Posiblemente el húngaro György Ligeti sea uno de los compositores que más han influido en la música del siglo XXI. Hoy en día es considerado un músico de vanguardia, de las vanguardias que surgieron en la segunda mitad del siglo XX. Pero su concepto rupturista musical va más allá de un cambio estético. Ligeti es un compositor ecléctico que absorbe influencias, las transforma y las devuelve con un saber hacer artesanal y con una importante carga de reflexión musical.
La historia de la música intenta meter en cajones a las etapas creativas de los artistas, para facilitar, con estos “minidepartamentos”, el entendimiento de su producción. Así justificamos que la obra A o B perteneció a su etapa “textural”, “micropolifónica”, “electrónica”, “polirrítmica”, etc… Afortunadamente, la mente creativa es más compleja y no tan sistemática.
Es cierto que la producción de Ligeti es muy variada. En ella encontramos obras que han trascendido al gran público gracias al cine, como Atmósferas, que se incluyó en la película 2001: Odisea en el espacio, y otras con un componente más experimental, como su Poema sinfónico para 100 metrónomos, con un trasfondo filosófico y reflexivo, más allá de la música en sí misma.
Una de sus obras más emblemáticas son sus Estudios para piano. Son piezas de carácter técnico pensadas para mejorar las habilidades de ejecución de los intérpretes. En ellas encontramos “Arc-en-Ciel”, una composición poco convencional en su producción. Y es así porque en compositores “de vanguardia” podríamos identificar como “poco convencionales” (simplificando mucho) las obras que se escuchan de forma más amable.
Estudios para piano
Ligeti escribió tres cuadernos de estudios para piano entre 1985 y 2001. A finales del siglo XX, componer estudios para piano era una práctica casi en desuso después de las grandes obras románticas y posrománticas. Las nuevas tendencias estéticas los identificaban como algo del pasado, casi obsoleto.
En este caso, cada estudio es único, con influencias más o menos obvias de estilos, técnicas o compositores. Todos ellos son de difícil ejecución para un pianista de nivel alto, y están pensados para ser interpretados en concierto.
Por ejemplo, el primero de ellos, “Désordre”, es un estudio polirrítmico dedicado a Pierre Boulez. Boulez fue un ícono de la vanguardia francesa, con una forma de componer perfectamente milimétrica. Gran parte de su producción consiste en piezas diseñadas matemáticamente desde la primera a la última nota.
“Désordre” es un estudio de bastante intensidad rítmica, con un planteamiento muy estructurado. Algunas investigaciones han recreado la obra con pequeñas variaciones a través de un ordenador. De hecho, la siguiente investigación desarrolló un algoritmo que reconstruye y simula variantes dentro de la partitura original de ese primer estudio.
Podemos encontrar un precursor de este estudio en su obra “Continuum” para clave de 1968. En ella, un continuo de notas rápidas ejecutadas en el clave nos lleva de la mano por diferentes universos sonoros.
Jazz y Ligeti en “Arc-en-Ciel”
El mundo del jazz y el de la música clásica, en todas sus variantes, han seguido caminos separados con algunos puntos de encuentro. Por ejemplo, podemos citar aquí las versiones de J. S. Bach que han hecho el pianista y compositor francés Jacques Loussier, en los años 80, o el pianista de jazz estadounidense Brad Mehldau, más recientemente.
Por otro lado, las vanguardias europeas y el jazz nunca han terminado de sentirse cómodas mezclando sus respectivos lenguajes. Por su naturaleza rupturista, las vanguardias no bebían de las fuentes de las músicas populares. Una excepción es el caso de Ligeti, admirador de pianistas de jazz como Thelonius Monk o Bill Evans.
Si nos acercamos al quinto estudio para piano de Ligeti de su primer cuaderno, “Arc-en-Ciel”, podemos notar una apertura, una “ventana” musical. El título no puede estar mejor escogido: en las primeras notas percibimos el arcoíris (arc-en ciel) musical después del estudio anterior, “Fanfares”, donde el juego constante de pulsos irregulares produce en el oyente una sensación casi hipnótica.
Tras la tormenta de “Fanfares”, el oyente tiene delante un mundo sonoro donde paladear la armonía. Jugando con el símil, tendríamos pequeñas gotas de lluvia colgando de las hojas de los árboles, cayendo de una forma poco predecible.
Revisando de forma analítica los primeros compases, percibimos dos elementos que se colocan en primer plano: acordes de tres notas claramente reconocibles y notas agudas que se resuelven de forma descendente, en lo que se ha denominado la técnica del “lamento” en Ligeti.
Un ejemplo de este “lamento” por semitonos descendentes lo podemos encontrar en obras barrocas del siglo XVII, como “El Lamento de Dido” de la ópera Dido y Aeneas (1689) de Henry Purcell, con un bajo que se repite muy expresivo.
Pero “Arc-En-Ciel” suena a jazz y no a música barroca, a pesar de que Ligeti esté usando recursos ya empleados en el siglo XVII.
La solución la podemos encontrar, por ejemplo, comparando “My Foolish Heart”, de Bill Evans, con “Arc-en-Ciel”. La sensación es que la segunda ha visto la primera a través de un vidrio irregular, deformando la imagen y realzando ciertos detalles puntuales de la obra. Como cuando vemos un paisaje con cierta bruma que nos recuerda a un sitio conocido. ¿Y cómo consigue Ligeti este aroma jazzístico?
Pues, entre otras cosas, manteniendo un ritmo pausado con algunos acentos marcados, desarrollando una armonía que no tiene una direccionalidad clara y que provoca sensación de estatismo y sosteniendo notas largas en melodías que avanzan sin grandes saltos.
Sin embargo, Ligeti hace que, aunque reflejen la sonoridad del jazz, sus composiciones sigan reconociéndose como suyas. Esto es posible gracias a, por un lado, los juegos de oscuridad y de claridad armónica que se escuchan según avanza la música, en los que el paisaje musical se “difumina” según avanza la música, y, por el otro, a la combinación de ritmos complejos y compresión del tiempo, con los que el discurso se acelera y dilata por necesidades expresivas.
Son las sutilezas y la sensibilidad de dos mundos sonoros: el jazz y las vanguardias, lenguajes musicales aparentemente lejanos, pero con puntos de conexión. Resulta admirable la forma en la que Ligeti absorbe influencias y las pasa por su propio tamiz para crear obras únicas. Artesanía y talento en un compositor único.
* Es decano de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades de UNIR, UNIR - Universidad Internacional de La Rioja.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.
Fotos: Hultom Archive/ Getty Images e Infobae.