Todo lo que implica la intersexualidad, en un testimonio íntimo y contundente

Candelaria Schamun narra en “Ese que fui” cómo descubrió su identidad y todo los prejuicios que hubo de atravesar. A continuación, Infobae Cultura publica un fragmento de este vívido relato

Guardar
La investigación que la llevó
La investigación que la llevó a develar el secreto familiar del que era protagonista le llevó 24 años

En su libro Ese que fui, la periodista Candelaria Schamun narra sus experiencias y reflexiones sobre la vida de una persona nacida con características intersex en una sociedad que, durante mucho tiempo, ha discriminado brutalmente a quienes no se adaptan a las normas binarias de género. Este testimonio, a la vez íntimo y mordaz, ofrece una perspectiva profunda sobre las luchas internas y externas que enfrentan las personas intersex. En la semana de una polémica que tuvo bastante de sinsentido por la boxeadora argelina Imane Khelif, el relato cobra aún más potencia.

Candelaria Schamun, nacida en 1981 en La Plata, ha trabajado como periodista desde 2008 y tiene una experiencia sólida en reportajes de casos policiales, incluyendo una destacada investigación sobre el asesinato de Candela Sol Rodríguez, titulada “Cordero de dios”. Ahora, su obra más reciente se adentra en la esfera personal, abordando un tema que ha marcado su vida de manera profunda.

La autora se sumerge en sus propios recuerdos y en las complejidades de su pasado, en un intento de reconciliación con su identidad y con su madre. Candelaria revela cómo descubrió aspectos ocultos sobre su identidad de género y sexualidad, factores que, a lo largo de los años, la enfrentaron a múltiples desafíos. En el libro, menciona: “Si me expongo, es para dejar testimonio del daño irreparable e irreversible que hizo la medicina sobre mi cuerpo. Y es, entre otras razones, para exigir que dejen de mutilar a niños y niñas en nombre de la normalidad médica”.

La historia toma un giro significativo cuando la protagonista descubre, por casualidad, una carpeta con su nombre escondida en un viejo cajón. Este hallazgo desata una serie de emociones y reflexiones que la llevan a una búsqueda frenética por la verdad sobre su vida. Schamun se enfrenta a su familia y a sí misma, intentando armar un rompecabezas de silencios, recuerdos fragmentarios y dolores físicos que la han acompañado desde niña.

(Franco Fafasuli)
(Franco Fafasuli)

A través de entrevistas con médicos, parientes, exparejas, activistas y otras personas con experiencias similares, la autora revela la magnitud del borramiento y la discriminación sufridos por las personas intersex. Esta obra no solo es una denuncia contra las prácticas médicas obsoletas y crueles, sino también un llamado a la sociedad para aceptar y respetar las diversas identidades de género.

El título del libro, Ese que fui, resuena como un eco del pasado, una identidad impuesta y rechazada, que ahora busca reconciliarse con una identidad propia y aceptada. La narrativa de Schamun es caústica al señalar cómo los mandatos sociales sobre el cuerpo, el género y el sexo han impactado profundamente en su vida, pero también es tierna y compasiva al describir su proceso de sanación y aceptación.

Ya Candelaria, junto a su
Ya Candelaria, junto a su mamá

Infobae Cultura publica a continuación un fragmento de este libro busca mover conciencias y generar debates necesarios sobre la identidad de género y los derechos de las personas intersex en nuestra sociedad.

En los días y noches que siguieron Esteban comenzó a vomitar hasta la última gota de leche y tenía una diarrea imparable. Pasaba horas y horas durmiendo, le habían salido ojeras y como consecuencia de la deshidratación, la zona blanda de la cabeza —fontanela— estaba hundida. Lo llevaron de urgencia al pediatra. El médico de la familia se preocupó. El resultado de un análisis de sangre demostró un desequilibrio metabólico incompatible con la vida: el potasio, en valores altísimos —hiperkalemia—, y el sodio, muy por debajo de lo normal —hiponatremia—. Para vivir debían internarlo de urgencia y estabilizarlo. El 11 de noviembre de 1981, el pediatra se comunicó con el jefe del servicio de la Sala II del Hospital de Niños Sor María Ludovica para contarle la gravedad del caso.

Antes de irse al hospital, mamá llamó a papá a la casa central del Banco de la Provincia de Buenos Aires.

—Vení urgente, Esteban se nos muere.

Papá cortó el teléfono, se puso el sobretodo negro y salió corriendo. Tomó un taxi hasta Plaza Constitución y se subió al primer tren para La Plata.

Mamá también llamó a Poliya, en los momentos difíciles siempre se refugiaba en su hermana.

Le dijo llorando:

—Esteban se nos muere, Poliya. Estoy yendo de urgencia al Niños.

Le pidió a la abuela María que cuidara a los chicos porque no sabía cuándo regresaría. Por los nervios no pudo seguir manejando. Entonces dejó la rural Ford Falcon y siguió en taxi. Esas veinticuatro cuadras que separaban la casa del hospital se le hicieron interminables. Entraron por la explanada principal sobre la calle 14. En la puerta, la esperaba el jefe de la Sala II. Entregó el niño al médico, que corrió con él en brazos.

Poliya llegó a La Plata y se fue directo al hospital.

Mamá estaba sentada en un banco en la puerta de la sala esperando el parte médico.

Poliya sacó un rosario de la cartera y las hermanas comenzaron a rezar. Mamá pasó trece días con sus noches en el mismo banco esperando novedades. Entraba a la sala, lo acariciaba con su mano pesada, hablaba con los médicos, usaba el teléfono público para conversar con sus amigas y contarles las novedades. De tanto hablar estaba afónica.

En el cumpleaños, junto a
En el cumpleaños, junto a su mamá

Papá se dividía entre el empleo en Buenos Aires y el Hospital de Niños.

A los diez días de la internación, el jefe de la Sala II, sin tener un diagnóstico preciso, convocó a Cecilia Forlán. A los treinta y seis años, estaba dando los primeros pasos en la residencia de Endocrinología Infantil, en uno de los centros de referencia pediátrica más importante de Argentina.

Cecilia y mamá tenían muchas coincidencias: casi la misma edad y ambas habían nacido en Chivilcoy. Ella será la salvadora: la que encuentre el diagnóstico.

Unos pocos días antes de la Navidad de 1981, los médicos citaron a mis padres en el servicio de Endocrinología Infantil para tener una reunión y contarles de qué se trataba el diagnóstico. Llegaron puntuales, a las nueve de la mañana con Víctor, el hermano médico de papá. Escucharon en silencio cada palabra:

—Analizamos todos los resultados de los análisis genéticos y clínicos, y concluimos el diagnóstico. Tendrá que tomar medicación de por vida para controlar los valores normales. Y además la patología alteró los genitales externos: su hijo no es varón. Son padres de una niña.

—¿Cómo una niña? —contestó mamá.

—El estudio citogenético muestra una constitución cromosómica femenina normal, 46XX. Primero debemos encontrar la dosis justa de medicación para estabilizarla. En paralelo hay que operarla a la brevedad para corregir los genitales externos. Por el grado de virilización la vagina está muy arriba, para llegar a ella debemos hacer un abocamiento. Además hay que reconstruir el clítoris para achicarlo y llevarlo al tamaño normal.

Camino a casa, frenaron en la calle 12, unos de los centros comerciales más populares de La Plata. Aún aturdida por la charla con los médicos, mamá entró a un local de ropa infantil:

—Necesito un conjunto para una beba de dos meses.

Candelaria descubrió hace pocos años
Candelaria descubrió hace pocos años que es una mujer intersexual

Remeritas y pantalones rosas —pidió mientras avanzaba por los percheros—. ¡Y este vestidito también lo llevo!

En el auto pensaron cada palabra que iban a usar para contarles a los chicos. Llegaron a casa, hablaron con la abuela María y después reunieron a los hijos.

—Queremos que sepan que Esteban en realidad es una nena. Tienen una hermanita y se llama María Candelaria.

La noticia pasó de boca en boca de mis tíos. Ana, la más chica de las hermanas, vivía en Caleta Olivia.

Cuando supo les dijo a Juan Martín y Ana Clara, sus hijos:

—Me llamó la tía Chinita. Queremos contarles que los médicos se confundieron y Esteban en realidad es una nena. Tienen una primita y se llama Candelaria.

Mamá llamó por teléfono a Poliya y le contó:

—A esta casa de cuatro varones, de la única manera que podía entrar una nena era disfrazada.

[Fotos: Archivo personal de Candelaria Schamun / Franco Fafasuli]

Guardar