“Nunca más voy de visita a Auschwitz”: lo que los abuelos vivieron en el Holocausto... y las marcas que quedaron

En “Never Again Will I Visit Auschwitz: A Graphic Family Memoir of Trauma & Inheritance”, examina el dolor de sus ancestros y su legado. Descubre los oscuros recuerdos del Holocausto perpetuados en generaciones

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"Nunca más voy de visita a Auchwitz". Cómo la memoria familair se mete en nuestra piel.
"Nunca más voy de visita a Auchwitz". Cómo la memoria familair se mete en nuestra piel.

El título completo de la obra del artista Ari Richter Never Again Will I Visit Auschwitz: A Graphic Family Memoir of Trauma & Inheritance [Nunca más voy de visita a Auschwitz: Una memoria gráfica familiar sobre el trauma y la herencia] es algo engañoso. Es una obra gráfica y trata de la historia de su familia, pero el lector no debe esperar una historia que recorra el arco de la propia vida de su autor. La palabra ‘memorias’ no puede contener todo lo que brota de este libro.

Richter, que creció en Tampa (Florida), nieto de supervivientes del Holocausto e hijo de terapeutas, nos lleva a través de su vida, pero se desplaza alrededor de los temas, explorando, entre otras cosas, la experiencia de su familia en el Holocausto; el concepto de trauma hereditario; los viajes para visitar los lugares de la tragedia en Alemania y Polonia; las relaciones judeo-negras en Estados Unidos; el concepto de tikkun olam, o reparar el mundo. Por el camino, vuelve a la cuestión de qué significa descender de supervivientes y qué significa ser judío en el mundo actual, al tiempo que se pregunta qué podemos extraer de las historias de nuestras familias en un mundo que, a veces, parece haber aprendido muy poco.

Especialmente conmovedores son los capítulos en los que Richter repasa los recuerdos de sus antepasados –las grabaciones de su abuelo Karl y las memorias escritas del abuelo Jack– para compartir sus experiencias personales del Holocausto. “Es una tarea desalentadora”, escribe, “pero quizá si lo hago bien pueda archivar sus recuerdos también en el fondo de mi propia mente. Algún día”. La interacción entre arte y texto es muy eficaz: Richter cambia el estilo de la letra para permitirse intercalar e interrumpir las historias de sus abuelos, anotando, rellenando espacios en blanco y mezclando fotografías, dibujos reales e imágenes más surrealistas.

Ari Richter explora el trauma y la herencia familiar en su obra gráfica sobre el Holocausto
Ari Richter explora el trauma y la herencia familiar en su obra gráfica sobre el Holocausto

Si, como dijo Toni Morrison, la memoria es el acto de la creación voluntaria, en estas partes del libro, tanto el esfuerzo como la creación están plenamente a la vista. Y en todo momento, Richter utiliza el arte no solo para ilustrar, sino para realzar la historia que está contando. A veces los dibujos son divertidos; otras, inquietantes: al analizar el concepto de trauma heredado, por ejemplo, comparte que se muerde la mejilla y la lengua, y ofrece una representación sangrienta. En otras ocasiones, adopta un enfoque conceptual más imaginativo, como cuando un árbol genealógico se transforma en un árbol del trauma judío.

El libro es menos convincente cuando trata de desentrañar cómo funciona el recuerdo del Holocausto en Alemania y Polonia. Aunque subraya la importancia de este tema, Richter sólo dedica unas pocas páginas a cada uno de ellos, lo que hace imposible captar los matices de cada uno. Polonia se queda especialmente corta.

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Casualmente, visité Auschwitz justo antes de escribir esta reseña, y la descripción que hace Richter de su propia experiencia –especialmente del empeño que pone su guía en resaltar el sufrimiento polaco y restar importancia al sufrimiento judío– me resonó profundamente. Sin embargo, el propio recorrido de Richter por las relaciones judeo-polacas y la controvertida memoria es apresurado.

Se echa en falta la perspectiva de los judíos de la Polonia actual. La incorporación de sus voces podría haber enriquecido su propia narración, demostrando que es cierto que Polonia, ocupada por Alemania durante la Segunda Guerra Mundial y convertida en sede de campos de exterminio, sufrió enormemente; que algunos polacos fueron realmente cómplices del asesinato de judíos; y que hoy en día hay personas que trabajan con matices sobre la historia judeo-polaca en Polonia, un país que es más que un cementerio, aunque sea el lugar de la muerte masiva de judíos. Tenemos que tener todas estas verdades en la cabeza a la vez para dar sentido al pasado geopolítico y al presente, y Richter no se da el espacio para hacerlo.

Sin embargo, la ausencia más flagrante es la cultura de la memoria en Israel y su entorno. Esto es particularmente notable dado que Israel sí aparece en el libro: Richter menciona a miembros de su familia que viajan hacia y desde allí, y cuenta que él y su mujer solicitaron la nacionalidad israelí para su hija.

La obra combina imágenes surrealistas y dibujos para enriquecer la narrativa
La obra combina imágenes surrealistas y dibujos para enriquecer la narrativa

El libro termina no con lo político sino con lo profundamente personal, cuando Richter contempla cómo puede transmitir su propio judaísmo y su historia familiar a su hija, compartiendo que su mujer estaba embarazada de su segundo hijo en el momento de escribir. Dice sobre la superstición judía en torno al embarazo, señalando que en lugar de felicitar, muchos dicen de un nacimiento inminente: “Que ocurra en buena hora”. Recuerda a su abuelo Karl diciendo: “Los que odian han ganado si consiguen endurecer tu corazón”, y concluye que quizá lo que ha estado buscando todo este tiempo era “permiso para prepararse para un futuro mejor, aunque cada día parezcan acumularse pruebas de lo contrario”. Las ruedas del destino, escribe, nos traerán alegría y también dolor, pero “solo podemos rezar para que nos entreguen en buena hora”.

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El libro deja preguntas sin respuesta, e incluso sin formular. Pero también se debate a fondo sobre lo que significa ser judío, y estadounidense, y parte de una familia, y una persona viva en el mundo de hoy. Puede que Richter no consiga dibujar una imagen completa del recuerdo del Holocausto y de lo que está en juego –¿cómo podría hacerlo?– pero el libro es un intento admirable y valioso de tratar de estirar y esbozar hacia una mayor comprensión.

* Emily Tamkin es periodista de asuntos mundiales y autora de La influencia de Soros y Judíos malos.

Fuente: The Washington Post.

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