Fui, vi y escribí: Con los ojos cerrados

Gisèle P. nunca vio ni los rostros ni los cuerpos de quienes la violaban y la humillaban. Este artículo reproduce el newsletter de Cultura: lecturas, cine, teatro, arte, música e historias que despiertan entusiasmo y, por qué no, fascinación o perplejidad

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Una manifestante sujeta un cartel que dice "Todos con Gisèle Pélicot", durante una protesta contra Emmanuel Macron en Lyon, Francia (Hans Lucas/Reuters)
Una manifestante sujeta un cartel que dice "Todos con Gisèle Pélicot", durante una protesta contra Emmanuel Macron en Lyon, Francia (Hans Lucas/Reuters)

Hola, ahí.

El de hoy es un envío singular, ligeramente más breve y fuera de los temas habituales. Y es que hace varios días que estoy tomada por un tema y me cuesta pensar en otra cosa.

Paso a explicarte.

El coleccionista

Los periodistas nunca no estamos trabajando pero, a veces, hasta yo me lo olvido. Seguramente fue por eso que viajé a Rosario para participar de dos actividades en la Feria del Libro local y dejé la notebook en casa: total, qué podía pasar. Pero pasó.

Posiblemente ya viste algo de esto o lo leíste. Ocurrió en Francia: un hombre que hoy tiene 73 años drogó con somníferos y ansiolíticos a su mujer (hoy exmujer y de 72) durante una década para que fuera violada por extraños. Más de 80 hombres que fueron contactados en un sitio de internet por Dominique Pelicot aceptaron la invitación a abusar de todas las maneras posibles de una mujer grande e inconsciente. Una mujer que fue su novia a los 19 años, que era su esposa, que es la madre de sus tres hijos y la abuela de sus siete nietos.

Ilustración de Dominique Pelicot, quien diseñó el plan por el cual durante diez años drogó a su mujer para que fuera violada por extraños a los que buscaba por internet. (Foto: Benoit PEYRUCQ / AFP)
Ilustración de Dominique Pelicot, quien diseñó el plan por el cual durante diez años drogó a su mujer para que fuera violada por extraños a los que buscaba por internet. (Foto: Benoit PEYRUCQ / AFP)

Con la adicción de un coleccionista, Pelicot grabó todo y clasificó las cintas. Lo descubrieron por otro hecho: lo pescaron fotografiando y filmando a tres mujeres mientras buscaba qué había debajo de sus faldas. De ahí en más, fue detenido y comenzó la investigación que hoy lo tiene en el banquillo junto con 51 de los hombres identificados entre quienes lo acompañaron en la bacanal de aberraciones.

Bueno, fue sobre este tema que mis jefes en Infobae me pidieron que comenzara a escribir y así fue: en Rosario, en medio de la Feria y sin notebook propia. Fer, una adorable gestora cultural rosarina acudió en mi ayuda después de buscar con desesperación una herramienta para ponerme a trabajar. La primera nota la escribí el sábado a la noche, más bien de madrugada, en la notebook de su hijo de 14, fanático de Ñuls.

Los stickers de Messi y Maradona me daban ánimo desde el teclado.

Guillaume de Palma, abogado de seis de los acusados por violar a Gisèle Pelicot, defiende que "hay violaciones y violaciones" (AFP)
Guillaume de Palma, abogado de seis de los acusados por violar a Gisèle Pelicot, defiende que "hay violaciones y violaciones" (AFP)

“Hay violaciones y violaciones”

Escribí ese artículo después de una charla maravillosa con Martín Kohan sobre “Literatura y política” en el auditorio Angélica Gorodischer del Centro Cultural Fontanarrosa, donde se desarrolla la Feria que terminará el próximo domingo. La asistencia fue un verdadero tesoro: mucho público, unas 300 personas en el salón y una pequeña multitud en la explanada, donde los organizadores habían colocado una pantalla gigante. La gente fue a escuchar a Kohan, que en los últimos años es una especie de Mick Jagger salvo que no baila. Domina montones de temas, sabe explicar ideas complejas (muchos años de docencia llevan a eso), hace bromas todo el tiempo y tiene un gran dominio de los tiempos: cuándo hablar, cuándo hacer silencio y también cuándo mirar al público, algo que puede parecer menor pero no lo es. A todos nos gusta que nos miren aquellos a quienes queremos o admiramos.

Pero vuelvo al tema del comienzo y lo asocio con la mirada de los otros. Durante diez años Gisèle P. fue abusada mientras tenía los ojos cerrados. Nunca vio los rostros ni los cuerpos de quienes la violentaban. Nunca tuvo ni una sospecha ni un recuerdo del suplicio casi cotidiano al que la sometía el esposo, en compañía de señores que ahora argumentan en los tribunales que lo que hicieron no fue violación porque nunca tuvieron esa intención en la cabeza.

“Hay violaciones y violaciones y, sin la intención de cometer una, no hay violación”, dijo con absoluta convicción el abogado defensor de seis de los acusados. La intención de un sujeto y sus valores, por encima de la ley. Si el marido autorizaba, no era violación. Nunca pensaron que la mujer era, sin saberlo, esclava del deseo perverso de un hombre; fue más fácil pensar que se hacía la dormida. Tiendo a creer igual que no era esto lo que pensaban sino que así funcionan las estrategias de defensa pero, de todos modos, si el argumento es ese, es porque para algunas personas la cosa funciona así. Parece un razonamiento persuasivo, al menos instalado en el imaginario.

Gisèle P., a su llegada al Tribunal de Justicia de Aviñón  para asistir a una nueva jornada del juicio contra Dominique Pelicot, el hombre que está siendo juzgado en Aviñón (sureste de Francia) por haberla drogado durante años para que otros abusaran sexualmente de ella. (REUTERS/Manon Cruz)
Gisèle P., a su llegada al Tribunal de Justicia de Aviñón para asistir a una nueva jornada del juicio contra Dominique Pelicot, el hombre que está siendo juzgado en Aviñón (sureste de Francia) por haberla drogado durante años para que otros abusaran sexualmente de ella. (REUTERS/Manon Cruz)

Mirar y no mirar

Leyendo materiales sobre el caso, hubo una frase que me impactó. Le pertenece a ella, la única víctima y, a la vez, la heroína de esta historia porque a pesar de tener la vida arruinada, decidió hacer de su caso un mojón en la historia de los derechos de las mujeres y se anima a mostrar la cara y a que se exhiban en público las pruebas de su tormento.

Es una frase que pronunció luego de que la Policía la llamara para mostrarle imágenes de los videos grabados por su marido. En un comienzo no se dio cuenta de que la habitación que se veía ahí era su dormitorio y que esa mujer atropellada por diferentes hombres y sin reflejos era ella. Siempre había pensado que Dominique era un gran tipo, un excelente padre de familia, así hablaba de él. Nunca se le hubiera ocurrido que ese abuelito amoroso podía ser la misma persona que confesó haber diseñado un plan perverso y criminal luego de que ella se negara a hacer intercambio de parejas y algunas otras “cositas” en la cama que para él eran relevantes.

Durante varias décadas habían vivido juntos, dormido juntos, criado a los hijos; ella nunca lo había escuchado decir nada ofensivo contra una mujer, aún hoy sostiene eso. Después de ordenar sus ideas y comprender que el mundo en el que había vivido hasta entonces había sido una mentira y que el hombre con el que pasó su vida es un criminal, dijo que comenzaban a cerrarle algunas cosas que le llamaban la atención.

“Él ya no me miraba cuando teníamos sexo, ahora entiendo por qué”, susurró la mujer que durante años sufrió de fatiga crónica, caída del pelo y lesiones uterinas que ninguno de los médicos que la vieron en sus consultorios asoció con episodios de violencia sexual. Tal vez ella creía que ya no le resultaba atractiva, que a su edad era imposible despertar en su esposo la misma pasión.

Entender, a veces, puede ser el mayor dolor de todos.

Los acusados, además de Dominique Pelicot, son 50 hombres de entre 21 y 68 en el momento de los hechos. Dibujo hecho en la sala del tribunal. (Foto de Benoit PEYRUCQ / AFP)
Los acusados, además de Dominique Pelicot, son 50 hombres de entre 21 y 68 en el momento de los hechos. Dibujo hecho en la sala del tribunal. (Foto de Benoit PEYRUCQ / AFP)

Todos no, muchos sí

Hay mil datos sorprendentes que surgen de los testimonios en las jornadas judiciales, mil aristas para analizar este caso que, además, tiene ramificaciones tan espantosas como la historia de un hombre identificado como ‘Rasmus’ o Jean-Pierre M. (63), quien no violó a Gisèle sino que violaba a su propia esposa mientras reproducía las estrategias de Dominique, usaba el mismo tipo de medicamento para dormirla y además lo “invitó” a violar a su mujer con él. La investigación determinó que Pelicot estuvo al menos cinco veces en la casa y en el dormitorio de Rasmus. Enterada de todo, la esposa de Rasmus y madre de sus cinco hijos no quiere denunciarlo; él, en cambio, muestra remordimientos y piensa que merece lo peor, cadena perpetua.

Cada uno de los acusados es una y varias historias más. Pero lo central en este caso es cómo la historia de Gisèle escenifica todos los reclamos del feminismo de los últimos años, esos reclamos que han sido y son subestimados, burlados, negados. Como que la enorme mayoría de los actos de violencia contra las mujeres los cometen las parejas o exparejas, que una gran cantidad de hombres siguen considerando a las mujeres objetos sexuales o que hombres y mujeres en cantidades desoladoras siguen desconfiando por default cuando una mujer hace una denuncia por abuso. Y podría seguir, pero conocés estos reclamos tanto como yo.

“¿Puede ser que el caso Pélicot sólo nos interpela masivamente a las mujeres?”, escribió en X por estos días la periodista Noelia Barral Grigera. Y sí, puede ser. Conozco a muchos hombres que se impresionaron honestamente al conocer la noticia pero, en la mayoría de los casos, hay algo con el impacto de lo inconcebible que queda ahí: no hay en ellos consideraciones o reflexiones posteriores. Muchos, de todos modos, leen los materiales y se indignan, pero no sé a cuántos les puede significar un antes y un después como sí nos pasa a las mujeres.

Caroline, la hija de Dominique Pelicot y Gisèle P, en los tribunales. France, September 10, 2024. (REUTERS/Manon Cruz).
Caroline, la hija de Dominique Pelicot y Gisèle P, en los tribunales. France, September 10, 2024. (REUTERS/Manon Cruz).

Imagino que, puestos a pensar, aquellos que realmente no son hombres violentos ni predadores no se sienten incluidos entre los potenciales abusadores y el tema entonces queda para ellos en lo excepcional de la condición humana, aún cuando quienes están siendo juzgados son más de 50 hombres de todas las edades, profesiones y clases sociales. Buenos vecinos y buenos padres de familia aunque cuando los investigadores comenzaron a hurgar, encontraron que varios tenían antecedentes de violencia de género o pedofilia.

Hay, en cambio, otros hombres que, a partir de este caso –y de los tuits y las notas que empezaron a aparecer– se sienten juzgados y acusados de formar parte del colectivo de los hombres violentos, aunque nadie los haya nombrado. Se dan por agredidos cuando seguramente adoran que se use la palabra hombre como sinónimo de humanidad en causas maravillosas, pero cuando se trata de temas aberrantes como el caso Pelicot necesitan que todo el tiempo se destaque la excepcionalidad de conductas como la de todos estos hombres que están siendo juzgados en Aviñón. “Yo no soy eso, yo no soy eso, yo no soy eso”, necesitan decir y decirse.

Parecen no registrar que los que están siendo juzgados son cincuenta, pero de un pueblo de seis mil habitantes (cincuenta reconocidos, hay unos treinta más que no pudieron ser identificados). Que son cincuenta (ochenta) que no tuvieron problemas en abusar de una mujer sedada hasta el desmayo. Que algunos volvieron a repetir la escenita perversa de La bella durmiente hasta seis veces. Que otro se animó, mientras la sometía, a hacer la V de la victoria a la cámara que estaba siendo manejada por el marido de una mujer humillada de la manera más vil. Que, suponiendo que ignoraban a lo que iban, una vez que la vieron ninguno denunció lo que estaba pasando, es decir, que no se trataba de una fiesta entre libertinos sino de uno de los casos más horribles de la historia de la perversión.

Los que ahora dicen que están siendo atacados en masa lo hacen cuando escuchan hablar de la cultura de la violación y los pactos de silencio. Entonces te (me) llaman resentida, escriben larguísimos correos explicando la diferencia entre un hombre normal (ellos) y un psicópata, te (me) acusan de escribir idioteces y se ocupan de mencionar que a lo largo de la historia hubo miles de mujeres capaces de hacer cosas horribles o te (me) mandan correos en donde aseguran que escribir o titular estas notas es estigmatizar a todo un género (dios mío) o incentivar discursos de odio.

Un abogado sujeta una carpeta durante el juicio a Dominique Pelicot y los 50 acusados de las agresiones a Gisèle Pelicot (Christophe SIMON / AFP)
Un abogado sujeta una carpeta durante el juicio a Dominique Pelicot y los 50 acusados de las agresiones a Gisèle Pelicot (Christophe SIMON / AFP)

Algunos agreden fiero y otros escriben a la manera de víctimas y, posiblemente sin darse cuenta, frases que son el colmo del machismo y el racismo. Cito textual, sin tildes ni comas, y con la falta de buen gusto que parece marca personal del caballero:

“No se que te han hecho los hombres ni con quien estuviste, pero yo soy uno de ellos y como muchos me siento ofendido, es evidente que sos racista, nos metes a todos dentro de una bolsa donde deberian caber menos del 10%, ahora lo unico que falta es que digas que los negros tienen un olor particular y son sucios”.

Por último, y esto duele, hay, también, mujeres que acompañan estos reclamos y que acusan al feminismo de meter a todos los hombres en la misma bolsa en lugar de distinguir que no son todos, y de remarcar que se trata de eventos extraordinarios. Me sorprenden ellas. Como si nunca hubieran vivido algún momento difícil, o incómodo o directamente un abuso a lo largo de sus vidas. Como si se sintieran tranquilas en la calle cuando están solas o de a dos o de a tres en zonas solitarias o desconocidas o cuando oscurece. Como si no temieran por sus hijas. Como si no les dijeran que avisen dónde están cada vez que salen. Como si no tuvieran pánico al mandarlas o al permitirles ir a otra casa a pasar la noche.

Este caso muestra que, a todos estos miedos, hay que sumarle además el que podemos haber estado toda una vida viviendo con un desconocido.

Si me sorprenden las mujeres que niegan estos temores, me sorprenden todos los que piensan que es una exageración lo que decimos una y otra vez a propósito de la cultura de la violación. Alcanza con pensar si alguna vez, en la historia de la maldad humana, hubo algún caso en el que 80 mujeres se pusieran de acuerdo para violar y humillar sexualmente a un hombre inconciente a pedido de su esposa.

Van a irse por las ramas, lo sé. Me van a decir que muchas mujeres matan a sus parejas y que algunas son capaces de matar a sus hijos y, por supuesto, tienen razón. Pero nada de eso tiene que ver con el centro de gravedad de este caso abominable que es que ninguna mujer está segura ante un posible abuso sexual.

Una imagen del Tribunal de Aviñón. El juicio a Pelicot y a los hombres que lo acompañaron por años en los abusos podría terminar el 20 de diciembre. (EFE/ Edgar Sapiña Machado).
Una imagen del Tribunal de Aviñón. El juicio a Pelicot y a los hombres que lo acompañaron por años en los abusos podría terminar el 20 de diciembre. (EFE/ Edgar Sapiña Machado).

Nunca, a ninguna edad.

Me despido, con muchas ganas de volver a hablar pronto de libros, de cuadros, de teatro y de películas.Te recuerdo mi mail por si querés escribirme: es hpomeraniec@infobae.com.

Las imágenes de este envío son una foto de una protesta contra el gobierno francés reciente en la que un grupo de mujeres mostraba una pancarta en apoyo de Gisèle P., fotos de la víctima, de su hija, una imagen del abogado de algunos acusados y también dibujos hechos en la sala del tribunal de Dominique Pelicot y de los acusados de violar a su esposa a su pedido.

No hay fotos de ellos, claro, porque los “valientes” que abusaron de una mujer indefensa y desmayada no quieren mostrar sus rostros y, por supuesto, aún el ser más ruin tiene derechos que lo amparan.

Hasta la próxima.

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