Pablo de Santis nació en Buenos Aires en el año 1963. Fue periodista, es escritor. Estudió Letras. Es también miembro de la Academia Argentina de Letras. Experto en géneros populares, guionista de historietas, gran autor de relatos para chicos y para jóvenes, su obra para adultos es muy celebrada por lectores y por la crítica. Recibió además diversos premios. Tiene una obra publicada muy extensa, algunos de sus títulos son El enigma de París, La traducción, Filosofía y Letras, El último espía, La hija del criptógrafo, El inventor de juegos, El teatro de la memoria, Lucas Lenz, El calígrafo de Voltaire, Academia Belladonna y Hotel Acantilado. Quedan muchísimos de sus libros afuera de esta lista.
La nueva novela de Pablo de Santis es La cabalgata de las valquirias, publicada por Seix Barral. Es un policial narrado por un comisario, Conrado Nebra, hijo de un policía cuya palabra sigue teniendo mucho peso. A Nebra lo envían a Bosque Blanco, un pueblo turístico de la Patagonia que está algo abandonado desde hace un año, cuando la ceniza volcánica comenzó a cubrir el territorio. En ese pueblo ahora casi vacío el cadáver de un vecino aparece junto a un ciervo de bronce en la puerta de un hotel. El hombre fue asesinado y Nebra viaja a investigar ese crimen y también a cerrar el caso de un policía alguna vez heroico y ahora caído en desgracia. La historia se va enredando, habrá más muertos, más sospechosos, más delitos, más cenizas. Habrá también diálogos sobre la vida y la muerte. Y, sobre todo. habrá diálogos y reflexiones sobre quién, por qué y cuándo puede decidir sobre la muerte de los otros.
Lo que sigue es la transcripción de la charla que mantuvimos semanas atrás en un estudio de radio, mientras grabábamos el podcast Vidas prestadas.
— Quiero que me cuentes un poco cómo surge esta novela, cómo la trabajaste y cuánto tiempo demandó este resultado. ¿Era una novela que dejaste y retomaste? ¿De dónde sale?
— Es una novela que empecé a escribir hace unos cuantos años y que la escribí de hecho con otro narrador, con un narrador omnisciente que iba siguiendo a los distintos personajes. Pero no me convencía. Me gustaba el argumento, porque me parece que el argumento estaba bien, pero no me identificaba con ese narrador omnisciente y la reescribí tomando el punto de vista del policía que cuenta la historia. Un hombre algo melancólico, de 40 y pico de años. Antes, cuando yo sacaba libros de jóvenes, los personajes eran más grandes que yo.
— Claro, ahora podrían ser tus hijos (risas). ¿Cómo de cambiar eso la forma de abordar las historias, no?
— Cambia. Cambia. Sí.
— Porque cuando construís un personaje así, me imagino, en este caso además con una figura paterna tan poderosa, y en toda la novela está la presión de cómo cumplir con el mandato de ese padre. Como autor, construís una manera de pensar, una manera de sentir. Y no es lo mismo escribir sobre alguien que tiene tu edad que escribir sobre alguien que te empieza a quedar lejos.
— Bueno, todo el tiempo pasa eso: uno siempre trabaja con sus propios recuerdos y de pronto dice no, no, esto no se lo puedo poner porque el personaje no había nacido. Entonces uno va traduciendo las experiencias de una manera, tratando de ser sutil pero sí, es como decís, hay una distancia.
— Decías que la empezaste hace años y que no te convencía el punto de vista.
— Fuimos al Sur antes y después de las cenizas que fue en el 2011. Fuimos con la familia de vacaciones pero también fui después por trabajo. Y me enfrenté a eso de tener un boleto de avión y que estuviera el aeropuerto cerrado. Pero me pareció narrativamente fantástica la idea de la ceniza volcánica. Un lugar turístico que de pronto se queda sin turistas. Entonces ese fue uno de los disparadores. Y escribí la primera versión de la novela poco después. Otro disparador fue, pero tiene que ver más bien con la solución del enigma o con la historia enterrada, es que Ivana, mi esposa, viajó a Italia en un momento por un casamiento de alguien que conocía y en la mesa, entre gente que ella no conocía, alguien le contó algo de Sicilia, una costumbre, y siempre pensé, bueno, esto lo voy a conservar para en algún momento usarlo. Así que fue otro de los disparadores. Mi padre, que tenía muchas cajas, que guardaba cajas con rótulos, en una de las cajas que yo conservo tenía una etiqueta que dice “Cosas que no se usan pero no se tiran”. Me pareció una perfecta descripción de la cabeza de un escritor porque uno siempre está con “esto lo voy a usar en algún momento”.
— O sea que con vos hay que tener cuidado cuando uno habla y cuenta. Más que con un periodista tal vez (risas). O tanto como con un periodista.
— Sí, sí, completamente. Y, porque uno está acostumbrado a que quizás en el periodismo siempre se trabaja más con lo inmediato, pero como escritor, a veces uno dice “este detalle me va a servir en algún momento para alguna novela”, ¿no?
— Ahora, ¿en qué estado estaba la novela cuando dijiste no la voy a seguir porque no es lo que me conforma? O sea, cuando la retomaste en qué estado estaba.
— No, no, la había terminado.
— Ah, estaba terminada pero no te convencía.
— No me convencía. Eso es muy común porque a los escritores nos pasa que uno ve lo que terminó de hacer y dice: no, esto no.
— ¿Y después de cuánto tiempo la reescribiste? Porque vos escribís en paralelo varias cosas.
— Habían pasado años. Años. Y sí. Tengo muchos libros terminados, en proceso de borrador.
— ¿Cómo hacés?
— Y, qué sé yo (risas). Me divierte escribir y pensar historias. Y a veces empiezo cosas que digo, bueno, no me interesa seguirlo ahora, pero escribo un borrador.
— Pero escribís novelas con narradores diferentes. No estamos hablando de una saga sino de distintas historias, con diferentes recursos. ¿Cómo hacés para que cuando estás en una misma época escribiendo varias cosas a la vez no haya una especie de confusión en el tono, en la voz?
— No, eso no me ocurre. Me meto en la novela. Me dejo guiar por la trama y no tengo mayores problemas. Yo creo que igual uno tiene una voz a la que va poniéndole distintos matices pero que es muy difícil correrse demasiado de esa voz que es propia.
— Pero, por ejemplo, vos escribís para grandes y para chicos. ¿Cuando empezás a escribir sabés a qué público te dirigís, supongamos que a los chicos, o te pasa que arrancás y en un momento decís, no, esto va a ser para grandes?
— Me puede haber pasado una vez, pero en general sé, me doy cuenta por el tipo de narración. Igual, yo no creo que sean muy distintos mis libros para grandes que para chicos.
— Eso pensaba yo leyendo La cabalgada de las valquirias. Porque tiene momentos. Se cuentan algunas cosas medio duras pero se lo cuenta de una manera en la que hay tanta literatura para chicos o adolescentes que habla de esas cosas, que realmente no parece haber una enorme diferencia en ese sentido. ¿Cuál sería la diferencia?
— No, la diferencia es más bien algo de sentido común. No creo que haya un criterio muy lógico, muy estricto. Algo de sentido común. Algo a veces de competencia lectora también, ¿no? Y yo creo que los libros para adultos se pueden permitir a veces temas más oscuros mientras que los libros para chicos pueden ser tristes pero nunca tienen que ser deprimentes. Igual yo trato de que mis novelas, en general, no sean deprimentes. Yo trato de que siempre haya no sé si finales súper felices pero sí algo parecido al alivio.
— Bueno, entonces volvemos a que decidiste retomar esta novela y te habías dado cuenta de que el problema lo tenías con quién narraba la historia.
— Sí, me gusta contar historias en primera persona, me siento muy cómodo. Aunque el personaje sea totalmente distinto a mí. Igual, tengo algunas novelas en tercera persona, ¿no?, pero en esta no me cerraba. Y cuando encontré la voz narrativa lo terminé.
— Cuándo armas una historia como ésta, en la que hay tantos personajes, ¿armás un cuadro? ¿Tenés cuadernos o documentos en donde vas anotando? ¿Te aparecen nuevos personajes mientras estás escribiendo?
— No, el primer borrador siempre lo escribo a mano. Y, después, tengo muchas anotaciones. Lleno de cuadernos con anotaciones. Siempre escribo a mano y después hago la cronología. Umberto Eco decía que toda novela, todo cuento, tiene lo que es la fábula y lo que es la trama. La fábula es el orden cronológico de la historia, las cosas como ocurren en el tiempo. Y la trama es cómo se las presentan al lector ¿no? Y en la novela policial nunca coinciden fábula y trama porque, no sé, hay un crimen al principio y recién al final se sabe quién es el asesino, ¿no? Pero, entonces, esa cronología que Umberto Eco llamaba fábula hay que tenerla muy presente para no confundirse. Que si a lo largo de la historia me confundí, después tengo que ponerme a ver bien cómo es posible que tal cosa ocurra antes que tal otra.
— ¿Esa suerte de control la hacés solo?
— Sí, sí.
— O sea, ¿sos tu propio editor en ese sentido?
— No, de pronto Francisco, uno de mis hijos, leyó la novela.
— ¿Y encontró ese tipo de desconexiones?
— Encontró, sí. Encontró unas cuantas en una versión bastante anterior y me sirvieron para corregirla.
— ¿Te pasa cuando escribís una novela como ésta en donde, de pronto, te enamorás mucho de un personaje que tal vez en el origen iba a ser un personaje menor o secundario y empieza a tomar protagonismo? Siempre pienso en Niebla de Unamuno y el cuerpo que pueden tomar los personajes que agarran del cuello al autor, ¿no? Que dicen “bueno, pero a mí no me mates o a mí dejame seguir unos capítulos más”. ¿Te pasa?
— Bueno, acá me pasó con un personaje bastante oscuro, Gabriel Valeri, pero que le fui encontrando cosas; me fue resultando más simpático y al protagonista también.
— ¿Y qué te pasa en general con las figuras de los policías? Vivimos en un país y en una región en donde el vínculo de la sociedad con la Policía es muy tirante. Más en una generación como la nuestra. Pero bueno, vos trabajas con policiales y escribís personajes que son policías.
— Ese es un tema para la literatura argentina, ¿no? Hay muy pocas historias con policías. Está el comisario Laurenzi de Walsh. Está Evaristo de esa historieta que es tan linda, de Sampayo y Solano López. Pero en general hay pocos comisarios, pocos policías. Bueno, cuando éramos adolescentes le teníamos miedo a la Policía.
— Exacto.
— Con toda claridad porque te detenían, te pedían documentos. Además de otros peligros. Pero yo creo que eso ha cambiado un poco, si bien sigue habiendo siempre problemas con la Policía. Pero creo que ha cambiado la relación de la gente con la Policía, han entrado las mujeres. Creo que ha cambiado muchísimo y uno la ve de otra manera. Uno a los policías en la calle no los ve como los veía antes cuando era joven y los jóvenes mismo no los ven así tampoco, ¿no?
— ¿Tenés fuentes en la Policía? ¿Nunca fuiste a hablar con ellos como para construir algo en tus relatos?
— No, no. Es muy complicado manejarse con la realidad, inclusive con la información no solamente oral. Porque uno se aparta un poco de su mundo imaginario y empieza a ver fricciones entre lo real y lo imaginario. Entonces creo que hay que construir el mundo propio sin demasiada injerencia de lo real salvo cuando es necesario.
— ¿Te dan miedo alguna de las cosas que escribís? ¿Te asustás?
— No. No siento demasiado miedo porque lo estoy manejando. Yo creo que a lo mejor uno siente algunos miedos y después los expresa a través de una historia, pero no siento miedo específicamente.
— No te resulta inquietante aquello que se te ocurre escribir.
— No sé. Quizás en algunas cosas. Pero lo miro como técnicamente, ¿no?
— A mí siempre me sorprende, y en esta novela eso se ve mucho, que ahí donde aparecen cadáveres, hay cero morbo en general en tus descripciones. Los cadáveres están presentes, se ven la sangre, las heridas, los martillazos, pero no hay abuso en el morbo. ¿Eso es deliberado o te sale así?
— No, no me gusta mucho en la novela policial en los últimos años ha habido un gran crecimiento de la cosa morbosa y sobre todo del sadismo, que me provoca muchísimo rechazo. Es decir, inclusive un escritor que me gusta muchísimo, Javier Cercas, una de sus novelas que leí que me pareció horrible eso, la verdad. A mí me encantó Soldados de Salamina, pero esta que ahora no recuerdo cómo se llama tenía un sadismo... No sé, me parece horrible eso.
— Nunca fue el tipo de policial que te interesa.
— No, me gusta más a veces describir la desolación de los personajes, o la impresión de los personajes más que eso. Inclusive en el relato de los crímenes, qué sé yo, si no va por otro lado la explicación del asesinato.
— ¿Y con las películas te pasa lo mismo?
— Sí, me pasa lo mismo. Esas películas del psicópata que tiene a la víctima, la corta en pedacitos, todo eso, no. Me causa muchísimo rechazo.
— ¿Con El silencio de los inocentes qué te pasó?
— Esa es otra cosa.
— (Risas).
— Esa es otra cosa porque es genial.
— Ahí es superador.
— Sí. Y bueno, y en la otra película lo hace con humor, entonces pasa por otro lado.
— Hay algo de la inteligencia del personaje, además, que es tan superior que está como por encima de esas imágenes, tal vez.
— Sí. Pero en la primera novela de este escritor, Thomas Harris, estaba el elemento sádico y no me agradó. Se llama Dragón rojo, si mal no recuerdo.
— ¿Dejás las novelas o dejás de ver una película si hay algo que te provoca mucho rechazo?
— Sí, sí, claro. Pero siempre el rechazo viene por este lado. Del sadismo, sobre todo.
— Hay algo de lo que se habla en La cabalgata de las valquirias y que me parece interesante, que tiene que ver con la idea del sesgo de hallazgo. En el mundo del pensamiento se habla mucho del sesgo de confirmación. Y acá es el sesgo de hallazgo, que es esta idea de que cuando estás buscando para resolver el enigma empezás a ver aquellas cosas que, en realidad, apoyan tu hipótesis. ¿Sería algo así?
— Sí, sí, es una cosa inventada. Pero creo que todos tenemos eso. Todo lo que confirma nuestras opiniones, lo aprobamos calurosamente. Y es difícil salir de ese marco mental que tenemos. Hay una muy buena novela sobre los muertos vivos que escribió el hijo del famoso cómico Mel Brooks. Escribió una novela sobre la que se hizo una película muy libre. Pero bueno, es una novela rarísima porque imagina una epidemia de muertos vivos pero está armada como si fuera un documento periodístico. Está muy buena la novela. Y en algún momento van a Israel los personajes y alguien del gobierno israelí les dice: “siempre, pensemos lo que pensemos, nos reunimos diez personas entre las que nueve estamos de acuerdo y el décimo está obligado a oponerse”. Lo que sería en la Iglesia la figura del abogado del diablo. Está obligado a oponerse. Eso no lo tenemos en nuestra cabeza, ese 10% que está obligado a oponerse.
— Claro, que ponga a prueba tus argumentos.
— Tus tesis, tus ideas.
— Me hizo pensar mucho también porque en esta novela va cambiando el eje. Porque empieza de un modo en el que a uno le hace imaginar, no sé, razones de tipo económicas para asesinar y va cambiando por completo. En esto sobre lo que se reflexiona: ¿puede haber alguien que tenga derecho a decidir sobre la vida de los otros?, hay también una pregunta filosófica. No quiero adelantar nada y quiero ser cuidadosa, pero en tu novela hay algo del orden filosófico acerca de ¿puede una persona atribuirse autoridad para determinar el final de la vida de otra?
— Sí, ése es uno de los temas de la novela. La novela, como siempre en la literatura, no plantea las cosas con una idea y uno no escribe una novela para expresar una idea sino, más bien, uno deja que en las novelas las distintas posiciones convivan y los personajes discutan y se enfrenten. Por eso construí un personaje que cuenta la historia que tiene desde un punto de vista más pegado al catolicismo, ¿no? Es católico y se deja guiar por esa mirada sobre este asunto de la vida y la muerte.
— Sí, pero también hay un sacerdote que deja dudas en determinado momento en relación a su conducta. Como si ser un sacerdote católico tampoco te diera todas las garantías de que no vas a comportarte mal o a ocultar algo de alguien que se comporta mal.
— Claro. Pero tiene mucho que ver con el desarrollo de la novela. Ahí retraté sobre todo, creo, un poco la soledad de este sacerdote y su relación con este pueblo que, por otra parte, no es el suyo. No ha nacido ahí.
— Sí. El personaje principal, el narrador, en este caso es un hombre joven que tiene hijos chicos. Que tiene una mujer que también trabaja, por lo que se ve. En un momento hay una mujer policía, que es un personaje importante también. Es decir, hay mujeres en la novela. Y en algún momento hay un comentario medio en sorna, del estilo “no hagas esto porque te van a acusar de x cosa”. O sea, aparece la cuestión de la cancelación feminista de los últimos años. ¿Cómo te llevás con eso cuando escribís? ¿Te da miedo que digan “Uh, qué machista, De Santis” o algo así?
— No, pero eso yo creo que llegó a levantarse hasta alturas excesivas y ahora me parece que se entró en una especie de cosa más razonable, ¿no?
— ¿Pero lo tenés en cuenta cuando escribís?
— No, no, para nada. Dejo que salgan las cosas como salgan. Mi madre era pediatra, era la jefa de Pediatría del Hospital Fernández, entonces siempre fue una mujer acostumbrada a dar órdenes a todos, a toda la familia pero también a los médicos y qué sé yo. Entonces, digamos, creo que no hay demasiado machismo en mi formación. Y nunca me pongo en el lugar de “quiero pasar por feminista extremo”. No sobreactúo. No hago los deberes para nada. Y si queda algo machista lo dejo porque, después de todo, yo me crié también en colegio de varones. Servicio militar. Toda la cosa de los varones de esa época.
— Claro. Recién hablábamos de la cuestión del catolicismo y te quería preguntar por tu propio vínculo con el catolicismo. Me interesa.
— Bueno, recibí una educación religiosa. Fui al Colegio Marianista. Sigo vinculado. A la escuela fueron también mis hijos menores. Es un ambiente que me resulta familiar, un ambiente además donde se debaten muchas cosas y es un ambiente muy conflictivo, pero es un ambiente al que de alguna manera pertenezco. Y siento que tengo una mentalidad católica, no es que vaya a misa, pero siento que mi mentalidad es católica.
— ¿Cómo se traduciría eso?
— Y, uno siempre ve las cosas en términos de pecado.
— ¿El bien y el mal?
— De redención. Sí, sí, uno tiende a verlas así. Que para la narrativa es muy eficaz porque sirve. La ficción tiene una cosa para mí, no suele ser nihilista la ficción. Plantea el tema del bien y el mal, en general, ¿no? Tenga uno la creencia que tenga, inclusive en escritores completamente ateos. Pero creo que hay algo. Para mí hay un libro lindísimo de George Steiner que se llama Presencias reales. Es un libro precioso. Y él dice que siempre la escritura es una apuesta por el sentido. Es un libro de alguien completamente ateo pero que ve siempre que en la escritura hay una apuesta por un sentido final, y ve una estrecha relación entre la creación artística de cualquier tipo y la creación, la creación del mundo.
— Y también tu relación con la vida y la muerte está seguramente muy marcada por la cuestión católica. Como atea, ante ciertas tragedias, muertes de hijos o enfermedades pienso que quienes tienen alguna creencia religiosa seguramente lo llevan de otro modo.
— Puede ser, pero no sé si hay consuelo. Me acuerdo de que una vez conversé con un cura pero que era un compañero de colegio que trabajaba en un hospital pediátrico donde le tocaba enfrentar situaciones tremendas. Y me decía: la gente me pregunta ¿y yo qué le digo a los padres que han perdido un hijo?. Y mi respuesta es: yo no les digo nada. Yo estoy ahí. Si necesitan algo estoy ahí, estoy al lado. Pero no es que doy consejos, no puedo decir nada. Me impresionó eso. Él lo interpretaba como que él tenía que estar ahí. Y ese es el gran tema de las religiones: qué explicación se les da a esas situaciones trágicas, tremendas que se viven.
— Con tanta obra y tan diversa publicada hay muchos lectores detrás de tus libros. ¿Cómo te llevás con ellos cuando se te acercan en algún evento, en alguna feria? Cuándo te hablan y te dicen “No me gustó el final, De Santis, me hubiera gustado tal cosa”. ¿Qué te pasa con esos cuestionamientos?
— No, me interesa. Me acuerdo de un lector joven que en la Feria del Libro me dijo me gustaron todos tus libros menos La hija del criptógrafo, que es un libro como más realista, qué sé yo. Y me quedé pensando ¿no? Me quedé pensando. Y bueno, pero después converso sobre todo con muchos chicos. Voy de visita a escuelas.
— ¿Y qué te pasa cuando se te completan tus libros en la lectura de esos chicos?
— Y, es fantástico escucharlos. Y, además, te critican tranquilamente… Es muy raro que un adulto te diga “no me gustó tal cosa”, pero los chicos te lo dicen y siempre quieren que las historias continúen. Hay algo de los chicos que siempre quieren eso, todo tiene que tener segunda parte para ellos.
— ¿Será porque tienen una cabeza seteada por las series?
— Sí, sí, sí. Y, por otra parte, que la idea de que la historia es una especie de recorte de algo que va a seguir en la vida.
— Pensaba que en La cabalgata de las valquirias hay muchas personas solas. Muchos solos que están solos incluso si están acompañados. Me impresiona una historia que se cuenta, no es spoiler en relación a la historia central, pero se habla de un hombre que fue descubierto muerto muchísimos años después. Se había quedado mirando televisión y en la novela se dice que fue una historia real, es una metáfora terrible de la soledad.
— Es real, sí. Es algo que mencionan los personajes al pasar. El cura creo que lo menciona. Que es una historia que leí en el diario hace muchos años, un hombre en Hamburgo, la ciudad alemana, por alguna razón tuvieron que entrar al departamento y lo encontraron que se había muerto hacía muchísimos años. Estaba frente al televisor. El televisor había habido una falla y el televisor seguía sin imagen pero encendido. Y bueno, como tenía las cuentas pagas a través de un sistema bancario seguía la electricidad y todo funcionando, ¿no? Y nadie lo había echado de menos viste.
— ¿Y esa historia es una de las que metiste en la caja de la que hablabas al comienzo de cosas que vas a usar alguna vez?
— Seguramente (risas). Sí, sí, sí.
— ¿Cuando leés algo así tomás nota en algún lugar en especial?
— Yo llevo diarios.
— ¿Diarios de tu vida y de tu obra?
— Es decir, cuadernos. Pero no es que anoto lo que voy viendo sino algo que me llama la atención.
— Y que te puede servir en algún momento. ¿Desde cuándo hacés ese registro?
— El más viejo que tengo, y yo creo que los hacía desde el secundario, pero eran más bien bocetos. Donde escribí algo más fue desde el servicio militar. No sé cómo compré un cuaderno en la instrucción, en el momento de la instrucción, y tengo algunas líneas anotadas ahí. Inclusive un dibujito de cómo estaban distribuidas las, no me acuerdo cómo se llamaban ahora, las compañías ahí en el campo.
— ¿Hiciste el servicio militar después, durante, antes de Malvinas? ¿Y cómo fue eso?
— En el 82, durante Malvinas, sí. Para mí fue nada porque salimos muy temprano. Yo fui al Círculo Militar. Fue un servicio militar completamente fácil, además que salí a los pocos meses. Fue la impresión por, bueno, por ver a un compañero de escuela que fue a Malvinas, combatió. Otro compañero que dormía a un par de carpas de donde estaba yo fue a Malvinas y lo mataron cuando estaban retirando los cañones antiaéreos de Puerto Argentino.
— O sea que Malvinas es un tema cercano. Generacionalmente, además.
— Siempre. Sí, sí, está muy cercano. Por otra parte, en los últimos años mi consuegro, el suegro de mi hijo mayor, el comodoro Luis Puga, es uno de los héroes de Malvinas. Un piloto al que derribaron y que, bueno, ahora formamos parte de la familia pero a mí me fascina escucharlo comentar de esta época.
— ¿Vos escribiste sobre Malvinas?
— No. Ah, un cuento. Un solo cuento que se llama “Clase 63″.
— Que es la tuya.
— Sí. La mayoría de los que fueron a Malvinas eran clase 62.
— Pablo, ejerciste el periodismo, sos autor y sos un crítico literario también. De todo lo que tiene que ver con narrativa no te queda nada por hacer. ¿Pero hay algo que te hubiera gustado hacer en términos de escritura o como escritor y que sentís que no es para vos?
— Me gustaría escribir un libro de no ficción. Sí, me encantan los libros de no ficción, he leído muchos. Y me gustaría hacerlo pero siento que no es para mí. Pero me encantaría, sí.
— Pero sobre qué, qué te interesaría hacer.
— No sé, tendría que encontrar un tema.
— O sea, te gustaría por momentos correrte de la ficción.
— Sí, que no haya nada inventado. Que sea todo investigación.
— ¿Y nunca se te ocurrió hacer nada que tenga que ver con crónica por ejemplo?
— No. Podría hacer un libro de ese tipo pero nunca encontré un tema o la forma de hacerlo. Pero, digamos, eso sería algo que me gustaría hacer pero que encuentro que no es para mí.