El cirujano Aníbal Lotocki ha sido protagonista de un escándalo por acusaciones de mala praxis y negligencia. En 2022, fue condenado a cuatro años de prisión por causar lesiones graves a pacientes como Silvina Luna -fallecida en 2023-, Pamela Sosa y Stefanía Xipolitakis. El 18 de octubre de 2023, Lotocki se entregó a la Policía tras una orden de detención por el homicidio simple de Rodolfo Cristian Zárate, quien murió en 2021 después de una cirugía estética.
Gabriela Trenchi ha sido una voz clave en el caso, visibilizando los riesgos de las prácticas de Lotocki. Su testimonio sobre las complicaciones graves tras una intervención con el cirujano, incluyendo dolor crónico y movilidad reducida, fortaleció las acusaciones en su contra y subrayó la falta de cuidados postoperatorios adecuados. El caso de Trenchi, junto con el de otras víctimas, ha impulsado una mayor investigación y atención mediática sobre Lotocki, culminando en su detención.
Actualmente, el caso de Aníbal Lotocki ha vuelto a ser relevante debido a la publicación de Cuerpos envenenados. La víctima que logró vencer al cirujano Aníbal Lotocki, un libro de Gabriela Trenchi publicado por Leamos, el sello editorial de Infobae. En este libro, Trenchi relata su dolorosa experiencia tras la operación y el proceso legal que llevó a la condena del cirujano.
La obra es una narración en primera persona del sufrimiento físico y la traición moral que ha vivido la autora, y que aún perduran. El engaño, la sorpresa, los muchos dolores, los riesgos, las decisiones cruciales recorren estas páginas digitales.
Aquí, algunos emocionantes fragmentos de Cuerpos envenenados:
La verdadera Gaby
Antes de operarme yo tenía una existencia que podría considerarse privilegiada.
Jamás había experimentado enfermedades importantes. Concurría al gimnasio con regularidad y me cuidaba mucho en las comidas. Solía viajar a menudo para comprar ropa en el exterior y luego venderla en mis showrooms de Ramos Mejía y Núñez.
Me iba bárbaro en lo personal y también en lo económico. Estaba completamente sana y era feliz. Disfrutaba de una rutina social intensa, con muchos eventos, presentaciones y fiestas. Todo era era alegría.
Incluso varios empresarios me habían ofrecido “subir a las tablas” como vedette o media vedette en sus compañías de Teatro de Revista. Pero nunca acepté esas proposiciones.
La actuación nunca fue lo mío, aunque compartía veladas de manera frecuente con actrices y modelos como Evangelina Anderson, Mariana de Melo, Gladis Florimonte y Claudia Ciardone.
Me dedicaba al negocio de la moda y proyectaba que, al cumplir los 50, podría dedicarme a mi verdadera pasión: el asesoramiento profesional en indumentaria e imagen.
Tenía pensado hacer un curso de diseñadora para aprender aún más sobre la historia y el futuro de la ropa. Aún tengo esta asignatura pendiente. Porque estaba a punto de concretar todos mis sueños cuando mi camino se cruzó con el de un médico (¿o el diablo?) y algo quebró para siempre esa soñada tranquilidad futura.
Quedó trunco el sueño de terminar el curso de diseñadora; las máquinas que compré para fabricar ropa permanecen hoy sin uso junto a una mesa de corte que tampoco alcancé a estrenar. Y no creo que pueda retomar esa tarea: mi salud física y el padecimiento mental ya no me lo permiten.
El encuentro con un estafador
¿Cuándo comenzó la debacle? ¿Cuál fue el comienzo del fin?
Era el 2015 y yo estaba en pareja con un empresario dueño de algunas de las principales discotecas de Buenos Aires, los templos más convocantes de la noche porteña y el norte del conurbano.
Además, me había convertido en la consultora favorita de varios integrantes de la farándula. Mi showroom era visitado a diario por figuras del espectáculo nacional. Tenía prestigio, excelencia.
Una noche, durante una cena, me presentaron a una actriz que estaba junto a su pareja, el doctor Aníbal Lotocki.
En esa época, algunas actrices y vedettes de Argentina se operaban con Lotocki, en muchos casos convencidas por los detalles que contaba su pareja. Ella exhibía con orgullo sus propias “mejoras”, alardeaba sobre curvas y tamaños, detallaba lo bien que había quedado su figura gracias a Lotocki. Y realmente tenía un cuerpo escultural, lo que se dice en el ambiente, “un verdadero lomazo”.
La actriz de cuerpo rotundo era la carta de presentación del cirujano en los círculos del show business. Un matrimonio de triunfadores, arrasador, imparable que se paseaba cada semana por los distintos sets de televisión. Y esa presencia en los medios generaba confianza, porque hacía suponer que se trataba de una eminencia, de alguien que tenía su consultorio habilitado y en regla. ¿Acaso tendría algo que esconder quien se somete a tanta exposición? ¡Impensable!
Para mí, los médicos, y especialmente los cirujanos, siempre han sido seres muy especiales. Seres que te salvan de la muerte, ángeles sobre la tierra. Porque después del cirujano, solamente queda la fe, aferrarse a lo sobrenatural. Pero antes de los milagros, el médico.
Un cirujano no es un ángel, pero es alguien sumamente generoso, un profesional entregado a la comunidad, que a menudo ignora sus necesidades para atender las de sus pacientes. Los cirujanos son profesionales que estudian, se capacitan permanentemente, investigan, se mantienen actualizados.
Y así aparentaba ser Aníbal Lotocki en sus entrevistas y frente a sus pacientes. También en la vida social, se presentaba como especialista en cirugía plástica, a pesar de que - y esto lo supe muy tarde - no hizo prácticamente ninguna especialización en la materia.
Los cirujanos suelen ser introvertidos y hasta solitarios, porque es muy difícil acompañar semejante sacrificio para los que no tienen su misma vocación.
Pero el Doctor Muerte, como después se lo llamó, era exactamente lo opuesto a este modelo de virtuosismo. Y sin embargo en su apogeo nadie dudaba de él. Como un diablo sin cola ni tridente: seductor, amable, un encanto.
Pero, aunque era cirujano, el Doctor Muerte parecía ignorar algo muy simple: un cuerpo no es una isla, es un continente. Todo se relaciona en su interior.
El peor día de mi vida
Después del primer encuentro con Lotocki y su pareja, los consulté de manera privada. Les conté que había consultado a un profesional especializado en cirugía plástica, el doctor Gustavo Sampietro, porque me quería poner prótesis en los glúteos.
Utilizaría unas cápsulas blandas similares a las que se colocan en las mamas. Pero, por cuestiones lógicas, son bastante más grandes. Mi idea era levantar un poco la cola porque no necesitaba ni quería ningún tipo de relleno.
Les conté que Sampietro no estaba de acuerdo con colocarme hilos tensores ya que en mi caso contaba con un volumen importante. Los hilos tensores se hacen de manera natural, con grasa tomada del mismo cuerpo donde se van a implantar.
Sin embargo, Lotocki tenía otra opinión. Me dio algunos motivos para convencerme de que yo necesitaba hilos tensores. Su explicación me convenció porque me pareció algo menos invasivo, más sencillo, y por eso accedí a visitarlo a su consultorio.
Luego, descubriría con dolor que la opinión de Lotocki era invariable cuando hablaba con sus potenciales pacientes: “Tenés que operarte”, les sugería a casi todos, a casi todas. Para convencernos hacía “promos” y “descuentos”. Debí haber sospechado que siempre privilegiaba su lucro y muy poco le importaba nuestra salud.
A la primera entrevista en la clínica me acompañó mi amiga Claudia Ciardone, modelo y actriz. Quería tener una testigo y además una segunda opinión que me ayudara a tomar mi decisión final. Por entonces, pasábamos la mitad del día juntas.
Lotocki me informó que existían los llamados “hilos dobles” y que me iba a sacar material de las caderas, de la pelvis y de las piernas. Yo siempre fui muy delgada, nunca tuve demasiada grasa para extraer pero imaginaba que para los hilos no hacía falta demasiado. Me dijo que el material extirpado sería mezclado con plasma y que me inyectaría la mezcla en la zona de los glúteos.
El 7 de agosto de 2015, a las diez de la mañana y en ayunas, entregué los estudios pre quirúrgicos. Era el peor día de mi vida, pero esto lo sabría después.