La artista germano-suiza Meret Oppenheim (1913-1985) desafió con ingenio e ironía las convenciones del arte, dejando una marcada impronta tanto en el movimiento surrealista como en la creación contemporánea.
Oppenheim se dio a conocer por sus perturbadoras e irónicas yuxtaposiciones de objetos cotidianos. Desde sus comienzos artísticos en la década de los años 30 en París hasta su muerte en 1985 creó una obra personal y libre, impactando en las vanguardias de los años treinta, en la escena artística contemporánea y en el diseño posmoderno. Su trabajo ha influido en artistas como Robert Gober, Félix González Torres, Mona Hatoum y Chema Madoz.
Puede que su emblemática obra Le déjeuner en fourrure (El almuerzo en piel) eclipsara a la propia artista, pero su legado abarca mucho más que este inolvidable objeto surrealista.
Creciendo entre el arte y la sombra
Nacida en el seno de una familia de la burguesía liberal con profundas raíces en las artes visuales y las letras, la infancia y juventud de Meret Oppenheim se desarrollaron entre Alemania y Suiza. Desde temprana edad, Oppenheim mostró una fuerte inclinación hacia la creación artística, impulsada por el ambiente cultural que la rodeaba. Su entorno familiar, que incluía a figuras como el escritor Hermann Hesse, marcó profundamente las primeras obras de la artista. Desde su adolescencia, se sumergió en la escritura y las artes visuales, plasmando sus sueños en textos e ilustraciones.
Entre 1931 y 1932, realizó una serie de dibujos que reflejaban una tendencia depresiva que la acompañaría durante gran parte de su existencia. Estas primeras obras, impregnadas de pesimismo y cuestionamiento de los arquetipos tradicionales, denotan la influencia de la formación inicial de Oppenheim, cercana a la Bauhaus y otros movimientos de vanguardia. En 1932, Meret Oppenheim tomó la decisión de trasladarse a París, ciudad que marcaría un punto de inflexión en su trayectoria artística.
El encuentro inevitable
Entre 1924 y 1940, muchos artistas, escritores e intelectuales se unieron en torno a André Breton, teórico del movimiento surrealista, para socavar creativamente la racionalidad y el orden opresivo de la sociedad de posguerra. Se establecieron entonces las bases de una nueva estética inspirada en las teorías freudianas, el psicoanálisis, los símbolos, el inconsciente, los sueños y el azar.
Cuando Oppenheim llegó a París en 1932, la ciudad era el epicentro de la vanguardia artística. Allí conoció a Breton, Max Ernst, Marcel Duchamp, Leonor Fini, Alberto Giacometti, Dora Maar y Man Ray, entre otros. Aunque la independencia intelectual de la autora la llevara a no querer vincularse con ninguna corriente artística, sus supuestos comunes favorecieron un encuentro inevitable.
En 1933 Giacometti y Hans Arp invitaron a Oppenheim a participar junto a Salvador Dalí, Max Ernst y Vasili Kandinsky –como invitado de honor– en la sexta edición del Salon des Surindépendants. Esta muestra consagró a la autora como la integrante más joven del grupo surrealista.
Man Ray, fascinado por la vitalidad y enigmática apariencia de Oppenheim, la fotografió desnuda en la serie Erotismo velado (1933). Oppenheim, con parte del cuerpo manchado de tinta, se sitúa junto a la rueda de un tórculo. El pecho queda estratégicamente oculto por la rueda y el mango de esta sobresale entre sus piernas como un falo. Con esta fotografía, Man Ray creó una turbadora ambigüedad al integrar los opuestos, masculino y femenino, humano y máquina, en un nuevo contexto.
Un éxito surrealista
La obra por la cual se hizo inmediatamente conocida, Le déjeuner en fourrure, de 1936 –un juego de café completamente cubierto de piel–, provoca una inquietante disparidad de sensaciones. Por una parte, la piel puede atraernos por su suave tacto. Por otra, la idea de llevarnos el pelo a los labios causa repugnancia. Esa ambigüedad, este juego entre atracción y repulsión, fascinaba al surrealismo y esta obra lo ejemplificó de forma única.
Mi asistenta, mi enfermera (1936) fue otra de sus aportaciones. Sobre una bandeja, un par de zapatos de tacón con la suela hacia arriba están atados con un cordel y adornados como si fueran jugosos muslos de un asado de pollo. En esta pieza, relacionada con la construcción de la feminidad, el cordel puede leerse como símbolo de la opresión de los roles impuestos a las mujeres. Mientras, la semejanza de los zapatos del revés con los muslos en tensión parece sugerir que la mujer es consumida sexualmente.
Quizá la multiplicidad de lecturas de su obra intensificó el desajuste entre la libertad de pensamiento y acción de Oppenheim y la percepción que los demás tenían de su desinhibición e independencia. Tal vez fuese eso la causa de sus diecisiete años (1937-1954) de crisis creativa.
1937-1954
Como consecuencia del ascenso de Hitler y del partido nazi al poder, el padre de Meret Oppenheim, de origen judío, tuvo que cerrar su consulta en Alemania. Los fondos que financiaban la vida de la artista en París se terminaron. Esta circunstancia, unida a su decisión de abandonar el círculo surrealista para evolucionar como artista, provocaron que en 1937 dejase París para unirse a su familia en Basilea. Allí, tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial, Oppenheim se sumió en una larga y profunda crisis personal.
Durante este periodo, produjo pocas obras, aunque algunas de ellas son de gran intensidad expresiva, como Mujer de piedra (1939), Mesa con patas de pájaro (1939) y Par de guantes (1942-1945). En 1954 su producción artística volvió a ser abundante. Este periodo de introspección y aislamiento le permitió explorar nuevos materiales y formas de expresión, ampliando su repertorio artístico.
Metáfora infinita y posicionamiento internacional
El desarrollo de nuevas formas artísticas originado en las vanguardias trajo consigo otra forma de entender el arte. El proceso artístico se convirtió en protagonista, necesitando de la presencia activa del público para tener sentido.
Oppenheim ejemplificó esta diversificación con Pareja (1956): un par de botas unidas por las punteras se inutilizan mutuamente al impedir el movimiento, cuestionando con sarcasmo la idea de dependencia.
Otra obra significativa de la artista, pionera en asociar erotismo, comida, recubrimientos inusitados y soportes alternativos, fue Banquete de primavera, una performance en la que tres hombres y tres mujeres comían sobre el cuerpo desnudo de una mujer.
Paralelamente a este aspecto fetichista, erótico y transgresor, Oppenheim siguió desarrollando una estética afín a la tradición romántica centroeuropea, con paisajes abstractos y visiones de la naturaleza y sus elementos que entendían el cosmos como una totalidad.
En 1964 presentó Radiografía del cráneo de M.O., en la que se despojó incluso de su propia desnudez, desafiando visualmente lo establecido al incorporar anillos y pendientes a una prueba radiológica. En esta provocadora imagen, desde la reflexión y el paso del tiempo, la artista expuso su calavera para exhibir su auténtica naturaleza.
Oppenheim es la artista suiza más importante del siglo XX y una de las creadoras más reconocidas internacionalmente. Entre otros muchos reconocimientos, el prestigioso Premio Meret Oppenheim que, desde el año 2001, otorga anualmente la Oficina Federal de Cultura suiza lo corrobora.
Publicada originalmente en The Conversation