“Escribir sobre música es imposible”: malentendidos, misterios y milagros de los sonidos con los que vivimos

En el libro “Pasajes sonoros”, el periodista Marcelo Pisarro explora conexiones únicas en diferentes momentos históricos y geografías. Desde Stalin hasta Taylor Swift, se revela el poder transformador de las canciones

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La música y sus significados, por Marcelo Pisarro.
La música y sus significados, por Marcelo Pisarro.

Marcelo Pisarro, periodista y escritor argentino, ha lanzado un libro que promete sacudir el pensamiento sobre la música y sus innumerables facetas. En Pasajes sonoros, Pisarro se embarca en un viaje a través de malentendidos, misterios y milagros descubiertos en los contornos de la música. Se trata un libros muy interesante sobre música por su mezcla de erudición y sencillez, con una lectura que fluye al ritmo de la curiosidad y del dato inesperado.

Pisarro, con su formación y una vasta experiencia en el campo periodístico, transporta a sus lectores desde la Rusia estalinista hasta una disquería en La Paz, pasando por los Estados Unidos y el Luna Park argentino. En este recorrido, explora la obra de figuras tan dispares como Bob Dylan y Taylor Swift, y traza conexiones sorprendentes entre Bach y el carnavalito. Los escritos de Pasajes sonoros se entrelazan con reflexiones sobre cómo la realidad y las identidades se han moldeado y definido a través de la música.

El libro se lee-escucha siguiendo la sinuosidad de la música misma. Las páginas de Pasajes sonoros están llenas de sorpresas y datos precisos que brindan una nueva perspectiva sobre canciones viejas y nuevas. Este enfoque no solo hace del libro una obra académica interesante, sino también una lectura amena para cualquier amante de la música. Pisarro logra, con su estilo preciso y sutil, llevar al lector de manera fluida a través de historias y anécdotas. El libro también aborda experiencias musicales a través del prisma de diferentes épocas y contextos, desde los grandes conciertos en el Luna Park hasta los eventos más íntimos e inusuales.

Bob Dylan y Taylor Swift son algunos de los artistas explorados en el libro (REUTERS/Mario Anzuoni)
Bob Dylan y Taylor Swift son algunos de los artistas explorados en el libro (REUTERS/Mario Anzuoni)

Infobe Cultura comparte con sus lectores un fragmento de esta obra que va a cautivar no solamente a los amantes de la música.

Paisajes sonoros (Fragmento)

La primera oración de Cómo mienten los mapas, el libro de 1991 del geógrafo Mark Monmonier, debería registrarse en la próxima edición de los anales de mejores primeras oraciones de libros: “No sólo es fácil mentir con mapas, es esencial”. Provoca el mismo efecto que otras grandes primeras oraciones de libros. “Odio los viajes y a los exploradores”, por ejemplo, la primera oración de Tristes trópicos, el libro de viajes y exploraciones de 1955 del antropólogo Claude Lévi-Strauss. O esta otra de Stephen King en Mientras escribo, su ensayo de 1999 sobre escritura: “Este es un libro breve porque la mayoría de los libros sobre escritura están llenos de boludeces”. En realidad ésta no es la primera oración del libro, sino la primera oración del segundo prólogo. Pero merecería ser la primera a secas.

Marcelo Pisarro, el autor de "Paisajes sonoros".
Marcelo Pisarro, el autor de "Paisajes sonoros".

No sólo es fácil mentir con mapas. También es fácil mentir con escritos sobre música. La excusa para considerarlo esencial podría ser la misma que usó Monmonier para explicar, acaso justificar, por qué los mapas mienten. Si se pretende evitar que la información crítica quede oculta en una niebla de detalles, los mapas deben ofrecer una visión parcial, incompleta y selectiva. Es la paradoja cartográfica: para presentar una imagen útil y veraz del terreno cartografiado, un mapa preciso debe valerse de mentiras piadosas.

Escribir sobre música se le parece: hay que usar mentiras piadosas para comunicar la sorpresa del acontecimiento. Hay que valerse de representaciones parciales, incompletas y selectivas. En música, y probablemente en cualquier otra cosa, las formas de conocer no son independientes de las formas materiales en que se adquiere el conocimiento. Al escribir con ese conocimiento adquirido, al transcribirlo, o inscribirlo, al moverlo entre lenguajes, esas formas materiales de adquirir el conocimiento están ausentes de la experiencia de quienes leen.

La tarea de quien escribe consiste en recuperar esas condiciones, o evocarlas, mantenerlas en el horizonte, filtrarlas a cuentagotas o arrojarlas de un baldazo, y conseguir que una textura, una cualidad, una sensación, una sospecha, un matiz, un timbre o una inflexión queden contenidas por una palabra. Por eso suele decirse que escribir sobre música es imposible, que es como bailar sobre arquitectura, y demás. Pero vamos. Escribimos sobre partículas subatómicas, homeomorfismo, cromosomas, cuásares y dominio de factorización única. Escribir sobre música no debería ser mucho más difícil. Al menos podría hacérselo sin tanta queja. Es el mejor trabajo del mundo. O el segundo. Las partículas subatómicas también pueden ser geniales.

La música es presentada como una herramienta de resistencia cultural
La música es presentada como una herramienta de resistencia cultural

Pasajes sonoros es un libro sobre acontecimientos musicales: canciones, atmósferas, tradiciones, anécdotas, sinfonías, géneros, voces, mercancías, tecnologías, artefactos, desplazamientos, sonidos. Bob Dylan nos acerca a la industria de suvenires de linchamientos del siglo XX. Nueva York es una novela de terror, según la atmosfera que Richard Hell capturó a mediados de la década de 1970, y es una fantasía luminosa de libertad, según Taylor Swift, cuarenta años más tarde. El folklore musical de la región andina central se inventa en estaciones de radio y despachos gubernamentales y se marca con etiquetas como milenario, ancestral e inmemorial. La música clásica no siempre fue clásica y basta con abrir y cerrar un paraguas frente a un piano para cuestionar su legitimidad. Componer una sinfonía puede conducirte al paredón de fusilamiento bajo un régimen totalitario y, por la misma razón, estrenarla en público en esas condiciones puede convertirla en una leyenda de libertad.

Grupos de garaje-surf bolivianos y peruanos de la década de 1960 inventan el punk rock. Que es la música que tocaban los Ramones, en la Nueva York de 1976, y también las Slits, en el Londres de 1977, reversionando a un cura llamado Michel de Certeau, mientras Theodor Adorno seguía cabreado con la versión de “I Fought the Law” de Bobby Fuller. Un maleante de barrio llamado Pedro Navaja pone a pruebas las imágenes resbaladizas del tango y todas las representaciones de la ciudad porteña que esas imágenes autorizan. Hay vanguardia en Berlín, nostalgia en Folly Beach, psicodelia en San Petersburgo, discos olvidados en La Paz y cantores reencontrados en Buenos Aires.

Hay imitadores, estrafalarios, tergiversaciones, cajeras de supermercado, matanzas, jipis drogones, fusilados, surf, bandoneones, ruido blanco, canciones tan tontas que son geniales, errores de sistema de iTunes que alcanzan el primer puesto en los rankings musicales y borrachos ruinosos que les gritan “¡bravo!” a las doncellas-flores de la ópera. Está Sandro, que nos dice que no habría que tomarse en serio nada de todo esto, y está Joe Strummer, que nos enseña que el futuro no está escrito, y cuando Regina Spektor propone un brindis por las cosas que nos importan, eso hacemos: brindamos por lo que nos importa.

Diazepunk, la banda de punk rock peruana.
Diazepunk, la banda de punk rock peruana.

Los textos fueron escritos en diferentes momentos y por diferentes razones, luego canibalizados hasta alcanzar su forma actual. Son textos que se conocen entre sí. Viven en el mismo edificio. Algunos llegaron hace poco, otros están instalados desde hace tiempo, a veces se cruzan en los pasillos o en el ascensor, y saben bastante unos de otros. Así, aparecen reposiciones, motivos repetidos, algunas premisas en común: ampliar el contexto de escucha, enriquecerlo, y enriquecerte, entretener, que debería ir anotado adelante de todo, aprender a escuchar la manera en que otras personas escuchan, no permitir que la música, a pesar de todo el pensamiento crítico que le eches encima, pierda la capacidad de sorprenderte. Al reflexionar sobre su práctica de coser banderas vudú, en 2020, la antropóloga Elizabeth Chin destacó el poder terapéutico de hacer, en general, que bien podría incluir la costura de textos sobre música: “Es un ejercicio de coser a través de la locura, defenderse del temor existencial de enfrentar las implicaciones de todo aquello de lo que nuestra especie de mierda es responsable y continuar trabajando para crear belleza a pesar de todo”.

Deja la vara demasiado alta. Pero nunca se sabe. Nuestra especie de mierda es responsable de muchas cosas. Y una de esas cosas es la música. Todo puede suceder. Y esto, que acaso sea una mentira piadosa o acaso no lo sea, es más que suficiente para echarse a andar. Así que andemos.

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