“No es un tiroteo, es una cacería”: crónica desde el Festival Supernova, Israel, 7 de octubre

Nadie se puede olvidar lo que pasó el sábado 7 de octubre de 2023: una de las masacres hacia los judíos más sangrientas y crueles desde 1945 ocurrió ese día, en Israel, cuando cientos de militantes de Hamás asesinaron cerca de 1200 personas y tomaron alrededor de 240 rehenes que fueron llevados a Gaza. ¿Qué fue lo que pasó exactamente? ¿Cómo fue el ataque, dónde, a quién? Un nuevo libro lo reconstruye todo: Un pogrom en el siglo XXI : Israel, 7 de octubre de 2023.

Publicado por la editorial Marea, el libro es una construcción colectiva. El grupo de investigación de corresponsales franceses está integrado por Valentine Arama, Armin Arefi, Luc de Barochez, Danièle Kriegel, Sébastien Leban, Guillaume Perrier, Julien Peyron, Bartolomé Simon, Théophile Simon, Mathilde Siraud y Géraldine Woessner. El director es Jérémy André. Además, cuenta con prólogo de Étienne Gernelle y epílogo de Kamel Daoud.

Un pogrom en el siglo XXI

Por André Jeremy (Dir)

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Estas breves crónicas están basadas en numerosos relatos de los sobrevivientes, los últimos mensajes rescatados de celulares de las víctimas enviados a sus seres queridos, las palabras de soldados veteranos y de expertos en catástrofes y los llamativos informes previos con los que contaban los servicios secretos israelíes sobre un inminente ataque programado metódicamente hace más de un año. En este libro se revela el horror de forma descarnada y rigurosa.

“A la historia le cuesta recuperarse de ciertos días. La mañana del 7 de octubre, los asesinos llegaron de a cientos. Mataron y siguieron matando con balas o cuchillos a familias, niños y ancianos, incluso a mujeres embarazadas. Violaron y mutilaron para humillar y aniquilar. Hicieron falta días, a veces semanas, para identificar ciertos cuerpos, tan destruidos que ningún padre pudo reconocerlos”, comienza el prólogo de Étienne Gernelle.

“Los asesinos llegaron de a cientos. Mataron y siguieron matando con balas o cuchillos, a familias, niños y ancianos, incluso a mujeres embarazadas. Violaron y mutilaron para humillar y aniquilar. Los asesinos reían, se filmaban, se mostraban orgullosos por los teléfonos”, continúa. Por su parte, Kamel Daoud, en el epílogo, escribe: “Estos muertos nos interrogan y también nos condenan mientras que no nos ubiquemos del lado de lo sagrado de la vida. En Israel y en Palestina”.

El relato entero es una pieza inquietante, no solo por su contenido, también por la forma en que está narrada cada detalle de lo sucedido. Es que se desarrolla con minuciosidad temporal: avanza hora por hora a través de un crimen inolvidable. A continuación, un fragmento titulado 6:29 a. m. Festival de música Supernova, cerca de Reim, a 5 km. de Gaza.

Millet Ben Haim baila con su ropa de licra negra, se filma delante del muro de sonido de uno de los escenarios del festival. Terapeuta y educadora sexual durante el día, DJ durante la noche, compró sus entradas en junio, el primer día de venta, recibió la ubicación el día anterior por la noche y llegó con cuatro amigos a las 2:00 a. m. Capitana de la noche, había fumado solamente algunos porros, pero la mayoría de los asistentes al festival estaban en pleno trance de MDMA, éxtasis o LSD para aprovechar al máximo el amanecer. Detiene su video, se saca una selfie con unas amigas en la que aparece sacando la lengua. La música para. Le grita al DJ: “¿Por qué te detienes?”. “Date vuelta”, le responde él.

A unos metros, Omri Lendler, de 27 años, contempla el impresionante bombardeo de Hamás, el más grande que haya visto. “Cientos de cohetes vuelan por encima de nuestras cabezas”, relata. Desesperación. Los agentes de seguridad dan la orden de evacuar. Algunos corren, otros caminan. Otros, perplejos o demasiado drogados, se quedan tirados en el pasto. “Sentía adentro mío que había que irse lo más rápido posible”, recuerda Millet Ben Haim.

Antisemitismo: Definir para combatir

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Le pide las llaves de su auto al amigo del novio de una amiga que los condujo a la ida y ahora está demasiado herido para conducir. Apretados de a cinco en el Hyundai i20 gris plata, salen a toda marcha sacudiéndose en el embotellamiento causado por la gente del festival –son casi 3500 en total– que huye del lugar.

A pie, multitudes de jóvenes corren hacia la ruta, enloquecidos. Cuando llegan al asfalto de la ruta nacional 232 que va hacia el norte en paralelo a Gaza, Millet y sus amigos son desviados por un policía hacia otra dirección, sin explicación alguna. Poco después, un auto llega a contramano a toda velocidad. Jóvenes israelíes sacan la cabeza por la ventana, gritan, imitan a hombres disparando con pistolas. Shot de adrenalina, Millet entiende todo en tan solo un segundo: hay terroristas más lejos, están disparando a los autos. De inmediato, da media vuelta y queda varada al cabo de unos segundos por un amontonamiento de vehículos parados.

Al salir del auto, los jóvenes oyen las ráfagas de disparos acercándose desde varios frentes. Para Millet, es el cuarto ataque terrorista de su vida; hace algunos años casi fue apuñalada. Como varias israelíes, ella hizo su servicio militar. Sabe que los soldados del Ejército israelí no tienen derecho usar sus armas en modo automático y entiende inmediatamente que esto no es un tiroteo: es una cacería en la cual los asistentes al festival son la presa.