El estreno esta semana de La práctica, la séptima película de Martín Rejtman, representa una buena oportunidad para conversar con el director y guionista, parte importante de la irrupción de una nueva forma de hacer cine en Argentina, cuyas esquirlas se expanden hasta el presente.
Aquel cine de los 80, a mitad de camino entre el destape de una rígida obturación moral herencia de la dictadura y la reflexión en loop sobre las consecuencias (de toda clase) del daño del gobierno militar 1976-1983, languideció en los 90. Ahí apareció Rejtman con Rapado (1992). El cine argentino fue otra cosa con una nueva forma de filmar y narrar, con protagonismo internacional y la irrupción de una nueva camada de directores, producto de las primeras generaciones de graduados en universidades y escuelas de cine que antes no existían.
De La práctica y también, de ese “nuevo” cine argentino que surgió en los 90, con el reciente fenómeno de culto que genera Silvia Prieto -tal vez su película más valorada- al cumplirse 25 años de estreno, habló Rejtman en este diálogo con Infobae Cultura. Aquí también están incluidas sus historias personales con la “práctica” del yoga, eje central de la historia que cuenta La práctica con un estilo ya definido y reconocible (una película de Martín Rejtman es ya un género en sí, dentro del panorama del cine argentino.
Hablemos de yoga
“Yo practico yoga desde hace muchos años. Para mí es medio normal, sé que se le dice “la práctica” y que por ahí alguien que no practica yoga, puede no saberlo”, dice sobre el título de la película. Y si bien la historia que ahí se cuenta -un profesor argentino en la capital chilena personificado por Esteban Migliardi, recién separado y algo a la deriva, con amigos/as eventuales con quienes se va encontrando en esa deriva, un concepto narrativo típicamente rejtmaniano- tuvo como punto de partida ciertas referencias personales, el director aclara: “nunca fui profesor de yoga y nunca viví en Santiago de Chile”.
—Es mi práctica. Algunas de mis experiencias también. Y mi observación. Yo practico hace 25 años más o menos y hubo un tiempo en que practicaba seis veces por semana.
—¿En búsqueda de qué?
—Buena pregunta. Porque uno empieza por una cosa y luego pasa. Después es como que todo se va transformando. Siempre en búsqueda de sentirme mejor. Siempre es eso, ¿viste? Todo. Todo lo que uno hace.
—Dado el tiempo que llevas en la práctica de yoga, entiendo que te sentís mejor. No abandonaste...
—No me siento mejor. Pasa que uno también pierde referencia de cómo se sentía antes. O sea, yo calculo que sí, que debo estar mejor practicando que no practicando. De hecho, cuando dejo de practicar porque voy de viaje o estoy en un rodaje, y retomo, siento una diferencia. Estás más liviano, digamos. ¿Viste como las cosas te pesan menos? No sé si las cosas, pero hay algo más liviano.
—Entonces, la película arranca de tu experiencia personal con el yoga.
—Tomé pequeñas historias o situaciones que vi o que me contaron. Cuando hago una película siempre me baso en la experiencia personal, cosas que me cuentan y lo que imagino. Mezclo todo y algo apareciendo. El equilibrio entre esas tres cosas va variando. En esta película hay más porcentaje de cosas personales que me pasaron a mí que en otras películas. Y por eso escribí el guión pensando en meter a Migliardi como protagonista. Porque me parece que tiene un cierto parecido a mí… O sea, me gustaba jugar un poco con esa idea.
—¿Qué significó para vos la experiencia de filmar en otro país? Un país vecino, cercano, pero a la vez distinto.
—Era la idea que fuera todo un poco distinto. Al empezar a pensar la película y teniendo escritas bastantes escenas y estaba empezando a perfilar un poco, se me ocurrió traspasar la historia a Chile. Tiene que ver con que muchas de mis experiencias tuvieron que ver con ese país: por ejemplo, fui muchos años a un retiro de yoga en el norte de Chile. Por otro lado, me entusiasmó la idea de filmar en otro lado con actores diferentes, con una manera de hablar un poco distinta y con locaciones diferentes. Me parecía que iba a mirar las cosas de una manera un poco más fresca. Hice varias películas acá. Conozco bastante a los actores y las locaciones que hay en Argentina, en Buenos Aires sobre todo. Y tenés una carga diferente, ¿no? Cuando filmas en otro lado es como que mirás las cosas de manera más fresca y más inocente. Una película siempre es un viaje. Un rodaje también es un viaje y un rodaje en otro país es más viaje todavía.
—En la película hay un cierto manejo del humor bastante notable. De hecho hay un gag que está dos veces, medio busterkeatoniano…
—Me pasó a mí en Santiago de Chile. Justo el día anterior a ir a un retiro, me estaba por quedar en la casa del productor de Dos disparos. Dejaba su cuarto en una casa que compartía con otra gente y llegué a esa casa. No conocía a nadie. Había una chica que estaba ahí que me saludó y me dijo si quería ir a la inauguración de un restaurante. Fuimos, estuvimos ahí, comimos algo y cuando íbamos a tomar un taxi, me caí en una alcantarilla. No me pasó nada. Ese es otro de los motivos por los cuales me gustaba la idea de filmar en Chile. También creo que tal vez fue en ese momento en que tomé la decisión. Ya ni me acuerdo.
Igualmente creo que en todas mis películas hay humor. Pero esta es, francamente, una comedia. Y el final justamente es un final de comedia. Las películas no tienen finales de comedia. Mis películas tienen finales en donde la comedia se va diluyendo, ¿viste? La comedia va disolviéndose y cambia un poco el tono hacia el final. En esta no.
—Me gustaría pasar algunas cuestiones más generales de tu cine. Bueno, de hecho este año se cumplen 25 años de Silvia Prieto y se ha generado un cierto culto de la película.
—De hecho, fue la película más vista en el Gaumont el fin de semana pasado. La habían pasado hacía un mes y pico en la sala de abajo y se agotaron las entradas. O sea, hubo gente que se quedó afuera. Me pone contento, sin duda. Que la película todavía encuentre nuevas formas de comunicarse con el público.
—Por la película pero también por su música y los libros, pareciera que la figura de Rosario Bléfari está siendo revalorizada y también generó un culto, creo…
—Nunca fue famosísima, ni muy famosa, ni siquiera conocida en un ámbito. La primera vez que trabajé con ella no hacía música. De pronto empezó a hacer música y después su carrera de actriz pasó a ser su novia secundaria. Todo lo que pasa con ella ahora lo veo como algo muy, muy particular. Es básicamente porque hizo su carrera independiente. Ella en un momento me acuerdo que se había juntado con Charly García a grabar unos temas y le había propuesto producir un disco. Se dijo que Santaolalla le propuso también… Pero no le interesaba que le dieran una impronta diferente a la que ella quería. No quería hacer productos.
—¿Sentís que con tus películas, desde Rapado (1992), contribuiste a un cambio del cine argentino?
—Creo que mis películas son diferentes a las que se hacían en ese momento, hice algo distinto.
—Y a partir de eso, mucha otra gente que hizo películas siguió ese camino. ¿O no?
—Bueno, pasaron muchas cosas. No es que solamente estuvieron mis películas. No me siento responsable por lo que se hizo a partir de eso. Cada uno hace lo que tiene ganas de hacer. Sí sé que el cine cambió mucho. Y también cambió mucho porque en un momento hubo mayor información, digamos. Llegaba muy poco cine. Después, volvió a aparecer el Festival de Mar del Plata que se había cancelado. Ahí se pudieron ver otro tipo de películas. Aparecieron las escuelas de cine también. O sea, fueron muchos fenómenos. Y apareció la crítica como una nueva crítica con revistas como El Amante y otras. Entonces hubo un cambio general. Lo mejor del cine argentino de los últimos 50 años creo que se hizo en ese marco.
—Traigo el tema del cine argentino porque este es un momento en el cual eso está en discusión. Se habla mucho de “películas que no va a ver nadie”, que no sirven, etc. en las que no se debe invertir dinero del contribuyente. ¿Tenés algún tipo de opinión al respecto?
—El cine masivo no necesita demasiado apoyo del Estado. El que necesita apoyo del Estado es el cine que no es masivo y no tiene plataformas. Me parece tan surrealista que la verdad que ni me dan ganas de meterme en una discusión. Sinceramente, no tengo ganas de discutir eso.
[Fotos: Gustavo Gavotti]