“Nuestro camino es casi milagroso”, dice Víctor Malumián bajo el sol del mediodía. Recostado sobre el respaldo de una silla de metal, en la terraza de su búnker literario —Villa Ortúzar, casi Chacarita, Ciudad de Buenos Aires—, disecciona el mundo del libro, del cual forma parte hace más de dos décadas. Acá, en estas oficinas, funciona Ediciones Godot, uno de los sellos más respetados de la industria, que dirige junto a Hernán López Winne, su socio y partenaire, con quien también conduce a dúo la Feria de Editores, fundada en 2013 y en constante crecimiento. Acá también funciona la distribuidora Carbono, experiencia que plasmó en su nuevo libro, El destino de una caja, editado por el sello mexicano Gris Tormenta, con un tono intimista, reflexivo y pedagógico. Y al inaugurar el año pasado la librería Metonimia en el barrio porteño de Saavedra, Malumián completó el rompecabezas.
“El prestigio funciona casi como la legitimidad: cuesta mucho tiempo”, escribe en este libro que propone, según se lee en la tapa, “una mirada personal sobre la distribución de los libros y la importancia de la colaboración entre colegas”. Cuenta con el prólogo de Andrea Palet y forma parte de la Colección Editor: “Raros hallazgos e historias originales sobre las ideas que ocurren en el backstage del mundo contemporáneo del libro”. La historia de Malumián tiene una originalidad clásica: se ha ganado un lugar central en la industria a pura faena. O como escribió Arlt en Los lanzallamas: “por prepotencia de trabajo”. El libro es una suerte de pensamiento en voz alta (y escrita), el recuento de las tareas, de los problemas, de los obstáculos y, en lo posible, la forma de sortearlos. Es, además, la certeza de que la mejor forma de avanzar es “caminar en los zapatos de todos los actores del libro”.
Empieza sentenciando que ese fenómeno escurridizo que llamamos edición independiente no es otra cosa que “una editorial que publica libros que le gustan —pequeñas definiciones de lo que un grupo de editores entienden cuando dicen ‘literatura’—, se toma el tiempo necesario para editarlos (y en su caso traducirlos) en detalle, los difunde lo mejor posible y arma su catálogo sin ceder a las modas del mercado ni tomar como único norte la lógica del rendimiento económico. O un intento de vivir de los libros O una forma modesta de llevar un negocio”. También escribe que “sin distribución no hay libro y sin libro no hay librería”, y que en los últimos años se produjo un “cambio de paradigma”: editores “interesados en la circulación de sus libros”, que entienden que “es el brazo logístico el que se adapta al título díscolo y no viceversa”. Por eso, asegura, “el fantasma de las pequeñas distribuidoras recorre Latinoamérica”.
—En Independientes, ¿de qué?, tu libro anterior, que lo escribiste con Hernán López Winne, se habla de la naturaleza bifronte de la edición: que editar libros no es sólo una tarea intelectual, sino que hay mucho de hacer cuentas, números, rendimientos. Acá, en El destino de una caja, el tema está completamente saldado, asumido. ¿Cómo fue el proceso de un libro al otro, desde aquella posición a esta?
—La vida se encarga de acomodarte todas las creencias que vos tenías más o menos desajustadas. Lo digo en el sentido de que si la editorial no logra vivir de la venta de sus libros, entonces alguien tiene que inyectarle dinero. Si vos provenís de una clase social en la cual nadie le va a inyectar dinero, entonces automáticamente eso reajusta todas las condiciones. Hoy por hoy, considerar que el trabajo del editor, al menos el editor y la editora, entendiéndolo como edición independiente, está terminado cuando el libro está impreso, es un error tremendo y se paga muy caro. Es solo el 50% del trabajo. Después está el otro 50. Podemos debatir qué cosas implica o no, pero a grandes rasgos tenés dos grandes patas. La primera, la prensa: hacer que el libro sea conocido y la gente quiera irlo a comprar. El segundo, la logística: que el libro efectivamente esté disponible cuando lo vayan a buscar. Porque si el lector o la lectora va a buscar una novela que le recomendaron y no está, se lleva otra. En un punto, el trabajo del librero o la librera es que la persona no se vaya sin haber comprado un libro, sino ellos también funden. Consecuente también con lo que publicamos, la determinación en última instancia por lo económico. Que todas las editoriales puedan ser deficitarias implica que pertenecen a una clase social o a un extracto en el cual el dinero ingresa por otro lado, entonces puede solventar a esa editorial. Lo mismo que en la vieja discusión de la política: ¿hay que pagar un sueldo, no hay que pagar un sueldo? Bueno, si no le pagás un sueldo, entonces hay inmediatamente un recorte donde toda esta gente tiene que conseguir el dinero de otra actividad que puede ser heredada o no. A toda esta mirada le podrías decir: ‘Ay, pero qué horrible, el dinero es tu Dios’. Pero lo que empezás a ver es que si vos querés publicar libros nuevos, de nuevas voces y demás, se tienen que vender los anteriores. Es bastante simple. De hecho, para alguien que esté hace tiempo en el mundo de la edición, todo esto que estamos diciendo debe ser como muy básico, pero para algunas camadas de editores o editoras el trabajo es simplemente dejar el libro terminado sin erratas y sin problemas. Oliverio Girondo decía: ‘los libros hay que fabricarlos con la precisión de un reloj y venderlos como si fueran salchichones’. Si vos te preocupás en la logística y la venta del libro, también estás respetando un acuerdo con ese autor o con esa autora que te dice: ‘yo trabajé años en generar esta obra, te la doy a vos, confío en vos. Vos invertí tu tiempo y tu dinero. Espero que la vendas’. Si vos no ponés todo el esfuerzo en que ese libro se distribuya, también esa idea quedó truncada. Esa idea encerrada en una caja de cartón, en un depósito, no se comunica con nadie.
—Pasaron ya varios años del inicio de este fenómeno que llamamos edición independiente, a principios del milenio, con un elemento que hoy es bandera, como la Ley de Precio Único. También habría que pensar si sigue siendo un fenómeno después de tanto tiempo, pero lo cierto es que, institucionalizado o no, sigue creciendo. Y Godot está más o menos en ese inicio. ¿Cómo pensás ese proceso desde esta actualidad, desde el 2024?
—Hay que ver los parámetros. Si vos medís la cantidad de editoriales, hay que ver también cuál es la tasa de mortalidad infantil, por decirlo de una forma, y de reposición que hay. Armar un editorial de cero es probablemente más barato que poner un maxikiosco: pienso en una entrada en imprenta de tres títulos de 200 ejemplares que te va a salir menos que el mes de garantía, el adelanto y el de después del maxikiosco. Hay que ver el tiempo que demora en rentabilizarse, pero el maxikiosco se rentabiliza más rápido: si logra mantenerse y, además de mantenerse, genera algún tipo de ganancia por la venta de los libros. Lo que vos más ves en el recorte de la FED, por ejemplo, es que un porcentaje que supera ampliamente la mayoría, 70 o 65%, no viven exclusivamente de la venta de libros. ¿A qué me refiero con esto? Son además docentes, traductores, periodistas, editores. Eso te habla de un estado de situación bastante precario, donde todos pasamos por ahí y puede que de ahí salgan un montón de editoriales, que ya son excelentes, que se estabilicen en el tiempo económicamente y prosperen y sean editoriales señeras, o puede que muchas de esas queden en el camino por el nivel de fatiga, de trabajo y de tiempo. El caso argentino es bastante particular porque en otros países hay un apoyo sistemático. Y con esto no hablo ni de paternalismo ni de prebenda ni de nada por el estilo, sino un apoyo sistemático, como pueden tener otras áreas, del Ministerio de Cultura o de organismos específicos al fomento de la industria editorial, porque entienden que ese es su negocio. Cuando imprimís un libro trabaja el encuadernador, el que hace el papel, el fletero, la librería... Hay que ir a ver una feria para entender la cantidad de gente que está implicada en eso: el que fabrica las cajas, la cantidad de cinta que se usa, el que hace el café, el que hizo los vasitos de café...
—¿Qué tiene, entonces, Argentina que la vuelve tan rica en materia de libros y lectores?
—Argentina tiene varias características. La primera: desde hace varias décadas tenemos un sistema de educación pública y gratuita universitaria que ha formado y sigue formando lectoras y lectores, y ese campo se nota en comparación con otros países de Latinoamérica. Tenés también la Ley de Precio Único, que el resto de Latinoamérica no la tiene. México tiene una excepción, una ley que aplica hasta cierto período y que no es tan robusta como la nuestra. No es casual ver que en los principales mercados mundiales esa ley está vigente: Alemania, Francia y España, principales mercados editoriales. No es una cosa tirada de los pelos que se nos ocurre a nosotros. Y la tercera característica es algo que explica muy bien Daniel Divinsky con una analogía de un cofre de pelotas. Habla de la concentración que hubo en los últimos 20 o 30 años, donde editoriales medianas fueron absorbidas por editoriales más grandes. Es como si fueran pelotas adentro de un cofre: si vos tenés pelotas muy grandes, quedan agujeros muy grandes entre las pelotas, pero si son todas chiquitas los agujeros de aire son menos. Esos agujeros son públicos y audiencias lectoras con gustos particulares que quedan sin atender. Entonces vos empezás a ver editoriales independientes, a pulmón, emergentes, que quieren publicar narrativa contemporánea, coreana, polaca, lituana o afrodescendiente, o ensayos con tal característica, o poesía, etcétera. Y van quedando espacios que, aunque la estructura sea chica, el volumen de gente es lo suficientemente grande como para que eso funcione. Ahí tenés, para mí, el escenario de por qué sucede lo que sucede. ¿Cuál va a ser el futuro de eso? Depende de un montón de cosas. De golpe viene una recesión como esta y hay que ver cuánto de esto desaparece. Pero a la vez, dentro de esa dinámica misma de las editoriales, muchas no tienen un gasto fijo. Es decir, si tu editorial es tu computadora, la misma que usás para tener otro trabajo, periodista por ejemplo, y usás internet que ya tenías en tu casa, y el alquiler es el de tu casa... bueno, esa editorial es infundible. En algún momento recuperará más plata y publicará un libro nuevo, o le inyectaras más dinero y seguirá, o tranquilamente podés frenar, esperar a que pase la tormenta y seguir, o ralentizar tu ritmo de publicación. Pero hay otras editoriales que tienen gastos fijos: uno o dos empleados, paga un alquiler, etcétera. Ahí está más complicado ralentizar porque hay cierta relación entre la salida de novedades y la venta. No es estricta, no es lineal, pero si durante cuatro meses no sacás novedades, tu venta va a sufrir.
—¿Cuánto influye la gran cantidad de nombres propios que hay en la literatura argentina?
—Hay un tema que no logramos solucionar: cuando un autor o una autora despega en ventas, inmediatamente es cooptada por una multinacional. Y En todo su derecho, porque le hicieron una mejor oferta o no; no es un tipo de juicio de valor, simplemente describo una situación. Vos mirás las 10 o 15 autoras y autores de mayor venta sistemáticamente en los rankings y probablemente el 80% publicó su primer libro en una independiente y su segundo libro ya está en una grande. No funciona siempre así, pero es un circuito que vemos. Entiendo perfectamente por qué un autor o autora puede hacer eso. Pero ahora me paro del lado del editor independiente y digo: ahí había una bomba de oxígeno, de efectivo, que entraba para poder seguir apostando a otras novedades, que ya no está. Es un problema porque la independiente es la que publica 7 o 10 nuevas voces y paga el costo de las que “no funcionan comercialmente” en su primer libro y la que funciona toma la ganancia o se va por otro lado. Cada uno de los actores de la cadena del libro tiene sus intereses y hace lo mejor que puede, pero esas son las peleas que se solucionaron. Vos antes veías la calidad literaria que tiene el país y había tres o cuatro temas. El primer tema era que una independiente nunca va a vender lo que vende una multinacional. Y ahora ves casos de independientes que han vendido 40.000 ejemplares de un título en un año, lo cual es sumamente envidiable para cualquier editorial. Eso te habla de que solucionaron el problema logístico y el problema de prensa. Eso no se logra solo con un boca a boca, que desde ya que es fundamental. El otro tema es el de la publicación en España: hoy, con los cambios tecnológicos, un editor independiente capaz publica en España mil ejemplares de un título y la editorial multinacional o nacional publica de ese autor o un autor parecido 700. Bajaron las barreras tecnológicas, hay más información, entonces no hay necesidad de sacar una enorme cantidad de ejemplares a la calle todas las veces con todos los tiros, porque se puede reimprimir rápidamente. Entonces, logística solucionado, prensa solucionado, España solucionado, queda el tema de los adelantos.
—Eso ya es financiación, es contar con una gran cantidad de dinero.
—Sí, y tener espalda. Ponele que ese dinero lo tenés, pero después es una bala de plata. O sale bien eso o fundís y vas a laburar para poder pagar ese crédito porque no anduvo. Los libros pueden andar o no andar. No tiene que ver con su calidad literaria. No necesariamente tiene que ver siempre y exclusivamente con la distribución o con la prensa. De hecho, hay primeras novelas que venden un montón, segundas que no venden tanto y la ganancia o ese recupero viene por otras cosas: porque se hace una obra de teatro, se filma una película. La FED está con un proyecto con el audiovisual, para que no sea solo que se vaya a buscar ahí. Creo que hay deseos del sector audiovisual de ir a conocer otro tipo de editoriales.
—Claro, ahí el ingreso puede ser muy grande.
—Hay que ver qué porcentaje, cómo se firmó el contrato y demás. También puede ser una forma que tiene la multinacional de recuperar parte del adelanto.
Ingresó a la edición con una revista: Esperando a Godot, como la emblemática obra de teatro de Samuel Beckett, nombre que luego usarían, acortado, para la editorial. Empezó, por supuesto, junto a López Winne, quien ahora, mientras nosotros conversamos, trabaja en una de las oficinas de esta casa: se acerca, saluda amistosamente y vuelve a perderse entre libros y excels. “Nuestro camino es casi un milagroso —continúa Malumián—: que todo esto esté funcionando con todas las cagadas que nos mandamos. Arrancamos poniéndole un nombre que obviamente no íbamos a poder registrar. Hicimos nuestras primeras armas con esa revista, con errores de todo tipo, como maquetar con un tamaño tipográfico diminuto para usar menos páginas y saliera más barato”. Todo eso ocurrió alrededor del 2003, cuando cursaba en la Universidad de Buenos Aires las últimas materias de Ciencias de la Comunicación. Se recibió en tiempo récord: cinco años, “laburando y todo”.
“Al hacer esa revista aprendimos un montón sobre las problemáticas de imprenta, porque además imprimíamos en la imprenta más barata que encontrábamos, y también tuvimos un primer acercamiento al rol de la distribución. Al principio las llevábamos en las mochilas y la dejábamos en los puestos de diarios. Nos quedó muy clavado algo que nos dijo un diariero muy simpático de Santa Fe y Scalabrini Ortiz. En ese momento había salido la Hombres. Me acuerdo que nuestra revista salía un peso y la Hombres 5 o 4. Y el tipo nos decía: ‘Yo la tuya la exhibo, la recomiendo y no la puedo vender’. No me acuerdo los porcentajes, pero de ese peso le quedarían 30 centavos. ‘La Hombres no la muestro, no la recomiendo, pero me la piden, la vendo un montón y me queda más plata’. Era una forma de decirnos: ‘flaco, todo tu negocio está mal pensado’. La revista nos llevó a entender cabalmente las problemáticas que tenés con la imprenta, con la distribución”, cuenta.
Cuando llegaron a los 20 números, ya habían pasado 5 años. Entonces tuvieron que ponerle un punto final: “Sentimos que estaba agotado ese trayecto”. ¿Qué sigue? Ediciones Godot. “En simultáneo a la revista veníamos charlando con mucha gente de la facultad sobre todos esos libros que no aparecían, que faltaban. Eran libros que a nosotros nos habían impactado o nos habían dado ideas que hasta ese momento ni sabíamos que existían. Entonces empezamos lentamente a publicar libros, obviamente sin una grilla, sin un sistema, sin saber cuándo iba a salir el que sigue”, dice Malumián y frena el relato. “Cuento todo esto no como un rasgo épico, sino señalando cierta impunidad juvenil, la bendición de la ignorancia”, aclara. “Si volviéramos a empezar, todo el dinero que tengo disponible lo gastaría en leer los mejores libros sobre el mundo de la edición, y seguramente me hubiera ahorrado muchísimo más plata”, asegura.
—En el libro, para explicar el largo proceso de la industria, decís que los libros son de las distribuidoras. También hay una idea entre muchos autores de que el libro es de quien lo escribió. Recuerdo una vieja polémica, hace unos años, sobre los porcentajes de ganancia, donde muchos autores decían que estaban menospreciados. Por otro lado, en ferias como la FED las protagonistas son las editoriales. Pero si seguimos hilando fino se pueden ir agregando más y más actores que trabajan para el libro.
—Hay que ver qué entendemos con “mi libro”. Hay un texto espectacular de José Luis de Diego que dice que los autores no escriben libros, que lo que entregan son textos. Sin ese texto no hay libro, por supuesto: es condición sine qua non. Y no hay ninguna duda de que el prestigio editorial se construye a través de las grandes autoras y autores que tienen el privilegio de publicar. Discutir eso es una obviedad absoluta. Yo creo que hay un malentendido con lo de la preponderancia de las editoriales. Cuando llega la FED, un tiempo antes, un tiempo después, también la gente del periodismo cultural, que está sobreeducada en estos temas igual que nosotros, porque tenemos un sesgo, vemos editoriales, pero la realidad es que universo de lectoras y lectores que distingue sellos es muy pequeño. Es la gente con la cual uno labura, ojalá fueran absolutamente todos: es un núcleo duro y muy chico. Pero la realidad es que si 5000 personas distinguen sellos es un montón. Debe ser culpa de una impericia nuestra, no lo sé, pero tenés gente que lee muchos libros por año y no sigue editoriales, que no tiene presente a las editoriales o los diseños. Capaz si le ayudás a la memoria lo trae a colación. Para la encuesta de la FED una pregunta era si sigue un sello específico. Y si bien hay cuatro que siempre están ahí arriba, de los 250 encuestados, ponele, 40 o 50 personas mencionan el que más mencionan y hay 170 que dicen: ‘no sigo a una editorial en particular’ o ‘no te puedo mencionar ninguna’. Y es público de la FED. Entonces, todo ese debate es un tema más de inseguridades y egos que de la realidad. La realidad, insisto, debe ser impericia nuestra, no es culpa del lector. Por otro lado, el tema de los porcentajes. Hoy sabemos que más menos el 10% es del autor, algunos pagarán el 8%, otros autores a partir de cierta cantidad se pueden llevar el 12% o el 15%. El 30% es de la editorial, 20% la distribución, 40% del punto de venta de la librería. También hay cadenas que se llevan el 50%, hay librerías chicas que venden mucho y se llevan el 50%. ¿Te parecerá mucho? ¿Te parecerá poco? El librero te va a decir: ‘necesito un local grande. tiene que haber muchos libros, mis empleados tienen que estar capacitados para recomendar libros, el local tiene que estar bien iluminado, tiene que estar limpio y ordenado, tiene que estar en el lugar donde la gente pase, el agua me la cobran por metro cuadrado en vez de por la canilla que tengo en el fondo. Bueno, eso sale plata’. El distribuidor te dice: ‘yo tengo que colocar los libros por todo el país’. Tiene un sistema de gestión: guardarlos, cuidarlos. ‘No me alcanza’. La editorial te dice: ‘yo tengo que pagar papel, imprenta, encuadernación, traducción, corrección, maqueta, diseño y me tendría que hacer un sueldito’. Y el otro que se lleva el 10%, el autor, te dice: ‘yo laburé tres años, compré libros que me sirvieron para escribir ¿y me llevó el 10%?’ todos sienten que cobran poco. Ahí hay que ver qué pasa. Entiendo bastante por qué está armado así, no me parece ninguna locura. Si el autor siente que puede ganar más, le va a tener que sacar porcentaje a alguien o pasar a otro sistema. El tema es que no es tan sencillo como decir: ‘a mí me están cagando’. Por algo se habla del ecosistema del libro: estamos todos correlacionados. No hay ninguno que sea lo suficientemente independiente o autosustentable como para decir “los demás no me importan”.
—El gran tema de la industria editorial de los últimos años es el costo del papel. ¿Cuánto influye hoy?
—Es un costo unitario por ejemplar que incluye la impresión, el papel, la maqueta. Si vos hiciste mil ejemplares y salió $1000 la maqueta, a cada ejemplar le corresponde un peso de maqueta. En ese unitario se multiplica por siete para poder pagarle a todo el mundo en la cadena de valor. Puede ser 7, 6, 8, depende. Podrías multiplicar por mil pero el libro no se va a vender. Dentro del costo de imprenta, que es un costo grande, casi el 50% es el papel. Ahí tenés dos formas. Primero, una oferta de papel más amplia, porque papeleras que proveen el papel que se usa son dos. Segundo, el papel está gravado con IVA y el papel que se usa para los libros es menos del 10%; el resto va a cajas tetrabrik y otras cosas. A ese 10% se le podría desgravar el IVA, asumo que no va a ser el peor golpe en el déficit cero que recibe el gobierno. Impactaría bastante en la cadena de valor.
—Hablás del fantasma de las distribuidoras independientes que recorre América Latina.
—Armé todo el libro para poder poner esa frase. Es lo único que quería poner en todo el libro [risas].
—¿Ese es el la gran evolución de la industria del libro desde el boom de las editoriales independientes?
—Yo lo siento como una evolución. Esto no quita que hay distribuidoras grandes que lo hacen espectacularmente bien y chicas que seguramente lo hagan mal. Pero sí ves como un continuo en Latinoamérica, y que ves ejemplos en Uruguay, Chile, Colombia, México y Argentina, es de distribuidoras pequeñas con un puñado de sellos. Ese puñado puede ir de 4 a 15, pero algo muy manejable, y que además, en general, están comandadas por editoras o editores, que vieron que en la distribución hay un tema: muchos de estos catálogos que hablábamos antes no van a ser ni el gran éxito de venta, ojalá todos lo fueran, ni el peor clavo de la ferretería. En ese medio, en esa mitad de tabla, lo que va a jugar va a ser la distribución y la prensa. Tema típico: a la librería A le mandaste 5, a la B otros 5, pero si la B vendió todos y la A no vendió ninguno, mandar de la A a la B sale carísimo. Entonces, si vos sacás pocas novedades por mes, pocas pueden ir entre 5 y 15, es un número más arbitrario, pero no son 80, vos te podés tomar el trabajo de ver uno por uno. Entonces ya la próxima, a la A, de ese tipo de libros, porque entendés cuál es su público, no le mandás 5, le mandás 2, y a la de que vendió 5 le mandás 10. Ese laburo, cuando son infinidad de novedades, es muy difícil de hacer. Además, dentro de esas distribuidoras, los perfiles de las editoriales tiendan a ser complementarios. En general, no se pisan. Habrá excepciones, por supuesto.
—Otro tema: Mercado Libre. ¿Hay un acuerdo tácito entre las editoriales independientes de dejarle la venta a las librerías? ¿Cómo funciona ese vínculo entre estos dos actores, la aplicación y los lectores?
—Al lector y a la lectora les tengo que facilitar la vida todo lo que pueda. Si pudiera le daría un beso y un abrazo a cada uno que compra un libro. Mis libros esán en Mercado Libre a través de una multiplicidad de librerías. Por ende, Godot, a su lectora o su lector, no le está negando esa facilidad. Lo que simplemente estamos haciendo es decir: ‘yo prefiero que lo venda la librería’. Yo puedo entender editoriales que tienen un catálogo de 400 títulos que te dicen: ‘no, yo de estos 400 capaz hay 50 títulos que cumplió su ciclo, me quedan menos de 30 ejemplares, entonces los pongo yo porque no los puedo distribuir por todos lados’. Hay que ver los casos y entender por qué lo hacen. En nuestro caso, nuestro fondo estará cerca de los 220 títulos y la verdad es que siempre hay una librería que nos está vendiendo el título que se te ocurra, pero porque es un catálogo chico o mediano, como lo quieras ver, entonces no tengo esa necesidad. Y después hay una cuestión ideológica de facilitarle todo al lector y a la lectora, y todas las veces que pueda que pueda trabajar a través de la librería prefiero trabajar a través la librería. Después a esto se le suman cuestiones mucho más prácticas: somos una estructura muy chica. y se nos complica estar pendiente de eso. Mercado Libre mira un montón la reputación y cómo se cuida y en torno a eso tenés más ventas o no. La librería está todo el día atendiendo ahí. Yo no voy a poder despachar el pedido rápido, ya suficiente tengo con la distribuidora. No sé si es tanto un acuerdo tácito, sino una cuestión muy práctica. La gran diferencia en la implementación de Mercado Libre que tenemos acá y Amazon es que Amazon puede vender productos de forma directa, Mercado Libre no tiene eso, hasta donde yo lo entiendo, quizás algún producto masivo. Los libros se venden a través de una librería, un librero o una persona que se siente librero. Mientras que se mantenga así y se mantenga la Ley de Precio Único no veo grandes problemas ahí.
—Hace unos meses el gobierno volvió a hablar de desregulación y deslizó la posibilidad de derogar la ley. ¿Ves posibilidad de que eso avance? ¿Qué estás viendo ahí?
—Desconozco qué va a pasar porque el gran problema que tenemos es que no hay interlocutores. No tenés interlocutores en la Secretaría de Cultura. El ministro no es una persona del mundo del libro y no vemos quién es la persona del mundo del libro con la cual podemos discutir esto. De hecho, las discusiones, los debates que se han hecho públicos, donde quedó bastante zanjada la discusión, no han sido con referentes del gobierno. No hay nadie del gobierno que nos diga: ‘estos son los datos que manejamos, por esto digo que es una buena idea...’ Al revés, nosotros mostramos informes y explicamos por qué no es una buena idea derogar la ley. Desconozco qué están pensando. De hecho, la persona que más habla de eso es Sturzenegger, que entiendo que en otras áreas será un gran conocedor, quizás también es un gran conocedor del mundo del libro y no nos enteramos todavía; estaría buenísimo poderse sentar y charlarlo. De hecho, uno de los grandes reclamos es que no la pueden borrar de un plumazo. Una ley que fue ampliamente debatida en el Congreso, que se vertió un montón de información para explicarla. ¿Les parece que es una ley vieja y que merece ser aggiornada y que hay que hacer cambios? Perfecto, sentémonos a discutir, si estamos todos en pos de que la Argentina sea mejor. Yo, por lo menos estrictamente en el mundo del libro, que es lo que puedo aportar, te digo: no hay diálogo, no hay datos, no tenemos interlocutor. No se entiende bien qué está pasando ahí. Y lo otro que es muy llamativo es que, si vos mirás, tenés representantes de grandes cadenas de librerías diciendo que están a favor de la Ley del Libro, representantes de grandes multinacionales diciendo que están a favor de la Ley del Libro, pequeñas librerías diciendo que están a favor y pequeñas editoriales están a favor. O sea, tenés pocas cosas en el que haya un consenso tan amplio. Es algo que no se estaba pidiendo. Las cosas que se están pidiendo que se desregulen y se hagan no son las que se debaten.
—Pasó la Feria de Editores, pasó la Feria del Libro, pero hay ferias en todo el país hasta fin de año. ¿Cómo es para ustedes participar de la gran mayoría, de intentar llegar a cada lugar, de apostar a ser federales?
—Con Hernán, hace mucho tiempo atrás, no me acuerdo qué año fue, hicimos más de 44 ferias en un año. A partir de eso, distinguimos las ferias que para nuestro catálogo tenía sentido ir y las ferias que no. Hoy las tenemos muy mapeadas y tratamos de trabajar con libreros locales en esas ferias. Si hay una feria en Tucumán, hay un librero con el cual nos llevamos bien, una librera a la cual se hace un meet y le contamos las nuevas novedades, le mandamos un refuerzo de libros. Eso te da una excusa para para estrechar lazos con esa librería, para contarle un poco más lo que vos estás haciendo, que conozca más el catálogo. En nuestra experiencia, hay dos cosas que son innegables. La primera es que mejoran las ventas al resto del año por algo bastante obvio y simple: conoce más el catálogo y lo tiene más presente para recomendarlo. La segunda es que el famoso remanente de libros de la feria, que mandarlo de nuevo para acá es caro y que es un problema, le queda al librero, y el librero puede trabajar con eso. Todos los años vas construyendo una relación. Vos no tenés que viajar, ese librero probablemente conozca mucho mejor el público de esa feria que se da en su localidad que vos. Cada vez que podemos tratamos de hacer un acuerdo de ese estilo, de que un librero, una librera, nos represente en esa feria. A veces son ferias grandes y son varios libreros. Creo que de cualquier quilombo salimos juntos y no que se salva uno solo. Lo recuerdo con la FED cuando fue la pandemia y lo veo en general en el rubro, con otras generaciones, con gente de las multinacionales con la cual me llevo muy bien, que son muy generosos con los aprendizajes, como también lo hacen las independientes, que era más esperable, con la transmisión de información haciéndola pública. La FED hizo el informe sobre cómo era el público que iba y nosotros lo publicamos, lo dejamos libre para todo el mundo. Cuando hacíamos el catálogo de librerías y editoriales, lo publicamos, lo dejamos libre para todo el mundo. Me parece que la lógica es esa: siempre tratando de tejer redes.