Las contribuciones de John Locke a la teoría política son más que interesantes. Incluso hay una idea del orden psicológico que desarrolló en su Ensayo sobre el entendimiento humano —previo a Freud, por supuesto— donde plantea que la mente nace vacía, que es una tabula rasa, y que es la experiencia lo que la configura. Pero dentro de todo ese gran corpus intelectual —escribió mucho y largos; sus libros, acorde al concepto de la época, son tratados— Locke tenía dos problemas: estaba a favor de la esclavitud y odiaba la poesía. “Si el niño no tiene el genio de la poesía, es la cosa más irracional del mundo atormentarlo y hacerle perder el tiempo imponiéndole un trabajo en que no puede triunfar”, escribió en Pensamientos sobre la educación, de 1693. Suena lógico, pero dejemos que avance: “Y si tiene algún talento poético, encuentro extraño que un padre desee, o siquiera soporte, que lo cultive y desarrolle”.
Podríamos decir que su posición contra la poesía —de la pintura no opinaba lo mismo— es más bien práctica, utilitaria: “Hay pocos ejemplos de gentes que hayan aumentado su patrimonio con lo que puedan haber cosechado allí”. “El objetivo principal de Locke era el de formar un gentleman, privilegiando los saberes técnicos y científicos basados en el pragmatismo y la utilidad”, explica Nuccio Ordine en La utilidad de lo inútil, y subraya “los fanatismos de una pedagogía retórica” que existían en Inglaterra en ese entonces. Y si bien cada tiempo tiene sus problemas, la adhesión a lo utilitario, la tranquilidad que da aferrarse a lo productivo, está presente en diferentes épocas. En el inicio del siglo I Ovidio escribió que “no habrá nada más útil que estas artes, que no tienen ninguna utilidad”. Entonces, la pregunta puede extenderse en tamaño conceptual: ¿para qué sirve la poesía, la literatura, el arte, el amor, la verdad?, ¿hay utilidad en lo inútil?
Sobre esta idea, sobre este oxímoron, Nuccio Ordine confeccionó un ensayo fragmentario, La utilidad de lo inútil, lleno de citas, de ideas, de historias, bajo el paraguas programático de la palabra que aparece en el subtítulo: es un manifiesto. Un manifiesto contra “la nefasta ideología dominante de la utilidad”, “la lógica utilitaria del mercado” y el “exclusivo interés económico”, y a favor de lo superfluo, lo desinteresado, lo gratuito, “lo que no supone beneficio”. Este libro, que acaba de volver a las librerías en una trigésimo sexta edición, esta vez con el sello español Acantilado, tiene once años: se publicó por primera vez en 2013 en Francia, ese mismo año se hizo una edición ampliada en Italia, luego se fue actualizando, y en una de esas actualizaciones se anexó, como un apéndice, un ensayo de 1939 del pedagogo Abraham Flexner, “La utilidad de los conocimientos inútiles”, que defiende “la conveniencia de abolir la palabra utilidad y liberar el espíritu humano”.
Italiano y calabrés, Nuccio Ordine nació en 1958 y murió el año pasado, el 10 de junio. a los 64 años, a causa de un derrame cerebral. Un mes antes obtuvo el Premio Princesa de Asturias en Comunicación y Humanidades. Filósofo, ensayista —publicó Los retratos de Gabriel García Márquez, Clásicos para la vida: una pequeña biblioteca ideal, Una escuela para la vid y Los hombres no son islas: los clásicos nos ayudan a vivir, entre otros libros—, pero sobre todo docente. Contaba con seis doctorados Honoris Causa de diferentes universidades y seguía dando clases con mucha dedicación. Cuando ganó el premio dijo que “la buena escuela la hacen los profesores que cambian la vida de los estudiantes” y que enseñaba en un región pobre de Italia “como una manera de pagar mi deuda”. En este libro agradece a sus alumnos: “Sin [ellos] difícilmente habría podido entender muchos aspectos de la utilidad de lo inútil”.
¿Por qué le interesaba tanto la docencia y la enseñanza a Ordine? La segunda parte de La utilidad de lo inútil se titula “La universidad-empresa y los estudiantes-clientes”. Es la parte más seria del libro. Habla de una “revolución copernicana que en los próximos años cambiará radicalmente la función de los profesores y la calidad de la enseñanza”. Y no lo dice en términos positivos. En el diagnóstico incluye una retirada del Estado en materia económica con “reformas y continuos recortes de fondos financieros”, la “transformación de las clases en un juego interactivo superficial” y un sistema de “financiación ad hoc” para las escuelas que cumplen con el objetivo de cantidad de graduaciones: “si se matriculan mil estudiantes en el año 2012, mil graduados deberían tener su título al final del trienio. Una aspiración noble y legítima si a los legisladores, además de la quantitas, les interesara también la qualitas”.
Ordine habla de “estudiantes-clientes” y cita una investigación de 2012 del periodista Emmanuel Jaffelin en Le Monde sobre la Universidad de Harvard, donde se paga una matrícula tan cara que “no sólo espera de su profesor que sea docto, competente y eficaz: espera que sea sumiso, porque el cliente siempre tiene razón”. Adeudados, los estudiantes están más interesados en “la búsqueda de ingresos que de saber”. También el sistema genera “profesores burócratas al servicio de la gestión comercial de las empresas universitarias”, dado que “pasan sus jornadas llenando expedientes, realizando cálculos, produciendo informes para (a veces inútiles) estadísticas, intentando cuadrar las cuentas de presupuestos cada vez más magros, respondiendo cuestionarios, preparando proyectos para obtener míseras ayudas, interpretando circulares ministeriales confusas y contradictorias”. Para Ordine, el saber es “un obstáculo contra el delirio de omnipotencia del dinero y el utilitarismo”.
La tercera parte se titula “Poseer mata: ‘dignitas hominis‘, amor, verdad”, y es la más filosófica del libro. Estos tres dominios, dice el filósofo, “constituyen, pese a todo, el terreno ideal donde la gratuidad y el desinterés pueden expresarse de la manera más auténtica”. Estamos hablando del amor, la verdad y lo que se conoce como dignitas hominis, un concepto de la Antigua Roma que está relacionada con la dignidad —de ahí viene dignitas— pero que se extiende al prestigio y al honor. En este terreno no solo queda en evidencia que el utilitarismo y el beneficioso económico le son ajenos, también que hay un saber que necesariamente debe cultivarse a contramano —en el seiglo IV a. C., Zhuang-zi escribió que “sólo cuando se conoce la inutilidad puede comenzarse a hablar de la utilidad”—, y que hay ideas para aferrarse, para compartir, y tal vez hacer, solo tal vez —como cierra este libro Nuccio Ordine—, “a la humanidad más libre, más tolerante y más humana”.