Ávido lector y gran contador de historias, Adolfo Aristarain lleva 20 años sin dirigir una película, pero no quiere ni oír hablar de retirada: aunque no “extraña” filmar, sigue esperando algo que le “entusiasme”, como lo hizo un proyecto sobre Ástor Piazzolla, que no cuajó por falta de financiación.
A sus casi 81 años, el cineasta recibirá este jueves en el Malba la Medalla de Oro de la Academia del Cine español. Por ese motivo, habló en esta entrevista en un bar de Buenos Aires donde es un parroquiano más, un vecino al que todos saludan y donde conocen a la perfección cómo toma el café.
“Del cine nunca te retirás”, afirma rotundamente cuando se le pregunta por las dos décadas transcurridas desde el estreno de su último trabajo, Roma (2004), deliciosa película interpretada por José Sacristán, Susú Pecoraro y Juan Diego Botto, con toques autobiográficos, como una madre profesora de piano o sus recorridos de juventud por las tiendas de libros y vinilos en la noche porteña.
“A mí las ganas me vienen cuando veo una historia que me gusta. Nunca fui de decir ‘quiero hacer’, ‘quiero filmar’, ‘extraño’. Yo no extraño filmar para nada. Estoy muy tranquilo en casa, leyendo, escuchando música. No extraño filmar, pero tiene que haber algo que me mueva y me entusiasme. Y hasta ahora no ha aparecido”, señala.
En realidad sí apareció, pero tenía un presupuesto inalcanzable, unos 10 o 12 millones de dólares: una película sobre el bandoneonista y compositor Astor Piazzolla, “el único genio que ha existido en este país”, según Aristarain. “Piazzolla no puede tener sucesores, porque todos los que quieren seguir a Piazzolla lo imitan. Y es inimitable. O sea, es imposible: es que Piazzolla es como Bach”, asevera.
Para el proyecto consiguió los derechos del libro Astor (1986), escrito por su hija, Diana Piazzolla, quien durante muchos años estuvo alejada de su padre por cuestiones políticas. “Me atraía mucho de la historia la relación padre-hija. Cuando Piazzolla acepta la invitación de Jorge Rafael Videla para ir a cenar a la Casa de Gobierno, la hija no le habla más, le retira la palabra y se va, se exilia en México. Pasan 4 años y Piazzola va a dar un concierto en un teatro de México (...) Entonces, se vuelven a amigar”, relata el cineasta. La génesis del libro, que el propio Piazzolla propone a su hija, y los conciertos del compositor con su quinteto eran la columna vertebral de una “maravillosa” película que, resume, “era carísima”.
Enamorado desde niño de la literatura, del cine y de la música, busca que le “cuenten historias”, algo que se ha traducido después en su manera de narrar en la gran pantalla en filmes inolvidables como Tiempo de revancha (1981), Un lugar en el mundo (1992), La ley de la frontera (1995) o Martín (Hache) (1997), con amplio reconocimiento internacional.
“Si no me están contando nada, es posible que me levante del cine y me vaya; si es un libro lo cierro y a otra cosa. Es decir, me tiene que atrapar la historia que me están contando”, afirma Aristarain, quien resalta que si el director “cree” lo que ve en cámara, eso traspasa la pantalla.
El cineasta se refiere todo el tiempo al cine como “un oficio” y confiesa que no planifica movimientos de cámara, porque estos “están supeditados a lo que hacen los actores”. “Nunca obligo al actor a hacer algo determinado”, reafirma Aristarain, quien reconoce que eso exige mucho más trabajo al realizador, aunque razona: “No puedes separar el oficio de la imaginación”.
Pese a sus casi 60 años en la industria del cine, en los que hizo distintas funciones, confiesa que “jamás” dijo: “Yo quiero ser director”. “Sentía que estaba aprendiendo un oficio” y que “estaba en casa”, explica Aristarain, quien se define como “uno de estos memoristas” que conocía las fichas de los filmes que veía.
Y es cierto: durante la charla desgrana títulos de películas y su listado de intérpretes. Pese a admirar a directores como John Ford o Howard Hawks y haber trabajado con otros como el español Mario Camus, con quien fraguó una gran amistad, no siente “envidia” de nadie, sí “el asombro y la admiración por las películas que están muy bien hechas”.
Sin duda, la palabra que mejor define su manera de hacer cine es la “honestidad”, de manera que “si no hay trampa en lo que pasa, las películas funcionan en cualquier lado”. Esa es la receta para que haya triunfado su cine, ese lugar en el mundo del que “nunca” piensa retirarse.
Fuente: EFE.
[Fotos: EFE/ Juan Ignacio Roncoroni; Gustavo Gavotti]