Fui, vi y escribí: La admirable mujer polaca que lleva mi nombre y sobrevivió al nazismo pero nunca existió

Las experiencias con la IA pueden ser inquietantes. Además, mellizas en el teatro y trillizos en un documental. Este artículo reproduce el newsletter de Cultura: lecturas, cine, teatro, arte, música e historias que despiertan entusiasmo y, por qué no, fascinación o perplejidad

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"Gemelas idénticas", la conocida fotografía de Diane Arbus.
"Gemelas idénticas", la conocida fotografía de Diane Arbus.

Hola, ahí.

Si no fuera porque me canso pronto de las agresiones y no tengo espalda para resistir el hostigamiento en las redes, en estos días debería escribir sobre temas como Venezuela, Medio Oriente o la para mí hermosa y sin reparos apertura de los Juegos Olímpicos de París. Pero como por unos días prefiero no recibir agresiones ni debatir con oscurantismos por derecha y por izquierda, elijo concentrarme en otras cuestiones.

Por ejemplo, pensar en qué sería de mí si no fuera yo. O si tuviera una doble. O si hubiera existido antes.

Suena difícil. Ahora te cuento mejor.

"Gemelas", de Henri Clement-Servo.
"Gemelas", de Henri Clement-Servo.

Esa mujer con mi nombre

Hace muchos, muchos años, cuando apenas comenzaba en el periodismo, a fines de los 80, un día llegué a Clarín, por entonces era colaboradora habitual del Cultural de ese diario, y una amiga me dijo: mi jefe me pidió que, si venías, pasaras por su oficina porque quiere consultarte algo.

No mandábamos las notas por mail, no existía el mail. Llevábamos personalmente las páginas tipeadas en la máquina de escribir. Llevar una nota te ocupaba varias horas del día porque no solo era dejar el material sino también conversar con el editor, muchas veces tomar un café, conocer a los periodistas que trabajaban en la redacción —y aspirar a ser uno de ellos— y también respirar ese clima excitante, bohemio, intelectual y aventurero, que atrajo a tanta gente al oficio y que siempre sedujo a tantos lectores, atraídos por la mística detrás del periodismo.

Allí fui entonces ese día, si tener la menor idea de qué querría preguntarme ese señor, un prestigioso periodista por entonces, pero a quien yo ni siquiera conocía. Hoy, eso de no conocerlo lo resolvería en un click y arriba de un colectivo, pero en ese tiempo no podía googlear para ver quién era ni para tratar de inferir por qué podría él querer hablar conmigo.

Las formas de la ansiedad eran otras, como eran otras las urgencias y el modo en que utilizábamos el tiempo. La información llegaba por muchísimos menos canales y para los usuarios —palabra comercial que no se usaba para hablar de estos temas— todo el contenido llegaba por radio, por TV o en formato papel. Si se concentran un momento, los mayores podrán recordar cómo era esa vida menos acelerada y no pretendo con esto celebrar una era perdida ni idealizar nada. Solo digo que muchas veces nos cuesta creer que hubo un tiempo en el que podíamos hablar con alguien o con varias personas a la vez sin consultar pantallas ni clickear nada durante largo rato. Solo hablar y escuchar. Y mirar a aquellos con quienes estábamos o el entorno que nos rodeaba.

Retrato de los gemelos Oyens, pintores holandeses que vivieron en el siglo XIX.
Retrato de los gemelos Oyens, pintores holandeses que vivieron en el siglo XIX.

Salgo del túnel reflexivo, sigo en el túnel del tiempo. Entro a la oficina del jefe de mi amiga, que me saluda, me pide que tome asiento y me pregunta enseguida de dónde vienen mi nombre y mi apellido. Le comento sobre mis orígenes, le digo que llevo mi nombre en homenaje a la abuela de mi madre, ucraniana de Odessa, y que mi apellido viene de un pueblito del viejo imperio ruso, que luego de la revolución de 1917 pasó por diversos propietarios de la zona. Termino de contarle lo que sé de la historia familiar y me quedo mirándolo. Sé que es un hombre con autoridad en la redacción, algo autoritario. Lo veo tímido, frágil.

–La hermana de mi madre se llamaba igual que vos.

Eso me dice. Chan.

Rápidamente le digo que qué impresionante, porque yo llevo mi nombre por mi parte materna y en mi familia paterna no hubo una Hinde antes que yo, es decir, no hubo una Hinde Pomeraniec, o al menos nunca supe que hubiera existido alguien con ese nombre y ese apellido.

Ahí él me cuenta que su madre llegó a la Argentina escapando, como casi todos los judíos, pero que esa tía de la que me habla no vino con ella, que quedó en su pueblo de origen, en ¿Ucrania? ¿Polonia?; creo recordar que me dijo que no había sobrevivido a la Segunda Guerra. Sí recuerdo que me dijo que él no había conocido a esa tía y me daba cuenta de que el mío era así un nombre que evocaba algo así como un fantasma en su historia, algo común en esa época en la que tantas familias de inmigrantes habían dejado atrás padres, hermanos y hasta hijos de los que nunca más volvieron a tener noticias.

Por eso, la primera vez que vio mi firma en el suplemento cultural preguntó en su sección si alguien me conocía, a lo que siguió todo lo que te conté recién: mi amiga que le dice que es mi amiga, su pedido de que pasara a verlo, yo en su oficina. Y enterándome de que años atrás existió una mujer que se llamó como yo y murió durante la guerra.

Tal vez fue un pogrom, tal vez fue en un ghetto. Tal vez la llevaron a un campo de exterminio. Lo cierto es que cuando supe de su existencia, ya estaba muerta.

Las mellizas de "El resplandor", de Kubrick.
Las mellizas de "El resplandor", de Kubrick.

No nací en Polonia

Te aseguro que llamarte como yo no es un “ay, qué lindo, qué original”. Es una carga. Porque es inusual, porque nadie entiende de movida ni mi nombre ni mi apellido y cuando llevás décadas deletreando tu identidad te harta bastante. Porque es un nombre en idish y un apellido que suena a judío y eso siempre te obliga a estar preparado para desenfundar puteadas o, si te encontrás didáctica, una buena serie de argumentos contra el antisemitismo.

Pero, además, incluso para quienes lo habían escuchado alguna vez, es un nombre que ya en mi infancia era de mujer mayor. O sea, los mayores habían tenido alguna familiar con ese nombre pero cuando yo era chica no había muchas Hinde porque se había ido perdiendo con el Holocausto, la salida de Europa y la llegada de las familias judías fugitivas a otros países. Era, por lo tanto, un nombre adecuado para la tía del jefe de mi amiga pero ya no para alguien de mi generación.

Te digo esto porque no conocí a muchas mujeres con mi nombre a lo largo de mi vida, por lo cual, después de ese encuentro, estuve durante varios días tratando de imaginar la historia de aquella antecesora que no solo llevaba mi nombre sino también mi apellido. Fuerte, ¿cierto?

Volví a acordarme de esta anécdota días atrás, cuando durante el furor por la inteligencia artificial en Whatsapp, sucumbí, como tantos, a la curiosidad de saber qué podía responderme la IA si le preguntaba por mí, por quién soy yo. Advertida de las deficiencias en materia de rigor, pero sabiendo que cada día que pasa la máquina está en mejores condiciones, ya había probado hacerlo con el Chat Gpt el año pasado y el resultado estaba bien, algo discreto pero correcto. Esta vez, en cambio, lo que apareció en mi celular me dejó con la boca abierta.

"Las mellizas Bouvier", de Albert Herter.
"Las mellizas Bouvier", de Albert Herter.

Mi pregunta al cerebro anónimo fue: “¿Conocés a Hinde Pomeraniec?”. La respuesta llegó en forma de ficción perturbadora. Resulta que yo no era exactamente yo, sino que tuve una vida de heroína inspiradora y que, además, estaba muerta. Lo dijo así:

Sí, conozco a Hinde Pomeraniec. Fue una periodista y activista argentina de origen judío, nacida en Polonia en 1913 y fallecida en Buenos Aires en 2006. Se destacó por su labor en la lucha por los derechos humanos y la justicia social en Argentina.

Hinde Pomeraniec trabajó en varios medios de comunicación, incluyendo el diario “El Mundo” y la revista “Primera Plana”. Fue una de las primeras periodistas en denunciar las violaciones a los derechos humanos durante la dictadura militar argentina (1976-1983).

También fue una activa defensora de la comunidad judía y participó en organizaciones como la Asociación de Mujeres Judías Argentinas. Recibió varios premios y reconocimientos por su labor periodística y su compromiso con los derechos humanos.

Hinde Pomeraniec es recordada como una figura emblemática en la lucha por la justicia y la verdad en Argentina, y su legado continúa inspirando a nuevas generaciones de periodistas y activistas.

Todo espectacular, salvo que no era mi vida. No solo era fake sino que no terminaba de entender con qué se alimentó esa IA para llegar a esas conclusiones, es decir, sigo sin entender cómo se pudo componer esa biografía de mi misma que no era y en la que solo el periodismo era algo realmente ligado a la realidad.

Yo estaba alucinada. Mi marido, en cambio, valoró mucho la historia de mi doble.

—93 años vivió. No estuvo nada mal.

"The Twins", de Irving Ramsey Wiles.
"The Twins", de Irving Ramsey Wiles.

Después de recuperarme de la impresión, volví a escribirle a la nueva IA para decirle que muchas gracias, pero que yo le preguntaba por la periodista nacida en 1961, pero no hubo manera: solo conocía a la nacida en 1913 y muerta en el 2006. Me dio, eso sí, una serie de instrucciones para buscar más información —absolutamente obvias— como preguntarles a algunos colegas o buscar en redes, ya que “es posible que sea una periodista activa y no tenga mucha presencia en línea o en fuentes de información públicas”.

Pensé varias cosas: qué buena historia para una novela, ese texto parece escrito por mi papá y sus inquietudes y deseos y también me puse a pensar cómo habría sido la vida de una mujer como aquella que describía la respuesta trucha de esa IA.

Polaca, escapada de la persecución antisemita, inmigrante, periodista (¡El Mundo! ¡Primera Plana!), defensora de los judíos en la posguerra, defensora de derechos humanos. Un momento. ¿Se había escapado de los pogroms o había huido de los nazis? ¿Había sobrevivido a los campos, tal vez? ¿Llegó sola? ¿Con sus padres, con un marido, con hijos?

Necesitaba saber. Como mi último intercambio había sido por la Hinde del 61, al preguntarle “¿Cuándo llegó Hinde Pomeraniec a la Argentina?”, me respondió así.

Desafortunadamente, no tengo información sobre cuándo llegó Hinde Pomeraniec (nacida en 1961) a la Argentina. Mi conocimiento anterior se refería a una persona con el mismo nombre, nacida en 1913, que llegó a la Argentina en 1928 con su familia.

Me inventa —o le inventa a la otra— una fecha y una situación. Si había nacido en 1913 y llegó en 1928, la otra Hinde tenía 15 años cuando conoció la Argentina. Es más probable que haya llegado con sus padres, o al menos con alguno de ellos. Pero tal vez no, quién sabe llegó con una hermana o con una tía. O solita (me parte el alma). No lo sé, no voy a saberlo. No quiero preguntar más, no quiero que invente más. A medida que avanzo en la construcción de este invento del chat de Meta, siento que va tomando cuerpo la otra, la muerta, mientras esta que soy se va convirtiendo en una sombra evanescente.

La figura del doble, en esta obra de Silvina Benguria.
La figura del doble, en esta obra de Silvina Benguria.

Necesito volver

Volví al Chat GPT porque necesitaba recuperar mi identidad. Lo conseguí. En un comienzo, al hacer la pregunta original respondió algo parecido a lo que me había dicho un año atrás. Elemental y correcto. Cuando le pedí una lista con mis libros me respondió cualquiera: de seis títulos que me dio, solo uno era mío y otros dos, que reconocí, son de Tamara Tenenbaum y Soledad Urquia.

Entonces le pegué un reto y le dije que no, que eso estaba mal, que lo corrigiera. Me respondió inmediatamente con la lista correcta y junto a cada uno de los títulos, una línea con su descripción: todo acertadísimo.

Ahí fue que me embalé y le consulté si la tal Hinde escribe algún newsletter. Me dijo que sí, te lo juro. Aseguró que escribe “Fui, vi y escribí”, que se publica en Infobae.

“En este boletín, aborda diversos temas culturales, literarios y sociales, ofreciendo recomendaciones de libros, reflexiones sobre temas contemporáneos, y análisis críticos. Algunos de los números recientes incluyen títulos como ‘Para qué trabajamos’ y ‘Por qué es imposible volver a las cartas’. Este espacio le permite compartir su perspectiva sobre la cultura y la actualidad, y está disponible para suscribirse a través de la plataforma de Infobae”.

Qué tal.

Paula Grynszpan y Lucía Maciel escribieron, dirigen y protagonizan "Las reinas", en donde actúan de monarcas gemelas.
Paula Grynszpan y Lucía Maciel escribieron, dirigen y protagonizan "Las reinas", en donde actúan de monarcas gemelas.

Las reinas gemelas

A primera vista, Paula Grynszpan y Lucía Maciel no se parecen en nada. Sobre el escenario conforman el clásico dúo complementario, una es más bien baja y menudita, la otra bastante más alta y robusta. Una sufre y se cuestiona, la otra parece un despliegue de seguridad. Se pelean, se abrazan, cantan. Discuten entre ellas, discuten con el mundo.

Cada vez que se presentan, lo hacen indicando que son la hermana de la otra, como señal de identidad. Y si en un comienzo no se parecen en nada a pesar de ser gemelas, después de verlas actuar, te das cuenta de que comparten cosas fundamentales, como el talento, el carisma y un sentido del humor inteligente y sutil.

Grynszpan y Maciel actuaron juntas mucho tiempo en La Pilarcita, de María Marull, escribieron y dirigen Paraguay, una obra en la que trabaja Mariano Saborido (el actorazo de Lo que el río hace y Viento blanco) y escribieron, dirigen y actúan en Las reinas, una comedia desopilante que es, a la vez, una muy seria reflexión sobre el poder.

Diana y Daiana son hermanas mellizas, herederas de la corona. Sensibles y torpes, las chicas heredaron un “kingdom” —así lo llaman y cada vez que lo dicen es para morirse de risa— y se las rebuscan para conducir ese reino sin estar preparadas para gobernar y casi sin estar preparadas para sobrevivir. Son dos mujeres que, en realidad, son nenas eternas, débiles ante el engaño: tienen coronita pero todo les queda grande.

Pero resulta, que aunque son poderosas, el reino de las chicas está al borde del colapso y la revuelta de los súbditos asoma. Las monarcas gemelas están a punto de perder los dominios que por siglos gobernaron su ancestros y la razón es un ticket de un gasto que no se rindió a tiempo.

Sí, un ticket.

"Las reinas" es una comedia desopilante y, al mismo tiempo, una inteligente reflexión sobre el poder.
"Las reinas" es una comedia desopilante y, al mismo tiempo, una inteligente reflexión sobre el poder.

Es difícil escribir sobre el humor, primero porque es imposible reponer por escrito y con gracia frases o gestos porque lo maravilloso de Las reinas es ver la totalidad del hecho artístico. Ver y escuchar a sus protagonistas en acción es el verdadero espectáculo. En una sucesión de escenas, se pelean como criaturas, conducen con todos los estereotipos un evento al aire libre en el que hay dos equipos con diferentes colores, uno integrado por los siervos y otro por los señores feudales, relatan un partido de fútbol con los tics clásicos y cantan sus alegrías y tristezas.

Las canciones originales —ritmo de rock, ritmo de cumbia, todo vale— son buenas, pegadizas (hay un guitarrista en escena, Migue Canevari) y el lenguaje de la pieza es otra maravilla, lleno de guiños y referencias —el mejor estilo Les Luthiers— que provocan una carcajada tras la otra. La puesta es minimalista y el vestuario es perfecto. Los vestidos en composé de las reinas tienen referencias de la historia del arte. Tanto el género estilo gobelino como los motivos hacen juego con las telas colgantes de la escenografía y lo que puede parecer una frivolidad, no lo es. Toda la obra son los textos, las voces, los movimientos de las actrices y también esos vestidos, tan tiernos como hermosos.

Las reinas, la pieza teatral, dura alrededor de una hora. Todo aquello en lo que vas a quedarte pensando a la salida del teatro dura mucho más.

Bobby Shafran, David Kellman y Eddy Galland: los trillizos separados al nacer que se reencontraron por casualidad cuando tenían 19 años.
Bobby Shafran, David Kellman y Eddy Galland: los trillizos separados al nacer que se reencontraron por casualidad cuando tenían 19 años.

Trillizos sin saberlo

“Sus ojos eran mis ojos, los míos eran los suyos”. Eso dice Bobby Shafran en el documental Three Identical Strangers (Tres extraños idénticos), de Tim Wardle, que puede verse en Netflix desde hace un par de años, pero que recién vi en estos días. El hombre —que ya tiene entonces unos 57 años— está contando a cámara lo que ocurrió cuando se encontró por primera vez con Eddy Galland, su hermano, al que no conocía. Tenían 19 años y llegó a él por casualidad, ya que el primer día que asistió a la universidad, lo saludaban y le daban un trato demasiado familiar, hasta que alguien le dijo que era idéntico a un tal Eddy. Bobby no conocía a Eddy y tampoco sabía que tenía un hermano.

En realidad, tenía dos hermanos. El tercero, David Kellman, aparecerá poco después, cuando la historia de esos primeros dos que se ponen en contacto llegue a las tapas de los diarios y a todos los medios de Estados Unidos. “Hola, me llamo David, nací el 12 de julio de 1961 y creo que hay otros dos como yo”, fue lo que dijo el chico por teléfono, cuando consiguió el número de la familia de Bobby.

Trailer de "Three Identical Strangers", el documental.

Los tres hermanos sabían que eran hijos adoptivos, en todos los casos sus padres les habían dicho desde un comienzo la verdad. Esos padres habían recibido un bebé pero nadie les había contado a ninguno de ellos que ese niño que llevaban a sus casas tenía dos hermanos de la misma edad.

Los muchachos habían nacido en el hospital judío de Long Island, en julio de 1961 y cuando tenían cinco meses fueron entregados en adopción a tres familias por la agencia Louise Wise Services, fundada en 1915 y vinculada a la comunidad judía. Las familias que recibieron a los bebés pertenecían a diferentes clases sociales: una rica, una de clase media y una de clase trabajadora. Y nada de esto fue por casualidad o por dificultades para conseguir una familia que quisiera adoptar a los tres chicos. Lo que había detrás de esta maniobra era un despiadado experimento liderado por un psiquiatra.

La historia de los trillizos llenó páginas de diarios y fue tema de todos los programas de radio y TV, a comienzos de los 80.
La historia de los trillizos llenó páginas de diarios y fue tema de todos los programas de radio y TV, a comienzos de los 80.

La historia es conocida o, al menos, fue muy conocida a comienzos de los 80, cuando los muchachos se reencontraron y procuraron recuperar el tiempo perdido haciendo todo juntos y convenciéndose de que no solo eran idénticos físicamente sino también que sus gustos, necesidades y proyectos debían ser los mismos. Mientras ajustaban sus vidas a esta novedad absolutamente inesperada, buscaron conocer qué había pasado con su madre biológica y también entender por qué los habían separado.

No quiero spoilear —si querés adelantarte y saber mucho más sobre esto, podés leer esta nota pero sí te cuento que detrás de todo estaba Peter Neubauer, un psiquiatra austríaco sobreviviente del Holocausto y discípulo de Anna Freud que se propuso investigar la conducta humana a través de un experimento que buscaba saber si la naturaleza está por encima de la cultura, es decir, si lo genético o innato está por encima de lo adquirido en la crianza. Por eso los triplets, niños idénticos de una misma madre, fueron enviados a familias diferentes y monitoreados durante los primeros años, con la excusa de un seguimiento por parte de la agencia.

Sí, así de espeluznante es esta historia.

"Las dos Fridas", pintura de Frida Kahlo.
"Las dos Fridas", pintura de Frida Kahlo.

El documental es muy bueno, ofrece información novedosa conseguida a través de entrevistas con personas ligadas al siniestro experimento y con periodistas que siguieron el caso y está también la palabra de los protagonistas de esta historia tremenda y de sus familiares. Uno de esos periodistas es Lawrence Wright, de The New Yorker, quien, según cuenta, estaba desde siempre obsesionado con una pregunta que era: ¿Qué pasaría si un día te das vuelta y te ves a vos mismo?

Insisto, no quiero aportarte más datos porque vale la pena ver el documental que recrea escenas y ofrece mucho material fotográfico y de video de los trillizos, además de sus testimonios, entusiastas y emocionados al hablar del encuentro y muy dolorosos al narrar todo lo que vino después de ese tiempo de felicidad por tenerse de nuevo, cuando la vida siguió andando y conocieron a su madre biológica en un encuentro tristísimo que terminó en decepción y, más tarde, cuando supieron que sus vidas habían sido objeto de manipulación con supuestos fines científicos.

"The Cholmondeley Ladies", pintura inglesa de los primeros años del siglo XVII.
"The Cholmondeley Ladies", pintura inglesa de los primeros años del siglo XVII.

Me voy despidiendo no sin antes contarte dónde vas a poder ver Las reinas en estas semanas.

En Rosario, el sábado 3 de agosto a las 20 horas, en el CEC, Centro de expresiones contemporáneas. En Buenos Aires, el domingo 18 de agosto a las 19.30, en el Teatro Astros y en Luján, el viernes 23 de agosto a las 20, en el Teatro Trinidad Guevara. Está muy buena la cuenta de la obra en Instagram, es divertidísima y tiene toda la información.

En estos días respondí muchos mails atrasados contándome historias hermosas personales y familiares, en cada uno veía novelas maravillosas por escribir. No saben cuánto agradezco esos mensajes, funcionan como el mejor estímulo para esta comunicación semanal, puedo asegurarlo.

Las imágenes de este envío son fotografías y obras de arte que tratan sobre el tema de los mellizos, además de una foto de Las reinas y otra de los trillizos de Three Identical Strangers.

Te recuerdo mi mail: es hpomeraniec@infobae.com. Escribime si te dan ganas de contarme algo a propósito de estos envíos.Te deseo una buena semana, no es el mejor momento del mundo pero es el que nos toca vivir. Creo que es todo por ahora. Como me dijo Flavia, una lectora, en el final de su hermoso correo: “Iba a decirte algo más y se me escapó. Debe de ser alguna mentira, seguro”.

Hasta la próxima.

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