“Dice la gente que el buen salvaje ha dejado de existir entre nosotros, que estamos en una fase terminal de la civilización, que ya todo está dicho, que es muy tarde para tener ambiciones. Estos filósofos seguramente se han olvidado del arte”.
La frase, que pertenece a Virginia Woolf en el texto Horas en una biblioteca, es leído por Jorge Caterbetti, curador de la primera parada de Nomad, del artista argentino Aaron Nachtailer, que se centra en intervenciones site-specific en diferentes museos y lugares icónicos no dedicados al arte de Buenos Aires, a lo largo de un recorrido de 11 km que se puede visitar en un día.
Nomad, proyecto en el que trabajó a lo largo de dos años, es la primera presentación de Nachtailer (Neuquén, 1986) en el país. El artista, que reside en París, se fue del país en 2015 tras ser seleccionado por Vogue Italia, cuando su trabajo estaba más centrado en lo textil. Sin embargo, allí descubrió que deseaba crear ya no sobre el cuerpo, sino “sobre el cuerpo en contexto con el espacio”.
A partir de entonces, comenzó a presentar obras de sitio específico en diferentes lugares de Europa, como en la Bienal OpenArt, en Suecia o en el marco de la Bienal de Arte de Venecia, en 2017, 2022 y 2024, como también en diferentes eventos de las italianas Ravenna y Emilia, en París y en Milán, donde se presentará el mes que viene con Abbraccio, en el Parque “Indro Montanelli”, con una instalación comisionada por el municipio.
“El nombre Nomad surgió a partir de una obra, que está hecha a partir de textiles antiguos, de 100 años, de fibra de cáñamo, hilados a mano. Esa pieza viene enrollada en una rama de un árbol con la idea, un poco utópica, de que los viajeros, los nómadas, puedan llevarse su arte con ellos, así como los viajeros del desierto llevan sus alfombras para rezar. La pieza tiene un punto negro redondo y en ese círculo confluye gran parte de mi obra. Los árboles son redondos, están quemados, está el fuego, está la energía. Y a partir de esa obra es que se decidió no hacerlo en un solo lugar, sino en varios lugares en simultáneo como para acentuar esta idea de nomadismo”, explica el artista a Infobae Cultura, en la Alianza Francesa, punto de partida del recorrido, donde se presenta Bibliothèque.
En Bibliothèque, que se expande -lógicamente- en la preciosa biblioteca del espacio, una serie de troncos de pinos, que cayeron durante la gran tormenta de diciembre pasado de Buenos Aires, se encuentran sentadas -sobre sillas también quemadas- en la mesa principal de lectura, mientras otros parecen observar por la ventana hacia el exterior, custodios a la vez de la obra Time, una serie de libros antiguos intervenidos, también a través del fuego.
“Es una obra que sí o sí tenía que ir en una biblioteca, pero en una con ciertas características. Tenía que ser un lugar como con ‘un poco el tiempo’, no uno moderno, sino donde hubiera como cierta magia, cierto ambiente que ayude a la obra, y la biblioteca de la Alianza era perfecta”, agrega el artista, quien pudo desarrollar su trabajo gracias al apoyo de Maison Random, una institución francesa que difunde la cultura de manera internacional a través de expresiones artísticas contemporáneas.
Caterbetti, quien además es presidente Fundación Universidad Nacional de las Artes, comenta sobre la propuesta: “En su obra hay dos búsquedas, una de la materialidad y otra del concepto. Desde la primera, podríamos considerarlo un naturalista, que anda por el mundo detectando tempestades y caídas de árboles, ese tipo de cosas, y recoge ese material y con ese material construye”.
“Desde lo conceptual, pone en crítica dos pilares de la conformación del sujeto en Occidente: el humanismo y el sedentarismo, dos características de las cuales pareciera que el ser contemporáneo no se puede escapar. El hombre es humano porque es civilizado. Es decir, es el que está en contra del hombre bárbaro. Y el hombre civilizado es el hombre que está rodeado de libros, leído. Entonces al hacer ingresar a lo natural a la biblioteca cuestiona esa idea, reabre un personaje que estaba muy olvidado, que es ‘el buen salvaje’ de Rousseau, que amaba la naturaleza por sobre todas las cosas y ese amor le genera una moral superior, absolutamente distinta a la de la ciudad”. Así, sostiene, está “reponiendo esta idea compleja que por tantos años enfrentó a la cultura con la naturaleza”.
“Otro es el tema de por qué el nombre. El hombre occidental debe ser sedentario, que es lo apropiado para la cultura de la vigilancia. Nada más fácil de vigilar a un tipo civilizado y que vive siempre en el mismo lugar. Entonces, de alguna manera, también pone una mirada crítica hacia lo estrictamente sedentario. Esta cosa de movilidad, desde el punto de vista del pensamiento, repone la confrontación entre mapa y territorio”, agrega Caterbetti.
El proyecto Nomad continúa en el Museo de Arte Español Enrique Larreta, donde se presentan Raw, Nomad, A table y AAnonyme (Árboles Anónimos) emplazadas entre el interior y el Jardín Andaluz, provocando un diálogo con el espacio natural y lo construido, como con sus fuentes y el pórtico.
“En AA están las sillas rojas, súper industriales, donde se encuentran unos troncos de pino sentados intercalados entre sillas vacías, donde la idea es que los visitantes puedan sentarse entre medio, en un círculo de confianza. Es un poco la idea también de lo que pasa en Bibliothèque, la relación que hay con el que tenés al lado. Lo mismo está instalado en la Fuente de las ranas, donde además el sonido repetitivo del agua busca bajar un cambio, crear un estado meditativo”, dice.
En Raw hay cuatro troncos de eucaliptos, partidos a la mitad, con incrustaciones de cristales de amatista a la altura del corazón para que las personas “puedan pararse en el medio, entre tronco y tronco, y formar uno con la obra”, siempre “con esta idea de tratar de encontrar un lugar tranquilo”.
También, explica, la otra versión de Nomad, “se propone un dispositivo para clavar una obra si estás en el bosque, dejarla colgada del árbol”, pero allí “no utilizo el tronco, sino pilares que pertenecían al viejo puerto de Buenos Aires destruido en una tormenta de 1935″.
En A Table una mesa de casi cuatro metros rodea una palmera del Larreta, donde se simula un terreno árido, medio desértico. Allí se observan unos cubiertos, realizados en colaboración con colectivo artístico Cabinet Óseo, en los que los mangos tienen forma de huesos. “Es como los rastros que quedaron de una comida en el medio de la nada, en la que está todo seco, árido y encontrás los restos de un animal, pero pensando más en una posible comida en un futuro”.
Por su parte, en el Centro Cultural Recoleta, se presenta con una intervención en la fuente de Clorindo Testa, que rodeada de 12 grandes piedras hace funcionar al chorro como aguja del reloj, pero “no es una aguja perfecta, entonces ahí también está el juego con el tiempo”, mientras que en Julio, una obra onírica en homenaje a Julio Cortázar, se observan cortes de tronco eucalipto intervenidos por libros, en un juego de capas.
Finalmente, el recorrido termina en el Museo Nacional de Bellas Artes con dos instalaciones: Exit y Punto de vista en dos terrazas del espacio. En la primera una escalera de seis metros de altura posee solo tres peldaños a los que es imposible llegar y, debajo, se encuentra un parterre de espejos.
Mientras que en la otra, se invita a los curiosos a descubrir una obra que está escondida en la terraza de la Facultad de Derecho a través de unos binoculares fijos. Punto de vista nace “de una entrevista de Borges, y me resultaba interesante utilizar un dispositivo para mirar algo con un texto de alguien que no podía ver”.
Cada una de las propuestas cuenta con la curaduría de los directores de los espacios, Delfina Helguera, Maximiliano Tomas y Andrés Duprat, respectivamente, mientras que la coordinación de museos estuvo a cargo de Diana Saiegh.
— ¿Cómo creés que condició tu relación con lo natural el haber nacido en la Patagonia?
— Creo que el paisaje hace a la persona, es inevitable. Haber crecido en Neuquén, pero veranear o pasear por la Patagonia, te marca, lo que se ve, lo que se siente, lo que se huele. Entonces, crecer en ese contexto, me ha marcado en esta búsqueda de la materia natural y que hoy la madera es una constante. Me gusta el árbol como forma, como figura. Esa belleza que tienen los troncos, en este caso de pino, en el que cada uno tiene su personalidad.
— Lo natural también está presente en el resto de las obras, pero va variando, ¿cómo es esa concepción en el proyecto Nomad?
— Nomad nace con obras con la materia en su estado natural hasta la ausencia de la materia. Es un recorrido en el que tenemos los troncos en relación con otros elementos sillas, cristales y con esta idea de que se van quemando y la materia va desapareciendo. Entonces empezamos el recorrido acá y terminamos en Bellas Artes, donde el árbol no existe más, desapareció. Las instalaciones en Bellas Artes son todas en metal rojo, de un pantone en particular que trabajo. En esas obras es donde se produce la ausencia del árbol, la ausencia de la materia. Y lo que importa son estas puertas de emergencia a las que es imposible llegar y nos plantea un desafío, pero al mismo tiempo es como un mensaje de que siempre hay alguna salida, aunque parezca difícil. Y ahí hay un par de espejos con la idea de que se reflejen las nubes en la terraza del Museo. Las nubes como metáfora o la ausencia de la materia, pero que al mismo tiempo las nubes representan un todo.
— Hay una constante en tus obras, más allá de la materialidad, que es el tiempo, ¿cómo lo concebís y cómo es tu relación?
— Creo que el tiempo es una inspiración y un estrés. Creo que le puedo ganar, pero a la vez soy consciente que no va a pasar nunca. Entonces me importa en todas las obras tratarlo. Por ejemplo, en una obra prefiero que en vez de una hoja en blanco, lisa, perfecta, esté amarillenta porque el sol le pegó, manchada en un costado, porque eso marca cierta cantidad de tiempo y que hay ciertos procesos que uno no puede apurarlos. Encuentro una cierta magia en tratarlo.
— ¿El tiempo como una marca en la historia del objeto?
— Sí, es importantísimo. La historia del objeto, lo que puedo contar a partir de lo que ese objeto vivió. Por ejemplo, estos árboles, algunos tienen cientos de años o más. Hay árboles que capaz estuvieron delante de San Martín. Entonces están cargados de historia. Poder contemplar eso y no hacer todo desde cero es una búsqueda también de la perfección en la imperfección, y eso me parece súper interesante. Muchas veces los objetos nos hablan y hay que detenerse, vencer al tiempo, para escuchar.
Nachtailer comenzó su carrera en el campo de la moda y el diseño textil, estudiando en la Universidad de Palermo y trabajando con el diseñador Mariano Toledo. Sus experiencias materiales lo llevaron a presentar sus creaciones en ciudades como Nueva York, Milán, Berlín y Moscú. En 2015, fue apoyado por Vogue Italia como joven talento y en 2016 se trasladó a Venecia para continuar su exploración artística, trabajando con vidrio soplado en Murano, mármol en Carrara y madera en el Luberon, Francia.
— También hay una predominancia del fuego, con obras que pasan por ese tratamiento, ¿por qué?
— Sí, el fuego como símbolo de muerte y nacimiento al mismo tiempo. De energía. Esta cosa que a partir de la destrucción nace otra cosa. Entonces encontré en el fuego un buen aliado también para la parte estética.
— ¿Cómo fue el paso del mundo de la moda, de lo textil al artístico?
— Me fui con el background textil porque quedé seleccionado por Vogue Italia para presentar un proyecto que tenía en Milán, que era el reciclado de tapados de pieles. O sea, planteaba que en el mundo no hay que seguir produciendo más pieles, sino volver a dar vida, reutilizar y no que se quemen o tiren, sino revalorizar esa materia natural. A partir de ahí mi carrera fue evolucionando, sacando el cuerpo del centro de atención, sino que ahora el cuerpo humano está en el espacio, pero no es más el centro de atención.
Siempre trabajé también sobre la pieza único, aún cuando era diseñador. Obviamente tenía una parte serial porque hay que comer. En un momento donde estaba un poco en la búsqueda de qué hacer con mi carrera, de seguir en Argentina o irme también a buscar nuevas experiencias, ya venía haciendo obra plástica, ciertas instalaciones con cuero. Entonces se fue dando. Cuando llegué a Europa, encontré el lugar o la oportunidad para hacer el click: no me vuelvo más loco tratando de vestir a un cliente, sino que quiero vestir un espacio, polarizar un espacio y que esas personas puedan convivir con la obra. Pero si te fijas, siempre la búsqueda del material natural estuvo porque trabajaba con cueros, algodones, dándole segunda vida a las pieles. Y ahora sigo trabajando con la madera, las piedras, también hay obra textil. Entonces la evolución se dio natural, sigo relacionado en algún modo a la moda, porque también de trabajar el tema del diseño, la parte estética, eso me dio también un background a la hora de trabajar una obra. Me interesa también el cómo se ve, cómo está hecho, cómo está terminado. Y eso viene de haber estudiado diseño.
— Con las Herencia/Errancia, en 2022, y Galla, en 2024, que presentaste en el marco de la Bienal de Venecia entrás en diálogo con dos referentes del arte argentino: García Uriburu y su famosa intervención de teñir los canales en el ‘64 y con Víctor Grippo, con su Horno para dos mesas.
— Sí, en la caso de 2022 tiene que ver con lo que hablábamos, de que el paisaje forma a la persona Si uno va a un bosque patagónico, se siente una hormiga frente a esa inmensidad. Y no importa lo grande que construyas tu casa, el bosque y la montaña siempre van a ser más grande. Entonces, planteé algo completamente al revés, que una parte del bosque entre en la ciudad e inevitablemente ese bosque siempre va a ser una hormiga. Y más en una ciudad como Venecia, donde prácticamente no hay árboles a la vista, los podemos contar con la mano. Entonces esa relación por oposición me parecía muy interesante. Obviamente yo quería llevarme, armar, producir un bosque patagónico, pero no soy un loco y trabajé con la naturaleza del lugar, porque después todos esos árboles que utilicé fueron replantados en un parque nacional de la región. Entonces quería utilizar árboles que pudieran subsistir en el tiempo, no algo que se utilizara, que sean temporales y después inevitablemente mueran, porque para nada voy por la vida cortando árbole, todo lo contrario.
Después, para la obra del pan de este año, la idea era compartir. La Bienal es un momento donde está la ciudad explotada de gente y todo el mundo está a las corridas, entonces siempre hay como una búsqueda de ralentizar el tiempo en mi obra, aunque yo vaya a mil. Trato de trabajar en algo que diga lo contrario, como esta biblioteca, silencio, calma, momentos meditativos, como de tratar de encontrarse uno mismo. Muchas de mis obras las pienso como un recorrido individual, pero que al mismo tiempo funcionan como un recorrido colectivo. Entonces lo del pan está relacionado también con los árboles, porque yo no quería un pan cualquiera, no quería una baguette, no quería un pan lactal, quería un pan donde pudiera trabajar con el fuego, generar una textura que asimile a la de un árbol. Y bueno, me llevó un tiempo encontrar la mezcla justa, el tipo de harina, el tiempo, el calor, etcétera. Y además logré cocinarlos en el horno más antiguo de Venecia, que está encendido desde 1840. Entonces eso también le sumaba cierta magia. Durante esos tres días de opening de la Bienal se repartieron cientos de kilos de pan con esta idea simplemente de compartir un momento.
*”Nomad”, de Aaron Nachtailer. En: Alianza Francesa (Avenida Córdoba 946), hasta el 14 de octubre; Centro Cultural Recoleta (Junín 1930), Museo Nacional de Bellas Artes (Av. del Libertador 1473) y Museo Larreta de Arte Español (Av. Juramento 2291), hasta el 7 de enero. Entrada gratuita