Chunchuna Villafañe es mucho más que una actriz argentina. Es un emblema, el rostro de una época. El libro de la periodista Virginia Mejía, titulado Chunchuna, confesiones de un ícono pop, editado por el sello Metrópoli, narra su historia secreta. A través de una serie de entrevistas, fotos de avisos publicitarios e imágenes privadas, se compone un retrato íntimo, sin filtros ni photoshop, de una musa de smokey eye.
“La adoré, la adoré, desde el primer día que la vi. Cuando empecé ella era ya una estrella, la número uno. Una mujer divina, amorosa, simpática, la más linda y para nada engreída”, cuenta Susana GIménez. “La primera vez que desfilé me agarró pánico escénico. Pero me dijo “‘a salir’, y ‘pum’, me empujó y me animé. Después compartimos muchos desfiles. Chunchuna me dio suerte en mi carrera”.
“Es la modelo del momento más glamoroso de la publicidad argentina. Es única: linda, inteligente, culta y una mujer muy natural. ¿Qué más se puede pedir?”. La que habla es Claudia Sánchez, y sigue: “Jamás especuló con su belleza. Apenas nos conocimos nos hicimos amigas, fundamos la Asociación Modelos Argentinos, defendiendo nuestros derechos con desinterés total, sin ningún celo, todo lo contrario. ¡Nunca nos la creímos!».
Por último, José María Muscari, director y dramaturgo: “Es una de las pocas del mundo del espectáculo que tan solo diciendo su nombre, sin apellido, sabemos quién es. Porque no hay otra. Amé trabajar con ella porque es volátil y luminosa, porque es sabia y canchera y, por sobre todas las cosas, es buena gente. En Shangay, la obra que hicimos, brillaba gracias a su desparpajo, por ser lúdica y certera. Amo a Chunchuna”.
Hoy, jueves 5 de septiembre, a las 19 horas, en Espacio Bencich (Tucumán 810, CABA) se presenta el libro. Van a estar Claudia Sánchez y José María Muscari. A continuación, un fragmento del libro que escribió Virginia Mejía, periodista, escritora, licenciada en Letras y magíster en Escritura Creativa, que trabajó en radio, televisión y agencias de noticias nacionales e internacionales.
Decime Margarita
Florida Este, barrio tranquilo de calles anchas. Me olvidé de cómo llegar a su casa. Vamos a encontrarnos por primera vez después de la pandemia; fueron dos años sin vernos. Escribo la dirección en el mapa del celular y me conduce hacia el Estudio Villafañe. ¿Estudio de qué? ¿De arte, música, moda, arquitectura, baile, diseño, modelaje? Todo es posible. El mundo Chunchuna siempre me pareció tan fascinante como inabarcable.
Viajo con mi hija, Elisa. Mientras entrevisto a Chunchuna, va a tomarle fotos para este libro. Estacionamos en la vereda junto al cantero que es una selva en miniatura, un obstáculo para quienes transitan por la cuadra. De las ramas de un liquidámbar cuelgan lianas, el pasto está crecido y se entremezcla con enormes salvias violeta, bignonias naranja y yuyos de todo tipo. El bosque oculta un portón industrial gris plateado. Está rodeado por un alto paredón color ocre, descascarado, también invadido por trepadoras; moneditas, enamoradas del muro y, su favorita, la ampelopsis.
Se acerca una señora mayor, implora que le pidamos que haga cortar los árboles y las plantas de la vereda. Es un escondite para los delincuentes, asegura la vecina, mientras pienso cuántas veces ya se lo habrá pedido y cuantas veces la habrá ignorado. Que nadie jamás se atreva a tocarle un árbol a Chunchuna, y mucho menos el de la puerta de su casa.
Son las 4 de la tarde. Llevamos un budín integral, se volvió una naturista muy estricta. Lo sabemos desde los últimos cumpleaños familiares, en los que no probaba bocado. Tocamos el timbre varias veces. Nada. Hacía un par de años y de pura coquetería había decidido dejar de usar el audífono.
Hasta qué punto puede llegar a escuchar ahora es una incógnita. Pero a los pocos minutos el portón se abre despacio.
Ahí está Chunchuna, en lo alto, sobre el escalón de mármol de la entrada. Sonríe displicente y enseguida es afectuosa. Se alegra de vernos, especialmente a mi hija, que la había entrevistado y filmado para su carrera de cine, en un corto donde Chunchuna era protagonista. Los videos, subidos a YouTube, ya tuvieron miles de vistas y de comentarios sobre su encanto y compromiso político. De camino hacia su casa, Elisa me había leído desde el celular lo que decían los fans sobre su película. “Mirá, mamá, hasta los macristas la quieren”. “No soy peronista, pero sigo admirando su inteligencia y gran belleza”, había escrito un hombre, que a su vez se ganó miles de likes.
Tiene puesta una robe azul. Resalta sus ojos, celestes, sin una gota de maquillaje. Me pregunto por qué nos recibe en bata y recuerdo que hoy es domingo, un día para despreocuparse, aunque seguramente en su caso la elección es deliberada, hacía tiempo me había dado cuenta de que tiene bien estudiado qué prendas la favorecen y cuáles no. El pelo es canoso, abundante, como siempre. Parece una diva de Hollywood. Es Marilyn paseándose en salida de baño con una copa de champagne por la habitación de un lujoso hotel de Nueva York. En realidad, es Chunchuna, en pose, moviéndose descalza y con paso felino a través de su casa, blanca, luminosa, con muebles y lámparas de la década del 70, rodeada de obras de arte y de objetos instalados según una estética deliberada.
Subimos la escalera hasta el estudio. Me sorprende con decenas de álbumes de fotos desplegados sobre su escritorio. Habíamos acordado conversar sobre su vida, intentando seguir un orden cronológico, aunque antes de empezar nos sinceramos. Convenimos que saltar hacia adelante y hacia atrás durante el relato sería inevitable. Aprieto play.
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“Odiaba mi nombre, Elba. Entonces decidí que me iba a llamar Margarita, pero yo les avisaba cuando me tenían que decir Margarita”, empieza diciendo. Muestra fotos en las que se la ve sonriente, enojada, caprichosa, perfilando ser una chica de carácter fuerte, única hija de un matrimonio muy peculiar. “Se separaron en 1942. Fue un escándalo en esa época. Nadie lo hacía. Me daba mucha vergüenza. Yo en lo único que pensaba era en qué podía llegar a decirle a la gente sobre la situación”, cuenta más adelante durante nuestra charla.
Finalmente ganó la pulseada Chunchuna, el nombre que la hizo famosa, el que perduró. “Yo Chunchuna”, dijo apenas supo hablar. Se lo había robado a su madre, a quien le decían “Chonchona”. Esa palabra más tarde enamoraría al italiano Ugo Tognazzi, cuando bailaban tango en la residencia del actor en las afueras de Roma. Él le dijo que Chunchuna es una variante de “Chonchona”. En uno de los dialectos italianos “Chonchona” significa muñeca, un apodo que le calzaba como anillo al dedo. A su vez, el nombre de su hermana postiza Pupele quiere decir los mismo, pero en idish.
Es 26 de febrero de 2022, asegura que está por cumplir 88 años el próximo 9 de abril, aunque duda sobre si nació en el 32 o el 34. La ecuación matemática indica que llegó al mundo en 1934, pero Wikipedia y el resto de los portales de internet informan que Elba “Chunchuna” Villafañe es de 1940. ¿Quién habrá sido el encargado de quitarle gentilmente esos años de encima?, me pregunto. De pronto, una imagen de cuando era bebé, dentro de un antiguo álbum de fotografías de su madre, pone fin al misterio: Elbita nació el 9 de abril de 1934, dice el epígrafe de puño y letra de Juana Marcos, que así la llamó apenas la tuvo en brazos.
El mito tejido alrededor de su figura comienza por su origen, lo que la diferenció de muchas de las modelos de su época: una chica de clase alta, de familia tradicional, etc., no se cansa de decir la prensa en las innumerables entrevistas que le hicieron a lo largo de su vida en radio, televisión, gráfica, etc. Sin embargo, los relatos de Chunchuna poco tienen que ver con la típica familia conservadora argentina de los 30 y de los 40. Los Villafañe y los Marcos habían roto todos los cánones, incluso mucho antes que ella.