Tres mujeres que dedicaron su vida a las arañas: viajes, veneno y pasión

Mediante biografías inspiradoras, el libro “Naturalistas, historias de mujeres científicas, talentosas y rebeldes” narra cómo estas científicas traspasaron los roles tradicionales y lograron importantes descubrimientos. Aquí, un fragmento

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 “Naturalistas, historias de mujeres científicas, talentosas y rebeldes”
“Naturalistas, historias de mujeres científicas, talentosas y rebeldes”

El libro Naturalistas, historias de mujeres científicas, talentosas y rebeldes”, destaca la vida y obra de dieciséis mujeres que, con pasión y tenacidad, rompieron barreras en el ámbito científico, aún cuando las oportunidades académicas y profesionales eran escasas para ellas. El relato detalla cómo estas mujeres se atrevieron a desafiar los estereotipos predominantes en el siglo XX y ocuparon espacios significativos en el Museo Argentino de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia (MACN).

El contexto histórico demuestra que, hasta inicios del siglo XX, las mujeres tenían una presencia limitada en las universidades, se restringía su participación en la generación de conocimientos científicos. No obstante, según el libro, algunas se atrevieron a romper con los roles tradicionales de esposa y madre para abrir así un abanico de oportunidades que se ha ampliado a lo largo de las generaciones. Este cambio ha permitido que en la actualidad las mujeres ocupen espacios profesionales y académicos que antes les estaban vedados.

Cada uno de los relatos de las 16 científicas narrados en el libro señala cómo cada una encontró su camino hacia las ciencias naturales impulsada por una vocación innata y la sed de conocimiento. En sus biografías se incluyen anécdotas sobre sus orígenes y motivaciones, las cuales las llevaron a actividades tan diversas como navegar por los mares australes, investigar fósiles antiguos, estudiar arañas y tiburones, y retratar el mundo natural con gran precisión artística. Todas ellas rompieron con el statu quo que definía los roles femeninos.

En el fragmento que comparte como adelanto Infobae Cultura se presenta a las aracnólogas Rita Schiapelli, Berta Gerschman y María Elena Galiano, que se erigen como auténticas domadoras de ese insecto de ocho patas tan temido. Y estas mujeres son pintadas como valientes temerarias que se enfrentaron por vocación a las arañas.

Las aracnólogas

Rita Schiapelli y Berta Gerschman (1929-1976 y 1929-1977)

María Elena Galiano (1952-2000)

Las arañas son criaturas asombrosas que generan fascinación y miedo en igual proporción. Hasta principios del siglo pasado, en nuestro país, nadie se había especializado en su estudio. Inicialmente fueron Rita y Berta y, más tarde, María Elena quienes abrieron los caminos del estudio de las arañas en la Argentina, desarrollando sólidas trayectorias e inmensos legados. Dedicaron su vida entera a comprender cómo viven estos misteriosos animales de ocho patas. En su trabajo cotidiano, las tres supieron ser hilos de seda y, cual arañas, tejieron las bases de una red de conocimiento que perdura y aún sigue creciendo.

Rita Schiapelli y Berta Gerschman de Pikelin, INSEPARABLES DE LAS ARAÑAS (1929-1976 y 1929-1977)

Rita y Berta supieron entrelazar, a través de su vida científica y privada, una red de sororidad y respeto, y fueron un ejemplo elocuente del enorme virtuosismo que conlleva el trabajo en equipo, en épocas en las que la actividad científica era bastante solitaria. Desde el momento en que comenzaron a trabajar en el museo, o muy probablemente desde que eran estudiantes en el profesorado (allá a finales de la década de 1920), se las menciona siempre en plural. Como podrán comprobar al leer sus historias, ellas supieron consolidar, a lo largo del tiempo, un equipo exitoso basado en una clara división del trabajo, comunicación y amistad. Lograron dar el puntapié inicial para el avance en su disciplina a partir de la implementación metodológica minuciosa para abordar el trabajo científico. Son Rita y Berta, o Berta y Rita, quienes revelan una clara historia de confianza mutua y amistad durante casi 50 años. Por más que se intente, no sería posible contar sus historias por separado, ellas lograron convivir compartiendo estudio, trabajo, viajes y su gran pasión por las arañas.

Berta y Rita en el museo, en 1932
Berta y Rita en el museo, en 1932

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María Elena Galiano, DESCUBRIDORA DE ARAÑAS DIMINUTAS (1952-2000)

HACIA EL DESPERTAR DE UNA VOCACIÓN

María Elena nació en la Ciudad de Buenos Aires en 1928, hija de Leonor Kern (ama de casa) y de Julio Galiano (viajante). Curiosa por naturaleza, compartió muchas tardes junto a su hermana Margarita explorando las formas y tamaños de los animales. A medida que crecían, ambas descubrieron que les gustaba mucho enseñar. María Elena hizo dos carreras docentes: la de maestra normal nacional y la de profesora de enseñanza secundaria en Ciencias Naturales, esta última en el actual Instituto Superior del Profesorado J. V. González. Durante sus estudios en el profesorado, tuvo como docente a Irene Bernasconi, investigadora que se dedicaba a las estrellas de mar. Fue justamente Irene quien influyó en el desarrollo de su vocación. María Elena era una alumna tan aplicada que le otorgaron el premio Ministerio de Educación y Justicia por ser la egresada con el más alto promedio general en la rama de las ciencias naturales (9,70). Siguiendo su espíritu inquieto y sus ganas de continuar aprendiendo, cursó algunas materias en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA. A principios de la década de 1950, María Elena fue docente en escuelas secundarias de la Ciudad de Buenos Aires. Sin embargo, las vueltas de la vida la llevaron más tarde hacia el camino de la investigación y abandonó, finalmente, la docencia.

UN MUNDO DE OCHO PATAS

Una vez que terminó el profesorado, Irene Bernasconi le propuso a María Elena que fuera a trabajar al museo. Ella “adoraba” a Irene —dice una discípula de M. Elena—, así que aceptó la invitación. En aquel entonces, se estilaba presentar una nota dirigida al director del museo solicitando autorización: en 1952 el director la autorizó a concurrir al área de Aracnología, y comenzó a trabajar ad honorem. En 1961, durante un congreso, María Elena tomó contacto con el Dr. Avelino Barrio, médico especialista en animales venenosos que trabajaba en el Instituto Nacional de Microbiología Carlos Malbrán, actualmente Administración Nacional de Laboratorios e Institutos de Salud Dr. Carlos Malbrán (muy conocido durante la pandemia de COVID-19 por sus aportes en el desarrollo de pruebas de diagnóstico). El Dr. Barrio le propuso crear un bioterio de arañas venenosas, y ella aceptó el desafío En el bioterio del instituto, María Elena extraía el veneno de arañas peligrosas para las personas, que luego se usaba para preparar el suero —aplicado por personal médico en caso de que alguien fuera picado por una araña—. Tenía una personalidad decidida, y trabajaba con una soltura admirable en el manejo de arañas peligrosas. Aprovechando esa experiencia previa, más tarde organizó un bioterio dentro del museo, donde se criaban arañas de distintas especies, además de los insectos que se les daban para comer. Era muy minuciosa en el control de la temperatura, la humedad ambiente y la dieta de las arañas, de modo que los animales estuvieran en excelentes condiciones para después ser estudiados. Por aquellos años, María Elena conoció a Susana Ledesma, compañera de trabajo de su hermana Margarita en una escuela. Como Susana trabajaba en la escuela medio día, el resto de la jornada comenzó a desempeñarse como técnica para María Elena, ayudándola en la preparación de los materiales a estudiar. En 1973, Susana empezó a trabajar a tiempo completo en el museo, acompañando a María Elena durante todo su desempeño profesional.

RECORRER EL PAÍS BUSCANDO ARAÑAS

A lo largo de su carrera, María Elena realizó muchos viajes de campaña a diferentes regiones buscando los animales que luego usaría en sus investigaciones. Aunque entonces eran menos frecuentes los viajes para recolectar material, ella pasó varias décadas recorriendo distintos ambientes de las provincias de Neuquén, Río Negro, San Juan, Catamarca, La Rioja, Tucumán, Salta, Jujuy, Chaco, Córdoba, Santiago del Estero, Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, Misiones y Buenos Aires. En sus primeras travesías, viajaba en su propio vehículo, una Estanciera IKA. Era una mujer de contextura menuda, pero eso no la limitaba para realizar cuantas hazañas se propusiera. Cuentan que el Dr. A. Barrio le cuestionó si era capaz de manejar la Estanciera, a lo que respondió: “Para una mujer como yo, nada es imposible”.

Durante estos viajes, María Elena tenía una rutina muy estricta: ella y sus colegas se levantaban a las 8 de la mañana, desayunaban y, para evitar picaduras de insectos o quemaduras por el sol, se vestían con camiseta de manga larga, pantalón largo, pañuelo en la cabeza y sombrero. Con ese equipo, que les valía burlas de automovilistas que circulaban por las rutas, salían a buscar especímenes. Usaban diversos métodos, pero, en general, empleaban redes de golpeo para capturar las arañas. Esas redes se fabricaban de manera artesanal por el mismo personal, y la forma de confección se iba transmitiendo entre generaciones.

Luego de almorzar, descansaban brevemente y seguían trabajando hasta las 18 h. Después iban al hotel, acondicionaban el material recolectado y salían a cenar. Y repetían esta secuencia cada día durante sus largos viajes. En más de una ocasión, durante controles policiales de rutina, les pidieron abrir el baúl para ver qué llevaban, ¡y gran sorpresa se llevaba el personal policial al ver que transportaban arañas! Con gran susto, les pedían que cerraran rápidamente el baúl y las dejaban seguir viaje sin más cuestionamientos. Como en el caso del material que juntaban Rita y Berta —las otras aracnólogas del museo—, todas las arañas que fue recolectando María Elena durante años pasaron a formar parte de la colección de Aracnología del museo.

A la intrépida María Elena no le importaba viajar sin compañía: en una oportunidad, se internó sola en la Amazonía brasileña; la llevaron hasta allí y la dejaron. Contaba con el equipamiento para juntar las arañas y, al finalizar las búsquedas, la fueron a esperar al punto de encuentro. Soportó calor, mosquitos, serpientes venenosas y todos los temores que puede generar saberse sola en lo profundo de la selva. Para la época, ¡toda una adelantada!

María Elena era muy prolija para escribir las etiquetas con la información de los especímenes que recolectaban en el campo. Durante los viajes de campaña, se estila tomar notas de campo —anotaciones durante el viaje para no olvidar ningún detalle—. En esas notas se apunta todo: cómo se llegó a los lugares donde se recolectaron especímenes, qué especies se encontraron, se esquematizan los individuos, se hacen mapas para llegar a zonas de difícil acceso (en épocas previas a los GPS), se anotan los gastos e inconvenientes que pudieran surgir. Toda la información sirve tanto para el estudio posterior de los especímenes como para diagramar viajes de campaña a futuro. Las notas de campo usualmente se tomaban en lápiz, dado que, si se mojaba la libreta, no se perdían las anotaciones que sí se perderían con tinta de birome. Actualmente, también se usan marcadores de tinta indeleble.

Transportaban vivas a las arañas, cada una en un frasquito de vidrio con un algodón humedecido y un trozo de tela sujetado con una banda elástica a modo de tapa. En caso de que el viaje fuera muy largo, María Elena llevaba alimento para ir dándoles de comer. Así, las arañas toleraban varios días hasta llegar a Buenos Aires. Una vez en la ciudad, eran anestesiadas y fotografiadas en el servicio de fotografía del CONICET. Pacientemente, cada araña se sacaba de su frasco, se le estiraban las patitas y se realizaba la toma.

María Elena durante los festejos del 50.° Aniversario de la Sociedad Argentina de Ciencias Naturales, en 1961
María Elena durante los festejos del 50.° Aniversario de la Sociedad Argentina de Ciencias Naturales, en 1961

Y A PARÍS ELLA SE FUE…

Sus ansias de viajar y conocer eran tantas que llegó a París. En 1958, apenas creado el CONICET, María Elena obtuvo una de las primeras becas externas para realizar trabajos de investigación fuera del país. María Elena hablaba fluido francés, así que este viaje no le representó mayores dificultades. En el Museo Nacional de Historia Natural de París estudió una familia de arañas muy especial, las arañas saltarinas. Luego de la estadía en Francia, se convirtió en especialista en el estudio de arañas saltarinas en América Latina. Además, también se interesó por otros grupos de arañas, como las tarántulas (o arañas pollito) y algunas arañas de importancia sanitaria por la toxicidad de sus venenos, como la “araña violinista”, una de las más peligrosas de la Argentina. Tenía especial interés en entender cómo era el crecimiento de los individuos durante la etapa posterior al desarrollo embrionario.

A María Elena le encantaba aprender sobre estas arañas, estudiaba la anatomía, los patrones de coloración que tenían las distintas especies (es decir, las manchas de diversos colores sobre su cuerpo), los comportamientos de machos y hembras durante la época reproductiva, y la composición del exoesqueleto. Todas las arañas tienen el cuerpo cubierto por un exoesqueleto —esqueleto externo que recubre, protege y soporta los órganos internos—. Esto es diferente del esqueleto de las personas, formado por huesos que están dentro del cuerpo. Cuando los órganos internos de las arañas crecen mucho, el exoesqueleto resulta chico, y se cambia por uno más grande.

Para estudiar las arañas, M. Elena usaba una lupa esterescópica (o binocular) que aumenta varias veces el tamaño de los objetos que queremos observar. Otras veces, para estudiar estructuras más pequeñas con detalle, usaba un microscopio. Y más aún: cuando quería estudiar partes del cuerpo más pequeñas, como algunas estructuras del aparato reproductivo de las arañas o la estructura de los “pelos” que recubren su cuerpo, usaba un microscopio especial llamado microscopio electrónico de barrido. Este permite ver con mucho detalle estructuras que se miden en una unidad llamada micra (un milímetro equivale a 1000 micras). Así, María Elena fue pionera en el uso de este tipo de microscopios en nuestro país. Siempre trataba de estar a la vanguardia de los métodos de estudio, y eso la motivó a emplear este tipo de técnicas.

A medida que María Elena aprendía sobre las arañas saltarinas, se dio cuenta de que había especies que no tenían “nombre científico”. Así que se dedicó a estudiarlas detalladamente y dar nombre a muchas. A lo largo de su carrera, ¡María Elena describió más de 150 especies nuevas para la ciencia!

Esta es una labor inmensa: dedicaba mucho tiempo a realizar descripciones minuciosas de la anatomía de las arañas. También era una dibujante brillante, era ella misma la que realizaba las láminas que acompañan sus trabajos científicos. De nacimiento era zurda, pero entonces en las escuelas se obligaba a las niñas y niños a escribir con la mano derecha; ataban la mano izquierda a la silla e impedían que usaran la llamada “mano del diablo”. Esta obsoleta imposición no limitó sus habilidades; por el contrario: fue ambidiestra. Sin embargo, las ilustraciones científicas las realizaba con la mano izquierda. De esta forma ejecutaba con gran habilidad todas las tareas de la investigación científica: iba al campo a recolectar los ejemplares, los llevaba al museo y los ingresaba en la colección científica, los estudiaba y finalmente escribía e ilustraba los artículos científicos resultantes de sus investigaciones.

SIGUE EL VIAJE…

Una vez que regresó de Francia, hacia 1959, María Elena empezó a trabajar formalmente con Berta y Rita, ya que obtuvo otra beca del CONICET. Además de realizar viajes de campaña con ellas, viajó por Reino Unido, Brasil, Venezuela, Austria y Francia. En todos los casos, iba estudiando material de arañas que usaba en sus trabajos científicos. Cuando tenía 33 años, ingresó en la carrera de investigador/a científico/a del CONICET, y desde entonces siguió desempeñándose toda su vida en el museo, durante casi 50 años.

Desde sus inicios en el museo y hasta entrada la década de 1990, M. Elena utilizaba máquina de escribir al redactar los artículos científicos para publicar o para su correspondencia: antes de la existencia de los correos electrónicos, mantenía una fluida comunicación por correo postal con una gran cantidad de colegas e instituciones. Había organizado además una hemeroteca muy completa y ordenada que facilitaba la búsqueda de bibliografía especializada.

Nuevamente, con su intención de usar siempre los métodos más modernos posibles, adquirió una computadora de escritorio cuando salieron al mercado. De este modo, los últimos trabajos de su carrera fueron escritos por ella en computadora.

Red de golpeo similar a la que utilizaba María Elena; la mandó a fabricar especialmente para que pudiera ser plegada y fuera fácil de transportar. Las redes están formadas por una bolsa de tela soportada por un aro de metal y un mango de madera para manipularlas. Para juntar las arañas, se coloca la red abierta debajo de una planta, se golpea la planta y se espera que las arañas caigan dentro
Red de golpeo similar a la que utilizaba María Elena; la mandó a fabricar especialmente para que pudiera ser plegada y fuera fácil de transportar. Las redes están formadas por una bolsa de tela soportada por un aro de metal y un mango de madera para manipularlas. Para juntar las arañas, se coloca la red abierta debajo de una planta, se golpea la planta y se espera que las arañas caigan dentro

María Elena iba todos los días al museo en su viejo Renault 12 y luego en un Fiat 147. Al igual que durante el trabajo de campo, mantenía una rutina muy rigurosa: llegaba a las 9 y trabajaba incansablemente hasta las 18. Solo hacía dos descansos, uno a las 12:30 para almorzar y otro a las 15 para tomar su infaltable cafecito. Era muy trabajadora y casi nunca se ausentaba.

Durante todos sus años de trabajo, María Elena realizó muchas tareas que están relacionadas con la investigación científica: viajó a congresos en diversos países, corrigió muchos trabajos de colegas enviados a revistas científicas para publicar, formó parte de asociaciones científicas dedicadas al estudio de las arañas, participó en el crecimiento de la colección de arañas del museo, y hasta recibió varios premios por su tarea. De esta manera, la trascendencia de su desempeño superó los límites de nuestro país, fue una referente de la aracnología en la época. Hacia la mitad de su carrera académica, tuvo el gusto de rendir homenaje por su trayectoria a Irene Bernasconi, por quien sentía una profunda admiración y respeto. Fue María Elena quien le brinda sentidas palabras y le entrega la distinción de socia honoraria otorgada por la Asociación Argentina de Ciencias Naturales. Mucho más adelante, en 1996, María Elena recibió el mismo nombramiento.

Los conocimientos y las experiencias que María Elena adquirió a través de años de profesión los transmitió a científicas y científicos que hoy siguen trabajando, tanto en el museo como en diferentes centros de investigación del país. María Elena, “Malena”, o “la jefa” para sus estudiantes, es recordada como una mujer tenaz, disciplinada, experta anatomista, excelente dibujante y rigurosa en sus tareas de laboratorio. Generosa en brindar su conocimiento, formó profesionales que hoy enaltecen el sistema científico nacional. Cuando se acercaban jóvenes entusiastas a aprender sobre arañas, la primera tarea que solía darles era leer un libro de biología en francés, y les facilitaba un diccionario francés/español. Luego de templar el carácter de sus alumnos, recién empezaba a mostrarles arañas para que las estudien, les enseñaba a usar los diferentes equipos, realizar minuciosas disecciones, describir estructuras anatómicas, escribir trabajos científicos, etc.

Cuando ella observaba una araña en su lupa o microscopio, solía llamar a sus estudiantes diciéndoles: “¿Querés ver algo lindo?”. De este modo, contagiaba su entusiasmo y profesionalismo a las jóvenes generaciones, que la recuerdan con admiración. Estaba a disposición de sus alumnos para enseñarles el quehacer científico, estimulándolos para que realizaran los mejores trabajos. Cuando le acercaban los resultados para que los evaluara, no dudaba en hacer todas las correcciones apropiadas para optimizar la calidad del trabajo. Debajo de esa profesional exigente y perfeccionista, también convivía una mujer decidida, con un sentido del humor ácido y muy responsable en la formación de jóvenes especialistas. Hacia fines de la década de 1990 se retiró del CONICET, pero continuó concurriendo al museo como contratada hasta su inesperado fallecimiento, en el 2000. Ha dejado una huella imborrable en el camino de la ciencia.

Fotos: Extraídas del libro: Berta y Rita en el escritorio, Argentina. AGN; M. E. Galiano: detalle de foto de su juventud y red de golpeo gentileza de C. Scioscia.

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