La tentación fue inevitable cuando se la escuchó por primera vez a Cécile McLorin Salvant. “La nueva Billie Holiday”. “La heredera de Ella Fitzgerald”. “La Sarah Vaughan que viene”. Su debut discográfico con “Woman Child”, en 2013, deslumbró tanto a la platea jazzera como a los críticos más exigentes, pero no desentonó con lo que se esperaba de una aspirante a continuar la senda de las grandes vocalistas femeninas del género. Pero esta cantante terminó arruinando -por suerte- esa costumbre del negocio discográfico y del periodismo especializado de encontrar rótulos tranquilizadores que encajen sin sorpresas en las necesidades y en los gustos ya probados por el público promedio.
Su irrupción hace recordar lo que sucedió en los años noventa, cuando el jazz vocal atravesaba una época de anquilosamiento en los Estados Unidos y la cantante Cassandra Wilson, hasta entonces integrante de la banda de jazz contemporáneo del saxofonista Steve Coleman, grabó el álbum “Blue Light ‘Til Dawn” para el sello Blue Note en 1993 y sacudió la estática escena jazzística con su propuesta austera, despojada, en la que convertía en standards temas de Joni Mitchell o Van Morrison. Fue el emblema de una generación que, a diferencia de la ortodoxia de Diana Krall, corrió los límites de las cantantes femeninas de jazz, como también lo hicieron Patricia Barber o Dee Dee Bridgewater.
Hoy, a poco más de una década de su prometedor arranque, McLorin Salvant, nacida hace 35 años en Estados Unidos, se convirtió en una artista que ya pudo esquivar las etiquetas que la encorsetaban y se convirtió en una orfebre que moldea nuevas fronteras entre la ortodoxia y la vanguardia. Todo lo que se diga de ella, en realidad, suena a lugar común. Hay que escucharla. Los argentinos podremos hacerlo de manera privilegiada cuando se presente el 7 y el 8 de septiembre en Bebop, Uriarte 1658: quienes la vieron en vivo aseguran que la experiencia mejora lo que se aprecia en sus discos.
Su frío currículum, tal como figura en su sitio web, la presenta como “nacida y criada en Miami, Florida, de madre francesa y padre haitiano, que comenzó sus estudios de piano clásico a los 5 años, cantó en un coro de niños a los 8 y comenzó a tomar lecciones de canto clásico cuando era adolescente”. Hay más: “Salvant recibió una licenciatura en derecho francés de la Universidad Pierre-Mendes France en Grenoble mientras también estudiaba música barroca y jazz en el Conservatorio de Música Darius Milhaud en Aix-en-Provence, Francia”. Y otros datos clave: “Fue ganadora del concurso Thelonious Monk en 2010, obtuvo tres premios Grammy consecutivos al Mejor Álbum Vocal de Jazz por “The Window”, “Dreams and Daggers” y “For One To Love”, y una nominación al premio en 2014 por su álbum “WomanChild”. En 2020, recibió la beca MacArthur y el premio Doris Duke Artist Award”.
¿Alcanzan los datos curriculares y a sintética historia para conocer a una artista inclasificable? McLorin Salvant llegará a la escena porteña a poco más de un año de haber lanzado “Mélusine”, su último álbum (sexto de su discografía), en el que canta prácticamente todos los 14 temas en francés, el idioma de su mamá, con partes en inglés y en criollo haitiano, la lengua de su papá, en un fascinante cuadro sonoro donde, con el hilo conductor de la leyenda medieval de Melusina, mujer serpiente, Cécile se rebela de la lógica de los standards de jazz escapándose juguetonamente de los géneros musicales.
Por algo en una entrevista con Go Aragón confesó: “No quería ser cantante de jazz. Quería ser cantante de ópera porque quería interpretar papeles y meterme en el personaje”. Mucha de esa ductilidad y capacidad escénica signará la visita de Salvant a Buenos Aires en el mejor momento de su carrera, acompañada, además, por un trío que podría formar parte de la “Scaloneta” si jugaran al fútbol y fueran argentinos: Sullivan Fortner en piano, Yasushi Nakamura en contrabajo y Kyle Poole en batería.
Antes de escucharla en los cuatro conciertos porteños, vale la pena conocerla también a través de algunas de las definiciones que fue brindando en diversas entrevistas periodísticas. Porque, además de cantante, compositora y artista visual, logra que sus dichos parezcan salidos de una jam session:
“A mí me interesa ser lo más fiel posible a Cécile McLorin Salvant. Claro que es un honor que te comparen con Billie Holiday, pero aspiro y quiero ser yo misma, con mi personalidad. Por otra parte, la primera cantante que escuché fue Sarah Vaughan”.
“Paso mucho tiempo escuchando música e intento ser abierta y escuchar tantos tipos diferentes de música como pueda. La única forma que he tenido de componer ha sido sentándome al piano y mirando por la ventana. Componer canciones es como recordar canciones”.
“En mi casa siempre sonaba la música. Desde muy pequeñita. Mi madre me llevó a mi primera clase de piano cuando tenía 4 años y es algo que tomo como algo natural. He crecido con muchas músicas: jazz, música haitiana, rhythm & blues, hip-hop, reggae, bluegrass, soul, música clásica, africana… Creo que esto también ha contribuido a que viva mi profesión interesándome por muchos lenguajes, muchos estilos, siempre con curiosidad”.
“No hay un tipo de música que me haya influido más. No me influyen las categorías ni los géneros. Me influyen artistas concretos. Gente como Camarón de la Isla, Lole Montoya, María Callas, Puccini y Charlie Parker han sido muy importantes para mí en los últimos 6 meses. Hace 10 años, me influían mucho Bessie Smith, Babs Gonzales, Blossom Dearie y Blanche Calloway. Cambia con las estaciones. No sé cómo aparecen estas influencias. Creo que sería más fácil para alguien que no fuera yo analizarlo”.
“Intento no pensar de antemano en los conciertos. Ni siquiera me gusta pensar en ello durante el día del concierto. Sólo intento vivir el momento cuando estoy allí. Cuando canto, quiero crear un vínculo muy estrecho con el público, quiero que sientan que les estoy contando un secreto y que puede pasar cualquier cosa”.
“El jazz es una música fascinante ya que para tocarlo se necesita una gran formación técnica, pero, al mismo tiempo, tiene ser muy natural, instintivo. Lo que más me atrae es su carácter efímero, todo sucede en un instante y, sin embargo, como una música de fusión que es, hay multitud de colores y contrastes y es enormemente dinámica, vital. Pero su misterio de lo efímero es lo que más me cautiva“.