Cuando me fue claro que había atravesado la frontera de la vejez me propuse pensar la mejor manera de vivir esa etapa de tan mala fama. Así nació mi libro La nueva vejez (Penguin Random House) que ya alcanzó las seis ediciones y despertó un agradecible interés en los medios. Porque aunque nos neguemos a pensarlo todas y todos, con buena suerte, vamos a ser viejos.
Cierto día me llamó Andrea Stivel y me propuso hacer una presentación en su teatro Astros. Mis 83 años no me han quitado audacia y dije que sí.
Convoqué a mi amiga, la gran cantante Magdalena León y al talentoso guitarrista Samy Mielgo y estamos en proceso de imaginar y ensayar una presentación titulada La Nueva Vejez llega al teatro en la que las canciones de Serrat, Hebia, Milanés ilustrarán mi diálogo con el público. Será el 22 de septiembre a las 19:30 hs.
¿Por qué hacerlo? Porque me parece importante combatir el prejuicio de que los viejos somos depresivos, solitarios, enfermos, improductivos, aburridos. Y que por el contrario es posible vivir una vejez dinámica, creativa, erótica.
Somos 8 millones de ancianas y ancianos que sufrimos el acoso del “viejismo”, el prejuicio ante la vejez. Nuestras escasas posibilidades de consumir en una sociedad basada en el comprar y tener nos hace material de descarte. Las publicidades de viajes, autos y electrodomésticos están dirigidas a los jóvenes. Y a nosotros nos tocan escasas y baratas ofertas de pegamentos de prótesis dentales, pañales de adultos y colágeno para las articulaciones.
No es casual que la palabra “viejo” tenga tantos sinónimos en el diccionario de la Real Academia Española, y no especialmente positivos: vejestorio, matusalén, decrépito, veterano, maduro, senil, achacoso, longevo, vetusto, centenario, añoso, arcaico, anticuado, pretérito, antiguo, rancio, fósil, lejano, trasnochado, antediluviano, arqueológico, gastado, estropeado, deslucido, ajado, usado, destartalado...
Las personas mayores rompemos la colectiva estrategia de negación de la muerte. Porque la ancianidad “amenaza” con la muerte. Nos recuerda que todos vamos a morir a pesar de los esfuerzos por negarlo con cirugías, tinturas y botox. Esa certeza es intolerable para el ser humano. La filosofía se propone explicar y comprender, y ojalá conjurar, el absurdo destino de nacer para morir. Según Platón la filosofía consiste en aprender a morir. Las religiones prometen otras vidas basadas en la fe, promesas nunca comprobadas. La ciencia brega por alcanzar la inmortalidad aunque por ahora solo ha logrado, meritoriamente, prolongarnos la vida.
“Viejo de mierda”, se dispara ante un altercado de tránsito cualquiera. O “parecés un viejo”, o “no te vistas como una vieja”.
¿Es acaso la inmortalidad lo deseable? Borges lo niega en su relato “El inmortal”. Marco Flaminio, su personaje, descubre que la inmortalidad es una condena, porque es la muerte la que da sentido a cada acto ante la posibilidad de ser el último. Si la vida fuera un partido de fútbol sin pitada final ningún valor tendrían los goles, pues se anotarían infinitos que no merecerían festejo ni emoción.
Saber de la muerte es saber del tiempo, y es el tiempo lo más valioso que tenemos. El uso que le demos, conscientes de su paso y finitud, sin tibiezas, es lo que dará sentido a nuestra existencia y alimentará de coloridos recuerdos nuestra ancianidad.
Una buena vejez es consecuencia de una buena vida.
El problema es que muchas personas mayores practicamos el “viejismo” en nosotros mismos. Asumimos que la vejez es equiparable a una enfermedad grave, incurable, letal. Que ancianas y ancianos somos feos, vulnerables, depresivos, que hablamos de personas y sucesos que a los más jóvenes no les interesan, que preferimos los brazos del sillón a los de alguien amado. Que hemos abandonado el cuerpo y el sexo y que ahora vamos de guardia en guardia y de consultorio en consultorio.
En “Mi viejo” Piero canta “Es un buen tipo mi viejo / Que anda solo y esperando / Tiene la tristeza larga / De tanto venir andando”.
En soledad esperando la muerte, triste. El viejismo en su clara expresión.
No hemos nacido para dilapidar la vida en nimiedades mediocres, no hemos nacido para desperdiciarla en trabajos que no nos satisfacen, en relaciones de pareja ya extinguidas, en obligaciones a que nos condena nuestra cobardía. Ellos serán los haberes y deberes de los implacables balances de nuestra vejez.
“Viejos, lo que se dice viejos / eso es sólo un rumor de los muchachos / por ahora la clave es seguir siendo jóvenes / hasta morir de viejos”, escribió Mario Benedetti.
Séneca ya lo dijo mucho tiempo antes: “Unas horas nos han sido tomadas, otras nos han sido robadas, otras nos han huido. La pérdida más vergonzosa es, sin duda, la que acontece por negligencia... No pierdas, pues, hora alguna, recógelas todas. Asegura bien el contenido del día de hoy, y así será como dependerás menos del mañana”.
Hoy estamos preocupados por saber si hay vida después de la muerte, pero ¿hay vida antes de la muerte? La que yo vivo, ¿es vida?
Testimonios de especialistas en pacientes terminales permiten afirmar que en los últimos momentos se tiene más en cuenta lo no realizado que lo realizado. Es decir, las deudas con uno mismo. ¿Por qué no viajé si era lo que más me gustaba? ¿Por qué no estuve más tiempo con mis hijos? ¿Por qué no pinté? ¿Por qué no me divorcié?
“Viejos son los trapos”, escuchamos. Pero las personas también somos viejas. Es importante no negar la vejez. Y asumirla como una etapa con proyectos y esperanzas.
La vejez puede ser la etapa más feliz de nuestras vidas. El tiempo que disponemos luego de los 65 nos puede permitir saldar nuestras deudas, hacer, pensar, estudiar aquello que deseábamos hacer pero que por distintos motivos no hicimos aún.
Un ejemplo literario es el de Don Quijote de la Mancha, viejo de 50 años, equivalentes a 70-75 años actuales, quien embriagado por la lectura de novelas de caballería, decide “hacerse caballero andante, y irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras y a ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros donde, acabándolos, cobrase eterno nombre y fama”.
¿Que cuántos años tengo? Al gran escritor portugués José Saramago, quien publicó su primera novela a los sesenta años y con quien compartí una luminosa epistolaridad, se le atribuye un manifiesto contra el “viejismo”: “¿Que cuántos años tengo? ¡Qué importa! / ¡Tengo la edad que quiero y siento! / La edad en que puedo gritar sin miedo lo que pienso / Hacer lo que deseo, sin miedo al fracaso o lo desconocido (...) ¡Qué importa si cumplo cincuenta, sesenta o más! / Pues lo que importa: ¡es la edad que siento!”
* Pacho O´Donnell, acompañado de la cantante Magdalena León y el guitarrista Samy Mielgo presentarán “La Nueva Vejez llega al teatro” en una única función el domingo 22 de septiembre a las 19 30hs en el Teatro Astros, Av Corrientes 746,CABA. Las entradas están en venta por teatro-astros.com