Heidegger y Celan: 50 años de un gran ¿desencuentro? intelectual

El 25 de julio de 1967, el filósofo alemán y el poeta rumano—uno ligado del nazismo, otro su víctima— se reunieron en una modesta cabaña de Todtnauberg, en el corazón de la Selva Negra

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Heidegger y Celan: 50 años
Heidegger y Celan: 50 años de un gran ¿desencuentro? intelectual

Cuando en el verano de 1967 el germanista Gerhart Baumann -autor de Erinnerungen an Paul Celan- preparaba una lectura con Paul Celan en la Universidad de Friburgo, invitó al filósofo Martín Heidegger, a quien sabía admirador del poeta, a que asistiera al acto. Recibió como respuesta: “Hace tiempo que deseo conocer personalmente a Paul Celan. Él es el que está más adelantado y el que más retirado se mantiene (…) Sería saludable poder enseñar a Paul Celan también la Selva Negra”. El célebre filósofo contaba entonces con 78 años; el poeta, no menos célebre dado que para entonces ya había obtenido el premio Büchner, la más importante distinción literaria en lengua alemana, con 47. Se tenían una admiración mutua, centrada fundamentalmente en la poesía. Heidegger buscaba en ella lo que filosofía sola no podía brindarle y es por ello que alababa a los presocráticos, cuyo pensamiento está volcado en poesía, el lenguaje sublime. En la conversación que ambos mantuvieron en la cabaña de Todtnauberg, en el corazón de la Selva Negra, imaginada por el escritor irlandés J. Banville, este pone en boca de Heidegger: “Escribí alguna vez que toda mi obra no era más que un esfuerzo por decir filosóficamente lo que Rilke había dicho ya poéticamente”.

Al respecto, cuando el novelista y diplomático argentino Abel Posse visitó al filósofo en ese retiro, mantuvo con él un diálogo tan parco como sustancial. Sabine Langenheim, viuda del escritor y quien entonces ofició de traductora (Heidegger no sabía español y Posse no conocía la lengua de Goethe), me refirió, palabras más, palabras menos, que fue el siguiente: “Ilustre Maestro, ¿cómo iniciar a un joven en el estudio de la filosofía?” La respuesta fue: “Leer a los presocráticos”. Y después, -prosiguió preguntándole-: “Nada más”. El escritor evoca ese encuentro en un sustancioso artículo que dedicó al filósofo, publicado en el diario La Nación en 1975.

La lectura en el auditorio de la Universidad, a la que asistieron más de mil personas, tuvo lugar el 24 de julio. Heidegger se sentó en la primera fila del vasto anfiteatro. Concluido el acto, el filósofo se acercó al poeta felicitándolo y entregándole un ejemplar de Was heisst Denken? (‘¿Qué significa pensar?’). Celan, sorprendido, agradeció el gesto, aunque se lo vio un poco perturbado. Alguien se acercó a tomarles una fotografía, mas el poeta rehusó pues no quería ser retratado junto al filósofo por razones muy comprensibles: los separaban graves desencuentros político-ideológicos; sin embargo, los unía el thaûma ‘admiración’ ante la poesía, especialmente la de Hölderlin.

Pasado ese difícil momento, que Heidegger respetuosamente comprendió, invitó al poeta a que al día siguiente -es decir, el 25 de julio- visitara su cabaña, tan modesta como famosa. Celan, que al principio se mostró dubitante, finalmente aceptó.

Heidegger invitó al poeta a
Heidegger invitó al poeta a que visitara su cabaña, tan modesta como famosa. Celan, que al principio se mostró dubitante, finalmente aceptó (Foto: Grosby)

La duda procedía del hecho de que sustancialmente estaban en veredas opuestas. Celan, que era judío, había sido víctima de las atrocidades del nazismo (sus padres fueron asesinados en un campo de concentración; él mismo, sobreviviente de otro). Heidegger, por el contrario, había sido miembro del Partido nacionalsocialista y en el ‘33 había aceptado el Rectorado de la Universidad de Friburgo, en un momento crítico de la historia alemana: el comienzo de la barbarie.

Estuvieron varias horas a solas (se sabe que luego comieron en una fonda pueblerina junto con el citado Baumann que había llevado al poeta en su coche).

No hay datos precisos sobre lo que en ese encuentro se dijo, todas son meras conjeturas, aunque podamos intuirlo. ¿Acaso sobre la poesía ontológica del admirado Hölderlin como manera delicada de eludir toda referencia al pasado sombrío y luctuoso que los separaba? Celan, probablemente, esperaría del filósofo un mea culpa o, al menos, una suerte de explicación sobre su adhesión al Nacionalsocialismo. ¿Le sorprendería y debería angustiarle que omitiera referirse a la shoá y más aún, que no condenara explícitamente la “solución final” concertada en la aberrante “Conferencia de Wannsee” del 20 de enero de 1942 donde se planeó el exterminio de los judíos? G. Steiner considera ese silencio del filósofo como “un silencio astuto” .

La esperada retractatio no tuvo lugar, según deducimos del contenido de un poema clave: “Todtnauberg”, hermética pero, a la vez, sugerente composición sobre el genocidio. En él Celan remite a la sensación, inquietante y perturbadora, que le produjo la visita a la cabaña. Ya con antelación, en otra composición de 1945 -“Todesfuge” ‘Fuga de la muerte’, incluida en Mohn und Gedächtnis (‘Amapola y memoria’) (1952)-, había anticipado su parecer sobre las impresiones que recogería de un encuentro semejante. Para John Felstiner -el prestigioso scholar de Stanford- ese poema se impone como “el Guernica de la literatura de la posguerra”, composición que el mismo Celan “consideró como un lamento moral del Arte contra la Historia” (cit. por C. Ortega).

Hay datos que indican que, pese al silencio del filósofo sobre la cuestión capital de la que hablé, la relación entre ambos se mantuvo respetuosa y hasta, me atrevería a decir, cordial al punto de que, más tarde, Heidegger lo invitó a una travesía por el alto Danubio, para peregrinar tras los pasos del mutuamente admirado Hölderlin. Hubo otros encuentros fugaces y el cruce de epístolas, algunas perdidas, pero el viaje no pudo concretarse ya que Celan se suicidó en la primavera de ese año, fue el 20 de abril. El poeta, que entonces vivía en París, se arrojó a las aguas del Sena desde el puente Mirabeau, aquel puente celebrado por Guillaume Apollinaire en una composición hoy famosa, “Le pont Mirabeau”.

Celan, probablemente, esperaría del filósofo
Celan, probablemente, esperaría del filósofo un mea culpa o, al menos, una suerte de explicación sobre su adhesión al Nacionalsocialismo. ¿Le sorprendería y debería angustiarle que omitiera referirse a la shoá?

R. Safranski, en la biografía, muy documentada, que escribe sobre el destacado pensador con el “significativo” título Ein Meister aus Deutschland. Martin Heidegger und seine Zeit (‘Un maestro de Alemania. Martín Heidegger y su tiempo’) refiere que el último encuentro entre estos dos maîtres à penser ocurrió el Jueves Santo de 1970. En él Celan le leyó algunos poemas tras lo cual, al comentarlos, ocurrió un incidente aparentemente menor, por el que el poeta se retiró abatido. Baumann, inseparable amigo de ambos, que estuvo presente en esa ocasión, al despedirse de Heidegger recuerda que este, no sin inquietud, le comentó “Celan está enfermo, incurablemente enfermo”. Poco después, el poeta se despedía de este mundo.

Celan sentía, a la vez, admiración y rechazo por el filósofo. La admiración se debía al deslumbramiento por la hondura de su pensar; el rechazo, por sus ideas políticas. Es conocida la anécdota según la cual cuando el hegeliano Otto Pöggeler preguntó al poeta si podía dedicarle su libro sobre el filósofo, Celan aceptó el volumen, pero no quiso la dedicatoria pues no deseaba vincular su apellido con el de Heidegger. Sin embargo, es honroso destacar que leyó en profundidad la obra de este filósofo tal como se advierte en las notas que de puño y letra incorporó en los volúmenes de su autoría. La angustiante paradoja de Celan obedecía a tener que expresarse en la lengua de quienes habían torturado y asesinado a sus padres, siendo la muerte para él un “amo salido de Alemania”, frase “resonante” que, con el tiempo, se aplicó a Heidegger, según anota Steiner.

Volviendo a lo que hablaron en el encuentro del 25 de julio en la referida cabaña, entiendo clave el parecer del mencionado Steiner que lo juzga “misterioso” y cubierto por una capa impenetrable de silencio. Este estudioso sostiene que el silencio se debió a la “reticencia casi patológica de aquél (Celan) y a la reserva altanera de éste (Heidegger)”, tal como apunta en el artículo citado.

El “caso Heidegger” y sus ideas políticas constituyen un asunto complejo sobre el que ha corrido mucha tinta y no es mi propósito ocuparme aquí sobre el particular. Con todo, y en atención a Celan, refiero que cuando el filósofo fue Rector en la Universidad de Friburgo en el ‘33, por mandato superior, puso fin al contrato de Edmund Husserl como profesor debido a su condición de judío, no obstante haber sido discípulo de aquel, tal como destacó en la dedicatoria de la primera edición de Ser y tiempo donde consignó: “A Edmund Husserl en señal de veneración y amistad. Todtnauberg, en la Selva Negra, 8 abril 1926″. Más aún, a la hora de la segunda edición de esa obra monumental, por consejo del editor, suprimió esa dedicatoria. ¡Ambos, hechos deleznables!

En sentido contrario, hay que destacar cierta valentía al haberse opuesto abiertamente a la designación en la Facultad de Filosofía de un decano nazi como refiere su discípulo, el filólogo Karl L. Reinhardt. De igual modo, su renuncia al cargo luego de diez meses de agitada labor, lo que en ese momento preciso no dejaba de ser riesgoso, era como situarse al otro lado del régimen. Se ve en su proceder una actitud ambigua.

Sobre su aceptación del Rectorado, el citado Safranski argumenta que lo hizo porque pretendió “la transformación nacionalsocialista de las universidades”, como una suerte “de obra de arte” de la acción fundadora del Estado. Sobre los motivos de su pronta renuncia al cargo, las opiniones son variadas. El estudioso chileno Víctor Farias fustiga el proceder de Heidegger. Para ello se apoya en el parecer de Jürgen Habermas vertido en 1953. Este señala que en ese año Heidegger seguía pensando como en 1935; también en el de Guido Schneeberger quien publicó viejos documentos referidos al vínculo de Heidegger con el nacionalsocialismo, partido al que estaba afiliado y del que nunca se desafilió. Más modernamente alimentan esa polémica Alain Badiou y Barbara Cassin a partir de lo que resta del epistolario entre el filósofo y Elfride, su mujer. A esa cuestión G. Steiner añade que Heidegger “encarnaba no sólo ciertos aspectos complejos y legados del nazismo, sino también la altiva convicción de que el alemán, el idioma de Kant, Schelling y Hegel, y el griego antiguo eran las únicas lenguas capaces de exponer y transmitir el pensamiento filosófico de primer orden” .

Si bien lo tratado en
Si bien lo tratado en dicho encuentro nos es desconocido, Banville parece sugerir que se trató de un desencuentro (Foto: Grosby)

El deslumbramiento de Celan por Heidegger tenía que ver con el rescate de la verdadera función del lenguaje -la nominación- y, tras esta, el desocultamiento, la búsqueda de la alétheia ‘verdad’, aspecto que el filósofo entiende clave en el Edipo rey de su admirado Sófocles. Sin restarle mérito a Heidegger, el tema de la nominación había sido una de las cuestiones prioritarias del pensamiento del filólogo Walter Otto. Este indica que la función prioritaria del lenguaje no es la comunicación -esta es una cuestión ancilar-, sino la proferición del ser. Vale decir que las cosas cobran vida en la palabra; así, pues, lo declara este ilustre clasicista: “Solamente al hablar las cosas llegan a ser reales y vivas”.

En cuanto al desocultamiento para llegar a la verdad, conviene tener en cuenta el propósito de Sófocles en su celebrado Edipo. Esta pieza, una de cuyas lecturas pasa por el análisis del lenguaje, se impone como una tragedia analítica: hay en ella algo oculto que va revelándose. El tema de Edipo es la búsqueda del ser, de donde la concomitancia de Sófocles con Parménides de Elea, lo que revela la admiración de Heidegger por los presocráticos, como he mencionado. Quienes formulan esta exégesis analítica -especialmente Ch. Segal- siguen la interpretación heideggeriana del develamiento en pro del hallazgo de la alétheia. Esta lectura atiende a que Edipo va quitando, una a una, como las capas de una cebolla, las sospechas sobre su sino. Sin detenerse, sin sosegar un instante su búsqueda, por infausta que fuere, hasta alcanzar la verdad, ¡la terrible verdad!

Otro hecho capital que enlazaba a Celan con Heidegger es la valoración del silencio: ambos entienden que este, en ocasiones, es más locuaz que las palabras. Esta paradójica apreciación ¿no podría, acaso, aplicarse al silencio del filósofo en el famoso encuentro con el poeta en la cabaña de la Selva Negra? ¿Para qué hablar? Ya se sabe lo que piensa cada uno: las palabras estarían de más. En otro orden de cuestiones, destaco que los silencios de Celan, en ocasiones, intensifican el deliberado hermetismo de sus poemas.

Tras la reunión en la cabaña, Celan compuso el memorable poema “Todtnauberg” que envió a Heidegger. Este, en una escueta misiva, tras agradecerle el envío, añadió: “Desde entonces, nos hemos dicho mucho calladamente, en un silencio mutuo”. Si bien entiendo que Celan no aguardaría un mea culpa por parte de Heidegger sobre su pasado y, pese a que la reunión fue cordial, intuyo que el poeta debe de haber salido decepcionado, tal como parecen sugerirlo las entrelíneas del citado poema.

Sobre el famoso encuentro -¿desencuentro?- en la aludida cabaña, el laureado novelista John Banville, años ha, escribió un pequeño texto -Conversación en las montañas- que leyó en la B. B. C., recientemente traducido y comentado por P. Gianera. Transcribo el supuesto diálogo que el poeta habría mantenido con Baumann, según el parecer de J. Banville: B. - “¿Entonces por qué aceptó?” - C. “No sé… ¿Porque a pesar de todo es un gran filósofo? Además, sus preocupaciones son un eco de las mías: los dos somos moradores de la casa de la lengua. (Pausa) Y porque tengo curiosidad de oír si ofrecerá algún tipo de descargo. B. - “No habló nunca en público de su pasado nazi. Nunca. Ni una palabra”. C. - “Pero a mí, quién sabe, quizás a mí se atreva a decirme esa palabra. Veremos”.

Si bien lo tratado en dicho encuentro nos es desconocido y todas las suposiciones se reducen a mera suposición, Banville parece sugerir que más que un encuentro se trataría, antes bien, de un desencuentro, enmarcado en un silencio que, por momentos, debe haber sido embarazoso.

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