Japón y sangre: cómo relatar Oriente desde un cuerpo occidental

El libro “Parece sangre en el paño blanco impecable” es una crónica literaria de un viaje al país del sol naciente, donde se relaciona lo perecedero, el relato de no ficción y un cuerpo que menstrua

Guardar

Nuevo

La pandemia y un viaje a Japón paralizan el proceso creativo para una crónica de viaje
La pandemia y un viaje a Japón paralizan el proceso creativo para una crónica de viaje

La primera vez que escribí sobre la sangre fue en un taller de poesía de la Universidad Nacional de las Artes cuando me pusieron la consigna de pensar en un autorretrato. Era un poema y, al leerlo en voz alta, una compañera decidió retirarse hasta que termináramos de hablar del tema. Por alguna razón, a mí me resultaba más descriptivo mencionar aquello que aglutina todas las partes de mí, ese cálido líquido que tan rápido circula y que tan rápido se coagula. A ella, de todos modos, le impresionaba pensarla, discutirla, reescribirla e imaginarla. Ese efecto, desde luego, no se lo atribuí a la conmoción que pueden causar mis palabras, sino al objeto y lo que representa.

Algunos años más tarde fui a una muestra de la talentosísima artista Renata Schussheim que se llamaba Al rojo vivo. En ella se exhibían distintas etapas de su carrera con un hilo conductor: el color rojo. Y por supuesto, en varias instancias vinculadas a la sangre. En una entrevista, la autora dijo: “Defiendo mucho el color rojo porque para mí tiene mucha densidad. Esa densidad es lo que une todo, los sacos con las caras de Charly, Spinetta y Moura, hasta los vestidos de la Reina Roja que hice para Alicia”. En su autorretrato, que era su vida profesional, había un elemento que reunía las partes distantes entre sí y decidió enfocarse justamente en aquello que lo mantenía como uniformidad.

Una larga historia de represión del cuerpo femenino hizo que la sangre de la menstruación no solo no fuera lo mismo, sino que además causara más rechazo que la que se desprende de cualquier otra parte. “Algo cambia en la conversación cuando hablás de menstruación”, me dijo la coordinadora de la campaña #MenstruAccion, Agostina Mileo, en una charla informal. Y es cierto, porque a mis casi 30 años recuerdo más intentos por esconderla que por nombrarla. Pero como escribir siempre es hablar de muchos temas al mismo tiempo, un viaje fue solo el puntapié inicial para volver a encontrarme con este asunto.

El Parque de la Memoria en Hiroshima revela la huella del horror y la conexión personal con la menstruación
El Parque de la Memoria en Hiroshima revela la huella del horror y la conexión personal con la menstruación

Parece sangre en el paño blanco impecable

En 2020 viajé a Japón justo antes de que la pandemia fuera el problema que fue. A la vuelta, tuve mucho tiempo libre, y empecé a escribir una crónica de viaje. En ella me tentaba la oportunidad de explorar, al mismo tiempo, la literatura. Después de todo, había demasiada información sobre “el país del sol naciente” y era pertinente encontrar el modo en el que ese texto no fuera otra enciclopedia más.

Escribí algunas escenas y anoté algunos datos, incluso complementé la información con investigación y entrevistas. Pero había un personaje que subyacía oculto, como si me mirara desde adentro de la historia y me dijera “¿En serio no vas a hablar de mí?”.

Mi paso por Hiroshima fue muy intenso. “Las huellas del horror están en el aire”, escribí al referirme a lo que se siente a pesar de situarse en una increíble ciudad restaurada luego de su destrucción total por una bomba atómica. Más adelante, algunos infortunios me angustiaron y, al recordar la sensación un tiempo después, encontré la clave: estaba en pleno período menstrual. Desde entonces, muchas formas de vivir ese viaje cobraron otro sentido y hasta resultaron reveladoras para experiencias como el descanso, la comida, el deseo sexual y hasta una cosmovisión femenina. El viaje tenía su propia singularidad en los hechos y en el cuerpo.

“La bandera de Japón que flamea parece sangre en el paño blanco impecable”, escribí tras pensar en una escena en el Parque de la Memoria en Hiroshima y así volvió la sangre, mi sangre, a ser el centro de todo.

Los relatos de viaje atraen por la subjetividad, no solo por los datos geográficos
Los relatos de viaje atraen por la subjetividad, no solo por los datos geográficos

¿Por qué seguimos leyendo crónicas de viajes?

En la presentación del libro Parece sangre en el paño blanco impecable, editado por Fruto de Dragón surgió una pregunta: ¿por qué toda esa gente se interesa por leer el relato de alguien que viajó y lo cuenta? Pero la respuesta -creo- en este caso no puede separarse del territorio: lo que necesitamos de Japón no es solo un dato geográfico o fotos sin contexto, queremos una subjetividad y, al mismo tiempo, queremos una historia. Queremos, aunque podamos ver videos de YouTube, tener la experiencia de Kubla Khan disfrutando -y hasta dudando un poco- de las aventuras de Marco Polo. No queremos saber qué pasa en Japón, sino lo que le pasó a una persona en Japón en un momento determinado. Y eso, hay que decirlo, es muy japonés.

Los nipones sienten una atracción especial por lo perecedero. En Occidente, al contrario, nos resulta trabajoso de procesar. Si bien en los últimos años se ha intentado tomar la idea del Ichi-go ichi-e -un encuentro, una posibilidad- como parte del lifestyle que cotiza en las redes sociales, en este caso tiene miles de años de tradición y se aplica con naturalidad en varios ámbitos de la vida. Un ejemplo es la relación que tienen, por ejemplo, con los cerezos.

El estadounidense Donald Keene lo describió así en el prólogo de su libro Los placeres de la literatura japonesa: “La flor del cerezo es preciosa, es verdad, pero no tanto como para eclipsar por completo la belleza de las flores del melocotonero o del ciruelo. Sin embargo, los japoneses plantan cerezos por todas partes, hasta en zonas del país cuyo clima no es propicio para esos árboles tan delicados. (...) El mayor atractivo de la flor del cerezo tal vez no sea su belleza intrínseca sino su carácter perecedero: la flor del ciruelo permanece en las ramas alrededor de un mes, y otros árboles frutales tienen flores al menos durante una semana, pero por lo general la flor del cerezo se marchita después de tres días de floración, algo que incontables poetas han tenido ocasión de lamentar.(...); pero los japoneses plantan encantados esos árboles en cualquier parte, para disfrutar de sus tres días de gloria”.

Oriente se resiste a ser contado y vemos múltiples fracasos que caen en anhelos o prejuicios de las costumbres del otro lado del mundo. Sin embargo, aquí tenemos de dónde agarrarnos. Nuestros cerezos son la conversación y las anécdotas. Nuestra forma de comprender el mundo es a través de otros ojos, de la comunidad, de la confianza en que la observación de otro puede decirnos mucho más sobre un lugar que una acumulación de datos.

El primer autorretrato literario habla sobre la sangre y provoca reacciones intensas
El primer autorretrato literario habla sobre la sangre y provoca reacciones intensas

Una vidriera y un espejo

Recorrer un espacio radicalmente distinto es muy estimulante. No solo hay un descubrimiento constante de aquello que resulta ajeno, sino una forma de ver las propias particularidades. Una de las más interesantes es la de la impermanencia y la copia.

Este es un aspecto que también ha sido muy estudiado por investigadores occidentales como Lafcadio Hearn, conocido divulgador de paisajes y costumbres japonesas que escribió en su libro Kokoro: “Hablando en general, nosotros construimos para perdurar, y los japoneses para la impermanencia. En Japón hay pocas cosas de uso corriente que se hagan para durar. Así, las sandalias de paja, que se estropean y se sustituyen en cada etapa de un viaje; la ropa, hecha de una serie de telas cosidas de cualquier forma para poder vestirlas, y que se descosen de nuevo para lavarlas; los palillos nuevos que recibe cada cliente que llega a un hotel; los ligeros marcos shōji, que sirven como ventanas y como puertas, y cuyo papel se sustituye dos veces al año; y los suelos, que se cambian cada otoño no son más que ejemplos sueltos de las muchas pequeñas cosas de la vida cotidiana que muestran que los japoneses se encuentran muy a gusto con la impermanencia”.

En ese sentido, también puede pensarse en la idea de la originalidad y la copia. La permanencia de lo original no es un valor en sí mismo en Japón, pero sí lo es la fragilidad humana y su característica finita. Ese choque cultural puede ser muy importante. El Santuario de Ise, por ejemplo, el lugar más sagrado del sintoísmo en el país se reconstruye cada 20 años por la idea de la transitoriedad de las cosas. La acción sería impensada para la arquitectura occidental que hace hasta lo imposible para restaurar y mantener las estructuras porque allí, creemos, se conserva “lo verdadero”. Cambiarlas por nuevas, nos parecería un pecado.

Las imitaciones en Japón -así sea en la cultura del cosplay, las réplicas de comida o sampuru o la renovación constante de edificios- no pueden considerarse meras copias, sino un punto de vista ontológico radicalmente distinto. Ese valor del viaje a Japón convierte el relato en una experiencia no solo exploratoria, sino indagatoria sobre los propios usos y costumbres naturalizados. Una vidriera del otro mundo, un espejo de lo que, sin cuestionarnos, somos.

Guardar

Nuevo

Últimas Noticias