Fui, vi y escribí: Pensar en Israel en voz alta quema

Un gran documental recupera la memoria del Holocausto. Cuestionar a Netanyahu y seguir denunciando el antisemitismo no encierra contradicción alguna. Este artículo reproduce el newsletter de Cultura: lecturas, cine, teatro, arte, música e historias que despiertan entusiasmo y, por qué no, fascinación o perplejidad

Anita Lasker-Wallsfich, sobreviviente del Holocausto, música de excelencia y memoria viva de los campos de concentración nazis. Es una de las protagonistas de "La sombra del comandante", un documental de Daniela Volker.

Hola, ahí.

Siempre me interesaron el debate y el intercambio de ideas; la verdad es que nunca me asustaron las voces subidas de tono más de lo debido. Por el contrario, me entusiasmaba esa excitación que provoca la argumentación a contramano y también la diatriba, si se formula de manera inteligente.

Hablo en pasado porque aquello que me estimulaba ya no existe: ya no hay debate sino pura provocación. Por empezar, la discusión ganaba en peso cuando conocíamos a los protagonistas, cuando lo que se buscaba era enriquecer una polémica y se requería valor para decirle al otro determinadas cosas con nombre y apellido y no con un nickname producto del ingenio de una noche de verano.

Una discusión potente podía ser el fin de una amistad pero también el comienzo de otra. Hoy cuidamos las palabras con celo desesperante porque lo que está en juego es la propia sobrevida social. El linchamiento te espera por lo que te animaste a decir o por aquello que un par de estrategas de plástico editaron con malicia.

Pensar en voz alta quema.

Anita Lasker, su hija Maya, Kai Höss y Hans-Jürgen Höss, reunidos Londres, en la casa de la primera. Escena clave del documental "La sombra del comandante".

Una sombra sangrienta

En estos días mi amiga Astrid Pikielny me recomendó un documental luego de verlo: supo enseguida que iba a interesarme. Se llama La sombra del comandante y sorprende por varios motivos, entre ellos algunos logros excepcionales de producción. La película fue escrita, dirigida y producida por la experimentada cineasta argentino alemana Daniela Volker y puede verse por Max. Una muy buena noticia: a partir del 12 de septiembre también podrá verse en cines.

El comandante al que hace alusión el título de la película es Rudolf Höss, el jerarca nazi que diseñó el plan de exterminio de Auschwitz y que estuvo a cargo de las operaciones que terminaron con la vida de 1.100.000 personas en ese campo de concentración. De esa cifra, un millón eran judíos. Fue también el que resolvió que para cumplir con la orden de Hitler lo más rápido posible el procedimiento ideal era gasear a los prisioneros con el Zyklon B, un pesticida a base de cianuro.

El documental de Volker, en el que trabajó por cuatro años, de algún modo se lee en simultáneo y desde lo real junto con Zona de interés, la premiada película de ficción de Jonathan Glazer sobre la que escribí en varias oportunidades. Basada en una novela de Martin Amis, la película de Glazer aborda la historia de Höss y su perversión criminal, a la vez que hace foco en la vida plácida que llevaba con su mujer y sus hijitos en la hermosa casa que tenían al otro lado del muro de Auschwitz. En este filme, el horror no se ve pero se escucha.

Una imagen de "Zona de interés", el extraordinario y premiado filme de Jonathan Glazer.

“Al año y medio de empezar con mi documental me enteré de que estaban filmando una adaptación de la novela de Martin Amis. Obviamente, la película de Glazer es ficción y el mío es un documental (en el cual aparecen dos personajes reales de la pelicula de ficción). Es bueno que el tema se siga discutiendo y divulgando: es muy importante no olvidar y tener presente lo que pasó”, me escribe Daniela Volker, a quien contacté a través de internet.

El documental de Volker, que tiene momentos muy conmovedores y que ofrece múltiples temas para la reflexión y el debate, narra en paralelo dos historias familiares, la de Hans-Jürgen y Kai Höss, hijo y nieto del comandante nazi y la de Anita Lasker-Wallsfich (violonchelista, sobreviviente de Auschwitz y de Bergen-Belsen) y su hija Maya, psicoterapeuta especialista en trauma y en cómo el trauma se transmite de generación en generación.

El nieto de Höss es pastor de la Iglesia Bíblica de Stuttgart y cree que solo la fe en Cristo puede salvarlo ya que su familia entera tiene “culpa de sangre” y aún tiene sangre en las manos. Lo guía aquello que puede leerse en el Éxodo del Antiguo Testamento: “Cuando los padres son malvados y me odian, yo castigo a sus hijos hasta la tercera y cuarta generación”.

Los Höss vivían en una casa hermosa y muy cómoda, a metros del campo de exterminio.

Cuando era adolescente, Kai Höss supo que había tenido por abuelo a un monstruo y eso cambió su vida. Su padre, en cambio, recién se hará cargo de la crueldad de su ancestro luego de visitar Auschwitz. Hasta ese momento, buscará separar a quien fue la figura pública que encarna el mal del amoroso padre que quedó fijado en su memoria y al que perdió siendo muy pequeño. “También tenía un corazón”, dirá sobre el sanguinario hombre que murió en la horca, en el mismo lugar donde condenó a tantos.

Durante toda su vida, Hans-Jürgen logró mirar para otro lado para evitar que la dicha de su infancia se viera salpicada por el horror. Asegurará también que ignoraba que su padre hubiera escrito un libro de memorias. “Tuve una infancia idílica y adorable en Auschwitz”, se le escucha decir al anciano en recuerdo de sus primeros años, cuando la familia entera vivía a metros de los gritos desesperados, los trabajos forzados y el humo de carne humana que producían los hornos crematorios.

De familia judía alemana, Anita Lasker sobrevivió al nazismo gracias a su arte con el violonchelo. La historia de su vida es estremecedora.

Anita, la voz de la memoria

Anita Lasker nació en 1925, en Breslau (hoy Wroclaw o Breslavia, Polonia) en el seno de una familia judía alemana ilustrada, compuesta por un padre abogado (combatiente por Alemania en la Primera Guerra, condecorado con la Cruz de hierro), una madre violinista y dos hermanas mujeres, Marianne y Renate. Alemania era un país propio para ellos, al punto que mientras iban viendo venir el desastre el padre de Anita repetía: “Los alemanes no pueden ser tan estúpidos”. “Lo fueron”, sentenciará ella, ya centenaria y entrevistada para la película de Volker. La edad no le impide desafiar con la mirada.

Los primeros en ser deportados fueron sus padres, en abril de 1942. Su hermana Marianne había conseguido huir a Londres poco antes de la invasión alemana a Polonia, en el 39. Anita y Renate fueron obligadas a trabajar en una fábrica de papel en donde también había prisioneros de guerra franceses y algunos buscaban escapar. Las chicas comenzaron a falsificar documentos para ellos y fueron atrapadas por la Gestapo cuando intentaron huir ellas mismas. Primero fueron detenidas y se les inició una causa, luego las enviaron a Auschwitz.

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Monstruos del nazismo. Los personajes más oscuros y siniestros

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Juzgadas y condenadas llegaron al campo pero no pasaron por la selección obligatoria: resultaba burocráticamente complicado deshacerse de ellas. Era el invierno de 1943. Durante la admisión, ya con el tatuaje en el brazo y con la cabeza afeitda, Anita mencionó que tocaba el violonchelo. Los jerarcas de las SS amaban la música y también la perversión de tener música en vivo en los campos de la muerte. La orquesta femenina de Auschwitz necesitaba una violonchelista, de modo que la incorporaron. La música la salvó y fue ese lugar de “privilegio” -da escalofríos solo nombrarlo así-, lo que le permitió pedir que su hermana Renate estuviera con ella.

Trailer del documental "La Sombra Del Comandante", de Daniela Volker.

En 1944 las hermanas Lasker fueron trasladadas a Bergen-Belsen, y aunque no era un campo de exterminio modelo industrial como Auschwitz, las condiciones estaban dadas para que decenas de miles de prisioneros fueran cayendo día a día muertos por hambre, por enfermedades, por tristeza.

En abril de 1945, un día después de la liberación del campo por parte de los británicos, Anita fue grabada por la la radio de la BBC. Tenía 19 años: “Soy Anita Lasker, una judía alemana. Me gustaría decir algunas palabras sobre Auschwitz. Los prisioneros de Auschwitz, los pocos que sobrevivieron, temen que el mundo no crea lo que sucedió ahí”. Entonces comenzó a narrar algunos de esos procedimientos deleznables que todavía nos cuesta creer, como el de cuando médicos y comandantes nazis recibían a los deportados en el andén y los clasificaban. “Derecha, izquierda, derecha, izquierda. La derecha es hacia la vida; la izquierda, hacia la chimenea”, contó a la BBC.

Anita vive desde 1946 en Londres, donde se casó con el pianista Peter Wallfisch (murió en 1993) y con quien tuvo dos hijos que, a su vez, le han dado varios nietos. En La sombra del comandante sigue teniendo la misma firmeza y el mismo sentido de la ironía de su juventud. Le costó mucho volver a pisar Alemania: “Ese es el destino judío: no perteneces a ninguna parte. Y, donde deberías pertenecer, tienes el mayor problema”. Lo hizo décadas después del Holocausto, ya como música de la Orquesta de Cámara Inglesa, orquesta de la que, por otra parte, fue fundadora.

En La sombra del comandante, la anciana se niega a ir a recorrer Auschwitz con su hija Maya y con los Höss. “Tu Auschwitz no es mi Auschwitz” le dice a su hija, quien desde siempre le reclama por la levedad de su ausencia y por algo muy parecido a la falta de sentido maternal. En otro momento, con una frialdad que permite pensar que fue esa distancia para ver el mundo lo que la ayudó en las peores situaciones, le dirá también que le cuesta encontrar parecidos entre ambas, algo que su hija parece buscar con desesperación.

Mientras su madre nunca quiso regresar a Alemania, Maya en cambio decidió mudarse, recuperar una tierra que entiende propia y reclamar su ciudadanía.

A la izquierda, Hans-Jürgen Höss arriba de un bombardero de juguete que construyeron para él prisioneros de Auschwitz. Al lado, el rostro de Anita Lasker, que sobrevivió al otro lado del muro del campo gracias a su arte.

Destinos paralelos y cruzados

Le pregunto a Daniela Volker por el origen de la estructura de su película, las dos historias paralelas que luego se cruzan. Esto me responde:

“Una amiga me conectó con Maya, la hija de Anita, en el año 2020. Ella queria compartir sus experiencias como hija de una sobreviviente y hablar del trauma de la segunda generación. Yo empece a buscar cómo ampliar el tema (lo suyo era muy interesante pero, a mi parecer, no era suficiente para un documental largo) y entonces me encontré con la autobiografía de Rudolph Höss, escrita en prisión, mientras esperaba la condena. Cuando vi que nadie había hecho ningún documental sobre este documento extraordinario -no olvidemos que Höss fue testigo y responsable del crimen al mismo tiempo- comencé a buscar sus descendientes. Cuando encontramos a Kai, me contó una historia un poco parecida a la de Maya, la del silencio a través de las generaciones. Después de casi un año, por fin me llevó a conocer a su padre, con quien él no tenía una relación muy estrecha, y así surgió la estructura”.

¿Cuál habrá sido el momento más duro para presenciar y filmar? ¿La visita a Auschwitz? ¿Las discusiones y desinteligencias entre madre e hija o entre padre e hijo? ¿La visita a Puppi, la hermana de Hans-Jürgen que vivía en Estados Unidos y seguía negando la maldad paterna y desconfiando de los judíos? ¿El encuentro final entre los Höss y Anita Lasker, en su casa de Londres?

Rudolf Höss fue quien diseñó y condujo la industrialización de la muerte en Auschwitz. Al final de la guerra fue condenado a morir en la horca en el mismo lugar en el que fue el dueño de la muerte de un millón de personas.

Le consulto a Volker, que es quien tiene la respuesta:

“La verdad es que no hubo ‘un’ momento: todo fue muy difícil. Empecé el proyecto sola, durante la pandemia, y en los tres años que siguieron tuve muy poco apoyo y terminé financiando una gran parte yo misma y haciendo todo, investigación, producción, dirección, etcétera. A nadie parecía interesarle el tema, a pesar de que los Höss nunca habían sido filmados antes y que capturé momentos únicos: el padre (hijo de Rudolf) leyendo por primera vez la autobiografía de su padre; visitando la casa familiar de su infancia en Auschwitz, yendo al campo de concentración y después a la casa de la primera sobreviviente judía que conoció…

También fue duro de a ratos estar trabajando con gente muy traumatizada, teniendo en cuenta que fue un proyecto muy a largo plazo. El lugar más impactante fue la cámara de gas de Auschwitz 1, a unos 200 metros de la casa de los Höss. Estar ahí adentro con el padre e hijo de Höss y con Maya fue muy conmovedor. Otro momento que nos impactó a todos fue el encuentro entre Anita Lasker-Wallfisch y Hans-Jürgen. Ambos eran conscientes del significado de reunirse en la casa de ella, rodeados por las fotos de su familia, que fueron víctimas de los nazis. Anita fue tan generosa y digna con Hans-Jürgen. Tanto él como su hijo quedaron muy impactados”.

Maya, hija de Anita Lasker, y los descendientes de Rudolf Höss recorrieron juntos Auschwitz para la filmación del documental de Volker.

Las escenas de Maya Lasker y de Hans-Jürgen y Kai Höss recorriendo el campo -incluida la charla al pie de la horca donde terminó la vida del jerarca nazi- son demoledoras. Sin embargo, lo más poderoso del documental es sin dudas el encuentro de los descendientes del mayor asesino de masas de la historia (así se describió el propio Höss en su autobiografía) con Anita Lasker, sobreviviente y memoria viva de su bestialidad.

“Nunca vi a nadie ponerse tan nervioso por entrar a mi pequeña casa”, dijo Anita sobre esa visita en la que padre e hijo llegaron con una torta en las manos. En un momento, y al borde de la solemnidad, Kai dice como si estuviera en su iglesia: “Los judíos son el pueblo elegido de Dios”. Con su habitual ironía judía, puchito en mano, Anita Lasker-Wallfisch le responde: “¿Pero elegidos para qué? Ya conoces la famosa oración de los judíos: ‘¿Y por qué mejor no eliges a otra persona, para variar?’”.

Sigo mandándole mensajes y preguntas a la directora de La sombra del comandante. Daniela es hija de madre argentina y padre alemán, ambos católicos. Vivió muchos años en Sudamérica y en su casa se hablaba castellano. Siempre le interesó el tema del Holocausto y su encuentro con las memorias de Höss, en las que el hombre da cuenta de su ambición y de su obediencia inmoral, fue decisivo para la realización del documental.

—¿Pensás, como dice Anita en la película, que la humanidad podría repetir un Holocausto?

— No lo sé... Pero sí creo que es importante estudiar el pasado, también porque las consecuencias siguen afectando a mucha gente, no sólo a las personas que yo filmé sino también a muchos otros.

Hersh Goldberg-Polin, Ori Danino, Eden Yerushalmi, Almog Sarusi, Alexander Lobanov y Carmel Gat, los rehenes israelíes recientemente asesinados por Hamas.

El final de un consenso

La memoria del Holocausto fue perdiendo la fuerza que tenía en las décadas en las que crecí, cuando el consenso en contra del antisemitismo estaba arraigado. Duele, me duele decirlo, pero sigue habiendo mucha gente que desprecia y odia a los judíos, que los sigue viendo como plaga, como señala Anita Lasker en la película de Volker.

El paso del tiempo y la desaparición física de los sobrevivientes de los campos seguramente influyen en esta pérdida de memoria colectiva, como influye también la situación en Medio Oriente, el eterno conflicto entre judíos y palestinos y la evolución del pensamiento político de Israel, que pasó de ser el David valiente y hostigado a lo largo de los siglos, el Estado cuya existencia estaba amenazada por el mundo árabe, a ocupar el lugar de un Goliat ultranacionalista y armado hasta los dientes.

Dije al comienzo que pensar en voz alta quema pero hoy estoy dispuesta a desafiar el fuego. Sin embargo, creo indispensable aclarar algo: jamás podría estar en contra de la existencia del Estado de Israel y siempre voy a defender el derecho del pueblo judío a tener su propia nación. Esto no significa que para eso haya que negarles el mismo derecho a otros pueblos.

En mi modesta tabla de valores, no acepto la palabra sionista como insulto (ya provenga de la derecha rancia o de la izquierda extrema) ni se me ocurre responsabilizar a los israelíes o a los judíos por el antisemitismo (como procuran instalar los miserables que no se hacen cargo de su odio). Tampoco acepto ese delirio que asegura que la masacre del 7 de octubre fue un acto de resistencia palestina ni que quienes apoyan las políticas bélicas y ahora represivas de la disidencia del gobierno israelí acusen a quienes hacen críticas a las acciones israelíes de darles aire a los asesinos de Hamas.

Si hay alguien que le sigue dando aire a Hamas (como le dio fondos en su momento para terminar con la OLP) es el primer ministro Benjamin Netanyahu, acompañado por sus socios supremacistas y empeñado en sobrevivir en el poder y esquivar a la Justicia más que en salvar las vidas de los rehenes en Gaza.

Desde siempre se dice -y me gusta- que donde hay dos judíos hay tres opiniones, una manera de celebrar la libertad para oponerse, cuestionar y criticar, algo que forma parte central de la cultura judía, como el humor, la ironía y la discusión entre laicos y religiosos. La figura central de Netanyahu en la política desde hace veinte años no solo fue encendiendo el rechazo internacional hacia Israel sino que se convirtió en el cuchillo envenenado que está dividiendo de manera dramática a los propios israelíes.

Tel Aviv. Protestas en contra de las políticas del gobierno de Netanyahu y en apoyo de los familiares de los rehenes que fueron secuestrados durante la masacre del 7 de octubre pasado. (REUTERS/Florion Goga)

Basta ver las vergonzosas escenas de asedio y persecución a familiares de los rehenes y a quienes los apoyan en el pedido de un cese del fuego y un acuerdo para el regreso de sus seres queridos, imágenes que se repiten cada vez con mayor frecuencia. Por tradición y por moral, para los judíos cada vida importa y quiero seguir pensando así. Me enorgullece ese pensamiento así como me avergüenzan las expresiones racistas y expansionistas de los ministros de Netanyahu, quienes en su ambición de poder ya renunciaron a su carga de dignidad humana.

Alejado de cualquier ideario liberal y universalista, un mundo volcado a la ultraderecha se presenta como escenario acogedor para todos ellos y para quienes los apoyan. El escenario general no es muy alentador: solo se les oponen de manera entusiasta jóvenes radicales que confunden la mentalidad criminal de Hamas con acciones de resistencia anticolonial.

Esa ultraderecha internacional que ahora arma alianza con Netanyahu no olvidó su antisemitismo, eligió guardarlo por un rato: no son personas que quieren a los judíos, no los respetan, simplemente sienten más desprecio por los musulmanes, apenas eso.

En el caso de quienes levantan la bandera del terror como expresión de la resistencia palestina, habría que recordarles que las torturas, secuestros y asesinatos de civiles que dieron inicio a esta nueva temporada en el infierno no conducirán a una Franja laica, libre y socialista: sería imposible. Quienes perpetraron la masacre forman parte de la organización fundamentalista que gobierna Gaza, que contradice todos los derechos que ellos mismos exhiben en sus pancartas en universidades y marchas de los países centrales.

El último fin de semana, la noticia del asesinato de seis de los rehenes que estaban en manos de Hamas mientras miles y miles en Israel y en el mundo piden terminar con la guerra fue un golpazo demoledor. El número de víctimas civiles del operativo militar israelí en Gaza es apabullante y eso me obliga a pensar que quienes toman las decisiones hoy en Israel, los que matan a los palestinos a mansalva en una caza desenfrenada y que son los mismos que permiten que los israelíes sigan muriendo, no están moralmente capacitados para descalificar a los terroristas.

Estoy muy tranquila con mi conciencia: cuestionar al gobierno israelí y seguir hablando del Holocausto y denunciando el antisemitismo no encierra para mí ninguna contradicción.

George Steiner, erudito, pensador judío incómodo que no le temía a la complejidad de las ideas. (Photo by Colin McPherson/Corbis via Getty Images)

Recordando a Steiner

“Cada persona vive su vida mientras se sumerge en su mundo interior. Cuando me levanto por la mañana, para poder pasar el día, me cuento esta historia:

Dios anuncia que está harto de nosotros. ‘En serio. ¡Estoy harto! En 10 días llegará la inundación. La verdadera. Esta vez, sin Noé. Eso fue un error’. El Santo Padre les dice a los católicos: ‘Muy bien. Es la voluntad de Dios. Rezarán. Se perdonarán los unos a los otros. Reunirán a sus familias y esperarán el fin’. Los protestantes dicen: ‘Resolverán sus asuntos financieros. Sus asuntos deben estar completamente resueltos. Reunirán a sus familias y rezarán’. El rabino dice: ‘¿Diez días? ¡Pero eso es tiempo más que suficiente para aprender a respirar bajo el agua!’.

Y cada día esa magnífica historia me da la fuerza y la alegría para vivir mi vida. Y lo creo, profundamente: diez días es, de hecho, mucho tiempo”.

Lo que acabás de leer es un fragmento de una entrevista a George Steiner (1929-2020), uno de los más brillantes eruditos que pasó por esta tierra.

Hans-Jürgen Hoss, hijo del sangriento jerarca nazi, en los crematorios de Auschwitz ("La sombra del comandante").

Steiner fue un judío laico y cuestionador, intelectual incómodo, molesto, siempre extranjero y orgulloso de su errancia. Un judío que explicaba el antisemitismo como “un grito contra la molestia moral que representa el judaísmo”, alguien que veía en Israel un verdadero milagro y, a la vez, observaba que la creación del Estado estaba reduciendo a los judíos “a la común condición del hombre nacionalista”. Un verdadero pensador, capaz de complejizarlo todo en una era obscena de opiniones sin argumento.

Steiner ya discutía las políticas bélicas de Netanyahu aunque, fiel a su capacidad de dar vuelta como un guante sus propias ideas, sabía que esa discusión habría tenido más valor si la hubiera dado desde adentro de Israel y no desde su escritorio en Cambridge.

“(La creación del Estado de Israel) ha reducido esa singularidad moral y esa aristocracia de la no violencia hacia los otros que han constituido la trágica gloria de los judíos”, le explicaba en sus últimos años a su amigo Nuccio Ordine. “Tengo por axiomático que cualquiera que torture a otro ser humano, aunque sea por imperiosa necesidad política o militar; cualquiera que sistemáticamente humille o deje sin hogar a otro hombre, mujer o niño, pierde el núcleo de su propia humanidad, le dijo también.

Desde que vi la película de Daniela Volker, no dejo de pensar en lo riquísimo que habría sido un encuentro entre George Steiner y Anita Lasker, una maravillosa cita con la historia, con el arte, con las ideas, con la dignidad humana. Una pena que nos la perdimos.

Un momento histórico. Encuentro entre una sobreviviente y el hijo del asesino de masas. Imagen del documental "La sombra del comandante".

Llegó la hora de despedirme. Las imágenes de este envío son de la película La sombra del comandante, de Daniela Volker, de la película Zona de interés de Jonathan Glazer, del jerarca nazi Rudolf Höss, de los seis rehenes israelíes asesinados por Hamas días atrás, de una manifestación contra el gobierno de Netanyahu en Tel Aviv y un retrato de George Steiner.

Te recuerdo mi mail: es hpomeraniec@infobae.com. Escribime si te dan ganas de contarme algo o decirme algo a propósito de los temas de estos envíos.

Te deseo una buena semana y nos deseo a todos un tiempo menos dañino con nosotros mismos y en el que el odio no sea el principal combustible de las relaciones humanas.

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