Encontré al libro Apuntes Italianos (Seix Barral 2024) que acabo de publicar, entre más de veinte años de anotaciones dispersas, tomadas en cuadernos y papeles improvisados, habitualmente como resultado de viajes y estadías laborales en el exterior. La mayoría de esas notas ganaron forma inicial en un blog que mantuve activo, intensamente, desde el 2006, y quedaron perdidas por allí, adormecidas y olvidadas -también por mí- esperando nada. Como ocurriera que, en tiempos recientes, la temporada de blogs concluyó, me propuse, al igual que tantos profesionales del rubro, revisar la enorme tarea acumulada, luego de tantos años de escritura (en mi caso, más de 5 mil entradas, más de 5 millones de vistas).
Con la mirada puesta hacia atrás procuré, ante todo, y como tantos, hacer un balance de lo hecho (¿tuvo sentido tanta dedicación, tanta energía puesta allí? Y también ¿ha servido para algo, para alguien, ese esfuerzo, todo ese tiempo?). Me interesaba reconocer, asimismo, qué había de bueno, si algo, entre todo lo escrito.
Revisando esos veinte años de notas, y buscando evaluar lo hecho durante esa larga etapa, di con algunas respuestas que, para mí, resultaron significativas. La primera es que, como “persona de palabras” que soy, sólo sé expresarme bien -satisfactoriamente, al menos- a través de la forma escrita. En otros términos, creo que -por timidez, por incapacidad o, simplemente, por la necesidad de reflexionar demasiado sobre cada frase que enuncio- me expreso mal oralmente, a pesar de décadas y décadas de clases y conferencias.
Hurgando en mi blog, además, encontré que mis manifestaciones escritas incluían, básicamente, y sin que yo lo supiera, tres caminos o registros diferentes, repartidos de un modo más o menos idéntico. Mi registro principal, sin dudas, es el “académico”: resulta claro que la mayor parte de mi vida, en las últimas décadas, ha estado vinculada con presentaciones, escritos, artículos destinados a revistas que serán leídas, si acaso, por la pequeña elite de la comunidad universitaria. Junto al académico aparece, enseguida después, el registro “político”: escritos que produjera, en momentos recientes, alentado o acicateado por cantidad de batallas tan necesarias o urgentes, como olvidables y dolorosas.
El último registro que encontré, en cambio, resultó sorprendente -una aparición inesperada, que la búsqueda emprendida me tenía reservada, sin que lo sospechara siquiera. Se trataba de una cantidad de notas escritas de una manera más distendida, más afectuosa también, que ocupaban un espacio equivalente a las restantes, y que aparecían de modo constante, recurrente, a lo largo de todas estas décadas revisadas.
Me refiero a apuntes que había comenzado a tomar en Italia, en medio de una semana “perdida” entre dos congresos (uno en el Sur, en Sicilia, otro en el extremo Norte, en Trieste): días durante los cuales recorrí, conmovido una vez más, la tierra de mis padres -una tierra que había conocido y amado a los 4 años, cuando viví por unos meses en ella (como digo en el libro, de mis años de infancia no recuerdo nada, pero de aquellos días italianos, a los 4 años, lo recuerdo todo). Se trata de apuntes que luego, alentado por aquella buena experiencia, proseguí felizmente, en otras latitudes y escenarios.
Con cierto orgullo, puedo añadir que todos mis escritos, en los tres registros citados, han tenido un mismo comienzo: ellos encuentran origen en la emoción, mucho más que en la estrategia o el cálculo. Esto es, escribo porque lo necesito, y escribo normalmente afectado. Mis escritos académicos, por ejemplo, no parten de un estudio previo sobre los temas de moda, o una exploración en torno a los “nichos” jurídicos disponibles (temas sobre los que los demás han dicho poco o nada, y sobre los que uno puede imaginar, entonces, alguna originalidad). Por el contrario, escribo habitualmente porque me siento molesto, y a partir del desacuerdo con lo que dicen mis pares.
Algo similar con mis escritos políticos: escribo -y ello se nota, y lo siento, y me disculpo también por ello- porque estoy enojado, porque me incomoda profundamente alguna decisión que se toma o se deja de tomar, desde las cúpulas del poder, o desde el gobierno -cualquier gobierno. En cambio, mis notas sobre recuerdos y viajes, surgen también de la emoción (como las anteriores), pero no del enojo (como en los demás casos): escribo conmocionado, movido por el cariño, el amor o la piedad que me inspiran personas o situaciones, más que por el fastidio que me produce algo o alguien. Escribir visceralmente, por supuesto, no promete ninguna de las virtudes que uno puede asociar con la escritura. Más bien lo contrario: no es esperable que emerja, así, ni la racionalidad que se requiere en los textos académicos; ni la mesura deseable en los escritos políticos; ni el sosiego que uno busca, a veces, en la literatura.
Sin embargo, hay cosas importantes allí -en ese escribir emotivo- que reivindico y que encuentro, de manera especial, en estos Apuntes Italianos. Me refiero a algo que tiene que ver, más que con la autenticidad, con el compromiso hacia lo que está escrito, con el sentido de hacerlo. Finalmente: se trata de esos escritos que nacen por algo que se necesita decir, tal vez a pesar de uno; escritos que pueden tener vida propia, y que uno, entonces, apenas trascribe; escritos que aparecen a veces -ahora lo advierto- desesperadamente, cuando o porque hemos perdido la fe en el derecho, la esperanza con la política.