la razón, pero los estudiantes no nos creerán a menos que podamos igualarlos en acciones”. Esta acción marcó el inicio de su rol como uno de los intelectuales más influyentes en la disidencia china, un camino que lo llevaría a enfrentarse al poder absoluto del Partido Comunista y a pasar años en prisión, defendiendo la democracia y los derechos humanos.
El libro I Have No Enemies: The Life and Legacy of Liu Xiaobo (No tengo enemigos: La vida y el legado de Liu Xiaobo), escrito por Perry Link y Wu Dazhi, ofrece un profundo análisis de la vida y legado de este Premio Nobel de la Paz, encarcelado durante gran parte de su vida por sus opiniones políticas. A través de entrevistas, ensayos y documentos inéditos, los autores reconstruyen no solo los momentos clave de la biografía de Liu, sino también su pensamiento, sus ideas sobre la libertad, la democracia y la resistencia pacífica.
La frase del título, I Have No Enemies, refleja uno de los principios fundamentales de su pensamiento y su filosofía de vida. Liu nunca abrigó odio o rencor hacia aquellos que lo reprimieron. Esta postura fue especialmente evidente en su declaración final ante el tribunal en 2009, antes de ser sentenciado a 11 años de prisión por “incitar a la subversión del poder del Estado”. En esa declaración, Liu expresó:
“Yo no tengo enemigos ni odio. Ninguno de los policías que me vigilaron, arrestaron o interrogaron, ni los fiscales que me acusaron, ni los jueces que me juzgaron son mis enemigos. El odio solo corroe la inteligencia y la conciencia de una persona, y una mentalidad enemiga puede envenenar el espíritu de una nación” .
El contexto en el que vivió Liu Xiaobo estuvo definido por la represión. Nacido en 1955, creció bajo el régimen comunista de Mao Zedong, una época de intenso control ideológico, marcada por campañas como la Revolución Cultural, que buscaba eliminar cualquier vestigio de pensamiento crítico o contrarrevolucionario. A pesar de haber sido educado bajo la doctrina comunista, Liu comenzó a cuestionar el sistema en su juventud, especialmente durante sus años universitarios. Como recuerda en uno de sus escritos: “Cuando tenía unos quince años, estaba enamorado del marxismo-leninismo, y hasta el día de hoy puedo recitar largos pasajes de los primeros trabajos de Marx”. Sin embargo, este amor por las ideas revolucionarias no tardó en desvanecerse cuando empezó a ver las contradicciones del régimen.
Tiananmen, un punto de inflexión
El libro de Link y Wu describe cómo la experiencia de Tiananmen fue decisiva para Liu. A partir de entonces, su activismo se orientó hacia la defensa de los derechos humanos y la crítica al autoritarismo del Partido Comunista Chino. Liu estaba convencido de que el cambio en China no podía lograrse a través de la violencia. En su ensayo To Change a Regime by Changing a Society (Cambiar un régimen cambiando una sociedad) , argumenta que la transformación solo sería posible a través del fortalecimiento de la sociedad civil. “Sin intentar tomar el poder político, el Movimiento de Defensa de los Derechos no violento puede trabajar para expandir la sociedad civil y, de este modo, proporcionar a la gente un espacio en el que vivir con dignidad”.
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Esta visión pacifista contrasta con la naturaleza del régimen chino, que desde 1949 ha mantenido un férreo control sobre la vida política y social del país. Liu fue un firme defensor de la idea de que, para que la sociedad china pudiera avanzar hacia la democracia, era necesario un cambio gradual, desde abajo, sin esperar el surgimiento de un líder carismático que guiara a las masas. “No debemos esperar la aparición de figuras imponentes o carismáticas”, escribió Liu, en referencia a su desconfianza hacia los líderes de grandes movimientos, que a menudo terminan reforzando las estructuras autoritarias que pretenden derribar.
A lo largo de I Have No Enemies, los autores muestran cómo Liu Xiaobo se inspiró en figuras como Mahatma Gandhi y Martin Luther King Jr., cuyas luchas pacíficas influyeron profundamente en su filosofía de resistencia. Pero más allá de estos referentes globales, Liu desarrolló su propio enfoque sobre la no violencia, basado en la realidad china. Sostenía que el cambio no podía lograrse de la noche a la mañana y que era necesario construir una base social sólida a través de pequeñas acciones cotidianas que fortalecieran el tejido social. En su opinión, la defensa de los derechos humanos debía ser algo que se practicara en la vida diaria: “La defensa de los derechos debe concentrarse en poner en práctica la libertad en la vida cotidiana”.
Otro de los temas recurrentes en el pensamiento de Liu Xiaobo es su constante autocrítica. Según sus amigos, esta era una de sus características más destacadas. En uno de sus ensayos más reveladores, reflexiona sobre cómo, en su juventud, idealizó de manera exagerada a Occidente, viéndolo como el modelo perfecto a seguir. “Al embellecer exageradamente a Occidente, solo me estaba embelleciendo a mí mismo. Era como si la civilización occidental no solo fuera un modelo brillante para China, sino también el destino final para toda la humanidad”. Esta capacidad para cuestionarse a sí mismo y a sus propias creencias es lo que le permitió evolucionar como pensador y como activista.
El legado de Liu Xiaobo, tal como lo presentan Link y Wu, no se limita a su lucha contra el régimen chino. Su vida ofrece lecciones universales sobre la libertad, la dignidad y el papel del individuo en la transformación de la sociedad. Para Liu, la coherencia entre el pensamiento y la acción era fundamental. No basta con tener ideas liberales; es necesario vivir de acuerdo con ellas, incluso cuando las circunstancias sean adversas. Esta es quizás una de las mayores lecciones que se pueden extraer de su vida: la importancia de mantenerse firme en los principios, aun cuando enfrentemos la represión y la adversidad.
En los últimos años de su vida, Liu Xiaobo permaneció encarcelado, enfrentando una condena de once años por “incitar a la subversión del poder del Estado”. Durante su encarcelamiento, encontró consuelo en la lectura, especialmente de teólogos cristianos como Dietrich Bonhoeffer. Su esposa, Liu Xia, le llevaba libros a la prisión y recuerda que, cuando le entregó uno de Bonhoeffer, Liu comentó: “Un prisionero político realmente necesita el sostén de aquellos que lo precedieron” (A political prisoner really needs the sustenance of ones who’ve gone before).
El 13 de julio de 2017, Liu Xiaobo falleció en un hospital chino, mientras cumplía su condena. Su muerte fue un golpe para el movimiento de derechos humanos en China y generó reacciones en todo el mundo. Sin embargo, su legado sigue vivo en aquellos que continúan la lucha por la libertad y la dignidad humana, no solo en China, sino en todo el mundo.
Sobre los autores
♦ Perry Link es profesor de Lenguas y Literaturas de Asia Oriental en la Universidad de California, Riverside. Es conocido por su trabajo sobre la política y la cultura chinas. Ha publicado libros como Evening Chats in Beijing y Encounters with Chinese Writers.
♦ Wu Dazhi es un académico y activista chino especializado en derechos humanos y política contemporánea de China. Ha trabajado en la documentación de textos disidentes y en la obra de Liu Xiaobo.