Eduardo Costantini es un amable anfitrión de su casa, nada menos que el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba), que en su día cerrado al público igualmente luce activo con el trabajo de su personal a lo largo de todos los espacios. El notorio empresario, desarrollador inmobiliario y coleccionista de arte, factotum del Malba desde su creación en 2001, camina por los pasillos de uno de los espacios culturales más relevantes de Argentina y América latina, mientras comenta que no pierde el asombro ni el entusiasmo por su criatura.
“Ya es algo común, forma parte de mi vida. A veces si hago una mirada cuando hay mucha gente por ejemplo, que es el momento más lindo. El museo está de fiesta cuando hay mucha gente y muchas actividades, eso me da una satisfacción especial”, comenta mientras se acerca a una de las salas, donde una técnica restauradora trabaja sobre la obra Simpatía (La rabia del gato), de la surrealista mexicana Remedios Varo. “Tenemos la mejor colección de arte latinoamericano del mundo”, dirá con orgullo un rato más tarde en su oficina, en la entrevista con Infobae Cultura.
Durante la conversación, dedica un párrafo especial a su amigo (”mi mentor”, dice con emoción) Ricardo Esteves -fallecido este miércoles-. “Su figura es insoslayable en la historia del Malba, a él se le debe la colección permanente. Él me enseñó, entonces tiene mucho sentido que la sala de la colección permanente lleve su nombre”. Además de este recuerdo, Costantini cuenta aquí la concepción del proyecto Malba Puertos en Escobar que será inaugurado en septiembre, evalúa la situación actual del mercado global del arte y, tal vez en el tramo más sabroso, revela pormenores de una fascinante historia: cuando compró la obra Las distracciones de Dagoberto, de la artista británica nacionalizada mexicana Leonora Carrington por una cifra récord, de más de 28 millones de dólares.
—¿Cómo surgió la idea de Malba Puertos?
—Pensamos en expandir el museo. En un momento también hemos fantaseamos con tener una sede en Brasil. Todo a raíz del Abaporu de Tarsila do Amaral. Es una obra muy deseada en Brasil e incluso una vez hablé con Dilma Rousseff al respecto. Fue en Brasilia y yo ahí le propuse que nosotros prestaríamos obras por un largo plazo y ellos construirían un Malba. Después pensamos en hacer un Malba en Saldías, acá nomás. El gobierno nos había dado una propiedad que después no pudo ser y entonces nos propusieron ir a la Villa 31. Dijimos que sí pero tampoco se materializó. Y también está la ampliación de Malba, que todavía es un proyecto pendiente, acá por debajo de la Plaza Perú. Y por fin, sin saberlo, surgió la necesidad de expandir la reserva técnica del Malba, el depósito de obras.
Entonces el Consejo me pidió un lugar. Y se me ocurrió Puertos. Después pensé: ¿por qué solo la reserva técnica? ¿Por qué no una sala de exhibición? Me contacté con un gran arquitecto español, Juan Herreros, y empezamos a fantasear: la reserva técnica, una sala… Y después al comprar la obra de Gabriel Chaile, dije “Bueno, hagamos un pabellón para la obra”. Así fue creciendo el proyecto. Ahora estamos inaugurando Malba Puertos con una inversión total de 10 millones de dólares. Es una pérgola de más de 2000 metros cuadrados, que también abre sobre el paisaje del puerto, sobre el agua. Creo que va a tener un impacto favorable para la zona, pero también para la gente de la ciudad que lo quiera visitar. Vamos a generar mucha actividad para hacerlo un lugar de destino.
—¿El arte latinoamericano está en un buen momento dentro del mercado global? Hoy en día parecen muy apreciados los artistas de nuestra región, sus obras, los precios que se pagan por ellas...
—Está mucho más apreciado que hace 20 o 30 años. O sea, está más integrado también, que es importante. Casi todos los museos le dan más presencia en las salas. Y también en las casas de remates: antes había un día especial para el arte latinoamericano, hoy está integrado en un mismo catálogo. Conviven perfectamente las obras de Dalí y Picasso con las obras latinoamericanas. También hay curadores para programas de arte latinoamericanos que hace 20 años no había.
—¿Y por qué pasa eso?
—Porque el arte latinoamericano tiene muy buenos artistas. Los artistas de renombre, los que formaron parte de la vanguardia, se expresaron en un lenguaje propio. Y están integrados al relato de la historia del arte. Eso se va reconociendo. El arte latinoamericano tiene qué decir.
—Voy hacia una perspectiva más global ¿En qué momento cree que se encuentra el mercado del arte, después de la pandemia? Se habla de una especie de resurgimiento.
—Digamos que el mercado no está eufórico. Está más bien tranquilo. Creo que hay menos ventas que el año pasado, por ejemplo. Pero dentro de esa situación general, hay obras particulares. digamos obras notorias que aparecen, que son metahistóricas y entonces podés encontrar que uno o varios artistas rompen un récord porque apareció en el mercado una obra que hacía 30 años que no aparecía o que nunca había sido rematada. Ahí aparecen esas cifras. Bueno, como el caso de Leonora Carrington.
—Un caso muy notorio de este año.
—Esa obra fue vendida en 1995 creo por 400 mil dólares o algo parecido. Y ahora tuve que pagar 28 millones y medio, que me pareció elevado obviamente (risas). Disparatado, pero es una obra única y superlativa. Tuve que competir con un postor chino. Hay grandes compradores asiáticos que pagan fortunas por obras de todo tipo.
—Da bastante de curiosidad saber qué cosas pasan por su cabeza cuando se encuentra pujando por una obra tan valiosa, como en el caso de la de Carrington, y hay competencia ¿Cómo se vive ese momento?
—Es una pésima noticia (risas). Bueno, en este caso hacía mucho que no iba a un remate en vivo. Los últimos años yo compraba por teléfono, pero estábamos en New York con Elina mi mujer y fuimos al remate. Estábamos esperando el remate hacía meses y. Y cuando pensábamos que el valor iba a ser menor, vimos que había muchos interesados…
—¿Pero iba con ese objetivo?
—Sí, absolutamente. Ya la había perdido. En inglés yo fui el underbidder, el postor que perdió, en la década de los noventa. Y después me arrepentí toda mi vida. Entonces dije “esta vez no me voy a volver con la misma sensación porque esta obra ya nunca más la voy a tener”. Empezaron a pedir 8 millones, 9, 10, 11… Y yo dije “bueno, por ahí me la llevo en 13 o 14″. Pero siguió subiendo. Había una señora que representaba a todo Asia, que se había llevado un tercio de toda la venta. Se llevó un Monet, un Remedios Varo… Y entonces, cuando la obra iba, ponele, por 19 millones, ella no había intervenido. Y yo: “¡Por favor, no!”. Y apareció. En el último tramo del remate estaba esta señora representante de Asia, uno de México y yo. Éramos tres. Y después quedamos dos: la de México y yo Y bueno, en definitiva la pude llevar ¡Pero a qué precio!
[Fotos: Nicolás Stulberg]